lunes, 15 de diciembre de 2014

Los motivos del optimista

Hay veces en que uno no puede ocultar el optimismo. En la vida cuesta mantener esa bandera ilusionante, aunque no por ello renunciamos a seguir persiguiendo el sueño de ser felices. No hay más filosofía de vida que la búsqueda de esa felicidad cotidiana que te permita desdramatizar lo que no vale la pena o dejar de lado lo que nunca fue tuyo. Solo concibo el fútbol como un atajo que conduce a esa felicidad.
Cuando pierde la Unión Deportiva trato de quitarle importancia al deporte. Solo así pudimos resistir en Segunda B o en esa larga sucesión de fracasos de los últimos años. Pero si gana, o se mantiene en lo más alto de la tabla clasificatoria, entonces sí es verdad que el fútbol vuelve a tener la importancia que tenía en la infancia. Los forofos futboleros no hacemos más que perpetuar nuestra propia infancia. No puedes dejar de ser seguidor del equipo que elegiste a los doce años sin saber la de disgustos y buenos ratos que te quedaban por delante. Unos elegían por las clasificaciones de aquellos años –por eso en mi generación hay tanto seguidor del Bilbao o de la Real Sociedad-, otros por el equipaje que le habían dejado los Reyes y la mayoría elegimos ser de la Unión Deportiva porque no nos quedó más remedio. Uno imita casi siempre al padre o al abuelo, y mi padre y mi abuelo eran amarillos a carta cabal. Y luego estaban los ídolos de aquellos años. Solo tengo que remitirme a la acogida de los argentinos hace unos días para que me entiendan. Yo soy uno de esos que con doce años veía como Brindisi, Morete y compañía ponían patas arriba el Insular. También soy de los mitos, de Silva, de Mujica, de Tonono, de Guedes o de Germán. Gracias a esa iconografía futbolística hemos podido resistir tantos años de decepciones amarillas. Ahora sería estúpido si no estuviera contento. Cada partido suma un punto más en nuestro ya de por sí inquebrantable optimismo. Esto va en serio. La goleada del pasado sábado al Huelva no es el segundo o el tercer partido de la temporada. Está a punto de terminar la primera vuelta y nos mantenemos líderes, y los lunes comienzan de otra manera cuando uno tiene el sueño de Primera casi al alcance de la mano.
Queda mucha Liga, pero ves a un equipo con empaque y con esa solvencia que no tenían los conjuntos de los últimos años. Hay técnica y táctica, ganas y talento. Perdonen que me vuelva niño y optimista. Por lo menos en el fútbol uno encuentra lo que te niega la actualidad con sus siniestros y con todas esas noticias sobre corruptelas e indecentes. La vida es más sencilla de lo que parece. Son las pequeñas alegrías las que logran que vivamos grandes momentos. Ya sé que el fútbol no da de comer ni hace que cambien los derroteros del planeta; pero para los seguidores de la Unión Deportiva Las Palmas el fútbol es ahora mismo un motivo de satisfacción mañanera. No tienen más que fijarse en las caras que se encuentran en Triana o en Las Canteras al día siguiente de ganar un partido. Y eso se acaba contagiando. O por lo menos es lo que uno espera que suceda cuando ganamos. Que llegue el optimismo, aunque sea a través de un balón y de unos cuantos virtuosos que consiguen buenos resultados.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La estela del Maestro

Maestro en Canarias no solo es aquel que enseña. También es quien logra embellecer su propia sombra por donde pasa. Germán Dévora era El Maestro, con artículo determinado porque es imposible que haya otro igual. Cuando el balón pasaba a su lado se detenía el tiempo. Los jugadores que logran que se detenga el tiempo unos segundos entre sus botas son los inmortales. El Maestro, por tanto, es inmortal en el recuerdo de todos los que le vieron jugar alguna vez al fútbol.
Los germanistas aún te paran en medio de la calle para dibujar un escorzo, rememorar un regate o explicar una y mil veces los movimientos de un remate inapelable de Germán Dévora. Ha habido grandísimos jugadores que han vestido de amarillo, pero ninguno lo ha hecho durante tanto tiempo con esa impronta reconocible y añorada del Maestro.
Todo homenaje es más que merecido. Lo ingrato sería no reconocerle su grandeza dentro del campo. Volvamos a parar el tiempo. Cerremos los ojos. Incluso los que no lo vieron jugar nunca, pueden atisbar su imagen imborrable con el número 10 a la espalda. Olía a hierba recién regada cuando uno se adentraba en Fedora. Ya en el calentamiento no podías dejar de mirar cómo controlaba y cómo golpeaba el balón Germán Dévora. Hay un magnetismo que solo pertenece a los seres capaces de trascender mucho más allá del tiempo. Ese balón que golpeaba El Maestro llevaba siempre una estela de magia. Por eso es eterno.

lunes, 10 de noviembre de 2014

La clasificación

En la vida uno sube y baja casi sin darse cuenta. Digamos que forma parte de nuestro camino diario. A veces ni siquiera sabes por qué te encumbra el ánimo y por qué otras te deja aliquebrado y a merced del cansancio o la derrota. No hay nadie que no se salve de una crisis. Tampoco hay nadie que nunca haya ganado. Sí es cierto que hay gente con más mala suerte, como si estuviera pagando algún karma, y otros a los que parece que la vida les sonríe por donde quiera que pasan. Pero al final, con la perspectiva del tiempo, todo se acaba compensando, y si no se compensa tampoco pasa nada. Ganar o perder son verbos tan subjetivos y tan maniqueos que a veces hasta da lo mismo conocer el resultado.
Puestos a elegir todos preferimos estar arriba, sobre todo por si nos llega la pájara y nos toca bajar un par de peldaños. La situación de la Unión Deportiva Las Palmas a estas alturas del campeonato la hubiéramos firmado en cualquier papel blanco hace unas cuantas semanas. Todos queríamos ser optimistas, pero al mismo tiempo teníamos un miedo aterrador a un nuevo fracaso. Ahora juega con nosotros hasta la suerte, aunque la vida también te enseña que la suerte, como dicen los viejos, es para el que se la trabaja. Y este equipo está trabajando con sentido y con esa brújula que tal vez le faltó todas estas últimas temporadas. Recuerdo un cuento de Dino Buzzati en el que el protagonista ve cómo le empiezan a bajar de plantas en un balneario sabiendo que estaba completamente sano. Las plantas determinaban la gravedad de los internos, y a medida que bajaba se iba acercando a los enfermos incurables. Arriba estabas siempre a salvo. Ahora mismo la Unión Deportiva está en esas alturas privilegiadas de la clasificación. Hay que intentar que nadie logre empujarnos hacia abajo en las próximas semanas. De alguna manera también nosotros subimos unos cuantos peldaños en nuestro estado de ánimo cuando llega el lunes y miramos la clasificación con el resto de equipos por debajo.

domingo, 2 de noviembre de 2014

La casa cueva del fútbol

Me contó que cuando era niño y vivía en una casa cueva en Acusa solo le quedaba el fútbol para soñar que tenía ventanas desde las que asomarse al mundo. Su padre encendía un transistor. No tenían ni televisión ni libros, y en invierno la noche se acababa confundiendo con la neblina que ocultaba los barrancos. En medio de la nada recuerda las narraciones de los partidos de Las Palmas. Tiene más o menos mi edad, y cuando le cuento detalles de Brindisi, de Morete o de Carnevali no se cree la mitad de lo que yo recuerdo. Sus partidos eran todavía más grandiosos y más épicos que los que yo vivía en el Estadio Insular a unos pocos metros de donde también se forjaron muchos de mis grandes sueños. Él nunca bajó a la capital a ver jugar a Las Palmas. Tampoco veía Estudio Estadio o Lunes Deportivo. Lo tenía que imaginar todo porque a su casa cueva solo llegaban algunos periódicos amarillentos o pasados de fecha.
Ahora sigue queriendo escuchar los partidos por la radio. Incluso cuando va al estadio prefiere estar atento a lo que cuentan los locutores que a lo que él está viendo en el campo. No es forofo de la Unión Deportiva. Yo creo que no sobreviviría si no existiera el equipo amarillo. Me lo presentó un amigo tras el partido contra el Albacete. Celebrábamos la victoria y esa corazonada de que este año sí que parece que estamos camino del ascenso. Él tenía que regresar a Artenara. Ahora tiene tele, Internet y todo cuanto quiera saber del equipo de su alma; pero dice que no cambia esa inmediatez informativa por aquel eco de la casa cueva cuando su padre conectaba el transistor de pilas y escuchaba la alineación de Las Palmas como si oyera noticias de un mundo irreal y lejano.
Recuerda muchos de aquellos partidos tal como los soñó en Acusa Seca. No creo que nadie haya visto a Carnevali como él lo veía cuando en la radio detallaban la agilidad felina de sus palomitas. Dice que se sentía Brindisi antes de que el centrocampista argentino decidiera la escuadra a la que enviar el balón en cualquiera de aquellos lanzamientos de falta casi imparables. También sintió de cerca las pulsaciones de Morete cuando corría como un potro desbocado. Y me contó cómo era el sonido del balón cuando golpeaba la red y cómo vibraban las vallas cada vez que el delantero argentino se colgaba de ellas entre el delirio del público. No quiere que le confirme si es cierto lo que él soñó que pasaba tantas noches en Fedora. Se le iluminan los ojos y no deja de relatar esa épica de la que no queda pista alguna en You Yube o en los archivos de las teles de entonces. Viene al estadio con una camiseta amarilla como la que vestían los argentinos de aquellos años. En su espalda pone Wolff. Tampoco lo vio jugar nunca; pero me pide que no le cuente nada porque todo lo que yo le diga jamás podrá asemejarse a lo que él soñaba cuando su padre encendía el transistor y aquella casa cueva se llenaba de fútbol, de sueños y de vida.


sábado, 25 de octubre de 2014

El empaque y los equipajes

Desde casa siempre resulta fácil jugar al fútbol. No duelen las patadas ni los balonazos, jamás nos rompen la tibia o el peroné y no hay nadie que maldiga a nuestra madre o que nos saque una tarjeta roja sin que hayamos hecho absolutamente nada. Tampoco hace frío. Nosotros vemos los huecos, los pases imposibles, el escorzo más conveniente para los regates y hasta los segundos exactos que quedan para que todo termine. Los que están en el campo viven otro partido que no tiene nada que ver con el nuestro. Por eso no entendemos muchas veces lo que está pasando. Durante años veíamos cómo Las Palmas acababa casi siempre goleada en los campos pequeños del Norte de España. Hoy pudo haber sido otro de esos días. Empezamos perdiendo con un gol tan accidental como inesperado, uno de esos goles que otras temporadas solo era la antesala de una goleada y de muchos contraataques. Pero eso era antes. Hoy el equipo se repuso, empató, volvió a empatar otra vez cuando la Ponferradina se puso nuevamente con ventaja y no ganó de puro milagro. No encontramos muchas fisuras en este equipo. Ni siquiera cuando lo vemos por la tele. Toca ganar en casa nuevamente para seguir arriba, aunque espero que vistamos el azul y el amarillo que aguardaba la gente de la peña de La Bañeza. No puedo creer que jugáramos con calzón blanco para no coincidir con la Ponferradina. Si es por esa razón, cuando estábamos en Primera teníamos que haber cambiado el equipaje contra casi todos los rivales. Extraña ver a la Unión Deportiva vestida con otras combinaciones que no reconocemos. Alguien me contaba no hace mucho que su padre había perdido buena parte de su memoria, pero que sin embargo jamás olvidaba los colores de la Unión Deportiva Las Palmas. Aunque apenas recuerda su nombre y casi no reconoce a sus hijos y a sus nietos, jamás deja de saltar ante cualquier gol de su equipo. Muchas veces no sabe ni contra quién se enfrenta ni lo que se está jugando, pero desde que reconoce el pantalón azul y la camiseta amarilla espanta al olvido casi tan lejos como al fracaso. Espero que ese hombre haya saltado hoy con los dos golazos de Las Palmas. No hay desmemoria que pueda con las pasiones que se fraguan en la infancia.

domingo, 19 de octubre de 2014

Veinte minutos

Cantaba Víctor Jara que la vida era eterna en cinco minutos. Si le hacemos caso, el fútbol estaría compuesto por muchos tramos de minutos eternos, de partidos dentro de los partidos y de situaciones que solo encontrarían algo de lógica si buscamos semejanzas en la propia vida. Hoy solo pude ver los últimos veinte minutos del encuentro de Las Palmas. Llegué cuando el equipo tenía un jugador menos y con el Numancia buscando el empate. No sé nada más de lo que sucedió antes. A partir de ese momento viví varios tramos de esa supuesta eternidad que defendía el cantautor chileno. Me encontré con un equipo que se mostraba seguro en defensa y que no se descompuso en ningún momento. Está claro que esa eternidad se hubiera hecho insoportable si el Numancia hubiera marcado cuando el balón golpeó en el larguero de Casto. No entró la pelota y seguidamente Las Palmas volvió a certificar un dos a cero contra el Numancia con un golazo de Hernán Santana. Era importante ganar hoy porque la clasificación y la propia temporada está marcada por muchos de esos tramos de cinco minutos que equivaldrían a cinco o seis partidos. En casi todos esos tramos hemos estado en puesto de ascenso, y esta noche, con todo en contra, se ha demostrado que hay equipo, entrenador y afición para subir a Primera División. Lo diremos bajito o lo escribiremos con minúsculas para no romper el hechizo. Yo solo pude ver cuatro tramos de eternidad por la televisión. Después abrí una cerveza, rebusqué en You Tube para volver a escuchar a Víctor Jara recordando a Amanda, y me situé en los días en que oía esa canción y la Unión Deportiva era un equipo asentado en Primera División. La historia de los clubes también se compone de tramos de años muchas veces contradictorios y lejos de toda lógica. Nos queda la ilusión intacta del ascenso que se nos escapó el pasado año. Quizá no era el momento, nos sobraron algunos minutos de juego. Ahora parece que, tramo a tramo, partido a partido, ese sueño está cada día más cerca.

viernes, 17 de octubre de 2014

Retorno a la cordura

No entendía la desatención de muchos entrenadores de los últimos años hacia la Copa. En Inglaterra es casi sagrada, y para la gente de mi generación es la competición en la que más arriba hemos visto a la Unión Deportiva. Y no lo entendía porque encima nos decían que casi se habían dejado ganar para conseguir el ascenso. Y claro, huelga decir que esa martingala, además de incomprensible, fue siempre incierta. Ojalá ascendamos de categoría, pero mientras podemos ir pasando eliminatorias en la Copa, y encima con equipos de Primera. Creo que tenemos jugadores y talento de sobra como para llegar lejos en esa competición. Sería una maravilla plantarnos en las semifinales o en la final. Ya un día llegamos a semifinales estando en Segunda, y a todos nos quedó la magua de aquella eliminatoria ante el Barça de Maradona que, de haber aplicado el valor doble de los goles de la actualidad, nos hubiera colocado en la Final. Y esa hipotética final, claro, también podría servir para curarnos de aquella derrota tan dolorosa ante el mismo club catalán, aunque en ese caso al equipo blaugrana lo manejaba Cruyff desde el mismo terreno de juego. Buscamos el ascenso; pero no por ello tenemos que desdeñar el sueño copero.

domingo, 12 de octubre de 2014

Confianza y talento

Ya jugamos contra el Betis. Y pudimos haber ganado. De hecho, teníamos que estar contando ahora los detalles de una victoria. Con un jugador menos y metidos en su campo el último cuarto de hora: así terminó el equipo que iba a ascender casi por decreto al principio de temporada. Los pesimistas dirán que hemos sacado solo dos puntos de los últimos nueve; pero los que queremos ver todo con los ojos del ascenso tenemos claro que la Unión Deportiva ha demostrado más empaque y mucho más recorrido que el Sporting y el Betis. Yo creo que los jugadores amarillos se han dado cuenta hoy de que el ascenso solo depende de sus ganas y de que espanten de una vez todos los complejos. No hay rival que marque diferencias. Todos irán subiendo y bajando a lo largo de los meses. Lo que me tranquiliza es la solidez defensiva de Las Palmas. Ya luego, de medio campo hacia delante, hay talento de sobra; pero todos estos años ese talento quedaba en nada cuando llegaban a nuestra área. Ahora solo hay que estirar la mano un poco más para alcanzar lo que deseamos. Ya no veo aquellos horizontes inalcanzables de otras temporadas. Seguimos en los puestos altos de la clasificación. Urge una victoria el domingo contra el Numancia. Lo sabemos los aficionados y lo tienen claro los directivos y el cuerpo técnico. Ahora solo falta que los jugadores se convenzan de una vez por todas de que el ascenso depende por completo de ellos. Todo pasa por la confianza y y el talento. De lo segundo andamos sobrados. La confianza, en cambio, solo se gana con el tiempo. Lo mismo que la suerte.



sábado, 4 de octubre de 2014

Funambulismo

Nunca debes aguardar el paso del cadáver de un enemigo delante de tu puerta. Es probable que con el tiempo ni siquiera recuerdes por qué lo maldecías. Y si finalmente pasa y aún se mantenía viva la venganza tampoco habrás ganado mucho porque más tarde o más temprano tú irás por el mismo camino. Pero este enredo tiene poco que ver con el fútbol. Aun con el paso de muchos años, casi todo se acaba poniendo en su sitio. En el caso del Sporting ni siquiera ha pasado media temporada para que nos devolvieran más o menos lo mismo que le hicimos nosotros el pasado año. Cuando jugamos contra ellos en Liga y en nuestro campo fallaron dos ocasiones casi calcadas a la que hoy tuvo Héctor Figueroa para darle la vuelta al partido. También, si nos remontamos a la promoción, el portero del Sporting, cuyo fallo fue clave en aquella victoria final de Las Palmas, hoy realizó uno de esos paradones que se quedan grabados en las retinas futbolísticas. Hace unos meses, ese mismo portero tendría pesadillas cada vez que visualizaba una camiseta amarilla.
Podemos hablar de poco fútbol y mucha Liga Adelante, esto es, de un partido embarullado y sin belleza que solo se sostiene en la incertidumbre del resultado. Por lo menos no caímos derrotados; pero si nos hubiera acompañado la suerte ahora mismo estaríamos celebrando otra victoria épica. Toca apretar los dientes y mirar hacia delante, en este caso hacia Heliópolis si queremos seguir estando arriba. Estamos en medio de un montón de equipos que sueñan con lo mismo. No es este el mismo Sporting del pasado año. No lo veo al final de temporada luchando por el ascenso; pero si tenemos en cuenta que la temporada pasada el campeón fue el Eibar, cualquier vaticinio puede ser tan desastroso como atrevido. Los más optimistas contábamos hoy con cinco puntos más en la clasificación. La realidad nos ha hecho bajar a la Tierra. Esto es largo, tan largo como esa suerte que va y viene logrando equilibrios que parecían imposibles. En estos casos necesitamos un equipo y una afición funambulista. El alambre parece ser nuestro único sino desde que se fueron Germán y Brindisi.

domingo, 28 de septiembre de 2014

El déjà vu de los naufragios

Todo parecía dispuesto para que fuera un gran día de fiesta. Teníamos el mantel, la cubertería, un vino excelente y el mejor de los condumios; pero alguien se olvidó de controlar el fuego y de aderezar correctamente los platos. Y encima no llegaron todos los invitados que estábamos esperando. Esa comida que presumíamos pantagruélica y deliciosa nos ha dejado con una comezón en el estómago que no arregla ni la mejor agua guisada de nuestras abuelas. Hoy perdimos de la peor manera posible: por la mañana, contra el Tenerife y jugando pésimamente al fútbol.
Una derrota matinal te deja más descolocado que las que sufres a última hora de la tarde o de la noche. Ya andas todo el día como paloma sin nidal y escuchando las crónicas improvisadas donde quiera que te muevas. Caer derrotados contra el Tenerife duele más que hacerlo contra el Osasuna, el Real Madrid o el Celtics de Glasgow, y si además pierdes viendo cómo los jugadores de ellos se multiplican por todo el campo la cosa pinta todavía más negra. Jugamos sin criterio, sin confianza, sin personalidad y sin cabeza. Todo empezó siendo totalmente distinto al pasado año. Metimos un golazo tras una gran jugada de Araujo que centró para que Nauzet dejara pasar el balón y Momo rematara de manera impecable; pero de repente, cuando creíamos que íbamos a ganar cuatro a cero, metimos al Tenerife en el partido tras un saque de corner. Hasta hoy no había visto fisuras en los planteamientos de Herrera; pero contra el Tenerife creo que se precipitó en los cambios. Y no solo eso: no entiendo cómo teniendo el criterio, la maestría y la pausa de Valerón a su disposición decidió dejarlo en el banquillo para quedarse a merced del músculo de Vitolo, de Cristo Martín o de Aridane.
El Tenerife nos ganó por coraje, por empuje y por esa inercia que siempre prodiga la confianza si la suerte está de tu lado. Casi no rematamos a puerta en la segunda parte y corríamos por el campo como pollos sin cabeza. Tenía que llegar la primera derrota; pero ya digo que este era el peor de los escenarios, y encima apareciendo la sombra del malhadado Uli Dávila. Ahora volveremos a los tópicos del borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada; pero sí han pasado cosas y el entrenador tiene una semana por delante para que los jugadores vuelvan a jugar con la confianza con la que venían ganando. Llega el Sporting y hay que demostrar que lo del Heliodoro fue un accidente, un despiste o uno de esos días en que decidimos hacernos el harakiri.
Vi el partido en la terraza de La Boheme, en el Monopol, rodeado de decenas de aficionados que abarrotaban el espacio con camisetas y bufandas amarillas. El gol que metió Momo resonó como si hubiéramos marcado en la final de Champions; pero ese eco se fue apagando poco a poco a medida que pasaban los minutos. A la una de la tarde, y con un solajero que rajaba las piedras, nos mirábamos unos a otros sin saber adónde ir. Delante de nosotros pasaban los bueyes y los parranderos de la Romería del Rosario; pero la romería estaba más para malagueñas que para isas, folías o saltonas. Lo único que se escuchaba era el nombre de Valerón por todas partes. Faltaba criterio, mesura y clarividencia, y el de Arguineguín solo aparecía en la tele con un peto naranja. El caviar estaba escondido al fondo de la casa, y el mejor vino, y la cubertería de plata. Esperemos que lo podamos disfrutar en otra fiesta. Toca levantarse, pero te quedas con una magua tremenda sabiendo que tenías argumentos de sobra para cambiar el guion de todos los años, esta sensación de déjù vu que dejan siempre todos los naufragios.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Los milagros inesperados

Hace unos meses, saliendo del estadio de Gran Canaria, se le apareció una especie de ángel a un hombre apesadumbrado con una bufanda amarilla.
-Pídeme un milagro
-¡Estoy yo para milagros! Hace un rato te hubiera pedido que el remate del Córdoba hubiera golpeado en el palo o que hubieras impedido que saltaran decenas de energúmenos al campo; pero ahora, como casi siempre, los milagros llegan tarde.
-Ya eso pasó, si quieres la temporada que viene subo al equipo a Primera.
-Has tenido muchos años para hacer eso. Lo primero es meter goles y evitar que nos los metan. Pero no me hables del año que viene porque ni siquiera sé si voy a venir al estadio.

Todo aquello se olvidó, y esta temporada más de catorce mil aficionados se hicieron socios de Las Palmas. También llegó un argentino. Los grandes ídolos de ese aficionado que renovó su abono fueron los argentinos de los años setenta que vistieron de amarillo. Siempre que le preguntas algo de fútbol el subconsciente le remite una y otra vez a Carnevali, a Wolf, a Brindisi y a Morete. No ha vuelto a tropezarse con aquel ángel, pero cada vez que la Unión Deportiva marca un gol le lanza un guiño desde la grada. Es imposible que aparezca un delantero como Araujo si no hay un milagro o un ángel por medio. Casi todo lo que toca lo convierte en gol, que es algo que en el fútbol vale más que el oro o que cualquier potosí que nos pongan delante. Pero un fenónemo necesita un equipazo a su alrededor, si no es probable que se quede en el mismo camino en el que se quedaron tantos jugadores de esta isla por no disponer de ese conjunto adecuado y, sobre todo, de un entrenador que supiera de fútbol y de lo que acontece fuera del campo. El partido ante el Alcorcón se parece a aquel encuentro en el que descubrimos a Jonathan Viera y a Vitolo, pero la solidez de este equipo no tiene nada que ver con el empaque y la seguridad defensiva que ha logrado Paco Herrera. Ya sé que tiendo a ser optimista desde que ganamos un par de partidos seguidos. La vida no sería habitable si uno no intentara ser optimista desde que sale de la cama. El fútbol se parece mucho a la vida y nos enseña que las decepciones son como esas borrascas que siempre terminan pasando. No sé si todo esto tendrá algo que ver con el encuentro que tuvo aquel aficionado con un ángel. Los ángeles también aparecen cuando los buscamos. O un día se presentan vestidos con los colores de tu equipo y casi tienes que pellizcarte para saber que no es un sueño lo que estás mirando. Ha habido muchas apariciones así de fulgurantes en la historia de la Unión Deportiva; pero hacía muchos años que no llegaban, o que si llegaban se apagaban en un par de jornadas o con los primeros elogios. Lo de Araujo es otra historia, lo mismo que lo de Nauzet, Valerón, Momo, David Simón o Javi Castellano. Muchos de ellos lo perdieron todo hace un par de meses. También a nosotros nos quebró el alma aquella panda de desalmados que saltó al campo; pero ya dijimos entonces que no estábamos dispuestos a que nos ganaran. A los bárbaros se les derrota con belleza y con inteligencia, o con goles como los que se marcaron anoche en el estadio de Gran Canaria. Que no nos despierte nadie de este sueño. Y que los ángeles sigan vistiendo de amarillo durante muchos años.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Que siga la fiesta

En la primera parte casi miré más hacia el cielo azul de Santander que hacia el terreno de juego. Fue algo lógico si tenemos en cuenta que hubo casi cuarenta faltas y que el fútbol parecía un remedo de un partido de las Cinco Naciones. El Racing se defendió con toda clase de faltas y de interrupciones, y aun así logró un gol que casi nos cuesta el partido. Pero eso era antes. Ahora ves que el equipo no se desmorona en ningún momento, que no es aquel conjunto de personalidades contrariadas que se venían abajo con el primer gol en contra. Fuimos verticales, ambiciosos y, sobre todo, coherentes, con un Valerón que parece que está todo el tiempo dirigiendo una orquesta sinfónica. Y luego, claro, está ese delantero que parece un híbrido de Saviola y del Chino Recoba. Lo de Araujo son palabras mayores. Presientes el gol desde que recibe un balón en el centro del campo. Marcó el primero y el segundo, que marcó Ángel casi cuando el partido estaba terminando, solo era una cuestión de tiempo. Esto es va en serio. Que siga la fiesta y que nos dure la tortícolis por tener que seguir mirando hacia arriba todo el rato.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Un equipo ganador y copero

La victoria también termina siendo una costumbre. Aquellos que ganan habitualmente ya salen al campo con la mitad de los puntos conseguidos. Al final es el deseo y la inercia de la propia victoria la que termina condicionando hasta los entrenamientos. En los dos últimos partidos de Las Palmas uno tenía la impresión de que más tarde o más temprano llegarían los goles. Si está Araújo cerca del área ya sabes que esa intuición se terminará cumpliendo incluso antes de lo esperado, pero creo que en estos momentos da lo mismo quien se enfunde la camiseta amarilla. En las últimas temporadas presentíamos las derrotas antes de que llegaran -incluso el día del varapalo ante el Córdoba la mayoría de nosotros ya estaba anticipando ese gol que llegó cuando casi teníamos el sueño en la mano-. Este año también perderemos algunos partidos, pero creo que con un entrenador como Paco Herrera es muy difícil que un conjunto se acostumbre a ese sino descarnado que deja siempre cualquier fracaso. De momento estamos casi en lo más alto de la clasificación y seguimos adelante en la Copa. Este equipo, tan vertical, y con una plantilla amplia y con tanto talento, también está llamado a ser copero. Tiempo al tiempo.

domingo, 31 de agosto de 2014

La perspectiva

Un empate fuera nunca es un mal resultado, aunque a la hora de la verdad los empates valen igual fuera que dentro de tu propia casa. Sumas un punto y nunca sabes cuánto puede dar de sí un punto a final de temporada. El Mallorca, además, no es el Llagostera, aun sin llegar a ser el equipazo que fue hasta hace pocas temporadas. Las Palmas pudo haber ganado perfectamente este partido, pero me quedo con el final, con esa actitud inquebrantable a la hora de buscar la portería contraria. No era un final de Liga. Queda toda la temporada por delante; pero si un equipo, jugando fuera de casa, busca la victoria a toda costa en el minuto noventa, uno, si es seguidor de ese conjunto, duerme más tranquilo, o por lo menos sabe que los jugadores seguirán jugando dentro de una semana con esa intención y con las mismas ganas de lograr una victoria. Vale que hay otros equipos, sobre todo Betis y Sporting, que se pueden ir distanciando. Yo no me obcecaría con ellos. Más tarde o más temprano tendrán sus baches. Lo que vale es que Las Palmas no pierde la actitud que ha demostrado hoy hasta el último segundo. La primera parte jugó de maravilla y pudo haber sentenciado pero, como sucede casi siempre cuando te marcan un gol al filo del descanso, lo psicológico juega y parece como si te cambiaran el guion de repente. En la segunda mitad se tiró de oficio, pero no se vino el equipo abajo como sucedía en otras temporadas. Si se gana en casa la próxima semana, la Unión Deportiva se pondría con siete puntos en tres partidos. Creo que esa es la perspectiva que tenemos que mirar para valorar este empate. Sigo pensando que hay equipo y planteamiento para que por fin podamos tomarnos esta competición en serio. El próximo domingo puede ser clave para marcar distancias y para generar esa confianza necesaria que nos mantenga en los primeros puestos de una Liga ciertamente competitiva y complicada.

domingo, 24 de agosto de 2014

Genialidad y estrategia

No era un espejismo ni un sueño de una noche de verano. No encontramos muchos trazos poéticos en el juego, pero sí la intensidad, la verticalidad y la estrategia necesaria para salir de los desiertos en los que llevamos dando vueltas hace ya demasiado tiempo. La victoria también es bella, y en medio del pragmatismo queda espacio para la lírica y para la improvisación de la belleza. Hay muchos estilistas en el campo, pero esta vez no corrían sin sentido, ni regateaban donde no se resuelve absolutamente nada. Muchos dirán que el Llagostera no es un rival para medir fuerzas, pero eran justamente esos rivales los más que nos complicaban la vida en las últimas temporadas. Y lo hacían porque el equipo saltaba al campo sin intensidad y sin tener en cuenta que los tres puntos eran igual de importantes que cuando nos enfrentábamos a un equipo de campanillas. Esto no es más que el comienzo. Y en esa practicidad inicial ni siquiera hubo espacio para que Valerón luciera por lo menos un rato. La temporada es larga y el entrenador creo que sabe lo que está haciendo. Me quedo con la actitud de todos los jugadores, tanto en el terreno de juego como en el banquillo. No pasará este partido a los anales de la historia amarilla, pero quizá en unos meses podremos decir que todo comenzó con el Llagostera. Y luego está Sergio Araujo. Y ese golazo por toda la escuadra. Nos faltaba ese jugador que parece clonado con Saviola y Jonathan Viera. Si tienes actitud, una plantilla talentosa y bien plantada y, además, un fenómeno que te resuelve los partidos con dos regates o un tiro a puerta casi imparable cuentas con los mimbres necesarios para poder llegar adonde quieras. Esto es muy largo, pero creo que esta vez sí se está transitando por el camino correcto.

viernes, 22 de agosto de 2014

Principios y finales

Todo principio es siempre un desafío. Nunca sabemos adónde vamos a terminar llegando, ni tampoco qué es lo que nos deparará ese destino siempre tan veleidoso y tan inesperado. En el fútbol, como en la vida, todo depende del esfuerzo, de la preparación y de los planteamientos que se vayan haciendo. Luego está claro que también juega la suerte; pero en una Liga creo que la suerte tiene poco que decir cuando se ha ido caminando paso a paso sin perder de vista el norte y sin cegarnos con lo inmediato. Los últimos principios de la Unión Deportiva no han sido precisamente halagüeños, y cuando no se navega con soltura desde el comienzo resulta más complicado controlar las travesías y los manejos del juego. La confianza es esencial en todo lo que hacemos. Si se empieza ganando y jugando con criterio lo más probable es que nadie nos pare antes de llegar a la ansiada meta del ascenso.
Lo que va llegando de la Unión Deportiva de esta temporada invita al optimismo. Se está jugando de manera más efectiva y vertical y el grupo que comenzó a gestarse el pasado año se presenta ahora mucho más consolidado. Queda por ver qué sucede en la portería, aunque las veces que vi jugar a Raúl Lizoain me gustó la seguridad que transmitía y su estampa de portero a lo Iríbar, sobre todo por la sobriedad de sus movimientos y por sus reflejos. Creo que el nuevo entrenador sabe mucho de fútbol, o más concretamente de ese otro fútbol que se juega en Segunda División y que nada tiene que ver con las preciosuras o las técnicas que quisiéramos ver desde que el balón rueda por el césped. No se trata de ganar a toda costa; pero sin seguridad defensiva y sin tirar a puerta no se va a ningún lado ni en Segunda, ni en la Premier, ni en Preferente.
Contamos con Valerón, y eso son palabras mayores y un motivo más que suficiente para sacar el carné de abonado, aunque luego hay que tener en cuenta los trazos de los finales. Para los que escribimos, los finales no son más que una consecuencia de los principios una vez ha transcurrido la trama y vamos desenredando todos los misterios del argumento. A nosotros nos tocó el pasado año un final que no se recoge ni en las más angustiosas tragedias griegas; pero lo que sucedió tuvo que ver precisamente con un mal principio y con una trama en la que perdimos muchas veces el norte de lo que teníamos que hacer para no extraviarnos. Luego llegaron las prisas y las promociones, y en esos casos sí es cierto que uno queda más a merced de la suerte que en una final de Copa o que en una tanda de penaltis. Antes de escribir, también tenemos que ir buscando las historias; y para ello nos nutrimos con todo lo que escuchamos, con lo que vemos y con lo que creemos que puede pasar a formar parte de un buen argumento. Realmente uno escribe cuando no está escribiendo, lo mismo que un equipo gana cuando no sabe siquiera contra qué rival se va a terminar jugando el ascenso. Para eso están las pretemporadas y las planificaciones previas, la confección de una plantilla equilibrada, el carácter de los jugadores y la preparación física y táctica. Ya luego, al saltar al campo, se recoge todo ese trabajo previo casi sin que el jugador se dé cuenta. En ese sentido creo que este año Las Palmas va por buen camino. No sabemos qué sucederá en junio. Nadie lo sabe. Pero de lo que hagamos en agosto dependerá buena parte de la temporada.
No falló la afición. Ya eso lo sabíamos todos los que estábamos en el Gran Canaria el día del ascenso del Córdoba. Sin decirnos nada, nos mirábamos unos a otros estupefactos, como el día del primer descenso a Segunda contra el Athletic de Bilbao. Recuerdo las mismas lágrimas y el mismo desencanto; pero al mismo tiempo quiero unir la reacción de entonces con la de ahora. Creo que puede suceder lo mismo. No permitiremos que cuatro gamberros nos vuelvan a aguar la fiesta. Somos muchos más que ellos y tenemos un vínculo de unión con el equipo que ha estado a prueba muchísimas veces. La afición jamás le ha fallado a la Unión Deportiva Las Palmas. En medio de una crisis virulenta y de unas duras condiciones económicas ya se superan los doce mil socios. Ya solo por eso, los jugadores deben salir en cada partido como si se estuvieran jugando la vida. Los finales, como decía al comienzo, no son más que corolarios de lo que se ha ido sembrando desde el primer entrenamiento. Aquellos que ya no están y que se quedaron a punto de celebrar el ascenso se merecen esa justicia poética. Me acuerdo de un amigo de mi padre fallecido en Guía recientemente que nunca se perdía un partido de Las Palmas cuando jugaba en casa. Se llamaba Juan Padrón León y estuvo en el estadio aquella malhadada tarde contra el Córdoba. Estoy seguro de que también estará por algún lugar del Gran Canaria si finalmente logramos festejar el ascenso. Va por ellos.

domingo, 22 de junio de 2014

Hasta que llegaron ellos

La suerte ya está escrita cuando nosotros ni siquiera imaginamos lo que vamos a encontrar unos pasos más adelante. Los días en que te juegas algo importante estás más atento a las premoniciones y a las casualidades. Hace unas horas, antes de que empezara el partido de la Unión Deportiva, volví a vivir uno de esos días en los que la infancia se presenta con la misma ilusión y las mismas ganas que cuando tenía ocho o diez años; pero eso fue hace un rato: después lo de menos fue el resultado.
No recuerdo un final de partido más triste y desolador que el de hoy. Ni el día del descenso ante el Bilbao, ni cuando perdimos la final de Copa, ni aquellos penaltis que nos eliminaron ante el Barça de Maradona. Lo de ayer no tiene comparación porque fuimos nosotros mismos los que perdimos la batalla. Y ahora lo que menos me apetece es escribir de fútbol. Ya dije al principio que juega la suerte, y que a veces no puedes hacer nada cuando te vienen mal dadas. La Unión Deportiva estaba en Primera hasta que aparecieron ellos; pero esas hordas de gamberros no nacen por generación espontánea. Llevan años campando a sus anchas sin que hagamos nada. Nos hemos cargado la educación y sin educación no hay futuro posible para ninguna sociedad. Hoy nos hemos visto ante nuestro propio espejo. Ya los habíamos visto cuando mataron a Iván Robaina; pero ni siquiera bastó aquella muerte para que reaccionáramos. No se les puede controlar porque durante años nadie les ha enseñado absolutamente nada.
Yo iba a contar que fui al estadio con mi padre y que ahora tengo más edad que la que tenía él cuando me llevaba de la mano. También nos acompañaba mi abuelo en los primeros años. Mi abuelo, en los años cincuenta, venía de Guía con una caja de palomas mensajeras que mandaba para el pueblo cuando no había carruseles deportivos. Anillaba las palomas con los hechos más relevantes y con los goles que se conseguían o que se encajaban. Mi padre las recibía en la azotea de la casa con medio pueblo aguardando expectante en la calle. Ayer, cuando Germán y Martín I soltaron las palomas mensajeras, me acordé de mi abuelo. Mi padre es ahora el abuelo de mi hija, y yo estaba deseando llevar a mi hija al estadio con Las Palmas en Primera y de la mano de su abuelo; pero ellos evitaron que se repitiera la historia. Da igual lo que pasara en el campo. Lo que importaba estaba sucediendo fuera del rectángulo de juego.
De niño veníamos de Guía en un Peugeot 404. Lo conducían René del Pino o Manuel Moreno. Se juntaban nuestros padres y los hijos íbamos en el asiento trasero deseando ver de cerca a Cruyff, a Kempes o a Netzer. No había vallas, pero a ninguno de nosotros se nos ocurría saltar al césped. Ganábamos muchas veces, y la salida por la bocana del Insular la recuerdo como uno de los momentos más inolvidables de mi infancia. Todo olía a césped y a unos metros de nosotros el amarillo brillaba como mismo lo hacía ayer por todas partes. Al principio del partido agité mi vieja bufanda y casi llegué a reconocer los lejanos acordes de la corneta de Fernando el Bandera. También me acordé de mi abuelo. Me abracé a mi padre cuando la Unión Deportiva marcó el primer gol del partido. Los últimos veinte minutos estuve al borde del infarto. Jamás he pasado tantos nervios viendo un partido de fútbol. Cuando yo era niño recuerdo que tranquilizaba a mi padre porque me daban miedo las camillas en las que sacaban en cada encuentro a los infartados. Ayer era él quien me decía que estuviera tranquilo porque subiríamos a Primera. Mi padre, que ahora tiene setenta y cinco años, no contaba con los energúmenos que matan sueños y alientan la violencia por donde quiera que pasan. Nunca había tenía miedo saliendo de un partido de Las Palmas en Gran Canaria. Ayer lo tuve. Por mi padre. Porque no podía correr y veía salvajes tatuados gritando y corriendo por todas partes. El día más triste, sin duda, de los muchos años que llevo viendo fútbol para no perder nunca el rastro más festivo de la infancia. Lo de menos fue el resultado. Los bárbaros, una vez más, aparecieron para pisotear todos nuestros sueños. Felicito al Córdoba por el ascenso. Como en la Lucha Canaria alzo el brazo del rival y reconozco su victoria. Lo de menos es que fueran mejores. Nosotros éramos los mejores hasta que llegaron ellos.

miércoles, 18 de junio de 2014

Lo que queda es sueño

La verdad es que si me dieran elegir siempre me decantaría por el Sporting de Gijón. Es como si a España le dieran a elegir un país contra el que enfrentarse y no optara sobre la marcha por Dinamarca. Ya sé que no se puede creer en metafísicas o en supersticiones cuando hablamos de fútbol, pero está claro que hay rivales con los que uno se siente más tranquilo de antemano. Ojalá España pudiera jugar el próximo partido con los de la patria de Simonsen y Laudrup antes que con los de la garra que estilan los compatriotas de Koke Contreras y de Iván Zamorano.
Después de un final de temporada nefasto, a la Unión Deportiva casi se le apareció la Virgen con el Sporting. Vale que era el rival con más empaque y con más solera; pero todos presentíamos que la suerte volvería a estar otra vez de nuestro lado. El fútbol tiene esas curas repentinas, y lo de Holanda se curó con la euforia del Molinón tras el gol de Asdrúbal y todo lo que eso supone ahora mismo para quienes llevamos más de una década de desencantos amarillos. En ese mismo estadio, cuando era niño, recuerdo una Semana Santa saltando por las calles de mi pueblo cuando Las Palmas se clasificó para la final de Copa ante el gran Sporting de Quini, Morán o Enzo Ferrero. Claro que nosotros entonces teníamos a Carnevali, Felipe, Brindisi o Morete. Gracias a aquellos tiempos, y a los anteriores de Silva y Mujica, o de Germán, Tonono y Guedes, hemos podido aguantar la intemperie futbolística de todos estos años.
Ahora nos quedan dos partidos para poder regresar a Primera. Creo que no nos podrá detener nadie. Tenemos a Valerón, y eso son palabras mayores cuando, además, se junta un grupo de jugadores experimentados a los que solo les faltaba confiar más en su talento y en su profesionalidad que en esos focos de la noche que tantas veces atontan y acaban con los que podían haber llegado a lo más alto. La afición amarilla decidirá más de media eliminatoria. El próximo domingo lo aguardamos como aquellos festivos que no nos dejaban dormir desde muchos días antes. Va por todos los que se fueron sin volver a reconocer a la Unión Deportiva en las clasificaciones donde juegan los grandes. Si todo va bien este año volveremos a estar donde los de mi generación nos acostumbramos a buscar a Las Palmas desde que nacimos hasta que casi cumplimos los dieciocho años. Por eso hemos aguantado pacientemente todo este tiempo. Nos nutríamos de la memoria y de la épica de antaño. Esa misma historia es la que debe empujar a los jugadores para que el ascenso no vuelva a pasar nuevamente de largo.
Ciento ochenta minutos, así sumados de un uno en uno como decía el poeta, casi parecen interminables; pero estamos deseando que lleguen cuanto antes. Llevábamos mucho esperando por ellos. Lo que queda es sueño. Y este sueño no podemos dejar que se nos vuelva a escapar de las manos.





sábado, 14 de junio de 2014

Cruzando los dedos

Mañana en El Molinón nos jugamos nuestro Mundial y casi todas nuestras esperanzas futboleras de los últimos años. Nunca hemos tenido tan cerca el ascenso como ahora. No nos queda otra que confiar en este equipo. No olviden que es el equipo en el que está jugando Juan Carlos Valerón. Los que están en el otro lado del campo lo saben. Nosotros nunca deberíamos olvidarlo. Y junto a Valerón hay una serie de jugadores con calidad y con una trayectoria que les ha llevado, en muchos casos, a jugar algunos años en Primera División. Están acostumbrados a jugar partidos como el de mañana o como la otra final que encontraremos si pasamos esta eliminatoria. Ahora solo queda cruzar los dedos y confiar en la suerte y en el trabajo. Tras la debacle de España, todos nos agarramos a lo más cercano para seguir creyendo en el fútbol como algo más que un juego en el que todos corren detrás de un balón que casi siempre termina haciendo lo que le da la gana.

sábado, 10 de mayo de 2014

Doble o nada

Eduardo Galeano cuenta que para el hincha fanático el placer no está en la victoria del propio club sino en la derrota del otro. El escritor uruguayo sabe de lo que habla porque vive como nadie uno de esos duelos apasionantes y enconados cada vez que se enfrentan Peñarol y Nacional en Montevideo. Todo hincha del Tenerife y de la Unión Deportiva lo primero que hace cuando acaba la jornada es comprobar cómo ha quedado su equipo casi al mismo tiempo que mira disimuladamente el resultado del otro. Siempre nos traiciona el subconsciente más o menos fanático y, por más que digan los políticamente correctos, la derrota del rival genera casi tanta alegría como la victoria propia. Si no fuera por esos posicionamientos el fútbol sería aburrido y casi me atrevería a decir que no tendría ningún sentido.
Uno no sabe cómo se hace seguidor de un equipo que no es de su tierra. Unas veces es el azar y otras el paso de un jugador que fue el ídolo de nuestra infancia o cualquiera de esas modas que van cambiando el orden de ganadores y derrotados cada cierto tiempo. Pero ese sería el añadido, el otro, el que se elige. Luego está el que nos toca, y ese es realmente el importante y el que nos quita el sueño. En el caso de casi todos los grancanarios ese equipo es la Unión Deportiva Las Palmas, y el inevitable contrario es el Club Deportivo Tenerife. Mi generación, además, vivió el final de Germán o Tonono y el comienzo de Brindisi, Carnevali, Felipe o Morete. En aquellos años no había duelos directos porque había un abismo que separaba a ambos conjuntos y porque casi todos los mejores jugadores de Tenerife acababan jugando en Las Palmas. Luego se viraron las tornas y fueron los blanquiazules los que vivieron sus días de gloria mientras nosotros penábamos en aquel malhadado purgatorio de la Segunda División B. Ahora llegamos casi a la par al mismo sitio y miramos hacia la misma meta, y además con alineaciones en las que suenan muchos nombres canarios. Esta noche se juega al doble o nada. No solo ganamos sino que además derrotamos a nuestro gran rival. Miel sobre hojuelas. Lo más fetén. Lo que todo aficionado, fanático o no, desea con todas sus fuerzas. A estas horas no nos planteamos la palabra derrota. Ni siquiera nos vale el empate. Este partido, además, tendrá el sello de Juan Carlos Valerón, que es el jugador que todos querríamos haber sido, un ejemplo a seguir, el que marcará buena parte de lo que acontezca esta noche en el Gran Canaria.
No sé si son cosas mías, pero no veo en el fútbol de hoy la pasión que uno encontraba en los aficionados cuando iba de niño al Insular. Raro era el partido en el que no veías a los de la camilla sacar a alguien infartado de las gradas; pero es que lo mismo sucedía en los duelos del norte de la isla entre el Guía y el Unión Moral de Gáldar. Ahora nos hemos distanciado un poco y somos espectadores un poco más asépticos. No digo que nos pongamos a gritar como orates desenfrenados, pero en aquellos enfrentamientos mirabas a los ojos de los aficionados y veías en ellos el reflejo de algo más que un balón o unos colores. En aquellas miradas había una épica que hoy hemos perdido con tanta televisión y tanta saturación de información deportiva. En partidos como el de esta noche sí es cierto que reaparece ese brillo en las miradas y que uno encuentra, a medida que se acerca a la entrada del estadio, la misma tensión y las mismas sensaciones que cuando nos asomábamos al graderío del viejo Fedora y escuchábamos el eco de la trompeta de Fernando el Bandera entre el runrún de quienes presentían que estaban a punto de vivir un espectáculo inolvidable.
Que empiece la fiesta cuanto antes. La vida dura a veces lo que dura un partido de fútbol. Ya luego habrá tiempo de volver a la rutina. El poeta Fernando Pessoa decía que el Tajo era un río más grande e importante que el que pasaba por su pueblo; pero que el río que pasaba por su pueblo era para él más importante que el Tajo y que cualquier otro gran río del mundo precisamente porque pasaba por su pueblo. Podrá haber otros derbis y podrán decir que mueven más pasiones o más aficionados; pero para los canarios ningún partido es tan importante como este porque es en el que se encuentra el equipo que siempre queremos que gane con el que queremos que siempre pierda.

Este artículo ha sido publicado hoy en Canarias 7

domingo, 30 de marzo de 2014

La suerte que faltaba

Hay días en los que uno intuye, casi desde que sale de la cama, lo que luego le termina sucediendo. No sabes qué pasará; pero sí llegas a presentir las alegrías o alguna malhadada desgracia. En el fútbol pasa un poco lo mismo. Si comienza el partido y ves que el equipo contrario falla una ocasión sin portero y con el jugador a un metro de la portería ya casi asumes que tu equipo ha amanecido poco menos que protegido por las estrellas. Nadie regaló nada esta mañana en el Gran Canaria, y si subimos a Primera podríamos decir que veremos muchos partidos como este.
Pudo ganar cualquiera de los dos equipos; pero venció el que contó con la suerte, con un porterazo casi imbatible y con un grupo de jugadores que se mueve por el campo al compás del primer pase de alguien que dignifica este deporte cada vez que el balón pasa a su lado. Barbosa, Valerón, Momo, Asdrúbal, Massoud, Aranda, los hermanos Castellano…Había nombres y ahora hay jugadores comprometidos que por fin se creen lo bien que saben jugar al fútbol cuando quieren. Y además jugó la suerte, pero para tenerla hay que arriesgar y seguir insistiendo como si nada hubiera pasado cuando vienen mal dadas. Estamos donde queríamos. El ascenso directo está casi a tiro de piedra. No puede haber otra meta en estos momentos. La promoción es una lotería, y ahí la suerte ya termina claudicando ante los nervios. Tenemos que salir a ganar en Alcorcón y llenar el Gran Canaria en el próximo partido en casa. Yo creo que esa suerte que hoy encontramos, y que nos fue tan esquiva en otros encuentros, también cede ante el estruendo y la felicidad de tanta gente con ganas de celebrar un ascenso. Me quedo con las caras de los aficionados que salían hoy del estadio. Esta isla hace tiempo que se merece una gran alegría futbolera. Es verdad que nos conformamos con poco; pero solo nosotros sabemos el calvario que hemos vivido durante años de fútbol insulso y desastroso. Pensar en el Madrid, en el Barça o en el Atleti casi nos devuelve a la noche de Reyes. Y esta vez sí que parece que por fin puede dejar de ser un sueño.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Giuliano

Hay mil formas de llegar donde uno quiere y ninguna de ellas está inventada. Ayer encontré un álbum de estampas de fútbol de la temporada 1977/78. Alguien lo había tirado al mismo contenedor en el que yo deposito la basura cada día. Reconocí inmediatamente la portada. Estaban todas las estampas. También la de Giuliano. Yo estuve coleccionando esos cromos durante muchas semanas. Compraba, cambiaba, jugaba al estampío y poco a poco logré ir completando las fotos de todos mis ídolos junto a los últimos fichajes que aparecían siempre en las páginas finales. Solo me faltaba la estampa de Giuliano, un argentino que jugaba de líbero en el Hércules de Alicante al que había visto hacer grandes partidos en el Estadio Insular. Cada año había un jugador casi inencontrable, y esa temporada era Giuliano. Mi álbum desapareció en alguna de mis mudanzas, pero nunca de mi mente. Tampoco se borró jamás el olor a tinta de aquellos sobres cuando los abrías esperando el milagro de poder encontrar a los jugadores que te faltaban. Me traje el álbum que encontré en la basura y lo estuve hojeando en casa durante un rato. Había nostalgia, pero ya no estaba para mitomanías ni emociones futboleras. La estampa que faltaba no la había encontrado sorpresivamente en ningún sobre y no valía lo mismo que entonces. Pocas veces valoramos lo que nos viene dado o lo que ni siquiera hemos podido perder porque nunca nos dejaron encontrarlo en ninguna parte.

domingo, 16 de marzo de 2014

Incoherencias futboleras

Hace años el fútbol era más o menos previsible, incluso cuando sucedían cosas que no esperábamos. Los equipos tenían sus rachas, los jugadores sus momentos de gloria y sus crisis y hasta los aficionados nos íbamos poniendo en situación a medida que pasaban las jornadas. Unas veces tocaba estar arriba y otras abajo. Es cierto que de vez en cuando aparecía algún equipo que rompía todas las previsiones; pero lo que no era habitual es que todos los equipos de una competición estuvieran todo el rato echando por tierra sus propias expectativas. Los que iban a descender están en unas semanas en puestos de ascenso, y a los que estaban arriba los encuentras cada vez más lejos de los primeros puestos, aunque luego, si dejas de mirar la clasificación unas cuantas semanas, todo vuelve a cambiar de nuevo. La Unión Deportiva, por ejemplo, puede pasar de ser el mejor equipo de la competición a ser un conjunto en el que no confiaría ni el más fanático de los aficionados. Y luego, siguiendo esa naturalidad de esta extraña incoherencia futbolera, vuelve a convertirse otra vez en lo más fetén de esta Segunda División alocada que estamos viviendo. Puede subir cualquiera; pero si habiendo jugado pésimamente tantas jornadas estamos solo a cinco puntos del ascenso directo, este año no me extrañaría que tocara ascenso. Yo ya no me atrevo a hacer ningún vaticinio en medio de este fútbol tan raro que cada día entendemos un poco menos. Equipo tenemos de sobra. Otra cosa es que ellos mismos terminen de creérselo.


viernes, 7 de febrero de 2014

El Madrid macaronésico

Florentino Pérez ya se puede ir olvidando de sus sueños galácticos. Su equipo de los millones y de los Bales terminará siendo eminentemente macaronésico. Un delantero de Madeira y otro de Gran Canaria serán los que acabarán levantando al público de sus asientos en el Bernabéu. De entrada, Jesé está llamado a cambiar ese juego previsible y aburrido que ha estilado el Madrid en los últimos años, sobre todo cuando tuvo la mala suerte de estar en manos de aquel teatrero portugués de mirada de torva que le negó todas las oportunidades al grancanario. A la técnica que se le supone al fútbol canario se une ahora el músculo y la velocidad de jugadores como Silva o Jesé. La llegada del primero a Chamartín el próximo verano sí que volvería definitivamente macaronésico al Real Madrid que quiso ser galáctico.
No negaré nunca que el único equipo que me quita el sueño es la Unión Deportiva Las Palmas. Y estos días, además, se ha empeñado en volver a dejarnos aliquebrados y estupefactos a los que aún creemos que el fútbol es algo más que una mera controversia de intereses. Lo de menos es Lobera, Juanito, Aranda y compañía. Vuelven a jugar con la ilusión de quienes año tras año confiamos en que llegarán jugadores y técnicos que entenderán lo que significa vestirse de amarillo. Lo único que me tranquiliza es que está Juan Carlos Valerón; pero mucho me temo que si sigue notando el mar de fondo que nos está llegando a todos se marchará con su talento a otra parte. Todo ese rodeo viene para que entiendan por qué me alegra tanto lo de Jesé. En medio de este páramo de decepciones ya solo soy de los equipos en los que juegue gente de la tierra. He cambiado el Liverpool por el Manchester City, y en el caso del Madrid lo tengo fácil porque siempre fue el otro equipo que seguía desde niño. Todos hablan de las semejanzas de Jesé y Cristiano sin darse cuenta de que vienen de islas muy cercanas y de paisajes e historias tremendamente hermanadas. Solo espero que el canario no imite la soberbia que a veces pierde al Balón de Oro. Talento tiene de sobra. Ahora solo falta que le acompañe la suerte y la cabeza.

Artículo publicado hoy en Canarias 7

jueves, 23 de enero de 2014

El 7 del Werder Bremen

Su padre había llegado de Sevilla hacía treinta años. Se había casado con una alemana y había logrado abrir una pequeña tienda de comestibles en un barrio obrero de las afueras de Bremen. Desde que él era niño estuvo empeñado en que fuera futbolista. Le hablaba siempre de un tal Scotta, un argentino que jugó en el Sevilla que tenía un disparo potente y casi imparable. Siempre que tenía un rato libre lo llevaba al parque para que aprendiera a disparar como aquel argentino que había visto jugar en Nervión en los años setenta.
En el colegio se convirtió en el jugador más temido por su disparo, pero también contaba con un regate capaz de dejar sentados a varios rivales con un par de escorzos. Todos decían que llegaría lejos. Y así fue. A los diecinueve años su padre estaba en el palco del Weserstadion viendo cómo saltaba al campo con el número 7 del Werder Bremen a la espalda. Lo único que no llevaba bien es que su hijo vistiera los mismos colores que el Betis. Jugó dos temporadas prodigiosas en el equipo alemán. Ya se hablaba de que podía ser llamado a la selección y se decía que el Bayern Munich lo había incluido en la lista de sus futuros fichajes. Había marcado muchos goles de falta y de fuera del área gracias a su potente disparo hasta que empezó con sus obsesiones. No lo comentó con nadie, pero empezó a sentir pena por el balón. Se empeñó en que sufría con cada golpe y no hacía más que acariciarlo suavemente cuando pasaba a su lado. Perdió la titularidad y le terminaron dando la baja a mitad de la tercera temporada. Su padre no sabía dónde meterse. Hablaban con él, pero nunca le contó a nadie que había escuchado los lamentos quejumbrosos del balón después de uno de sus disparos despiadados. Ni siquiera es capaz de ver un partido de fútbol por la tele. Está todo el día encerrado en su cuarto. Tiene quince balones, cada uno con su propio nombre. Los acaricia, les dice frases cariñosas y les pido perdón todo el rato por sus errores del pasado. En su casa aún retumban los silbidos y los insultos de aquel último partido en que estando solo dentro de área cogió el balón con la mano y se marchó corriendo hacia el vestuario. A los periodistas les dijo luego que solo quería salvarlo. Odiaba el fútbol desde niño, pero nunca encontró la manera de decírselo a su padre.

sábado, 11 de enero de 2014

Los porteros

Quizá los porteros sean las figuras más literarias de un campo de fútbol. Recuerdo La soledad del portero ante el penalti de Peter Handke, un cuento futbolero de Benedetti y hasta un poema de Rafael Alberti dedicado a un guardameta húngaro llamado Platko. Los equipos se construyen a partir de grandes porteros; pero ellos son los únicos que casi siempre se acercan a recoger el balón del fondo de la portería. Los demás compañeros miran para otro lado, se echan las manos a la cabeza, lloran o corren lo antes que pueden hacia el centro del campo. Los que realmente quedan en evidencia son los que se muestran incapaces de evitar ese pequeño naufragio que es siempre el gol cuando se recibe en contra. La Unión Deportiva tiene un porterazo llamado Mariano Barbosa. Lo demostró esta noche contra la Ponferradina. No es perfecto, ni mucho menos; pero tiene empaque, agilidad y carácter, y además logra que Las Palmas sume puntos que jamás merecería la inexplicable indolencia con la que salta a veces al campo. Hoy, por ejemplo, fue uno de esos partidos que preferimos olvidar los que creemos que hay plantilla de sobra para jugar bien y para salir a ganar todos los encuentros. Faltó actitud y concentración, o esa intensidad que demostró un equipo mucho más modesto pero con más hambre de triunfos. No perdimos por goleada porque tuvimos la suerte de contar con un portero que paraba de forma casi milagrosa cualquier balón que le llegaba.
Los guardametas andan solos en medio del griterío de los estadios. Por eso ven primero que nadie los desajustes y los desastres. También son los que ven desde más lejos los goles de su propio equipo. Y además son los únicos que pueden utilizar las manos. Suelen ser misántropos y silenciosos, y muchas veces incluso algo estrafalarios o supersticiosos. Les debemos parte de la escenografía que tanto nos engancha a este extraño deporte. No tienen ni dónde esconderse ni con quiénes compartir las euforias o los errores más o menos evitables. Realmente son los que aciertan o fallan sin tapujos y los únicos que se enfrentan a su destino sin más coartada que sus propios reflejos.