sábado, 23 de abril de 2011

Fuera de hora

No sé si fue la hora, el día o la colocación de algún planeta que aloca los biorritmos, pero el partido de la Unión Deportiva esta tarde en Vallecas ha sido como un fenómeno paranormal. Ni jugamos tan bien como veníamos jugando, sobre todo en defensa, ni tampoco jugamos tan mal como en las jornadas previas a la llegada de Juan Manuel Rodríguez. Perdimos por dos a cero. Eso es todo. Aquí debería poner el punto y final, pero se entiende que después de noventa y cinco minutos uno tiene que ser capaz de escribir por lo menos un folio. Había una vez un circo y lo emitían a esta hora cuando yo era niño. El gran protagonista de aquel espectáculo es quien da nombre a la calle del estadio en el que hoy jugaba la Unión Deportiva; pero realmente el único caricato que había en el terreno de juego era el árbitro. Podría buscar su nombre, pero si lo hiciera le estaría haciendo publicidad. No influyó en el resultado de milagro, o porque Barbosa paró un penalti que no vio nadie más que él. No les pregunto si ustedes tienen tarjeta amarilla. Uno tiene la sensación de haber sido amonestado varias veces durante el encuentro. Cualquier falta se convertía en tarjeta, y ya en el minuto dos de partido le sacó una amarilla a Vicente Gómez por golpear el balón con el hombro. A partir de ahí se pueden hacer una idea de lo que hizo un señor empeñado en ser más protagonista que los jugadores. Pero ya digo que no influyó en el resultado. Pudo ganar cualquiera de los equipos, aunque creo que el Rayo fue más incisivo y más constante en su ataque.

Uno esperaba más de Jonathan Viera como titular, pero voy a tener que darle la razón a Juan Manuel Rodríguez y coincidir en que funciona mejor como revulsivo que como jugador con noventa minutos para mostrar todo su talento. Esperemos que esa sensación sea pasajera y que lo veamos convertido en ese jugador determinante que todos esperamos. Hoy, tanto él como el resto del equipo, sólo corrió y defendió. No se le puede criticar el esfuerzo y la entrega a Las Palmas, pero cualquiera pondría esfuerzo y entrega. Lo que faltó es lo que atesoran casi todos los jugadores amarillos y no fueron capaces de demostrar: determinación, talento, dominio, control y creencia en sus propias posibilidades. Seguimos a ocho puntos del descenso, y eso se lo debemos a ellos y a Juan Manuel Rodríguez, por tanto no tengo nada que objetar. Sólo espero que retomemos cuanto antes la racha positiva. Esta Segunda División es realmente una categoría ilógica y peligrosa. Cualquiera podría estar en ascenso y cualquiera en descenso: todos los guiones que queramos escribir resultarían creíbles. Este Rayo no es nada del otro jueves y está casi ascendido a Primera División.

Realmente perdimos uno a cero. El segundo gol fue en el descuento, cuando Las Palmas quemaba sus naves. Fue algo parecido a lo que sucedió en aquella final de España contra Francia en la Eurocopa del 84, cuando nos remataron los franceses con el gol de Bellone. Aquel partido se pareció mucho al de esta tarde. Me imagino que por eso habrá venido a mi memoria. Se pareció en todo menos en la portería. En París falló estrepitosamente Arconada, el mejor portero que yo he visto en directo en mi vida; en cambio nosotros tuvimos bajo los palos a un Barbosa sublime que lo paró casi todo, incluido un penalti. Menos mal que nos ganó el Rayo Vallecano, un equipo que siempre me ha caído bien, a pesar de la rivalidad de los últimos años. No ha tenido suerte con sus mandamases y ahora mismo está en una situación ciertamente delicada. Felicito a sus jugadores porque están demostrando una profesionalidad por la que merecen ascender a Primera División.

Yo recuerdo al Rayo que llegó a Primera en los años setenta y lo que supuso aquella presencia en una élite en donde Las Palmas siempre formaba parte de los dieciocho elegidos. Estaban Felines, Tanco, Uceda, Landáburu y el uruguayo Morena, uno de los delanteros centros más talentosos que han pasado por la Liga Española. Nada que ver aquellos enfrentamientos de entonces entre la UD de los argentinos y el equipo madrileño con este de hoy, aburrido y en horario de siesta. En aquellos años el Rayo solía jugar por la mañana, y lo hacía mucho antes de que llegara Canal Plus. La hora de hoy contagiaba la modorra. Si alguien me pidiera que le contara el encuentro me quedaría en treinta y tres. He escrito casi tres páginas, pero divagando y tirando de recuerdos y de apreciaciones subjetivas. Creo que ha sido uno de los partidos más extraños de la temporada. Uno se queda preguntando qué es lo que ha pasado en los trozos del rectángulo de juego que nos iban sacando por la televisión. “¿Perdimos? ¿Y eso, cómo fue?” “Pues nada, lo de siempre, cosas del fútbol, un centro, un gol, un contraataque, otro gol, y esa sensación de impotencia que se te queda cuando sabes que tu equipo no tiene el día”. A veces, sobre todo cuando nos ponen los partidos a esta hora, parece que lo que hemos visto está más cerca de los sueños que de la realidad. Pero lamentablemente este partido fue tan real como la vida misma. Lo único que nos reconforta es la distancia de ocho puntos que nos separa del abismo. Casi todos creíamos que estábamos salvados tras la victoria de la semana pasada contra el Salamanca, pero aquí el que sabe de fútbol es el entrenador de Las Palmas. Por eso no ha parado de apelar a la prudencia. Jugamos otra final el próximo sábado en el Gran Canaria. Como en los últimos partidos, nuestro apoyo y nuestro empuje son tan necesarios como el talento de Jonathan Viera o la seguridad de Barbosa. Lo de hoy es mejor que lo dejemos en manos del olvido. Hay partidos que no merecen ni un solo segundo de recuerdo en nuestra memoria futbolera.

sábado, 16 de abril de 2011

Una visión de conjunto

A veces no sabe uno si la vida es una coartada o una estrategia. Si fuera una coartada estaríamos todo el tiempo esperando esos finales deseados que casi nunca llegan, y si fuera una estrategia quedaría fuera la magia y toda esa sinrazón que nos hace salir cada día a la calle con todas las ilusiones intactas. La Unión Deportiva tiene coartada, y la utiliza de maravilla para plantear los partidos y seguir las pistas (las buenas, no esas otras que afean y que alejan los goles y las alegrías) que conducen a la victoria. También tiene estrategias que conforman un equipo cohesionado que sabe jugar sin remiendos y sin descosidos irremediables; pero junto a todo ello tiene talento, tiene suerte y cuenta con una afición que sabe cuándo llega su momento en cada partido.

Yo hoy me llevé mi moleskine al estadio y estuve anotando detalles todo el partido, pero ahora no sé dónde diablos la solté. Escribo por tanto sin el apoyo de las referencias escritas, pero con las sensaciones intactas. Ganamos, y al día de hoy estamos a once puntos del descenso. Me quito el sombrero ante el trabajo realizado por Juan Manuel Rodríguez. No era fácil su empresa, y sin embargo ha sabido embridar todas las circunstancias y nos ha enseñado que el fútbol es un deporte de equipo. Ya sé que eso se dice siempre, y que casi suena a tópico volver a escribirlo de nuevo. No importa. Para entender lo que ha hecho el entrenador amarillo hay que tirar de ese esfuerzo colectivo, del trabajo y del orden táctico. En medio, claro, juega el talento, y si no ahí están los destellos de Jonathan Viera en los tres o cuatro balones que tocó en quince minutos, y sobre todo en el inicio de la jugada del segundo gol. Ya casi salvados y con menos presión, estoy seguro que despediremos la Liga como la empezamos, apostando por el espectáculo y arriesgando en cada jugada. Lo bueno es que ahora sabemos, y lo saben los jugadores, que hay murallas que no se desmoronan como castillos de arena a las primeras de cambio.

El gran milagro de Rodríguez es la recuperación de la confianza colectiva de Las Palmas. Al portero le ha hecho recuperar su condición de portero, y no la de recogepelotas de goles encajados a tutiplén; los defensas son defensas, y por donde ellos se mueven no hay lugar para los delanteros contrarios; los centrocampistas construyen y crean, suben y bajan, y apoyan atrás cuando hay que defender, y en la delantera, cuando llega su momento, está el talento y la verticalidad, el remate certero que hace ganar los partidos. No he querido dar nombres, precisamente porque creo que estamos ante un equipo que va a dar mucho de sí en el futuro y que está compuesto por jugadores intercambiables y motivados que asumen su rol con la naturalidad que se espera de su talento. El entrenador ha recuperado a jugadores como Sergio Suárez o Pedro Vega que parecían perdidos para el fútbol de élite, y ahora anda empeñado, y estoy seguro de que lo va a conseguir, en recuperar la autoestima y el fútbol de seda que lleva Jorge Larena en sus botas.

No se disfruta de buen fútbol en el Gran Canaria; no hay lugar para ello. Se trataba de ganar y de alejar fantasmas y pesadillas del pasado. Nos da lo mismo lo que les suceda a los otros. Nuestro equipo está demostrando que se merece nuestro apoyo y nuestra presencia en el estadio. Hay mimbres para armar un gran conjunto la próxima temporada. De lo que queda de ésta, prefiero no hablar de objetivos. Llevamos toda la temporada cambiando aprisa y corriendo los guiones de nuestros objetivos. Sí creo que estamos muy cerca de la salvación, y de ahí en adelante puede suceder cualquier cosa. Lo bueno es que haremos la pretemporada del próximo año en los últimos partidos de ésta, y que se planificará, se subirán canteranos al primer equipo y se trabajará aún más con ese conjunto de jugadores a los que agradecemos su esfuerzo, su talento y las alegrías que nos han dado en las últimas semanas. Ya no salimos del estadio tratando de ahuyentar las sombras de mal augurio. El cambio de hora y las victorias nos devuelven a casa con una sonrisa de oreja a oreja, y eso, en estos tiempos tan atrabiliarios y marrulleros que vivimos, es como para salir sobre la marcha a bailar la Rama aunque no estemos en agosto. Queda lo mejor. Aquellos nubarrones de febrero están cada vez más lejos. El viento favorable que mueve a este equipo ha sabido imponerse a la contrariedad y a las malos farios. Llegarán lejos.

miércoles, 13 de abril de 2011

Lo que queda

Suelo acudir al pasado porque del presente ya hay otros que escriben a diario. Es verdad que se canta lo que se pierde, pero en este caso no se ha perdido nada porque la Unión Deportiva sigue jugando al fútbol, unas veces cerca del séptimo cielo y otras rondando esos insondables fondos de la mediocridad en los que se pierde de vez en cuando. Si escribo mirando atrás es porque lo que no se cuenta no queda, no permanece, y desde que nos despistemos un poco desaparece para siempre.

La gente cada vez habla, escribe y lee menos, y así es normal que se nos pierdan todas esas historias que venían desde nuestros tatarabuelos alimentando mitos y leyendas. Ahora activamos el botón de la tele y nos dejamos llevar acomodando el cerebro a lo que aparezca en la pantalla. Y en la pantalla aparece poco la Unión Deportiva, de ahí que casi todos los niños se decanten a las primeras de cambio por el Real Madrid o el Barcelona, cuando no por el Manchester United o el Inter de Milán. Lo cercano nos está quedando cada vez más lejos.

Si tuviéramos imágenes de televisión de las grandes gestas amarillas del pasado escribiría menos de lo que escribo porque me bastaría con volver a ver a Brindisi lanzando una falta o a Germán dando un pase al hueco para que corriera León camino de la portería. No sé por qué diablos no se guardó casi nada de aquellos años en los archivos de televisión. Cada uno de nosotros recuerda un partido o a un par de jugadores, pero los que vivimos aquellas noches memorables, y no digamos los que vivieron las de los sesenta, debemos hablar o escribir lo que vimos para que no se pierda para siempre. Por eso me agarro tanto al pasado y a la épica amarilla de otros tiempos. Sólo conservando esa memoria podremos hacer grande el presente. Los niños de ahora tienen que sentir lo que sentíamos nosotros cuando íbamos al estadio. Idolatrábamos a los jugadores y sabíamos de la importancia de la camiseta que vestían. No eran sólo ellos los que jugaban. Nuestros padres y nuestros abuelos nos recordaban que esas mismas camisetas fueron llevadas por otros grandes jugadores que escribieron páginas grandiosas en el equipo amarillo. Yo puedo escribir lo que llegué a ver o a soñar, y no de todo porque a veces me falla la memoria o me confunde el tiempo; pero cada uno de los que han visto al equipo durante muchos años tiene el deber de recordar para no quedarnos sin pasado y sin esos asideros tan necesarios cada vez que hay que reinventarse y empezar de nuevo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Fuera de juego

Me ha pasado muchas veces a lo largo de la vida. Un buen día te ves en una ciudad extraña o en la sala de embarque de un aeropuerto y te preguntas qué estás haciendo y hacia dónde estás conduciendo tus pasos cada vez más apurados y estresantes. Pero también te pasa al lado de tu casa, o cuando la muerte te golpea de cerca, o en esas mañanas que amanecen tristes incluso antes de que tú despiertes y entres a formar parte de la comedia diaria. Te ves en fuera de fuego, como si no entendieras nada de lo que pasa y como si te hubieran dejado a la intemperie, solo y desangelado en mitad de un paisaje que no te pertenece.

A mí esa sensación de orfandad y de desarraigo me lleva directamente al primer partido que jugué con la camiseta del Guía. No sé qué edad tendría, pero no creo que pasara de los seis años. Entonces no había cadena de filiales, ni entrenamientos sistemáticos, ni mucho menos clases teóricas en las que nos enseñaran las claves y los intríngulis del fútbol. Aprendíamos a jugar en las calles, en las maretas vacías y en las canchas bacheadas. Lo de ir al campo de La Atalaya, que entonces era el oficial y el único más o menos decente que había en la ciudad, eran palabras mayores. Detrás de esos primeros equipos de fútbol de la Unión Deportiva Guía estaba siempre el bueno de Paquito Gordillo. Yo creo que hasta compraba las camisetas y las botas que nos daban en aquellos primeros encuentros federados. Por lo menos los bocadillos y las botellas de agua sí las pagaba de su bolsillo. Se movía por la pasión futbolera, y ejercía de directivo, entrenador, delegado de campo y padre putativo de todos nosotros.

Nos íbamos a La Atalaya o a Barrial y nos distribuíamos en el campo como buenamente podíamos o cabíamos. Recuerdo el primer partido más o menos serio. Jugábamos contra el Atalaya, y cuando Paquito me preguntó que de qué quería jugar yo le dije que de delantero centro. Sonaba bien lo de delantero centro del Guía, y además me hermanaba con Santillana, Quini o Carlos, un jugador del Bilbao que fue el goleador de la Liga aquel año. Entré en la segunda parte con una camiseta que me llegaba a las rodillas y me fui directamente a la zona del punto de penalti. No recuerdo nada más que los gritos de Paquito desde el banquillo para que me viniera al centro del campo. Yo le decía que no, que quería meter goles y que además allí estaba solo, sin ningún defensa alrededor que me marcara. Nadie me había explicado lo que era el fuera de juego. Sólo quería estar para meter goles,y las reglas del juego y las estrategias me importaban una higa. No sé cómo acabó aquella escena surrealista. Recuerdo que se me acercó el árbitro y que trató de explicarme la situación, pero no hubo manera de sacarme de las inmediaciones del área. A lo mejor salía un momento, pero desde que veía que el balón iba para delante ya estaba colocado nuevamente detrás de los defensas. Todos eran mucho mayores que yo y tenían claras las cuatro reglas básicas del fútbol. Me sentía fatal siendo un incomprendido, y no sé si me expulsó el árbitro o si el pobre Paquito me sacó del campo lo más rápido que pudo para evitar el ridículo. Aprendí lo que era el fuera de juego un poco más adelante y ya pude jugar partidos siguiendo las normas establecidas. Nosotros, cuando jugábamos por las calles o en los campos improvisados, jamás contábamos con el fuera de juego, y me imagino que por eso aquellos encuentros eran tan entretenidos y terminaban casi siempre con marcadores de más de dos dígitos. Las reglas encorsetan siempre las pasiones y los divertimentos.

Para mí el fuera de juego, por más que lo entienda y que sepa cómo se evita, siempre será aquella sensación de orfandad e incomprensión que tuve una mañana de sábado en el campo de La Atalaya. Salvando las distancias, es la misma que uno se encuentra muchas veces en la lucha diaria de la supervivencia. Cada vez son más las veces en que los acontecimientos que observo a mi alrededor me dejan igual de desconcertado y perdido. No entiendo muchas de las cosas que están pasando por cotidianas. Me niego a aceptar, por ejemplo, la manipulación, el abuso o la desigualdad. Yo veo que los demás juegan, y que encima te piden que te quites de en medio, o que te metas en su campo para ser como ellos. Y cuando no lo haces te ves como perdido y extraviado en medio de un mundo que no reconoces y no entiendes. Entonces era un juego, y resultaba hasta divertido y anecdótico. Ahora, en cambio, me descorazona cada vez más esa sensación de quedarte en fuera de juego en medio de una vorágine cotidiana que te sobrepasa y que trata de someterte a todas horas. Por eso me quedaré siempre con la libertad de los partidos sin árbitros que jugaba en la calle. No es que en la vida preconice la anarquía, pero cada día echo más de menos el poder disfrutar de la libertad como me plazca. Y si lo haces, lo más probable es que te acabe expulsando inmediatamente cualquiera de los árbitros moralistas que se te aparecen por todas partes. Jugamos, sí, pero casi siempre sin imaginación y sin alegría. No nos dejan hacer lo que queramos. Sólo pretendemos meter goles y ser felices. Tenemos que negarnos a la especulación y a la renuncia del divertimento y del espectáculo. Tanto en la vida como en el fútbol.

*Lo publicado en esta entrada está escrito hace algún tiempo. Estas últimas semanas tocaba ganar para no volver a los campos olvidados de Segunda B. En este caso la renuncia provisional al espectáculo de la Unión Deportiva era tan necesaria como vital. Estoy seguro que desde que estemos salvados volveremos a la senda de un divertimento para que el que esta plantilla está especialmente dotada. Confío en la salvación y en que el próximo año, con el aprendizaje de esta Liga, y con la solvencia de Juan Manuel Rodríguez, la UD apueste por el ascenso con un equipo plagado de canteranos talentosos que están llamados a darnos muchos tardes de gloria.