sábado, 29 de octubre de 2011

Estrategias

La supervivencia es siempre una cuestión de estrategia. En la evolución de las especies no gana el más fuerte ni el más osado. Al final la gloria de perpetuarse sobre el planeta se la lleva el más inteligente y el que mejor sabe adaptarse al medio. Si lleváramos esas teorías darwinistas al deporte, podríamos decir que la Unión Deportiva es un equipo de fútbol que sabe moverse como nadie en ese medio complicado y hostil que es la Segunda División. Y además se mueve sacando partido a las jugadas de estrategia y creando ocasiones de gol clarísimas cuando parece que está siendo totalmente dominado por el equipo contrario. El gol de Jonathan Viera, tras el pase milimétrico de David González sacando inesperadamente una falta en la frontal del àrea, solo se entiende como el resultado final de una serie de operaciones casi matemáticas planteadas por Juan Manuel Rodríguez sobre el encerado metafórico del Estadio de Gran Canaria.

Seguimos siendo un equipo de fútbol. No he escrito ninguna boutade. Mantenemos una seguridad defensiva y tratamos de aprender en cada partido cuáles son los caminos más cortos para llegar al gol y a la victoria. Y lo mejor es que es un equipo que cada día mejora un poco más, con pasos cortos, pero con un ritmo andariego que nos está ilusionando porque también seguimos teniendo la suerte de nuestro lado. El Valladolid se ajustó a aquella definición que yo les escuchaba a los mayores cuando iba de niño al Estadio Insular: fue un señor equipo, bien plantado en el campo y buscando en todo momento la victoria; pero quizá les faltó la cabezonería de un entrenador obsesionado con cualquier detalle y pendiente todo el rato de corregir las posiciones de sus jugadores. De momento estamos arriba, y eso, digan lo que digan los pesimistas, es una noticia que nos alegra el fin de semana y nos permite mantener intactos todos los sueños que queramos plantear.

Lo que también te enseña la vida es que siempre hay segundas oportunidades para redimir fracasos o derrotas. Hace más o menos un año bajamos de la nube de Paco Jémez en un partido contra este mismo rival en el que, además de caer estrepitosamente derrotados, perdimos a Vitolo para toda la temporada. Casi un año después, la victoria ante el mismo rival nos sube adonde estábamos entonces; pero en este caso sabiendo que será mucho más difícil desembarcarnos de esas ilusiones por el empaque y por la solvencia defensiva de una Unión Deportiva plagada de canteranos. La noticia de hoy no es que hayamos ganado. Lo importante es que, aun en las peores circunstancias, el equipo ni se desmoronó, ni se vino abajo. Por tanto, los ilusos seguimos teniendo todos nuestros sueños intactos. La fiesta durará lo que quiera el balón, ese esférico que según las ganas que tenga de atravesar las porterías contrarias te puede encumbrar o dejarte aliquebrado todo el fin de semana. Hoy comentaba con un amigo más o menos de mi misma edad que nosotros fuimos niños felices porque casi todos los sábados veíamos ganar a la Unión Deportiva en aquellos partidos a las ocho y media en el Insular. Los niños que esta noche fueron al fútbol también tendrán la suerte de sumar alegrías a ese subconsciente freudiano que, mil veces derrotado, se vuelve luego complicado y poco llevadero en la edad adulta. Y claro, aquellos niños que saltábamos con los goles de Brindisi, Morete, Juani y compañía nos hemos visto esta noche retomando ese camino siempre placentero que cualquiera transita cuando regresa a casa bien pertrechado de euforias y de satisfacciones. Ahora solo confiamos en que la fiesta aguante tanto como nuestras ganas de revivir viejas glorias sabatinas.

martes, 25 de octubre de 2011

David Silva

Es verdad que al fútbol se juega con los pies, pero no habría milagro si en cada jugada no se cruzaran también los sueños de quien conduce el balón. David Silva sueña sus pases imposibles removiendo al mismo tiempo nuestras propias fantasías futboleras. Los ingleses se estarán preguntando que de dónde sale tanto talento y tanta imaginación en unas milésimas de segundo. Yo les llevaría a Arguineguín, les hablaría de la playa de Patalavaca y de lo que se aprende dominando la pelota entre las pequeñas dunas que se forman en la arena o les refrescaría la memoria con las actuaciones de Juan Carlos Valerón en los años dorados del Deportivo de La Coruña en la Liga de Campeones. Pero Silva viene también del sacrificio y del esfuerzo diario, de la lucha sin tregua en el barro de Ipurua, de aquel gol cantado que dejó de marcar para no acabar con ese fair play que tanto defienden los ingleses, de su aprendizaje en el Celta de Vigo de Fernando Vázquez o de un Valencia que le consagró y le dejó desarrollar todo su talento. Y por si no tuvieran ya bastantes pistas tiraría de vídeo y les enseñaría cuál era una de las claves de la España campeona de Europa con Luis Aragonés. ¿Y el Mundial? ¿Les hablaríamos del Mundial? Claro que habría que recordarles una suplencia injusta con la que muchos jugadores hubieran finiquitado su carrera por falta de confianza y por la impotencia de ver los huecos de los pases desde la frialdad del banquillo y del olvido. Lo que vimos en Old Trafford no fue más que el corolario de un futbolista genial que ha sabido entremezclar el talento y el esfuerzo, una memorable exhibición del que probablemente sea en estos momentos el futbolista más en forma de todo el mundo. Y no lo digo yo solo. La otra noche, entendidos del fútbol nacional e internacional como Gaby Ruiz o Guillermo Uzquiano, defendían esta teoría que también suscriben los aficionados citizen cuando repiten todo el rato que ellos tienen su Messi en David Silva. Nada surge nunca por generación espontánea. Vale que siempre hay que tener en cuenta los renglones que va escribiendo la suerte, pero cuando alguien juega al fútbol con la rapidez, el desparpajo y el talento del jugador grancanario solo cabe la contemplación asombrada y el disfrute. Podríamos decir que Silva está cumpliendo muchos de nuestros sueños futboleros. No lo haría si jugara solo con los pies. En sus botas se aparece la magia desde que controla el primer balón del partido. Todo lo que sucede a partir de ese control inicial ya solo se puede narrar teniendo en cuenta la grandeza y la épica de los elegidos.

domingo, 23 de octubre de 2011

El bendito fútbol

Cuando queremos jugar al fútbol no tenemos nada que envidiar a ningún equipo del mundo, pero cuando no queremos jugar dan ganas de apartar la vista ante la impotencia que da comprobar siempre cualquier despilfarro de talento. Hoy hemos visto las dos caras de la Unión Deportiva, la que quiere jugar y la que se queda esperando a que jueguen los otros. Una vez nos marcaron el gol, reapareció ese equipo en el que muchos confiamos con toda la ilógica del fútbol.
Se jugó al toque, se combinó, se improvisaron regates atrevidos y se fue a por el partido con convicción y con esa confianza que se requiere para emprender cualquier iniciativa vital o deportiva que merezca la pena. Había que escuchar los halagos de Xabier Azkargorta al juego amarillo en Canal Plus, prendado sobre todo de ese jugador cada día más grandioso y efectivo que es Vicente Gómez. Al final, o por lo menos de vez en cuando, el fútbol hace justicia a quien trata de no traicionarse y a quien sale a jugar como mejor sabe. Si no hubiera empatado Laguardia en el límite del descuento nos hubiéramos quedado con la magua de no haber encontrado un marcador justo. Lo de esta noche espero que sirva para desterrar definitivamente la estrategia del patadón del día del Elche y otros partidos aledaños. Si este equipo, como decía al principio, saliera a jugar y a mostrar su talento en el terreno de juego pocos lograrían pararlo. Esta noche uno se acuesta un poco más contento. No por el empate en las postrimerías del partido, sino por la sensación que nos ha dejado la Unión Deportiva Las Palmas. Si se lo creen y dejan atrás los miedos y los complejos, pueden conseguir cualquier objetivo que se planteen. Hay jugadores que no desentonarían lo más mínimo jugando en los grandes equipos del momento. Esa alegría dominguera para los grancanarios se completa con la soberbia actuación de David Silva en Old Trafford. Qué lujo comprobar que aquel fútbol que nos contaron nuestros abuelos, el de Mujica, Alfonso Silva, Germán y compañía, reaparece cada dos por tres en la carga genética de quienes se ven con un balón entre los pies. El canario, cuando juega al fútbol, no sabe más que divertirse e improvisar regates, pases o escorzos casi imposibles. Vicente Gómez, Viera, Vitolo, Juan Carlos Valerón o David Silva (uves de lujo) son parte de esa historia que luego se graba en la memoria de quienes tienen la suerte de asistir a esos milagros que logran mantener intacta nuestra fe en el bendito fútbol de todas las semanas.

sábado, 15 de octubre de 2011

Noventa minutos empatados con la mediocridad

Los empates tienen muchas veces un sabor casi tan amargo como las derrotas, sobre todo cuando se va ganando y se piensa en lo cercana que estuvo la victoria. No es lo mismo empatar o que te empaten. Quien ha ido por delante en el marcador ha liberado las endorfinas de la euforia y vive en un estado de alegría que se viene abajo cuando ve que el equipo contrario marca un gol celebrado la mayoría de las veces como si fuera el tanto de un ascenso. Filosofo un poco porque hoy, la verdad, hay poco sobre lo que escribir. Vimos un partido soso, que nunca despegó del pelotazo y del despropósito, y que muestra muy a las claras la Segunda División y sus mediocres circunstancias.
No hay mucho para escribir en estas crónicas si antes no han escrito casi nada sobre el césped los que están llamados a levantarnos o a hundirnos el ánimo cada fin de semana. Podíamos haber ganado como podíamos haber perdido, por eso considero que el empate es justo y que te quedas con cara de tonto, como si te hubieran robado noventa minutos lastimosamente. Si hubiéramos sabido que era eso lo que iba a acontecer nos hubiéramos quedado en casa; pero ya sabemos que el fútbol sorprende y nos regala satisfacciones y momentos inolvidables cuando menos lo esperamos. Por eso insistimos y seguiremos insistiendo. También porque confiamos en este equipo. Sigo pensando que hay jugadores para aspirar a lo que se quiera, y que todo dependerá de los vientos que mueven las rachas futboleras. Hoy tocó cruz en todos los sentidos. Incluso ganando hubiéramos salido insatisfechos del Gran Canaria. Nos estamos moviendo mejor fuera de casa porque estamos jugando al contraataque y a buscar los huecos en las jugadas rápidas; pero no me gustó la primera parte de hoy, con pelotazos de la defensa amarilla y con una renuncia injustificable al centro del campo. Menos mal que en la segunda parte Juan Manuel Rodríguez vio lo mismo que nosotros y trató de cambiar los rumbos con David González y con Sergio, pero duraron poco esas intenciones, casi lo justo para marcar el gol y volver al canguelo y a ver cómo el equipo contrario-tal como ya hicieron Córdoba o Murcia- atacaba sin que nadie fuera capaz de pararlo hasta que metiera su gol y volviera a la especulación futbolística en la que se está moviendo esta Segunda División tan enmarañada. Poco más se puede escribir de un partido que empezó empatado y que no varió su condición a pesar del paso del tiempo y del desespero de los más de diez mil aficionados amarillos que acudieron al estadio. No creo que se conserve en ninguna memoria los noventa minutos de esta tarde. Si acaso quedará la tranquilidad y la templanza de Vitolo en el momento de marcar el gol o algunos de los paradones providenciales de Barbosa. Casi todo lo demás es olvidable. No hubiera pasado nada si este partido no se hubiera jugado. Pasan cosas cuando juegan Alfonso Silva, Germán, Juan Carlos Valerón, David Silva o Jonathan Viera –volvió a dejar un par de detalles que invitan a seguir acudiendo al Gran Canaria-. Si el genio se da cita en el terreno de juego siempre nos queda un regate o un cambio de ritmo prodigioso para vencer a la mediocridad del tiempo. O para recordarnos que seguimos yendo al fútbol porque confiamos en encontrar ese fogonazo que haga que por unos momentos la vida parezca eterna. Da lo mismo que al final del partido sigamos siendo igual de mortales. Cuando salta la chispa no hay fuego comparable al de esos goles prodigiosos que todos guardamos como oro en paño en nuestra memoria más futbolera. El partido de hoy, sin embargo, empató con este mundo insulso y previsible que estamos habitando últimamente.

sábado, 8 de octubre de 2011

Que se busquen y que se sigan encontrando

De entrada ya les digo que escribir así de alegre es impagable. Después de varios partidos tratando de buscar palabras entre la magua y la decepción, hoy me pongo delante de la pantalla y este texto casi se escribe solo. Y mira que al final de la primera parte la Unión Deportiva parecía el equipo gallego del partido: no sabías si quería subir o bajar la escalera, como cuentan del galaico dubitativo, o lo que es lo mismo: no te quedaba claro si quería ganar o empatar el partido (aunque hubiéramos salido ganadores si el árbitro no le hubiera anulado un gol clarísimo a Vicente Gómez). Enfrente había un equipazo, un Celta que de medio campo hacia delante no tiene nada que envidiar a ningún equipo de Primera. Tampoco nosotros, y esa quizá ha sido la clave del partido. En algunos momentos parecía un encuentro de otra categoría superior, un déjá vú al revés que el de la semana pasada, en este caso rememorando los muchos enfrentamientos entre Las Palmas y el Celta en la máxima categoría. Y eso de equipo o partido de Primera no lo digo yo. En Twitter (¡cuánto nos estamos divirtiendo cada jornada siguiendo los comentarios en #DirectoUD: felicito a la periodista Carmen Zamora por haber acertado el resultado en la porra tuitera), acabo de leer un comentario del periodista canario afincado en Madrid, Nicolás Castellano, en el que decía que en la ETB vasca comentaban durante el partido que Vitolo y Viera son, a todas luces, jugadores de Primera División. ¿Y le quedaba a alguien alguna duda? ¿Que escoran el juego hacia su lado? ¿Y qué? ¿Que a veces se equivocan? Me da lo mismo: que lo sigan intentando y que el talento se junte dónde y cómo le dé la real gana: al final son los futbolistas geniales los que convierten el fútbol en algo más que una sucesión de patadas insulsas. También Cruyff buscaba todo el rato a Sotil, o Brindisi a Morete, o Míchel a Butragueño. Que se busquen, que se sigan buscando, y que en medio se encuentren con gente tan talentosa como Vicente Gómez, Roque Mesa (su debut habría que enmarcarlo; ha sido otra gran noticia en este partido), Artiles, David González, Sergio Suárez y compañía. Seguimos poco contundentes en defensa a la espera de David García, pero así y todo mantuvimos el tipo, sobre todo por la contención en el medio campo de Javi Castellano, otro jugador que se ha consolidado en su puesto. ¡Qué distintas son estas tardes de sábado victoriosas! ¡Qué maravilloso resulta acercarte a la clasificación y enfilar la mirada hacia arriba, hacia donde se cumplen los sueños! Tocó un grande y hemos dado la talla. Solo falta que los jugadores y que la afición se crean de una vez que hay equipo para aspirar a todo lo que queramos. Eso sí, que renueven cuanto antes a Jonathan Viera. Cuanto más lo vean, más ganas tendrán de llevárselo todos esos grandes que le siguen. No hay que entender mucho de fútbol para saber dónde anida el talento.

sábado, 1 de octubre de 2011

Déja vù

A veces el fútbol no es más que una sucesión de partidos repetidos. Si se gana y se juega bien, esa repetición se asemeja al éxtasis casi semanal; pero cuando se pierde y tu equipo se enreda en jugadas previsibles y se empeña en repetir los mismos errores, uno solo espera un milagro para salvarse del desastre, aun sabiendo que los milagros jamás acontecen cuando no se buscan con todas las ganas y cuando en la mente de los que juegan no están bien asentadas las palabras victoria, divertimento y confianza.
He titulado déja vù porque el partido de hoy fue prácticamente idéntico al del Córdoba –por tener tuvo hasta el mismo remate de Javi Guerrero al larguero que luego bota en la raya de la portería- y si me apuran también al del Alcoyano –en aquella ocasión tuvimos la suerte de cara en el último minuto-. Y lo que desespera es comprobar que no se sabe ganar a equipos muy inferiores a la Unión Deportiva. A ver si me entienden, cuando hablo de inferioridad no estoy desmereciendo a los rivales. Todo lo contrario, esos conjuntos han demostrado que tienen oficio y que saben defender y contraatacar de forma organizada y efectiva. Lo que les aleja de Las Palmas es el talento y las posibilidades creativas de sus jugadores. No se puede consentir que un conjunto con un potencial ofensivo que no tienen muchas plantillas de Primera División ande cada semana mirando la hora para ver si da tiempo de que haya un rechace o de que alguien sea capaz de pegar un puntú o de rematar con la nuca o con las costillas. Hoy por lo menos tuvimos opciones de ganar, que no oportunidades. Jugamos con diez jugadores medio partido y contra un rival tocado anímicamente tras el empate amarillo, pero nuestro equipo se está empeñando en borrarse de los partidos en un visto y no visto. Y lo más preocupante es que hoy disponíamos de todo nuestro potencial. Por tanto, creo que urge un cambio de mentalidad inmediata y una necesidad de recuperar la confianza en el talento perdido. Los próximos rivales no serán tan condescendientes y tan conformistas como los que nos han tocado en casa las últimas semanas. O espabilamos o terminaremos dilapidando el optimismo que teníamos todos a principios de temporada. Ya, ya sé que se nos advertía a los soñadores recalcitrantes que lo importante era la salvación y bla, bla, bla. No, lo importante es salir a ganar, a divertirte y a hacer gala de todas tus posibilidades. No nos podemos desmoronar a las primeras de cambio como lo hacemos. Si el Murcia hubiera sido más ambicioso, tras la expulsión de Juampe se hubiera llevado los tres puntos sin problemas. Ni siquiera podemos hablar de mala suerte en los remates como el día del Córdoba. Apenas rematamos, apenas jugamos y apenas nos quedan ganas de hablar de fútbol en todo el fin de semana. Mejor borramos lo de hoy como se borran siempre todas las pesadillas. Sólo deseo no tener que escribir otra semana recordando que pasa el tiempo y que apenas varía el argumento de otros noventa minutos perdidos lastimosamente.