sábado, 26 de septiembre de 2015

El niño que jugaba en la arena

Un niño flaco juega en una playa de Arguineguín con un balón. Sueña mientras imita a sus ídolos en la arena. Luego ese niño se convierte en uno de los mejores jugadores del mundo y juega un Mundial, una Eurocopa, gana la Supercopa, la Copa del Rey y lo aplauden en muchos de los grandes estadios europeos. Y ese niño, que ahora es un hombre flaco, nunca deja de esbozar una sonrisa. Ha estado en el banquillo durante muchos partidos sin alzar la voz, como si fuera un recién llegado del filial. Pero la vida regala siempre grandes momentos a quien se lo merece. Si a aquel niño que jugaba en la playa, le hubieran dejado imaginar su vuelta a Primera División con la camiseta de la Unión Deportiva Las Palmas habría imitado a esa realidad que a veces se adelanta a todos nuestros sueños. Habría querido debutar en el Nou Camp y hubiera recibido una de esas ovaciones de los aficionados del equipo contrario que jamás se olvidan.
La Unión Deportiva perdía dos a cero y el Barça acababa de fallar un penalti. Un amigo me llamó romántico varias veces durante el partido, y otro me dijo que Valerón no jugaría ese día. Jugó Valerón, Las Palmas marcó el dos a uno y el Nou Camp terminó pidiendo hora y temiendo que en cualquier ataque se repitiera la historia de Germán, de León, de Niz o de Orlando. Niz decía el otro día en una magnífica entrevista con Nacho Acedo y Alberto Artiles, que por más años que pasaban siempre recordaba el momento en que marcó el uno a dos cuando veía la portería en la que batió a Sadurní tras una jugada iniciada por Guedes. Para que lo de ayer hubiera sido perfecto, tendríamos que haber empatado o ganado, y ya puestos, tendría que haber marcado Valerón; pero a veces los recuerdos no son los goles sino los grandes momentos, y ver al Flaco vestido de amarillo con el número 21 sobre el césped del Nou Camp quedará para siempre en nuestra memoria.
Su grandeza y su bonhomía la demostró una vez más al final del partido. Luis Suárez se desgañitaba protestándole al árbitro, y el Flaco, como si fuera su hermano mayor, o el capitán de su equipo, estuvo varios minutos tratando de contener y de separar al jugador uruguayo, el mismo que nos había marcado los dos goles. Esa es la grandeza de una gran persona y de un jugador distinto al resto. Por eso le aplaudieron. Por eso el gran Andrés Iniesta (el mejor heredero del juego y de los valores de Valerón) le esperó a la salida del vestuario para pedirle la camiseta. Y por eso jamás olvidaremos el partido de hoy. Da lo mismo que no lo memoricen: el recuerdo de cada uno de ustedes lo mantendrá a salvo eternamente, evocarán el día en que Juan Carlos Valerón debutó en Primera División con la Unión Deportiva, aquella tarde en la que el Barça sin Messi, pero con Neymar, Luis Suárez y compañía acabó pidiendo la hora, ese momento se quedará resguardado en el poso de romanticismos fuboleros. Y sí, como me decía mi amigo, soy un romántico, en el fútbol y en la vida, y me emocionan los gestos más que las grandilocuencias, la sonrisa de aquel niño que jugaba en la playa de Arguineguín antes que toda esa mentira que rodea el espectáculo. El espectáculo es el Flaco. Y casi todo lo demás es tedio.












miércoles, 23 de septiembre de 2015

Tenía que ser así

Siempre fue así. Nos crecemos ante los grandes. Quizá porque en esos partidos tenemos poco que perder y asumimos riesgos dando ese paso hacia adelante que nos refrena ante los equipos pequeños. El Sevilla siempre había sido un club como el nuestro cuando estábamos en Primera, el equipo de Biri Biri, de Montero, de Bertoni, de Scotta y más adelante también de Morete. Jugábamos la misma Liga, siempre a las puertas de la UEFA o de alguna gesta en la Copa; pero el Sevilla al que le ganamos esta noche es un grande del fútbol europeo desde hace muchos años.
Las próximas semanas lo veremos ante el Manchester City de David Silva o ante la Juventus, y hace unos días le ganó al mítico Borussia de Mönchengladbach, el mismo equipo en el que jugaron Bonhof, Simonsen, Netzer o Stilike. Ahí queríamos ver a la Unión Deportiva hace mucho tiempo, tuteando a los grandes como siempre hicimos en el Insular. Y uno celebra que esta primera victoria después de tanto tiempo lejos de Primera División haya sido ante el Sevilla. Ya estuvimos a punto de derrotar al Celta en Balaídos, el mismo Celta que hoy le ganó cuatro a uno al Barça. Nuestra historia no se entendería sin esa grandeza y esa osadía cuando estamos al borde del precipicio. Y ahora vamos al Nou Camp sin agobios y sabiendo que no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar si damos el campanazo. Hace unos días escribía que había que tener paciencia. No siempre sucede, pero a veces el tiempo nos regala días memorables. Hoy hemos vivido uno de esos días. Han sido muchos años escribiendo lejos de donde se trazan las gestas. Esta victoria colocará el nombre de la Unión Deportiva en los medios de comunicación de todo el planeta. Le hemos ganado al campeón de la Europa League de los últimos años. Si esto nos lo cuentan hace unos meses, aún nos estaríamos pellizcando para creerlo. Hoy empieza una nueva historia. Volvemos a ganar en Primera y a sacudirnos muchos complejos. Tenemos que seguir con los pies en el suelo, o eso es lo que recomendaría la razón y el sentido común; pero esos segundos después de que acabó el partido ante el Sevilla nos han vuelto a convertir en aquellos soñadores irreductibles que sabíamos que nuestro equipo sería capaz de derrotar a cualquier plantel de estrellas que se le pusiera delante. Hoy estamos todos más felices y nos reiteramos en que el fútbol, a veces, cicatriza de repente las heridas y las derrotas de muchos años.







domingo, 20 de septiembre de 2015

Paciencia y tiempo

Ese partido que todos temíamos tenía que llegar. Una noche extraña, un rival sin empaque y con poco atractivo, una resaca de un encuentro épico, ocasiones falladas que podían haber escrito el guion de otra manera y una llegada que se convierte en gol en el peor momento. Eso es lo que, más o menos, ha sucedido hoy en casa contra el Rayo Vallecano. Perdimos cero a uno contra uno de esos rivales con los que acabaremos sumando la diferencia de goles; pero creo que esto entraba dentro de lo previsible. Y ahora viene el Sevilla y luego el Barça, nada menos que los dos mejores equipos europeos del pasado año. Tocará apelar a la épica de Vigo, pero pase lo que pase hemos de tener la cabeza fría y saber que la Liga es muy larga y la moral, si no se alimenta a diario, muy endeble. Estamos peor que la semana pasada y estoy seguro de que dentro de unas semanas estaremos mucho mejor que ahora. Toca apretar los dientes y no venirse abajo. Ya sé que tiro de tópicos, pero los pesimistas ya estarán sacando todo el repertorio de tópicos derrotistas, y hay que contraatacarles con sus mismas armas. Paciencia y tiempo. Todo lo demás lo tenemos. Un día para olvidar o para seguir aprendiendo. Nos vemos el miércoles contra el Sevilla.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Tres con diez

En el fútbol las matemáticas nunca son exactas. Tampoco la lógica. Me explico: uno no vale siempre uno. A veces uno puede valer tres o seis. Las Palmas empató contra el Celta de Vigo en Balaídos. Si un seguidor de la Unión Deportiva no vio el partido y solo conoce el marcador dirá que está bien, que un empate fuera de casa es un buen resultado; pero no se imagina lo que vale realmente ese punto.
Los tres goles de Las Palmas fueron marcados con un jugador menos y cuando cualquier otro equipo se hubiera desmoronado anímicamente. Y no por quedarse con diez jugadores sino porque primero había un dos cero en contra, y cuando lograron marcar el Celta sumó otro gol y se colocó con un tres a uno que yo creo que nos dejó a casi todos asumiendo una justificada derrota. Pero los jugadores no se dieron por vencidos y tuvimos un portero que hoy se ha consagrado definitivamente. Si se confiaba en Raúl era porque el cuerpo técnico, con Cicovic y Paco Herrera a la cabeza, tenía claro que llegaría a ser un buen portero de Primera División. También se han cargado de confianza aquellos jugadores que hasta ahora no conocían la Liga de las estrellas. Ya han podido comprobar que ellos también forman parte de esa supuesta condición sideral del fútbol. Marcaron dos goles más con diez jugadores y tuvieron al Celta contra las cuerdas hasta el final del partido. Qué lástima los dos contraataques finales que no se convirtieron en gol cuando ya habíamos empatado a tres. Vuelvo a los guarismos y recuerdo el cuatro para dos en el que Wakaso conducía el balón. Pero este empate, como decía al principio, vale más que un punto. Creo que se acaban las dudas de los pesimistas y de los que decían que este equipo solo iba a recibir goleadas en Primera. Y el Celta no es un equipo del montón. Tres con diez, sin decimales, gol a gol como en esas historias en las que va sucediendo lo que nosotros deseamos. Ni en el mejor de nuestros sueños podíamos imaginar un final así cuando nos ganaban dos a cero con un jugador menos. Pero repito lo que escribía hace un rato: en el fútbol no hay matemáticas, ni lógica, ni pronóstico que valga. Agradezco a los jugadores el esfuerzo y las ganas que han puesto para que nosotros podamos seguir soñando.