sábado, 19 de diciembre de 2015

El juego de los otros

Escribía Flaubert en La educación sentimental que el tiempo también escribe. Y traza renglones sorprendentes en la vida y en el fútbol. El tiempo viene con días esplendorosos y también con esos otros en los que parece que todo se derrumba. Nunca estamos arriba del todo y, por suerte, tampoco se eterniza ningún infierno cotidiano. En el fútbol la victoria parece que nos cura de repente y que nos hace olvidar que quedan muchos partidos y que la euforia exacerbada no suele ser una buena consejera. Tocó perder contra el Espanyol después de dos partidos exitosos. Ni éramos Brasil del 82 hace tres días, ni ahora somos un equipo sin alma. Tuvimos un mal día en Barcelona, y ese tiempo que escribe aunque nosotros nos empeñemos en refrenarlo quiso hacerlo hoy con letras de decepción y de derrota.
La Unión Deportiva parecía vestida con una ropa que no le pertenecía. Y no solo porque eligiera el fucsia en lugar del amarillo, sino porque nos contagiamos con el juego que proponía el equipo contrario. Contribuimos a embarullar el partido y en los últimos minutos incluso jugamos al pelotazo. Por eso digo que nos vestimos con ropajes que no nos pertenecían, y así veías que había jugadores que no se reconocían cuando el balón pasaba por sus pies. Uno tenía la sensación de que ellos mismos eran conscientes de que no tenían nada que ver con los que se reflejaba en su propio espejo. Eso sí, volvimos a ser osados, jugando con dos puntas en la segunda parte; pero la sucesión de faltas y protestas evitaban que fluyera ese juego vistoso que hemos desplegado en las últimas jornadas. Siempre me cayó bien el Español, sobre todo cuando venían al Estadio Insular y jugaban Solsona, José María y Marañón, o cuando salía en las estampas aquel portero de paradas imposibles llamado Gato Fernández. Eran los años de Sarriá, un campo en el que Las Palmas casi siempre jugaba de maravilla. Ayer, sin embargo, volvimos a otro pasado más reciente que nada tiene que ver con el de las últimas jornadas. Ese tiempo de Flaubert escribió en contra nuestra desde el primer minuto del partido. Olvidemos cuanto antes esta decepción y volvamos a la calma del toque, la combinación y la paciencia. Las derrotas sí es verdad que son un poco más duras cuando pierdes sin reconocerte en el espejo de tu propia mirada. Pero también se aprende de ellas. Y son inevitables en cualquier camino de la vida y del deporte. Hasta las letras parece que fluyen mejor cuando se gana. Son las mismas, pero no son iguales: ustedes me entienden. También los jugadores de la Unión Deportiva que jugaron contra el Espanyol eran los mismos, pero no jugaron igual que en los dos partidos de la última semana. Se vistieron con una ropa que era de otros. Volvamos cuanto antes al amarillo y al primer toque. Dice el adagio que uno no sabe si tiene alas hasta que no salta al vacío y comprueba si vuela. Nosotros ya sabemos que volamos. Y las alas siguen intactas a pesar de que hoy se nos enredaran en la espalda.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Extraños en la noche

Hoy hubiera cumplido cien años Frank Sinatra. Fue alguien que siempre se mantuvo fiel a su estilo. Vio pasar modas e ídolos que luego se quedaron en nada, y tuvo que aprender a soportar más de un fracaso. La Unión Deportiva Las Palmas se asemeja al cantante de Nueva Jersey. Por su fidelidad al toque de balón. Por las incomprensiones, y un poco también por la suerte. Bordamos el fútbol en el primer tiempo, pero no fuimos capaces de rubricar lo que íbamos escribiendo en el centro del campo. Nos asemejamos otra vez a esos escritores que narran y narran sin llegar a ninguna parte y sin saber cómo finalizar las historias. Nos sentíamos extraños en la noche jugando contra un Betis azul. Un Betis azul es casi como un perro verde, una rareza incomprensible, una visión que nos aleja del misticismo que puede tener el fútbol. No me imagino a Cardeñosa o a Gordillo vestidos de azul; pero ya sabemos que ahora vale más el merchandising que el lirismo.
Y la noche, como en esa canción de Sinatra, iba pasando de largo, y no llegaba el gol, y todo parecía condenado nuevamente al fracaso del empate en casa o de la derrota. Pero Setién fue fiel a su romanticismo hasta el último momento, y apostó por Valerón a falta de pocos minutos, y antes lo había hecho por Nauzet y por Willian José. Siempre buscando el ataque, siempre mirando hacia el marco contrario. Y llegó el delirio en el descuento. Y hubo justicia poética, y nos enamoramos otra vez del fútbol como cuenta Sinatra que se enamoró en esa canción, con esa sensación tan maravillosa y tan placentera que deja el amor o la victoria de tu equipo en el minuto noventa.
Llevábamos todo el partido queriendo encontrar un oasis en alguna parte. Uno no se da cuenta de que está en el desierto hasta que no pasa mucho tiempo sin vislumbrar un oasis. Nos estábamos empezando a parecer a esos personajes de Paul Bowles que se terminan extraviando a sí mismos entre dunas interminables. Sigo siendo igual de optimista que la pasada semana, y si no hubiéramos marcado esta noche seguiría defendiendo a carta cabal la propuesta futbolística de Quique Setién y Eder Sarabia. Es el fútbol que me gusta, el que admiraba cuando era niño y me llevaban de la mano al Insular, el juego de toque, la búsqueda de la portería contraria, lo que aprendí de Germán o de Brindisi. Y me quedo con el estilo antes que con el resultado. De momento tenemos que tratar de mantenernos en Primera. No será fácil, pero me tranquiliza saber que tenemos un Norte bien marcado y que sabemos a lo que estamos jugando. La noche es mágica cuando todo sale como habíamos soñado. Y la suerte, esa que dice el tango de Discépolo que es grela, a veces nos sorprende y nos regala un poco de justicia poética. Nos merecíamos ese triunfo y ese gol en el descuento. Extraños en la noche, pero felices como esos amantes que se encuentran en el último momento.



domingo, 6 de diciembre de 2015

Con la cabeza alta

Recuerdo un cuento del italiano Dino Buzzati. Alguien con un poco de fiebre, prácticamente sano, se acerca a un sanatorio para que le receten algún medicamento. Ese sanatorio tenía siete plantas. La última para los que estaban prácticamente sanos y la primera planta para los que estaban casi desahuciados. Al paciente lo suben al séptimo piso y poco a poco, a lo largo del cuento, le van bajando de plantas sin que pueda hacer nada para evitarlo. Y cada vez se siente peor estando sano, y cada vez es más difícil que suba de planta nuevamente. La Unión Deportiva se empieza a parecer a ese paciente de Buzzati, pero creo que, con tiempo, y aun a pesar de lo que digan los agoreros, subiremos puestos en la clasificación y dejaremos atrás esta caída libre hacia el abismo estando sanos, o lo que es lo mismo, jugando de maravilla la mayor parte de los partidos.
Quien no haya visto el encuentro del Molinón podría pensar que en lugar de contarlo me estoy inventando una gran mentira. Es cierto, perdimos tres a uno, y se nos escapa uno de los rivales más directos; pero dominamos, jugamos de maravilla y tuvimos al Sporting contra las cuerdas durante casi todo el partido. Perdimos por los detalles, por ese pase malhadado de Culio que podría haber dado cualquiera, y porque aún nos falta un delantero que culmine y le dé sentido a tanto dominio y a tanto esfuerzo por volver bello todo lo que hacemos.
Si me hablan de resultados, evidentemente no tengo argumentos; pero si lo que me preguntan es que si creo que en el futuro saldremos de esta especie de agujero negro, respondería que estoy seguro de que todo terminará bien si tenemos paciencia, aunque la paciencia, como el tiempo, precisa de más entereza y de más cordura que la euforia. Nos quedamos con diez, y perdimos, además, al único central que nos quedaba en la plantilla, justo en el momento en que habíamos puesto todo el caviar sobre la mesa. Guardo en la retina muchas de las jugadas del Flaco el pasado jueves contra la Real Sociedad, y le agradezco a Setién que premiara esa exhibición sacándolo al campo con casi media hora por delante y con el equipo dominando el partido. Pero todo en la vida, en el fútbol, y hasta en el parchís, es una cuestión de detalles. Justo cuando ya nos veíamos disfrutando del espectáculo fue cuando quedamos fuera del partido, sin que Valerón tocara la pelota, con un jugador menos, y sintiendo, como ese paciente del cuento de Buzzati que les contaba al principio, que nos siguen bajando de planta sin que estemos enfermos, o en este caso, sin que juguemos mal al fútbol. Vale que nos falta el gol, y el gol, lo queramos o no, es el arjé de la fisis de este deporte, lo que le da sentido y lo que regala tiempo para que luego nos recreemos en el delirio. Ahora nadamos contracorriente, que es donde se ahogan incluso los mejores nadadores, y no va a ser fácil llegar a la orilla; pero hagan un esfuerzo por no venirse abajo y por acudir al estadio en el próximo partido sabiendo que nuestro equipo quiere cicatrizar cuanto antes las heridas. Hoy ni siquiera pienso mirar la clasificación. Prefiero recordar los muchos minutos de buen juego que vi en el Molinón y seguir creyendo en un milagro amarillo.