sábado, 28 de febrero de 2015

Preludio de sueños

Estoy deseando que llegue el domingo. A veces el fútbol no es más que un preludio de sueños, una espera ilusionada en la que se mezclan las otras esperas de partidos importantes y los goles que cambiaron nuestros estados de ánimo o nos terminaron volviendo irremediablemente futboleros. No lo entienden los que no han vivido estas sensaciones previas, las que teníamos cuando venía el Real Madrid o el Barcelona, o la que tuvimos cuando Iniesta le marcó el gol a Stekelenburg. El fútbol, como aquel París del que escribía Hemingway, era entonces una fiesta. Y espero que lo siga siendo por muchos años. Solo deseo que los exaltados aprendan de los derbis de baloncesto y entiendan de una vez que se puede perder, empatar o ganar y que no pasa nada por ello. Al día siguiente volverá la rutina y el olvido, y la vida seguirá como si nada. Sí es cierto que hay derrotas que se quedan fondeadas por mucho tiempo, y que hay victorias tan grandiosas que cada vez que las rememoramos se nos ilumina la cara como si fuéramos niños ilusionados. Y es que siempre digo que el fútbol nos conduce directamente a la infancia. Si no fuera así, no tendría sentido ni estaríamos durante una hora y media con el alma en vilo.
Esta vez sí es verdad que nos jugamos mucho. Si le ganamos al Tenerife creo que daremos uno de esos pasos que suman más de tres puntos. Tenemos equipo de sobra para salir a por la victoria sin complejos y sin especulaciones. En estos partidos las dudas solo benefician al equipo visitante. Nunca gana el público, pero no imagino el fútbol sin el bullicio o el runrún de las gradas. Deseo que estos derbis se jueguen en Primera cuanto antes, y siento no cumplir esta vez con el espíritu Coubertain. Yo quiero que gane Las Palmas aunque sea en el último minuto y de penalti. El otro día, el escritor Javier Hernández Velázquez declaraba en la prensa tinerfeña que veía al Tenerife favorito y salía arropado con una bandera blanquiazul. Javier y yo nos sentaríamos encantados a ver estos partidos cada uno con su bandera y con el subconsciente de su mitificada pasión futbolística, pero jamás nos tiraríamos piedras o nos insultaríamos. Eso es lo que pido para el domingo, que vivamos una fiesta y que disfrutemos del espectáculo. En los prolegómenos ganamos todos. También cuando los jugadores están en el campo. Ya luego uno de los dos se irá para casa un poco más apesadumbrado mientras el otro querrá gritar como un loco playa por la calle. Yo me sentaré junto a mi padre como cuando tenía cinco años. Mis sueños futboleros, huelga decirlo, se acaban tiñendo siempre de azul y de amarillo. Y hay días en que esos colores brillan como mismo brillaban en el Estadio Insular cuando yo me creía todos los sueños.

sábado, 14 de febrero de 2015

Amarillo en blanco y negro

Cuando éramos niños teníamos que imaginar los colores de casi todos nuestros sueños. La tele se veía en blanco y negro y no era todavía el centro de la vida de ninguna casa. Se seguía solo un rato y casi siempre como un acontecimiento. Apenas había partidos televisados de la Unión Deportiva Las Palmas. Las imágenes las veíamos los lunes en Estudio Estadio. Pero el pasado jueves aconteció uno de esos milagros que no esperas. Yo nací en 1967 y vi jugar a Germán, a León o a Tonono en el césped del Insular y en ese blanco y negro de la tele. Pero entonces no tenía conciencia para entender lo grandioso de su juego, ni sus movimientos por el campo. La otra noche, cuando estaba a punto de ir a la cama me llamó Nacho Acedo para decirme que encendiera rápidamente la tele y que sintonizara Teledeporte. Creo que lo que vi lo podrán encontrar en la web de Televisión Española dentro de Fútbol Vintage. ¿Qué fue lo que vi? A Guedes conduciendo la pelota, a Tonono cortando expeditivo, a Germán recorriendo todo el campo y regateando prodigiosamente o a León corriendo la banda como un galgo. También vi paradones de Betancort, jugadas magistrales de Velázquez y carreras y regates de Amancio o de Gento. Estaban emitiendo un amplísimo reportaje del Real Madrid-Las Palmas de diciembre de 1968 en un Bernabéu con un grado de temperatura; pero con mucho esplendor en la cancha. Se cumplía el aniversario de la muerte de Molowny. Quien contaba los detalles del partido y del gran jugador y entrenador canario era Matías Prats. No dejaba de elogiar el juego de la Unión Deportiva y era un lujo escucharle en una narración pausada, documentada y sin más estridencias que las que tenía que contar de lo que estaba viendo.
Luego pudimos ver también las victorias de Las Palmas ante el Atlético de Madrid en el Manzanares y ante el Fútbol Club Barcelona en el Nou Camp. Escribo esto unas horas después de haber seguido el programa, recién levantado de la cama y aún dudando si lo que vi no fue más que un sueño deseado. Casi todo era en blanco y negro. Uno entonces tenía que imaginar el amarillo en el blanco y negro todo el rato. No era difícil porque lo memorizábamos cada quince días en el Estadio Insular, aquel amarillo que brillaba intensamente con la luz de los focos. De repente también vimos ese amarillo en las imágenes contra el Atlético de Madrid en 1970. Era como si los mitos hubieran bajado un rato del Parnaso para dejarse ver y recordarnos su grandeza. Fue hermoso descubrir que los mayores nunca exageraron cuando hablaban de ellos.

martes, 3 de febrero de 2015

La recreación del mito

A los mitos hay que mantenerlos casi siempre a una distancia prudencial. Si te acercas mucho corres el riesgo de que se te vengan abajo a las primeras de cambio. Casi nunca me he acercado a mis ídolos futbolísticos de la infancia, por eso los mantengo a salvo. En otras facetas de mi vida sí he conocido de cerca a grandes hombres y mujeres que admiraba en la distancia, y no siempre ha sido gratificante esa cercanía. A esas aproximaciones he llegado como periodista, pero siempre que pude elegí no acercarme a los grandes personajes que mantengo en un pedestal literario, musical o futbolístico. Germán, Tonono y Guedes eran los grandes mitos futboleros de mi niñez. Mi abuelo y mi padre reverenciaban al Maestro, y yo recuerdo verlo jugar cuando tenía siete u ocho años como si estuviera viendo a una especie de ser superior sobre el césped del Insular. Más tarde llegaron Brindisi, Morete y compañía a convertirse en nuestros ídolos, pero los mitos siempre fueron intocables.
Nunca me acerqué a él en todos estos años, pero gracias a Ignacio S. Acedo aquel jugador con el número 10 a la espalda es todavía más grande. Nacho ha podido acercarse al personaje porque no lo vio jugar, y por tanto no se vio coartado por ese miedo a las decepciones que contaba hace un momento. Pero aun con esa lejanía generacional, en su libro se nota todo el tiempo la admiración que siente hacia Germán Dévora. No era fácil acercarse a un personaje tan mítico en la sociedad canaria. Las veces que me contó que estaba escribiendo el libro y que se reunía con Germán cada viernes por la tarde desde hacía muchos meses, no le quise romper aquella ilusión que se acrecentaba a medida que se iba adentrando en la historia del jugador y de la Unión Deportiva Las Palmas. Intuía que Nacho podría encontrar ese camino que ha encontrado, pero también temía que se perdiera en la grandeza del personaje. El libro que ha escrito es ahora mismo uno de los mejores caminos de vuelta a la infancia que conozco. El repaso de los partidos y de las anécdotas es el repaso de la vida de muchos de nosotros. Porque la trayectoria de Germán no solo fue la que vimos sino también la que no dejaban de contarnos quienes lo vieron jugar desde sus primeros encuentros. Hace unos días sí coincidí con Germán y con Nacho Acedo en un acto que se celebraba en la sede de Los Cachorros. Estuvimos hablando y le recordé al Maestro que yo de niño llevaba un llavero con su efigie a todas partes y que recordaba cada una de las estampas en las que aparecía en aquellos álbumes plagados de ídolos. Encontré a alguien parco en palabras pero con una mirada emocionada cuando le relatabas anécdotas o recuerdos de aquellos años. El libro de Nacho Acedo no solo ha sabido mantener a salvo el mito sino que lo ha engrandecido todavía más con contenidos, datos y fotografías que se repasan como mismo se repasaban una y otra vez aquellas colecciones de estampas. En la vida solo se consigue lo que se busca con esfuerzo y con disciplina diaria. Y si a ese esfuerzo se le añade la pasión de lo que uno está haciendo casi siempre se consiguen concretar todos los sueños. Así se ha gestado este libro y así se fraguó la carrera futbolística de Germán: con trabajo, con profesionalidad y con talento. Lo que queda es un testimonio que de no haber sido escrito se hubiera ido perdiendo poco a poco en la espesura del tiempo.