viernes, 23 de diciembre de 2016

Que siga la fiesta

Aún no hemos llegado a la mitad del camino y ya intuimos que lo que nos queda por delante será un paisaje futbolístico que no dejará de abrir nuevos horizontes para ilusionarnos. En la Liga estamos justo en medio de la clasificación, con más de la mitad de los puntos que necesitamos para salvarnos a falta de tres partidos para terminar la primera vuelta. Esa situación la hubiéramos firmado todos hace unos meses. Ya sé que las primeras semanas lanzamos las campanas al vuelo y nos creímos el Leicester; pero no pasa nada por creerse el Leicester porque  ese milagro aconteció el pasado año a pesar de los escépticos y de los aguafiestas que siempre están echando abajo lo que aparentemente resulta improbable. Ahora mismo estamos más cerca de los puestos europeos que del descenso. Y estoy seguro de que si todo va bien y nos alejamos todavía más de los puestos de abajo jugaremos más sueltos e iremos escalando posiciones en la clasificación hasta llegar adonde decidan el esfuerzo, el talento y el tesón de nuestros jugadores. Todo va bien. Todo está bien. Dentro y fuera del campo. Y esa es la gran noticia ahora para la Unión Deportiva.
También seguimos en la Copa. Soy de los que piensan que este equipo es copero y que es capaz de ganar a cualquiera a doble partido o en esa final que llevamos recreando en nuestro magín más volandero desde 1978. Como aficionado amarillo lo que le pido a 2017 es poder vivir el ambientazo de una final de Copa con la Unión Deportiva Las Palmas. El poeta T.S. Eliot escribía que en los comienzos también estaban los finales. Si desde el principio se busca un estilo y no se va improvisando en función de los resultados, lo más probable es que estemos escribiendo el epílogo sin darnos cuenta, lo que luego termina sucediendo, lo que para unos es una sorpresa y para otros no es más que una consecuencia del trabajo bien hecho.
Me detengo en Quique Setién porque es la clave de este equipo y de este proyecto. Me gusta su fe ciega en lo que cree y sus convicciones futbolísticas, esa máxima de que quien busca la belleza y se esfuerza por alcanzarla la termina encontrando. Parece fácil a veces, pero lo sencillo, ese juego de toque, desmarques y búsquedas de espacio se gesta en los entrenamientos y en las insistencias. También en el fracaso, en esos pases fallidos o en esos partidos que no salen como estaban dibujados en la pizarra. Estos últimos meses nos ha faltado un estilete, un hombre gol y resolutivo o, más que eso, un delantero que fije a los centrales para que los que vienen de fuera encuentren caminos de entrada en el área. Estamos atentos al mercado de invierno. Si llega ese delantero resolutivo e inteligente sí volveremos a ser ese Leicester que todos soñábamos a principios de temporada. Pero todo tiene su camino, en la vida, en el fútbol y en ese tablero en el que Quique Setién sabe que la estrategia también requiere algo de suerte. Jean de La Fontaine escribió hace mucho tiempo que ningún camino de flores conduce a la gloria. Habrá decepciones y malas tardes, pero creo que todos estamos de acuerdo a la hora de valorar con un notable alto lo que ha hecho hasta el momento la Unión Deportiva Las Palmas. Podemos seguir soñando. Y  tener esa puerta abierta, después de muchos años vislumbrando negruras en el horizonte, ya es para estar más que contentos. Cierro con Galdós: valor y arte para seguir navegando. Que nuestros jugadores nos acerquen en 2017 a esos puertos que hace apenas dos años nos parecían inalcanzables.

sábado, 17 de diciembre de 2016

El fragor de los recuerdos

Nunca es fácil despedirse, dejar atrás vivencias, voces reconocibles, olores y ese eco que queda de los estadios que formaron parte de nuestra vida. Lo sabemos todos los que nos despedimos una vez del Insular. Cada vez que lo recordamos lo sentimos como una de esas muertes ante las que jamás hay consuelo. Solo queda conservar vivo el recuerdo y compartirlo de vez en cuando para que no nos parezca que fue una especie de delirio.
Ya el Atlético de Madrid había vivido un cambio de escenario casi igual de traumático cuando dejó el viejo Metropolitano para trasladarse al otro extremo de Madrid, junto al puente de Toledo y en la misma ribera del Manzanares. Los que hemos estado en ese estadio conservaremos el eco de los cánticos, los goles que celebramos y ese aroma a aquel fútbol añejo que cambió el blanco y negro por el color en las camisetas rojiblancas de Ufarte, Eusebio, Gárate Luis Aragonés, Ayala o Luiz Pereira. Por esos espacios en los que se movía Alfanhuí, el de las andanzas que narró Sánchez Ferlosio, también quedarán las sombras de Tonono, Germán, Roque, Brindisi o Morete. Mucho antes, en el viejo Metropolitano quedaron Silva, Mújica, Lobito Negro o Miguel el Palmero defendiendo los colores del Atlético.
Hoy, por tanto, no era un día cualquiera para los que amamos el fútbol. Viví un año casi al lado del antiguo Vicente Calderón y me iba muchas mañanas a leer el periódico en las gradas mientras entrenaba el Atlético. Simpatizo con el eterno rival del Manzanares. Lo de Las Palmas es innegociable juegue en la categoría que juegue y se enfrente a quien se enfrente. Siempre querré que gane. Pero entre los grandes mi equipo es el Real Madrid. Aun así siempre me ha caído muy bien el Atlético porque era el segundo equipo de mi padre y de toda esa generación de canarios que vieron triunfar a los isleños en el cuadro rojiblanco. Lo que sucede es que cuando se elige equipo, a los siete u ocho años, ya no hay fuerza humana o sobrenatural que nos separe de su destino. Y luego está el equipo que uno sigue antes incluso de haber nacido, el que no eliges porque es como el color de tu pelo o de tus ojos, un nexo casi místico que no sería capaz de describir con palabras. Y ese equipo, claro, es la Unión Deportiva Las Palmas.
Hoy nos despedíamos de ese estadio tan mágico y de tantos recuerdos, y lo hacíamos con un entrenador que hizo suyo ese espacio durante años y que, por tanto, querría dejar su impronta en su última visita, ese fútbol que Setién sabe que solo se graba en la memoria cuando no se traiciona ni se especula con la belleza, el esfuerzo y el divertimento. Ese era el deseo de la Unión Deportiva en un rectángulo en el que tantas veces dejó dibujadas jugadas inolvidables y marcó goles que todavía siguen resonando si cerramos un momento los ojos. Creo que merecimos por lo menos el empate, pero seguimos sin tener esa chispa que nos acerque sin complejos a la portería contraria y que nos permita rematar una y otra vez después de las combinaciones y los arabescos. Y al equipo de Simeone le basta con un gol para especular y adormecer los partidos hasta sumar los tres puntos. Nos queda la magua de no haber puntuado en esta despedida, pero aun así quedará para siempre el eco que casi hacía que las aguas del Manzanares tuvieran las revolturas del Atlántico junto con las estampas descoloridas de nuestra infancia. El fútbol hubiera sido injusto si la Unión Deportiva Las Palmas no hubiera pasado a despedirse de ese estadio siendo un grande entre los grandes.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Los nombres del pasado

Leganés es un nombre que nos viene bien recordar de vez en cuando para no extraviarnos con cantos de sirena. Seguiremos soñando con toda la fuerza que podamos y trataremos de convertir al fútbol en un juego de bellas combinaciones, regates y goles inolvidables. Pero no podemos olvidar que durante veinte años nuestro historial se escribió en campos del extrarradio de las grandes ciudades o de pueblos perdidos en el mapa de España. Muchos años antes, sí es cierto que esa misma historia se gestaba donde mismo la estamos trazando ahora, entre los grandes, cerca de los focos que alumbran lo épico y con esa ilusión que uno descubre cuando se acerca al estadio y contempla la mirada de quienes caminan como si buscaran un sueño cuando se asoman al césped a ver a los jugadores de la Unión Deportiva Las Palmas.
Recuerdo algunas mañanas de frío y niebla en esos campos que poco tenían que ver con nuestra historia. Por eso ahora casi me pellizco cuando veo a la Unión Deportiva jugando donde juega. Esta noche contra el Leganés creo que desenterramos buena parte de ese pasado que aún nos atemoriza cuando miramos los calendarios. Nos faltó la intención de quien sabe que persistiendo en la presión y en la magia de quienes son capaces de ver más allá de lo que tenemos delante se puede construir ese sueño que llevábamos demorando desde hacía mucho tiempo. El poeta Cesare Pavese escribía que la sorpresa era el móvil de cada descubrimiento. No sabemos lo que hay más allá del minuto siguiente o del paisaje que tenemos delante de los ojos. Y si no arriesgamos, si no embellecemos y hacemos lo que nadie espera todo se acabará volviendo monótono. Lo que nos ha atraído de Las Palmas es esa capacidad para la sorpresa que destilan jugadores como Roque, Tana o Jonathan Viera. En algunos de sus movimientos y en sus pases hay algo que ni el contrario ni quienes vemos los partidos percibimos hasta que no vemos la conclusión de la jugada o descubrimos que ese pase inesperado deja al delantero mano a mano frente al portero. Pero hoy no fue el día para ver nada de eso. Y encima el empate lo logramos con un gol en fuera de juego. Viene bien recapacitar sobre esas manipulaciones arbitrales, que nos han perjudicado contra conjuntos de grandes presupuestos como el Sevilla o el Villarreal y que nos han beneficiado jugando con equipos más pequeños como el Éibar o el Leganés.
Subimos y bajamos, así es este juego, pero uno intuye que esa contingencia que nos mueve de lugar cada semana no terminará empujándonos hacia abajo como hace años. Cada nuevo partido es una propuesta para reconducir ese sueño que tanto nos ha costado. Así ha sucedido esta temporada cada vez que nos han derrotado o que han salido partidos extraños, embarullados y raros como el de hoy. No se vence fácilmente a quienes saben hacia dónde deben dirigir sus sueños y sus pasos. García Márquez decía que la vida no era sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir. También el fútbol.





domingo, 4 de diciembre de 2016

La caraja

Hace años los vestuarios eran espacios casi sagrados. A veces se escuchaban arengas o cánticos para levantar el ánimo, pero últimamente los partidos están empezando diez minutos, ya no en el túnel que lleva al campo sino en el vestuario mismo, con los jugadores a medio vestir y los entrenadores tratando de que no olviden el trabajo de toda la semana. Hoy hubo coincidencia en los dos vestuarios. Pedían concentración, intensidad y pases fáciles en los primeros minutos, y Quique Setién, con esa flema cantábrica que casi parece inglesa, fue todavía más clarividente cuando les pidió a los jugadores que tuvieran cuidado con la caraja. No veo yo a Tana o a Jonathan Viera utilizando la palabra caraja, pero el idioma también es gestual y tiene mucho que ver con el contexto. Todos entendimos que la caraja era el despiste inicial que sufrimos en casi todos los partidos fuera de casa.
También cuando los jugadores saltaron al césped hubo otro detalle visual curioso: los del Alavés ya salían con sus camisetas, como si estuvieran deseando que empezara el partido mientras que los de la Unión Deportiva parecían que estaban en Tejeda un día de enero, con la parte de arriba del chándal y más pendientes del frío que se debía sentir en Mendizorrosa que del balón y de las porterías que ya tenían delante. La consecuencia de todo eso fue que el Alavés llegó al partido veinte minutos antes que nosotros y sobre la marcha se adelantó en el marcador con el enésimo balón aéreo que llegó a nuestra portería.
Pero el lento despertar de Las Palmas este año en los encuentros fue haciendo que poco a poco nos hiciéramos con el control del partido y que, como mismo sucedió en Pamplona, domináramos por completo la segunda parte hasta que marcó Livaja para rimar y hacer un pareado que compensara la caraja de los primeros minutos. No fue nuestro mejor partido, pero volvimos a ser un equipo solvente y bien plantado en el campo y, además, sumamos un nuevo punto. Yo creo que si todo va bien y ganamos un par de partidos más, nuestros jugadores van a darnos muchas alegrías en la segunda vuelta. De momento ya han conseguido veinte puntos, arañando de un lado y de otro, y teniendo en cuenta que nos robaron un par de partidos. Hoy marcó Livaja, pero si el jugador quiere tener continuidad en Las Palmas debe controlar sus prontos dentro y fuera del campo. No se ajusta a lo que uno espera de la Unión Deportiva, por los niños que estén viendo el partido y por la deportividad que siempre le vamos a exigir a nuestro equipo. Estoy seguro de que Setién, como buen conocedor de los códigos secretos del fútbol, lo irá metiendo en vereda poco a poco, aunque lejos de esas cámaras que no creo que les hagan mucha gracia a los entrenadores. Todos rompimos alguna vez un juguete para ver lo que tenía dentro y nos llevamos una decepción enorme. Dejemos que el juguete del fútbol se juegue en el campo. Hoy nos desvelaron medio argumento de la trama antes de empezar el encuentro. Acabó todo más o menos bien. Podíamos haber ganado perfectamente, pero volvimos a salir airosos en uno de esos estadios que sí consiguen que el fútbol siga pareciéndose a un divertido juguete de infancia.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Cuando llega el frío

Hacía frío. Daba lo mismo donde vieras el partido. Uno temía que hasta la pantalla del televisor se volviera escarcha antes del remate de una falta o de un regate de cualquiera de nuestros jugadores. Primero había que buscar el encuentro entre decenas de canales. Hoy casi televisan hasta los entrenamientos y hay fútbol a cualquier hora que enciendas la televisión. Hace años los partidos de Copa eran una rareza porque se jugaban entre semana. Hoy la Copa parece un punto y seguido de la Liga, aunque la gran diferencia es el cruce de equipos de distintas categorías y esa condición efímera de que todo tenga que suceder en ciento ochenta minutos. No hay segundas oportunidades y sobrevives paso a paso hasta llegar adonde llegamos nosotros hace unos años. Para mi generación la Copa fue la proeza, lo más grande que hemos podido vivir como aficionados amarillos, aquella final con el penalti inexistente a favor del Barça que condicionó el partido y el golazo sin ángulo de Brindisi. Nunca he entendido a los que dicen que prefieren dejar de competir en la Copa para centrarse en la Liga. Un equipo como la Unión Deportiva debe ser copero siempre, y más si, como quiere Setién, defendemos un estilo y una forma de jugar sin complejos con la que sabemos que le podemos ganar a cualquier rival.
Me alegra comprobar que este año tenemos plantilla como afrontar con garantías las dos competiciones. Los equipos son más equipos cuando los suplentes y los titulares pueden alternarse en cualquier momento. Marcaron algunos de los olvidados, como Asdrúbal y Hernán, y todos fuimos un poco Javi Castellano cuando lo vimos saltar al campo y tocar el balón como en los días en que la Unión Deportiva se movía con sus cambios de juego y sus pases precisos.
No era fácil jugar contra el Huesca, y no solo por el frío. El conjunto oscense se mostró correoso y cuenta con jugadores de mucho talento. Logramos ser efectivos y pragmáticos durante algo más de cincuenta minutos. Ganábamos cero a dos y creíamos que la eliminatoria ya estaba decidida, pero nos relajamos más de la cuenta y recibimos un gol que quebró esa tranquilidad que se confundía con el vaho que aparecía en la pantalla cuando enfocaban a los jugadores. Luego, mientras veíamos cómo los espectadores se escondían tras las bufandas otoñales, nos marcaron el segundo tanto y nos acabamos desfondando física y moralmente. Pudimos haber perdido. El Huesca nos dominó por completo en el último tramo de partido. Quedaron en evidencia las carencias físicas y la falta de rodaje de muchos de nuestros jugadores. No será fácil eliminar al Huesca en el Gran Canaria. Ya casi no hay nada fácil en el fútbol, ni ningún guion que no cambie de repente en cualquier momento. Ya dije que hacía frío. Eso es lo que nos queda de este encuentro: una sensación gélida de noche de fútbol sin esa magia que se suele vestir de amarillo en casi todos los estadios. Nos espera el Alavés, pero ya con los titulares y con algunas lecciones aprendidas para que ese frío no hiele el fútbol que uno espera siempre de este equipo.


lunes, 28 de noviembre de 2016

La mitad del camino

Uno no sabe qué momentos serán cruciales en su vida. Cualquier mañana te levantas y puede cambiar todo tu destino. A veces intuimos esos días o sabemos que hay citas que pueden cambiar de arriba abajo esa suerte que nunca sabes de qué lado termina cayendo hasta que la moneda no llega al suelo. En el fútbol también sabemos que todo es tremendamente volátil e inesperado y que no hay equipo, por muy grandioso que haya sido, que no se haya jugado su destino en noventa minutos. No es que Las Palmas jugara un partido a vida o muerte contra el Athletic de Bilbao, pero todos intuíamos que de lo que sucediera en ese encuentro dependería el devenir de los próximos meses, la inercia que nos llevaría hacia arriba o hacia abajo en la tabla clasificatoria.
No era un lunes de noviembre por la noche el mejor día para jugarte ese salto al vacío o a las estrellas. Pero respondió la afición y, sobre todo, respondió el equipo. Y ahora sí podemos decirlo abiertamente: era muy importante el partido de esta noche. No dejamos que fuera solo la moneda la que determinara la suerte. La Unión Deportiva se empeñó en ganar con esfuerzo y talento, aun cuando todo se complicara de nuevo en los últimos minutos, justo después de que ese metrónomo llamado Roque Mesa tuviera que abandonar el campo y de que el árbitro se inventara el enésimo penalti contra el equipo amarillo. Fue entonces cuando apareció de nuevo esa estela de genialidad, picardía y sutileza que lleva consigo Jonathan Viera donde quiera que aparece. Marcó el tercer gol que cerró el partido y nos dejó en mitad de la tabla, ya mirando hacia arriba, y casi con la mitad de los puntos que necesitamos para salvarnos sin haber llegado a diciembre todavía.
No era el Bilbao el mejor equipo para reponernos del batacazo de Sevilla. Cuando yo era niño el equipo vasco me parecía siempre el conjunto más infranqueable de la Liga. Veías a Iribar y la portería parecía que se hacía pequeña cuando él estaba bajo palos. Podrán decir lo que quieran, pero sigo insistiendo en que todo buen equipo nace en la portería. Aquel Bilbao tenía al Txopo como referente, y todos los demás jugadores se mostraban igual de sobrios y seguros que el meta de Zarauz, aunque Germán siempre terminaba encontrando ese hueco casi imposible para batir al meta vasco. También fue el Athletic el que nos bajó del sueño de vivir en Primera para siempre. Aquel partido en el que descendimos y los vascos ganaron la Liga fue el peor momento que he vivido en un estadio de fútbol. Por eso casi necesitaba tocar madera antes de que comenzara el partido y precisaba que el olvido escondiera todos esos malos farios del pasado. Al fin y al cabo ya no estaba Iribar, ni jugaban Dani o Manu Sarabia en la delantera visitante.
Todo es un constante movimiento. Y en el fútbol esas corrientes son todavía más apreciables. El destino depende de un gol o de un golpe de suerte, aunque no hay milagro sin trabajo y sin una planificación previa. Tampoco sin estilo. Ese estilo no es fácil mantenerlo siempre. Hoy se volvió a dibujar en muchas fases del partido ese juego elegante y casi poético que planteó Setién desde el primer entrenamiento con la Unión Deportiva las Palmas. Poco a poco nos vamos haciendo un poco más grandes entre los grandes, y los objetivos iniciales están cada día más cerca. El fútbol convirtió el lunes en una extraña fiesta, como si fuera domingo y como si al final todo lo que soñábamos hace años se fuera haciendo realidad a medida que avanzan los partidos.



viernes, 18 de noviembre de 2016

El uno y el nueve

A veces un cambio de entrenador trae consigo una inexplicable transformación en las piernas y en la mente de los jugadores. De vez en cuando me imagino en uno de esos días en que todo sale torcido deteniendo a mi destino y pidiéndole que deje que sea otro el que marque las estrategias y los planes más o menos inmediatos. Pero no es posible, en la vida cada uno lleva a su propio entrenador de forma vitalicia, como si fuéramos aquellos equipos ingleses que cambiaban todo menos el entrenador que se sentaba cada año en el banquillo. Recuerdo a Bill Shankly, que estuvo media vida en el Liverpool, o al mismísimo Alex Ferguson, con más de veinte temporadas en Old Trafford. Aquí en España sí cambiamos a los entrenadores cada dos por tres. Nosotros fuimos beneficiados por ese cambio hace algo más de un año, y el Betis ha querido emularnos cambiando a Poyet por Víctor Sánchez del Amo. Todos temíamos ese cambio porque se generaba una incertidumbre y no sabíamos cómo iba a jugar el equipo verdiblanco o con qué intenciones saltaría al campo.
El Betis saltó al Villamarín dispuesto a ganar desde el primer minuto. Se presentó con ese traje nuevo de la intensidad y la confianza. Y hablo de confianza porque es justamente lo que le está faltando a Las Palmas en los últimos partidos. Nos marcaron dos goles idénticos, tras dos saques de esquina, en esas jugadas que casi siempre dependen de la decisión y de los movimientos de los porteros. Cuando quitas a un guardameta muchos partidos sin que medie lesión alguna le estás quitando también esa confianza necesaria para colocarse y para saber que esos balones que vuelan en el área pequeña tienen que encontrar sus puños inevitablemente. No sé qué hemos ganado jugando a cambiar porteros. Ahora mismo creo que tenemos un problema en la portería. Se ha cuestionado a los dos guardametas, y de ellos depende casi siempre el funcionamiento de todo el conjunto. Si uno mira hacia atrás sabiendo que está todo controlado, ya puede desplegar osadía y talento. Si hay inseguridad y miedo, todo eso se contagia en el subconsciente del resto de compañeros.
Hacía cuarenta años que no ganábamos al Betis en su casa. Lo hicimos con dos goles de Morete. Yo no sé cuántos goles metería hoy en día el delantero argentino si volviera a vestir la casaca amarilla; pero estoy seguro de que serían muchos, aunque ya no podría celebrarlos subiéndose a las vallas como cuando se transmutaba en aquel puma desbocado que nos levantaba a todos de nuestro asiento. Yo firmaría un cheque en blanco por un nueve como Morete. Araujo sigue sin estar y encima Livaja nos falla, aunque ya llevaba varios partidos más fuera que dentro de la cancha. Sin portero y sin delantero centro solo jugaremos a dar vueltas como el hámster que se marea dentro de la jaula. No quiero ser alarmista, pero ahora mismo urge una reacción por parte de todo el plantel amarillo. Lo del Éibar fue solo un espejismo en el último segundo del partido. Sigo confiando plenamente en el cuerpo técnico, pero hay que saber que Roque ya no es aquel jugador con espacios de cuando no nos conocían. Ahora saben hasta el número de pulsaciones de Jonathan Viera. Hay que tener otras opciones de salida, y ese camino se queda bastante tocado cuando dejas a Vicente Gómez en el banquillo. Vicente es el que viene a buscar el balón cuando a Roque le rodea medio ejército enemigo. Creo que al dejarlo en el banquillo nos cerramos nosotros mismos todas las puertas. Hoy vivimos otra noche de sombras para la Unión Deportiva. Son muchos números, pero todos sabemos que en el fútbol el uno y el nueve, además de impares, son casi siempre insustituibles si se quieren ganar partidos.






sábado, 5 de noviembre de 2016

Los relámpagos futboleros

Cada uno vive su tiempo. Y ese tiempo transita más rápido o más lento según las vivencias que vamos teniendo. Hay semanas que pasan veloces como un rayo y días que parecen meses en su lentitud casi paquidérmica. Con el fútbol sucede un poco lo mismo. Hay partidos que pasan volando y otros que parece que nunca terminan entre sopor, los balonazos y esa sensación de que ni los propios jugadores se creen el encuentro que están disputando. También hay temporadas que no dejan huella y otras de las que casi recordamos hasta los saques de esquina. Cuando pase el tiempo, de estos días que vivimos quedarán grandes recuerdos que, por suerte, también contarán con imágenes para que no nos parezcan mentira. Somos muchos los que desearíamos que hubiera referencias documentales de todos aquellos encuentros que marcaron nuestra infancia y que fueron determinantes en ese subconsciente amarillo que se nos aparece desde que escuchamos que alguien nombra a la Unión Deportiva Las Palmas.
La semana seguro que se hizo larga para Raúl Lizoain, Quique Setién y Javi Varas. Decidiera lo que decidiera el entrenador alguien iba a quedar descontento. Por eso nunca sería entrenador, porque no sé lo que saben ellos y porque a la hora de tomar esas decisiones hay que dominar esos códigos casi secretos de los vestuarios, las concentraciones y los egos que pelean cada semana por ser los protagonistas bajo los focos del estadio. Jugó Lizoain y no nos marcaron ningún gol. Y esa es siempre la gran noticia para el portero.
El partido fue extraño, con una primera parte de intenso dominio amarillo y una segunda mitad en la que fue el Éibar quien llevó el control del juego y quien dio más sensación de peligro. Durante buena parte del partido hubo tormenta en el cielo de la capital grancanaria, una extraña tormenta con muchos relámpagos y ningún trueno. Así fue el fútbol de Las Palmas, efectista y luminoso en la primera mitad, sobre todo con ese rayo incontrolable y sorprendente llamado Jonathan Viera, pero sin ruido, sin trueno, sin que pudiéramos cantar ningún gol. Pero ese estruendo nos estaba esperando al final del encuentro. Lo que habíamos sufrido otras veces, ese penalti dudoso en el descuento, hoy lo encontramos de nuestro lado. Ganamos el partido marcando un gol de penalti en el descuento. Ese es el guion que todos decimos que firmaríamos en cualquier momento. Y marcó quien puso el juego relampagueante en la primera mitad, ese mago de los destellos llamado Viera.
Ganar o perder, a pesar de lo que decía Coubertin, sí es a veces importante. El empate es tibio, como si no pasara nada, aun cuando empatas con un equipo de campanillas, o cuando ese empate era el punto que faltaba para ser campeones o salvarnos del descenso. No queda nada de los empates. Por eso se nos estaban haciendo tan largas las últimas semanas. Queríamos ganar cuanto antes, aunque todos nos calláramos y tiráramos del tópico para decir que seguíamos sumando, pero una victoria equivale a tres partidos empatados y a tres sueños que se nos quedaron a medias. Hoy ganamos al Éibar. Y todos respiramos un poco más hondo y podemos mirar de nuevo la clasificación viendo que, de repente, subimos varios puestos y que el buen juego y los puntos por fin se vuelven a poner de acuerdo.

domingo, 30 de octubre de 2016

La ley del fútbol

No era victimismo. Si juegas contra equipos que te superan en presupuesto tienes que multiplicar tus esfuerzos y tu talento para ganar los partidos. Un amigo me comentó el otro día que nos estábamos quejando demasiado de los árbitros y traté de explicarle que este fútbol no se parecía nada a aquel fútbol de los tres extranjeros y de la igualdad de casi todos los clubes. Los equipos como Las Palmas tienen que plantear un partido casi perfecto para ganar a esos equipos estratoféricos. Por eso los errores arbitrales como los de los partidos contra el Sevilla y contra el Villarreal escuecen tanto.
Y por eso mismo se agradecen los enfrentamientos contra equipos como el Celta de Vigo: por la paridad presupuestaria, por el gusto por el buen juego y por la historia que nos une mucho más allá de todos esos equipos de nuevo cuño que no tienen el empaque ni la querencia de la Unión Deportiva y el equipo gallego. Siempre digo que el partido en el Insular que más intensamente recuerdo fue aquel contra el Celta en el que nos jugábamos el descenso después de haber estado a punto de ganar la Liga un par de años antes y antes de que jugáramos la final de Copa unos años más tarde. También fue un domingo, y fue la última vez que vimos jugar a Tonono en el Insular, el último partido de Sinibaldi como entrenador y el del golazo de Quique Wolff (un año antes quien había marcado otro gol inolvidable contra el Celta había sido Tonono). Pero había algo mágico en aquel encuentro, y cuando lo hablo con gente de mi generación siempre sale a relucir ese enfrentamiento como ejemplo de lo que era el Insular, del olor a jareas, a césped recién cortado y al humo de los puros que formaban una gran nube sobre Fedora. Le preguntaba el otro día al portero Manolo López que cuál había sido el partido de Las Palmas del que guardaba un recuerdo más intenso y no dudó a la hora de nombrar ese encuentro que él vio como niño junto a su padre en las gradas del Insular. Supongo que luego, con el paso de los años, cumplió sus sueños cuando se vio en el lugar en el que Carnevali jugaba aquel partido.
Quien también ha cumplido su sueño es Raúl Lizoain, pero no me gusta la inseguridad que genera. Siento escribir esto, pero si a los aficionados nos produce zozobra su cara de susto y algunos de sus movimientos, no quiero pensar lo que sienten sus compañeros. Me parece un buen profesional, un canterano ejemplar, y espero que tenga suerte en los próximos partidos. Si Setién confía en él es porque sabe que puede convertirse en ese arquero que precisa un equipo como la Unión Deportiva. Pero hoy no fue su día. Y tengo muy claro que los equipos se arman a partir de un gran portero. Si Holanda no le ganó a Alemania en la final del Mundial 74 fue porque en una portería estaba Jongbloed y en la otra Sepp Maier. Si Brasil perdió contra Italia en el Mundial 82 fue porque los italianos contaban con la sobriedad de Dino Zoff y los brasileños con Waldir Peres. Lo vivido en el Gran Canaria fue, al margen de la épica de la remontada, un partido protagonizado por los guardametas. Falló Raúl en el primer gol y dejó helado al estadio y falló luego Sergio Álvarez en el primer gol amarillo con una salida en falso. Pero es que casi podemos sentirnos satisfechos con el empate (y eso que el Celta jugó veinte minutos con un jugador menos) si recordamos que en el descuento otra salida en falso de nuestro portero estuvo a punto de echar abajo todo lo logrado. No sé qué sucede con Javi Varas. Pero yo, como aficionado, tengo muy clara mi predilección, y creo que los resultados también avalan al ex guardameta del Sevilla. Un portero que falla deja sin sentido toda la poética que se quiera escribir sobre el campo. Es la ley del fútbol.

domingo, 23 de octubre de 2016

Las vueltas que da el fútbol

Ya he escrito que el fútbol no es más que un reflejo de la vida. Los cambios de rumbo son parecidos, eso que llamamos las vueltas de la vida y que aquí llamaremos las vueltas del fútbol. Solo así se entiende que un año después estemos viendo a Las Palmas como no la habíamos visto jugar en casi tres décadas. Llegó Setién cuando parecía que estábamos condenados a ser una estrella fugaz entre los grandes, un equipo de paso que solo dejaría una estela de olvido.
Y todo comenzó contra el Villarreal, como si el destino que escribe las páginas de este juego que tanto nos apasiona ya tuviera clara la trama y hasta el desarrollo de la misma. Hace un año había un jugador olvidado que casi no había vestido la camiseta amarilla. Me lo imagino planteándose su retirada o su cesión a un equipo de Segunda División. Ese jugador se convirtió en titular de la noche a la mañana tras la llegada de Quique Setién y Eder Sarabia, y ayer quiso agradecer esa confianza dibujando una de las asistencias más hermosas que recuerdo en un terreno de juego. Y gracias a esa apuesta por el fútbol de toque, un divo que parecía inalcanzable eligió vestir de amarillo ante la sorpresa de todo los entendidos del balompié europeo. Hoy ese jugador también quiso rubricar el aniversario de la belleza rematando prodigiosamente la asistencia del centrocampista de San Cristóbal. El gol de Boateng dará la vuelta al mundo y el mundo sabrá que ese equipo vestido de fucsia tiene historia, grandes epopeyas y momentos como el vivido en El Madrigal, un instante de gloria, una imagen que se quedará para siempre en la foto fija de nuestras retinas.
Si alguien me preguntara qué es el arte en el fútbol le pondría ese gol inolvidable. Pero esas vueltas de las que hablaba al principio también acontecen en un mismo partido. Quedará esa imagen y ese detalle plásticamente imborrable. Todo lo demás es mejor olvidarlo cuanto antes para volver a empezar de nuevo. Estamos fallando al principio y al final de los partidos que jugamos fuera de casa. Nos falta concentración y contundencia, y en las segundas partes nos estamos desfondando un partido tras otro. Vale que el segundo gol en el descuento vino precedido de una falta clamorosa de quien luego remata a la red; pero esas combinaciones, como el día del Sevilla (con otro robo arbitral), no pueden repetirse en el borde del área que defendemos. Aprendamos de los errores y quedémonos con la estética del pase picado de Viera, la asistencia de espuela de Tana y el acrobático remate de Boateng. Ahora nos jugamos media Liga en los dos partidos que disputaremos en nuestro estadio. Hoy llovía en Gran Canaria mientras jugaba Las Palmas, pero la lluvia que veíamos en la tele y que nos empapaba el ánimo en la segunda parte era la del Villarreal. En una novela de Julio Llamazares la lluvia amarilla tiene que ver con el otoño, la soledad y el abandono que convierte en fantasmas a pueblos que un día fueron bulliciosos y que contaban con niños celebrando goles por las calles. Así nos quedamos los aficionados de la Unión Deportiva cuando terminó el partido, como ese pueblo desolado y silencioso de la novela de Llamazares. Solo nos salva el arte, lo que quedará cuando casi todo lo demás se haya olvidado. Ese gol. Ese momento que será inolvidable en la historia de la Unión Deportiva Las Palmas.




viernes, 14 de octubre de 2016

Las transiciones necesarias

Los viernes por la noche, cuando yo era niño, eran días de Lucha Canaria, de felicidad por saber que no había que ir al colegio al día siguiente y de vísperas de partidos de fútbol. Ya los terreros no mueven a los miles de aficionados de hace años, con aquellas épicas luchadas que los más viejos unían a los nombres de los grandes mitos del deporte vernáculo. El fútbol y la lucha canaria casi formaban parte de una misma memoria histórica y referencial en nuestro entorno, pero al final ha quedado el fútbol porque el fútbol ocupa ya todos los horarios. Hoy tocaba jugar un viernes, y lo hacíamos contra uno de esos equipos que, sin ser gallegos, nunca sabes si están subiendo o están bajando. Sí es verdad que uno se da cuenta de que Las Palmas empieza a ser respetado cuando un entrenador como Quique Sánchez Flores mete a su equipo atrás y solo queda a la espera de algún robo de balón para armar un contraataque.
Creo que vivimos un proceso de transición que nos terminará llevando a aquel juego fluido e incesante del final de la pasada temporada. Este año solo hay destellos de aquellas paredes, de los pases al hueco o de las combinaciones casi increíbles. Somos más contundentes y más determinantes en defensa y a la hora de recuperar el balón, como si quisiéramos ser al mismo tiempo el Brasil de Dunga y el de Telé Santana en el Mundial 82. Por suerte Setién se inclina más por el Brasil de Sócrates, Zico, Falcao o Toninho Cerezo, por aquella constelación de ídolos que solo acabó cediendo a la efectividad del catenaccio italiano y de un iluminado Paolo Rossi. Nosotros también contamos con uno de esos jugadores que convierten el fútbol en un incesante muestrario de genialidades y de jugadas que nos levantan del asiento. Todo parece que puede cambiar cuando Jonathan Viera levanta la cabeza o conduce el balón como si llevara un abecedario entre las botas para escribir las jugadas que solo se conciben más allá de las metáforas. Conocen cómo jugamos, pero si contamos con Viera no sabrán nunca cuáles son nuestras estrategias finales. Si hoy no hubiera estado Diego López en la portería del Espanyol estaríamos contando goles nacidos de los pases imposibles de ese Romario de la Feria que nos vuelve cariocas cuando corremos por el césped. El otro día contaba el periodista Enrique Ortego que una vez le había llamado Luis Suárez, el único español con un Balón de Oro, para preguntarle que quién era ese fenómeno vestido de amarillo que estaba viendo en la tele desde Italia. Todo es diferente cuando Viera está en el campo, y en estas transiciones es vital contar con un jugador que no deje nunca que nuestra navegación se vuelva rutinaria. Seguimos sumando puntos. Los otros equipos saben a lo que jugamos y ya no dejan que nos soltemos como hace meses. Llegó la lluvia al final del partido como si quisiera borrar lo que habíamos visto los noventa minutos antes. Setién sabía de lo que hablaba hace unas semanas cuando a los aficionados nos cegaba la euforia. Esa es la tranquilidad que me queda, que contamos con un entrenador que sabe leer el fútbol mucho más allá de lo que tenemos delante. Estoy seguro de que poco a poco dará con la clave para que volvamos a parecernos a aquel equipo que hacía que nos frotáramos los ojos después de cada jugada. Las transiciones son siempre necesarias. También algunos empates.

sábado, 1 de octubre de 2016

El otro fútbol

Cuando los jugadores están a punto de saltar al campo escuchan en la lejanía el retumbar de las gradas o el estruendo de los aficionados cantando himnos o recordando pareados que llevan repitiéndose decenas de años. Da lo mismo que sea el campo de tu equipo o el terreno de juego del contrario. El olor de la hierba y el horizonte trazado con rayas blancas y una portería en cada lado del campo es el mismo en todas partes. Es en ese momento cuando un jugador sabe muchas veces si va a ganar o a perder un partido. Me lo han contado algunos de ellos, que les sucede lo mismo que a nosotros cuando salimos de casa cada mañana y ya sentimos avisos del día que nos espera.
El encuentro contra el Osasuna era como esos días raros en los que intuyes que te estás jugando media vida pero no quieres reconocerlo. El equipo de Pamplona era el colista y nosotros uno de los conjuntos que más han dado que hablar en este inicio liguero; pero al mismo tiempo sabíamos que El Sadar era un escenario con mucha historia y mucha magia, uno de los pocos estadios que todavía nos traen a la memoria la cercanía de los jugadores y el olor de la hierba, un estadio como el Insular o como Atocha, con el público a pocos metros de los jugadores y con ese bullicio que suena de otra manera en los espacios más pequeños, un sonido parecido al eco de aquellas maretas en las que jugábamos de pequeños.
El partido salió como quería Osasuna, y nosotros salimos como en Valencia y en Anoeta, algo despistados y sin esa tensión necesaria para que no te marquen a las primeras de cambio. El equipo navarro se encontró un penalti en la primera jugada y creyó que sentenciaba el encuentro con un dos a cero en el último minuto de la primera parte. Pero esta Unión Deportiva ha demostrado personalidad y madurez mental varias veces a lo largo de esta temporada. Seguimos saliendo desde atrás, combinando, moviendo el balón de lado a lado y buscando huecos entre esas sombras que a veces dejan los defensas cuando alguien los mueve de posición o los desorienta con un regate o un pase al hueco que no esperan. Y así empatamos y demostramos una vez más que este equipo va en serio y que sabe a lo que juega incluso cuando todo se pone en su contra.
Veníamos de la euforia del Madrid y del affaire de Araujo. Llegábamos con muchos lesionados y con esas dudas que decía al principio que se generan muchas veces en mitad de los caminos. Hoy era un partido para estar abajo o para quedarnos arriba mucho tiempo. Jugábamos en un campo del norte, uno de esos campos que tan mal se le suelen dar casi siempre a Las Palmas, y encima contra un histórico necesitado de puntos. Pudo ganar cualquiera de los dos, y si el fútbol fuera boxeo y el balón y el azar no jugaran lo que juegan hubiera ganado Las Palmas a los puntos. Pero me quedo con el estoicismo de Séneca: per aspera ad astra (hasta las estrellas por el camino más difícil). Por ahí seguiremos rondando, con sacrificio, con paciencia y con esa convicción de que quien propone belleza siempre acaba encontrando algo que merece la pena. Las Palmas sigue proponiendo un fútbol bello y los resultados refrendan esa máxima de Séneca: seguimos cerca de las estrellas, aunque nuestro camino se llene de pequeños obstáculos o de días aciagos. Este empate también es un premio para los osados y los valientes.



sábado, 24 de septiembre de 2016

Los días del circo

Uno mira el fútbol muchas veces como si pudiera mover el balón o regatear desde la grada o el sillón de casa. Todo parece fácil. No hace frío ni calor, no duelen los balonazos en la cara y nunca nos cansamos. Pero son otros los que están en el campo. Y esos otros son los que soñamos siempre que jueguen como cada uno de nosotros. Durante años mis intenciones soñadoras se venían abajo con el primer despeje a tierra de nadie o cuando mi equipo se encerraba atrás antes de que pitara el árbitro. Yo soy de los que aprendió a soñar viendo la realidad delante. Me explico: cuando era niño, lo que hacían Germán o Brindisi superaba todo lo que yo pudiera pergeñar en mi magín de infancia.
El otro día, antes de la debacle de Anoeta, me decía un buen amigo que tenía que pellizcarse para creer lo que veía en la clasificación. Le pasaba como en esas pesadillas en las que de repente nos falta una asignatura para terminar el bachillerato o la carrera. Temía que todo fuera irreal; pero no, era tan cierto como que hoy jugábamos con el Real Madrid sin tener que mirar hacia ninguna altura inalcanzable para verlo cerca.
Y vaya si jugamos, como hacía años que no veía a Las Palmas, con Tana extendiendo en el césped el mapa genético del fútbol canario y con Viera inventando como solo lo saben hacer los grandes genios. Tocamos la pelota desde el minuto uno al noventa, pero hubo veinte minutos, los últimos veinte de la primera parte, en que casi le pregunto a mi compañero de asiento si era real lo que estaba viendo.
El otro día llegaba con mi hija a mi pueblo de infancia. Caminábamos entre edificios y yo le dije que cuando era pequeño ese lugar era un gran solar en el que una vez se había instalado un circo con elefantes, leones y monos que estiraban las manos entre los barrotes de las jaulas. Es verdad que hasta yo mismo me planteo a veces si aquello no es más que una ilusión de mis recuerdos. Algo parecido me pasó ayer cuando vi que Las Palmas le jugaba de tú a tú al actual campeón de Europa. Vivamos estos momentos con la ilusión que merecen. Hoy hemos habitado el mejor de los sueños futbolísticos durante noventa minutos. Que siga la fiesta. Que no se acabe la música y que este circo no deje nunca de ilusionarnos y de subirnos al séptimo cielo. Hoy es uno de esos días que se recordará para siempre. Nos lo contaremos dentro de unos años y nos parecerá mentira. Da lo mismo que no ganáramos en el terreno de juego. Hay partidos que luego se ganan en el recuerdo, en la estela de emociones que se fueron grabando casi sin que nos diéramos cuenta. Pudimos haber ganado, pero este empate consigue que nadie apague los focos de nuestros mejores sueños.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Detalles y vestigios

Quique Setién es un hombre moderado, tranquilo, de movimientos ajedrecísticos más que de golpes en el pecho como aquellos que daba Carlos Aimar cuando los jugadores saltaban al campo. Mira los partidos y parece que observa un tablero de ajedrez. Pero es cierto que en ese sentido casi matemático del juego es más Bobby Fischer que Spaski, más Kasparov que Karpov. Dentro del tablero es un osado que sigue ese manido lema que defiende el ataque como la mejor de las defensas.
El fútbol también enseña que no vale la pena lamentar lo perdido. Cada partido es un mundo nuevo, y cada semana un principio que deja atrás las euforias y las decepciones, las grandes gestas y los fracasos que parecían inasumibles. Olvidan los jugadores y olvidan los aficionados. Todos saben, por experiencias repetidas, que no hay pena que dure cien partidos, ni gesta que no se lleve el viento del olvido. Recibíamos al Málaga. No me gustaba nada ese encuentro. Hubiera preferido jugar contra uno de los grandes después del robo en Sevilla, uno de esos equipos que logran avivar el ambiente y que consiguen que los jugadores salten al campo como si les fuera la vida en cada balón dividido. El Málaga es un conjunto bien armado que no hace ruido, pero que estoy seguro de que estará al final de la temporada de media tabla para arriba. Nosotros salimos a jugar a lo que sabemos, aun asumiendo que los rivales ya empiezan a conocer nuestros automatismos. Sin embargo esta temporada nuestra manera de jugar maneja muchas más variables y somos más verticales y efectivos, más guerreros en la presión y más certeros cuando toca salir al contraataque en tres o cuatro pases. Los rivales pueden conocer nuestras consignas tácticas esenciales, pero luego se ven sorprendidos por la calidad de quienes se mueven dentro del terreno de juego vestidos de amarillo. Esta es tierra de poetas y de futbolistas virgueros que no dudan en regatear a su propia sombra si de esa manera embellecen aún más la jugada de su vida.
Contra el Málaga, sobre todo en la segunda parte, vimos que este equipo es capaz de resistir y de defender ordenadamente. Todo ataque, como también saben los buenos ajedrecistas, comienza por una buena defensa de tus posiciones. Si no hubiera mediado el robo de Sevilla ahora estaríamos en lo más alto de la clasificación; pero la vida nos enseña que a veces hay que dar muchas vueltas para llegar a un destino. Recuerdo que tras el gol de Casemiro el pasado año contra el Real Madrid, en lugar de hundirnos levantamos el vuelo y ya no nos detuvo nadie hasta que terminó la temporada. La próxima semana, pase lo que pase en Anoeta, vendrá el actual campeón de Europa y nosotros estaremos rondando esa zona a la que solo llegan los equipos de campanilla. Si esa historia nos la cuentan hace un año, pongamos que tras aquella derrota en los últimos segundos contra el Real Madrid, la hubiéramos considerado casi un imposible. Estos jugadores reflejan en su sombra la silueta de grandeza de todos los que un día hicieron grande a la Unión Deportiva. Volvemos a ser grandes nuevamente. No es un sueño. Miren la clasificación ahora mismo. Estamos casi en lo más alto. Ya, ya sé que parece mentira. Qué les voy a contar que ustedes no sepan. Ustedes también atravesaron desiertos que parecían interminables. Disfruten y sigan soñando fuerte. Esos jugadores merecen que creamos en todas las utopías.


sábado, 10 de septiembre de 2016

Trazos fuertes y atracos

Cuando se escribe a mano, las letras se dibujan diferentes en cada trazo. A veces salen torcidas y otras veces nos parecemos a aquellos copistas medievales que se recreaban en los detalles como si cada letra fuera una gran obra de arte. La llegada de los ordenadores hace que pocas veces se diferencien unas letras de otras. Todo parece clónico y trazado de manera idéntica. En el fútbol sucede algo parecido. Sin darnos cuenta, fuimos dejando que los pases, los regates y las jugadas se trazaran de forma casi uniforme y monótona, primando lo físico, apartando el talento y dejando, por tanto, que el que más tiene sea el que gane siempre. Todo eso se acaba cuando aparece algún romántico y apuesta por un fútbol que parece escrito a mano, distinto, sorprendente, con la vitola y el sello de cada jugador, y con un estilo que deje absoluta libertad al jugador creativo y virguero. Todo eso sucedió en la primera parte en Sevilla. Después resistimos como jabatos, con orgullo, con casta, como resisten los equipos pequeños el embate de los grandes. Pero como tantas veces en la Liga española y en la historia de la Unión Deportiva llegó un árbitro a bajarnos del séptimo cielo en el que habitábamos hacía dos semanas.
Hoy partíamos con las bajas de nuestro futbolista de referencia, Jonathan Viera, y del fichaje estrella, Kevin Price Boateng. En otras circunstancias casi hubiéramos dado el partido por perdido de antemano; pero la Unión Deportiva es ahora mismo un verso suelto en medio de ese fútbol mecanizado del siglo XXI. Cuenta con un entrenador que sabe lo que quiere y que elige a quienes juegan no en función del caché o del físico sino mirando primero su capacidad creativa y su compromiso con los colores que defiende. Y luego está Roque Mesa. Inconmensurable. Un metrónomo, un futbolista que desde la llegada de Setién y Sarabia juega como esos jugadores tocados por la magia de los dioses del fútbol. Destaco a Roque, pero habría que resaltar a todo el equipo. Me siento orgulloso de cada uno de ellos. En el fútbol la letra es una especie de estela que dejan los pases inolvidables o los goles que recordamos eternamente, lo que se traza distinto sobre un terreno de juego, los desmarques, los cambios de sentido y los regates inesperados de quienes saben que ganar no es el único verbo importante. Y todo ello lo vimos en la primera parte del partido contra el Sevilla, con ese golazo de Tana que perdurará en nuestra memoria.
Pero ya digo que una cosa son los sueños y otra los árbitros: penalti inexistente en el minuto 88 cuando ganábamos 0-1. Nos expulsan a un jugador en la misma jugada. Empata el Sevilla tras ese penalti. Luego córner fuera de tiempo y con ese jugador menos de la UD los sevillistas rematan en la última jugada del partido. Orgulloso de la Unión Deportiva, pero con el mal cuerpo de la injusticia. Hoy seremos muchos los aficionados amarillos que nos acostamos con ese resquemor de lo injusto en las entrañas. Me imagino a los chiquillos que estaban viendo el partido pendientes de las camisetas amarillas. Cuando yo era niño no entendí nunca por qué los árbitros castigaban siempre a los más débiles. Vale, pueden decir que fue un error humano, pero también hay dos jueces de línea y un cuarto árbitro. Es imposible que ninguno de ellos viera el piscinazo vergonzante de Vitolo. En Inglaterra el Leicester pudo ser campeón porque los árbitros no miran escudos ni presupuestos. Aquí no creo que nos dejen ni jugar la Europa League.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Felipe, aquel ídolo de los otros días de gloria

No podía llegar en mejor momento el homenaje. Hace años, los más jóvenes no entendían que habláramos todo el rato de los tiempos en los que ganábamos a los grandes, jugábamos competiciones europeas y llegamos a una final de la Copa del Rey. Siempre digo que me hubiera gustado haber vivido el mejor momento de la Unión Deportiva, el de los canteranos que estuvieron a punto de ganar la Liga, el de Germán, Tonono, Castellano, Guedes, León y compañía. No lo viví aunque sí lo conozco como si lo hubiera vivido. Tenía dos años en esos momentos, pero luego mi abuelo y mi padre me contaron una y mil veces con todo lujo de detalles aquellos pases al hueco de Germán para que corrieran León o Gilberto II o me hablaban de la jerarquía de Juan Guedes empujando al equipo e imponiendo el ritmo pausado hasta que veía un hueco y de repente aceleraba como hacía Classius cuando dejaba de bailar como una mariposa para picar igual que una avispa. Vi jugar a casi todos menos a Juan Guedes.
Después llegaron años de transición y de estar al borde del descenso hasta que aparece Miguel Muñoz y, como Molowny en los sesenta, vuelve a cambiar la historia. Creo que ahora Setién está a punto de sumarse a esos dos nombres en la historia de la Unión Deportiva. Muñoz tenía un equipazo con jugadores como Carnevali, Brindisi, Morete, Juani y compañía, pero tomó un par de decisiones que cambiaron el destino de dos jugadores que luego llegaron a ser internacionales varias veces: puso de lateral a un extremo como Gerardo Miranda y de líbero, ahí es nada, a un delantero como Felipe. Acertó en los dos casos. Gerardo se fue pronto al Barcelona, pero Felipe se acabó convirtiendo en uno de los grandes jugadores de la Unión Deportiva. No fue internacional más veces por aquella especie de fobia que tenía Kubala a los jugadores de Las Palmas y porque coincidió en el tiempo con José Ramón Alexanco, pero recuerdo el Don Balón de aquellos años y el equipo ideal de cada semana: Felipe aparecía casi siempre en el puesto de líbero: su experiencia como delantero le hacía colocarse en el lugar preciso, aunque lo que más recuerdo era cuando salía desde atrás jugando el balón, siempre con la cabeza levantada, regateando o haciendo paredes con Brindisi, con Noly, con Jorge o con Félix. El balón se lo pasaba Guillermo Hernández o Roque Díaz, o sacaba en corto Carnevali, y Felipe lo llevaba hasta el otro campo poniendo en pie al Insular varias veces cada partido.
Siempre digo que yo tenía dos ídolos de niño. Germán, Guedes y Tonono eran mitos, y los mitos están en un escalón superior, casi intocable; pero de los jugadores que veía jugar cada semana con diez u once años siempre elegía a Felipe y a Brindisi. El jugador de La Orotava se merece como pocos el homenaje que le brindará la Unión Deportiva en los próximos días. Y lo que uno agradece al destino es que un jugador como Felipe, un profesional discreto que al retirarse volvió a su pueblo como quien regresa con una misión cumplida, vea llegar a ese pueblo al equipo líder de la Liga más importante del mundo. Se merecía un reconocimiento como ese el eterno líbero, aquel jugador con el flequillo cubriéndole la frente que cortaba certero los avances del contrario y que salía al ataque levantando la cabeza y poniendo en pie al Estadio Insular en unos días de gloria parecidos a los que ahora vivimos.


domingo, 28 de agosto de 2016

Regresos, alegrías y bufandas

De nuevo fuimos al ropero a coger la bufanda los que vamos con bufanda al estadio y las camisetas amarillas los que tiñen de ese color las gradas del Gran Canaria. El comienzo de la Liga, de cualquier Liga, siempre es un aventura que aguardamos desde muchas semanas antes, una evidencia después de dos meses con anuncios de fichajes, partidos de pretemporada y cualquiera de esos grandes campeonatos que vemos en la tele con una pasión distinta a la pasión que encontramos desde la cercanía de las gradas. Ayer, además, ese comienzo lo vivíamos con el comodín de los tres puntos ganados en un estadio tan difícil como Mestalla. Había sonrisas, mucha ilusión y esa sensación, casi siempre contenida, de que este año sí que va a ser nuestro gran año. Lo son todos, pero debemos reconocer que este es distinto, como aquellos años de Germán y Guedes, como los de Brindisi y Morete, se notaba en el ambiente, en las miradas luminosas de los aficionados y en esos niños que ya no le piden a los Reyes el equipaje del Real Madrid o del Barça sino el de la Unión Deportiva Las Palmas.
Hasta hace unos años, los partidos con el Granada se jugaban en Segunda B. Esas son las vueltas de la vida, lo que uno aprende con el paso del tiempo, lo que sabes que al final acabará sucediendo más tarde o más temprano. Porque también muchos años antes, en los setenta, estaban los dos en Primera y se hacían notar, aquel Granada de José Luis, Izcoa, Castellanos o Parits. En Granada fue también donde se hizo realmente grande Vicente González, futbolista de Agaete que venía de jugar en el Barcelona y que acabó recalando en México, toda una referencia futbolística para los grancanarios que lo vieron jugar en los años sesenta y setenta.
Uno agradece la presencia de entrenadores que no se conforman solo con el resultado, sobre todo cuando los equipos no están separados por muchos millones de euros en los presupuestos. Esa igualdad genera casi siempre un gran espectáculo, pero me gusta además que mi equipo no renuncie a esa condición casi innegociable de la belleza y el divertimento ni siquiera cuando se enfrenta a esos equipos de campanillas a los que a veces los millones no les valen para dar con el buen juego. De Setién me gusta su apuesta por un estilo en el que, buscando esa belleza y ese arabesco, no descuida la presión ni la defensa. Lo ha demostrado durante años el Barcelona, como lo demostró antes la selección holandesa de los setenta o el Milán de Arrigo Sachi: jugar de fábula al fútbol no implica un suicidio previo; todo lo contrario: los grandes equipos que han marcado una época, sobre todo en el fútbol moderno, han sabido apuntalar primero su estrategia defensiva. Lo primero es tener el balón y ya luego viene todo lo demás, esa sensación de que parece fácil jugar al fútbol, de que casi no requiere ningún esfuerzo. Eso es lo que consiguen Setién y Sarabia en la Unión Deportiva.
El Granada parecía un equipo endeble, pero nos dio un buen susto al final de la primera parte con el empate. Otras temporadas, ese gol psicológico, como el primero en Valencia el pasado lunes, nos hubiera hundido. Algo que destaco de la Unión Deportiva este año es su personalidad y su entereza al margen del resultado: creen en lo que hacen y se nota, además, que el equipo es una piña: bastó con ver cómo salió Livaja del campo entre abrazos de compañeros y gestos de complicidad de todo el equipo. Ganamos cinco a uno; pero no me quedo con el resultado sino con la cantidad de ocasiones que generamos. Tocamos con criterio, movemos de banda a banda, iniciamos de nuevo cuando no hay espacios y terminamos llegando al área pequeña muchas veces. Ya dije hace unas semanas que este año tocaba soñar fuerte. Vienen buenos tiempos. Se nota que esto no es casual ni flor de un día.
Tenemos talento de sobra, pero esa no es una noticia solo de este año. En esta ocasión creo que se junta el talento con el trabajo y la eficacia de la inteligencia. Esa confluencia nos puede dar muchas alegrías. De momento, ya me voy preparando para seguir soñando en Sevilla frente a Sampaoli, Vitolo y compañía. Más madera. Sin complejos y contra otro equipo que busca todo el rato el marco contrario. Dos insistencias similares en un mismo terreno de juego, una con más garra y la otra con más técnica, pero con un mismo camino innegociable desde que empieza el encuentro. Disfrutemos de esta alegría y de estos días memorables.

Nota: Tras finalizar el partido entre el Athletic de Bilbao y el Barcelona la Unión Deportiva Las Palmas es líder de Primera División por delante del Real Madrid y del referido Barcelona. Creo que no estábamos en esa posición desde la temporada 1978-1979, en los años de Carnevali, Roque, Felipe, Jorge, Brindisi, Félix, Noly, Morete, Maciel y compañía, los últimos años de gloria después de aquellos inolvidables de Tonono, Guedes y Germán. Muchas décadas viendo la gloria desde muy lejos. Da lo mismo lo que dure. Estos días serán inolvidables.


lunes, 22 de agosto de 2016

Los ojos del murciélago

No es cierto que los murciélagos sean ciegos. Tienen ojos y ven como la mayoría de nosotros. Pero no podrían volar en la oscuridad solo con los ojos. También cuentan con la orientación de su propio eco y con una especie de brújula que les indica hacia dónde deben dirigir sus vuelos para no estrellarse contra un muro o contra esas torres que rodean a velocidad de vértigo. En el escudo del Valencia reina el murciélago, pero esta noche esa brújula interna y ese eco que ayuda a elegir los caminos fueron amarillos. Yo creo que a estas alturas los jugadores de la Unión Deportiva están tan unidos al balón que ya saben hacia dónde se dirige desde que lo golpea un compañero. Como si escucharan su eco. Como si todo lo demás quedara lejos del terreno de juego. Este año, además, sí hemos podido empezar la temporada con los automatismos que tanto nos costó conseguir la pasada campaña. Setién y Sarabia han tenido toda la pretemporada para trabajar el sistema, los movimientos y las estrategias que ya dejaron medio avanzadas el pasado año en los jugadores que repiten. Pero sobre todo han tenido tiempo para transmitir a los jugadores que pueden ser los mejores si ellos quieren. Bastaba con ver el empuje de Viera, la precisión de Roque Mesa, la efectividad de Livaja o la confianza recuperada de ese jugadorazo que es Kevin Prince Boateng para entender lo que puede hacer la Unión Deportiva esta temporada.
También nos harían falta esos ojos de murciélago para ver un partido un lunes a las nueve de la noche (aunque peor lo tienen los aficionados peninsulares). En esos días y con esos horarios solo los equipos que juegan a divertirse y a divertirnos nos mantienen despiertos. Las Palmas es uno de esos equipos, lo demostró desde la primera jugada del partido y lo mantuvo hasta que el árbitro pitó el final del encuentro. Nunca se da un balón por perdido, se presiona con inteligencia y no se regala ese preciado botín con pelotazos o con despejes al otro campo una vez se recupera. Desde que el balón transita entre sombras amarillas se le mima y se le trata con esa delicadeza con la que se debe tratar lo que realmente amamos más allá de las palabras. Se dice siempre que se da lo que se recibe, en el amor, en la amistad y creo que también en el fútbol. Los equipos que juegan a hacer bello todo lo que intentan terminan teniendo esa suerte que los ilusos llaman de los campeones y que no es más que el premio de quienes son fieles a un estilo y a una manera de entender el juego más allá de la especulación o de lo meramente pragmático. Siempre decimos que la Liga es larga, pero esa amplitud de horizontes hay que trazarla teniendo en cuenta al mismo tiempo el carpe diem de lo que nunca regresa: jugar cada balón como si fuera el último minuto, buscar en cada ocasión lo bello y lo sorprendente, y no pensar en el minuto siguiente si se puede honrar a ese dios del fútbol que regala ocasiones a los más valientes y a los que aspiran a la gloria cada segundo y con cada remate que intentan.
Quienes llegan tarde el primer día de clase tienen la posibilidad de atisbar mejor que los otros los roles y los papeles que jugarán muchos de sus compañeros. Ya Las Palmas saltó al campo intuyendo quiénes serán los más aplicados, los más temerosos, los que asumirán riesgos y los que ganarán casi siempre. El Valencia hace años que es un gran equipo con gestores empeñados en destrozar su propio juguete. No quisiera que Las Palmas entrara nunca en esa dinámica del dinero sin ton ni son y de los representantes que juegan a intercambiar estampas como quien vende acciones en la bolsa o naranjas en el mercado de un pueblo. Por suerte Las Palmas tiene un proyecto y, sobre todo, cuenta con un estilo que nos enorgullece y nos hace robarles horas al sueño cuando juega a la hora de los murciélagos. Nosotros miramos y ellos juegan, pero cuando ellos juegan como nosotros llevábamos soñando desde hacía décadas entonces sí que acontece ese milagro que nos despabila y nos emociona a las once de la noche o las diez de la mañana. Y podíamos haber perdido o haber empatado. Pero no, ya dije al principio que la victoria es casi siempre para quien no traiciona ni uno solo de sus pasos.


viernes, 19 de agosto de 2016

Soñar fuerte

Los que tienen miedo a soñar casi siempre se quedan en la orilla. Los otros, los que anhelan nuevos paisajes, no llegan siempre, y a veces incluso esa llegada no era la meta. Pero lo intentan. Y los intentos no se conciben sin una voluntad decidida y un ánimo a prueba de cualquier desfallecimiento. Casi siempre es el camino, ese partido a partido que nombran los entrenadores, lo que da sentido al fútbol y a la vida, aquel poema de Kavafis en el que el destino de Ulises no era llegar a Ítaca sino el propio viaje, la aventura de cada semana y cada día. El fútbol es un viaje que comienza temporada a temporada, semana a semana, y ahora estamos en ese momento en el que todos los barcos sueñan con llegar al mismo puerto de la gloria en el solsticio de junio, antes de que quememos esas mismas naves en la hoguera del olvido para empezar de nuevo la temporada siguiente.
El otro día le escuchaba decir a Antonio Banderas que en la vida no basta solo con soñar si se quieren alcanzar grandes gestas. También ha de soñarse fuerte lo que uno desea, sin miedo, sin límites y, sobre todo, sin complejos que pongan freno a toda esa energía que aportan los sueños cuando uno se los cree y va en busca de ellos con todas las consecuencias. Hace un año, por estas fechas, si un aficionado del Leicester City hubiera escrito que su equipo iba a ganar la Liga inglesa habría recibido toda clase de burlas o habría sido tildado de fanático o de loco cegado por el color de la camiseta del equipo de su infancia. Alguien tuvo que soñar fuerte para alcanzar ese logro que ahora todos califican como uno de los mayores milagros de la historia del fútbol. Ese campeón de la Liga inglesa había estado a punto de descender el pasado año y no había nada a priori que hiciera presagiar ese éxito que vuelve a demostrarnos que en el fútbol no hay lógica que no se venga abajo si se juntan el deseo, la voluntad, la clase y la entrega hasta el último segundo de cada partido. Es un juego, y como tal juego no debemos ponerle más límites que los de nuestros propios deseos. Vale, ahora me pueden tildar de loco fanático de la Unión Deportiva Las Palmas si yo escribo que podemos ganar la Liga o la Copa este año, o clasificarnos para la Champions. Me da lo mismo lo que piensen. Me niego a no soñar todo lo fuerte que pueda antes de la primera jornada. Ya habrá tiempo para que llegue el tío Paco con sus pragmatismos y sus rebajas. Como aficionado tengo todo el derecho del mundo a plantear esos objetivos grandiosos que uno sueña desde niño. También soñaba con ver alguna vez a España campeona del Mundo y ahora mismo puedo pellizcarme cada vez que Iniesta bate a Stekelenburg y enseña el nombre de Jarque en su camiseta.
Este año, además, no me preocupaban los fichajes del equipo. Miento, solo me preocupaba un fichaje, que realmente que eran dos: Quique Setién-Eder Sarabia. Quería que garantizaran el estilo, lo que logramos en muchos partidos de la temporada pasada, esa intención irrenunciable de jugar con el balón y de hacer bello lo efectivo. Sabía que luego los nombres irían apareciendo procedentes de la cantera o de otros equipos. Me bastaba con saber lo que había sucedido el pasado año con jugadores como Tana, Roque o Vicente Gómez. Por una vez, mi equipo no iba depender de los nombres sino de una filosofía reconocible que buscábamos desde hacía décadas los que seguíamos creyendo en la esencia de un fútbol que llevaron a su máximo esplendor un grupo de canteranos en los años sesenta, con Germán, Tonono y Guedes a la cabeza. Esa es la única coherencia que yo pido siempre a los amarillos. Apenas los vi jugar, pero de ahí viene todo, o ahí confluyó todo, la técnica de Padrón el Sueco, de Alfonso Silva y de Mujica y la que vendría luego de la mano de Alexis Trujillo, Valerón, Orlando o Toni Robaina. Quique Setién era el entrenador que estábamos esperando desde hacía mucho tiempo, el fichaje deseado, ese estilo que queremos que se extienda a toda la cantera para que el jugador canario vuelva a reconocerse en el espejo de su propia mirada futbolística. No dejemos que un par de malos partidos o ese azar de los resultados desarbolen esta nave que está a punto de partir soñando fuerte, creyéndose lo que no se ha creído desde hace décadas, como mismo lo creemos los aficionados aunque muchos no se atrevan a decirlo. Defendamos el estilo como decía Benedetti que había que defender a la alegría, como una bandera, como un destino.



martes, 17 de mayo de 2016

Finales, principios y permanencias

Si en noventa minutos puede suceder de todo en un terreno de juego, imaginen entonces lo que acontece en 38 partidos, en más de tres mil minutos, contra unos trescientos jugadores, ante una treintena de árbitros y delante de decenas de miles de espectadores. Si seguimos sumando también podremos encontrar días de lluvia y de solajero, goles a favor y en contra en el último segundo, penaltis señalados que jamás se cometieron, penas máximas de libro que no fueron pitadas, paradones y cantadas de nuestros porteros, goles por la escuadra o balones que atravesaron la raya de la portería con una lentitud casi de caracol. También sumaremos noches en que salimos del estadio con esa alegría de las goleadas y del buen juego de nuestro equipo y tardes aciagas en las que parecía que solo nos quedaba resignarnos y esperar el descenso. Todo eso es lo que suele vivir durante una temporada un equipo como el nuestro que no está llamado a conquistar la Liga de antemano, aunque después de lo del Leicester en Inglaterra ya no habrá sueño que no se pueda trazar el año que viene.
Comenzamos con un entrenador que nos había devuelto a Primera después de muchos años deambulando sin norte por estadios medio vacíos a los que casi no llegaba el eco mediático. Pero no tuvo suerte Paco Herrera cuando se vio con los morlacos de Primera. Muchos no entendimos en un primer momento su destitución. Ahora, qué duda cabe, aplaudimos aquella decisión aunque sin ponerle un pero a la caballerosidad, la honradez y el buen hacer de Herrera. La llegada de Setién y de Eder Sarabia sí la aplaudí desde un primer momento. Y lo hice por su propuesta futbolística, por su coherencia y por ese estilo que a los que nos gusta el fútbol nos parece que siempre ha de ser innegociable. Recuperó a jugadores que, de no haber llegado, ahora mismo podrían estar buscando equipos en Segunda o Segunda B y que hoy son codiciados por muchos de los grandes. Eso solo lo puede hacer un entrenador que sepa mucho de este deporte y que, además, sea un motivador casi milagrero, capaz de sacar el talento de quienes creían que ya estaban en esa cuesta abajo que suele acompañar a los que no encuentran quien les enseñe una puerta de salida por la que volver a esos estadios en los que soñaban con mostrar su talento.
Pero lo más importante es justamente que no hay jugadores importantes. Aparece siempre un equipo, intercambiable, cada uno con lo mejor que puede aportar pero trabajando todos con un objetivo y con unos automatismos casi idénticos. Y no es que Setién robotice a los jugadores: todo lo contrario, una vez logrado el orden ya deja que se despliegue libremente el talento. Todo pasa por el centro del campo y, sobre todo, por el balón; pero el balón y ese medio campo pasa todas las veces por el cerebro. Se piensa y se crea, se defiende y se inventa, y se divierten ellos jugando y nosotros cuando los vemos frotándonos los ojos por si esto no fuera más que un sueño.
Este año le dijimos adiós a Juan Carlos Valerón, pero él también contará con esa permanencia en la Unión Deportiva que aporte valores, experiencias y credibilidad al vestuario. Hay una suma de muchos factores que no creo que nadie, a estas alturas, se atreva a confundir con la suerte. En una Liga no se tiene suerte. Todo es constancia y creencia en lo que se hace. Hubo días en los que muchos cuestionaron el juego que proponía Setién. Me alegra haber sido uno de los que apostó por él en todo momento, incluso si esa apuesta conllevaba el descenso. No quiero más apagafuegos pasajeros. Deseo que Las Palmas defienda un estilo y sea fiel al mismo cueste lo que cueste. Lo normal es que el estilo, si se complementa con orden y con disciplina, nos dé muchas alegrías. De momento, escribo feliz y relajado este balance final de temporada. Ha sido un honor contar lo que he ido viviendo en casi todos los partidos, en esa suma de tantas contingencias y de tantos momentos que denominamos temporada y que acaba en mayo o junio como acaba para nosotros cada año en diciembre. Muchos siglos antes de que naciera el fútbol, escribió Ovidio que la gota horada la piedra, no por su fuerza, sino por su constancia. Yo añadiría que también por el estilo y por la búsqueda de la belleza. Así es como nos hemos mantenido en Primera. Y creo que ese sueño, como los juguetes que realmente valían la pena en la infancia, todavía tiene cuerda para rato.

domingo, 8 de mayo de 2016

Una tarde de mayo de 2016

Hoy cerramos una herida abierta desde 1983, desde aquel día del descenso que cambió nuestra historia. Nunca fuimos los mismos desde entonces, jamás volvimos a jugar al fútbol como habíamos jugado los veinte años anteriores a aquella tarde funesta. Ni en la peor de las pesadillas se podía imaginar el éxodo que nos ha llevado por campos de tierra y amenazas de desaparición. En esa debacle que parecía no tener final perdimos hasta el Estadio Insular.
Ahora, por fin, podemos escribir una historia nueva, y además la trazamos contra el Athletic de Bilbao, el otro equipo de cantera, el ejemplo que debemos seguir para que no vuelva a repetirse esa odisea de la que hemos terminado aprendiendo a fuerza de palos y de desconsuelos. Se fue Valerón, pero al mismo tiempo se queda. No es un contrasentido, es parte de la magia de ese hombre que siempre hizo lo que parecía imposible en un terreno de juego. Se queda transmitiendo valores y como ese espejo necesario cuando se ensirocan los egos y los vestuarios.
Nadie olvidará lo que vivimos hoy en el Gran Canaria. Ese estadio ya empieza a ser tan mítico como el Insular. Le faltaban el Real Madrid, el Atlético o el Barça, pero sobre todo le faltaban momentos como los que vivimos ayer tarde cuando Valerón se encaminaba hacia el banquillo y se nos puso la piel de gallina a los que amamos el fútbol que el Flaco interpreta como nadie. Le aplaudimos y nos levantamos en el minuto 21, en el momento del cambio y al final del partido. Acertaron los que le dieron un micrófono para que se despidiera de todos nosotros. Es un hombre parco en palabras, pero cada una de esas palabras palpitaba con la misma magia que sus pases al hueco o sus controles casi funambulistas.
Setién quiere una plantilla corta para poder subir jugadores de la cantera. Así fue cuando éramos los mejores y así creo que será más allá de los resultados en los próximos años. El Athletic era para mí José Ángel Iríbar, aquel portero que cuando era niño me impresionaba vestido de negro como Yashin y con aquella altura ante la que uno intuía que difícilmente podríamos marcar un gol. Era seguro y volaba de palo a palo sin ningún aspaviento y sin adornarse con palomitas. Muchos amigos son todavía del Athletic por ese recuerdo de Iríbar. Por eso ayer el partido fue todavía más legendario. Vimos saltar juntos al campo a Germán y a Iríbar y, sobre la marcha, los que ya peinamos canas, llegamos a oler el césped del Insular y aquel olor a puros y a jareas que formaba parte del bullicio.
El Athletic era de los pocos equipos que dejaban ver sus camisetas en las gradas del Insular. Hoy sucedió lo mismo en el Gran Canaria, y agradezco a esos aficionados que tanto saben de fútbol que se sumaran como cualquiera de nosotros al homenaje que le tributamos al Mago de Arguineguín. Queda un partido para terminar la temporada. Esta tarde vimos dos grandes equipos sobre el terreno de juego, y uno de ellos era el nuestro, y eso se lo debemos a Quique Setién y a Eder Sarabia, que ahora sí tendrán tiempo para planificar y para elegir jugadores. No me atrevo a hacer valoraciones para la próxima temporada. Un amigo me habló el otro día del milagro del Leicester y yo le respondí que si nos gusta el fútbol es justamente por esos milagros y porque quien escribe los guiones se supera cada año que pasa. Por eso soñamos a lo grande desde que nos dan un poco de cuerda y de tiki-taka. De momento disfrutemos de esta permanencia. No solo nos mantenemos. También sabemos que hay un proyecto fiable y que volvemos a formar parte de la elite. Gracias a todos los que han tenido que ver con esa cura inesperada y casi milagrosa. Ayer cicatrizó una herida que llevaba abierta más de treinta años. Una tarde de mayo de 2016.

Pongámonos en pie

Los finales no siempre son imprevistos. No recuerdo a Guedes, pero siempre será el mito, vi jugar a Tonono cuando era muy pequeño y a Germán no tuve la suerte de seguirlo en sus grandes momentos. No había nacido cuando jugaron Padrón “El Sueco”, Ángel Arocha, Timimi, Miguel “El Palmero”, Pacuco Jorge, Rosendo Hernández, Lobito Negro, Alfonso Silva, Mujica, Luis Molowny, Felo, Vicente González o Correa. Betancort fue el mejor portero canario de la historia. David Silva me parece un jugador excepcional con un currículum que será difícil que vuelva a igualar algún futbolista de las islas. Jesé y Pedro son grandes jugadores, lo mismo que lo fueron Felipe, Barrios, Gerardo, Juanito, Narciso, Alexis, Orlando, Socorro o Toni Robaina. Siempre ha habido mucho talento en estas islas, pero para mí no ha habido ninguno como El Flaco.
Juan Carlos Valerón ha dibujado en cada pase, cada control y cada regate lo que yo dibujaría si me pidieran que representara el fútbol canario. Y además es noble, humilde, como casi todos los grandes que realmente son grandes más allá de lo que hacen. Se va dejando esa estela de los mitos que se quedan para siempre en el recuerdo. Esta tarde, en el estadio de Gran Canaria, viviremos uno de esos momentos gloriosos que jamás olvidaremos. Valerón es de los jugadores que se han quedado en los fotogramas de nuestra memoria. No recuerdas una jugada concreta. Es una suma de genialidades lo que hace grande a un futbolista. Vamos a tener la suerte de despedirlo en casa, vestido de amarillo y con un estadio que se pondrá en pie como pocas veces lo habrá hecho. Creo que deberíamos retirar la camiseta con el número 21 y colgarla bien visible en el Gran Canaria como hacen en la NBA con los jugadores que han marcado una época. El paso del tiempo se lleva por delante todo lo que algún día fue joven, novedoso o sorprendente; pero ese mismo tiempo, como decía Borges en la literatura, es el gran antólogo, el que coloca todo en su sitio y el que realmente escribe las páginas gloriosas de lo que vamos viviendo. Aplaudamos a ese genio que salió de Arguineguín casi sin hacer ruido y que se retira sin más estridencias que los aplausos que ha recibido en todos los campos que ha visitado en los últimos veinte años. Mañana dará la vuelta al mundo esa retirada de un genio irrepetible. Pongámonos en pie donde quiera que estemos cuando abandone el campo. Que resuene su nombre en todas partes. A partir de ahora será la memoria la que se encargará de hacerlo cada día más grande.






sábado, 7 de mayo de 2016

Un hombre de palabra

A veces se cumplen los sueños. La vida cuenta con esas vías extrañas que no conocemos y que, de repente, nos cambian el guion de nuestra propia existencia de arriba abajo. Los seguidores amarillos llevábamos décadas soñando con un juego como el que proponen Quique Setién y Eder Sarabia. Casi nos daba lo mismo estar en Segunda o en Primera. Lo que queríamos era ver a nuestros canteranos y a jugadores que entendieran el fútbol como lo entendemos quienes vimos jugar a Germán o a Brindisi. Setién los tuvo que ver también de cerca alguna vez, como vería al Ajax de Cruyff o al Brasil del 82. Vino con una idea romántica del fútbol y demostró que a veces las intenciones de los soñadores se imponen a los delirios de los pragmáticos. Él sabe, además, que no hay sueño que no se logre sin esfuerzo y sin constancia. Desde que le dimos tiempo comenzó a dibujar en el terreno de juego las jugadas que nosotros habíamos imaginado mil veces en nuestra cabeza. Y además lo hacía jugando en Primera División, entre los grandes de la Liga más grande del mundo, ante millones de personas de todo el planeta, donde se gestan las leyendas y donde se consiguen esos aficionados que se vuelven fieles para siempre.
Era lógico que Quique Setién recibiera ofertas o que el mismísimo Julio Maldonado, “Maldini”, uno de los hombres que más saben de este deporte, lo propusiera como sustituto de Vicente del Bosque en la selección española. Uno hubiera entendido que se hubiera marchado siguiendo el camino de cualquiera de esas ofertas astronómicas que le han llegado estos días; pero este señor es un hombre de palabra, en el terreno de juego y también lejos de la cancha, uno de esos románticos que aún cree que la belleza y la honradez son las únicas que pueden derribar las montañas del tedio y las de ese negocio que muchos confunden con el fútbol y con lo que significa el fútbol para quienes amamos este deporte. Este año ha sido grande y confío en que los próximos sean todavía más gloriosos. Me gusta lo que dijo Setién el otro día, que quiere que a este equipo se le recuerde por cómo juega y no por cómo gana. Así es como se gestan los mitos, con los hombres de palabra que además saben soñar sin ponerle límites a ningún mapa que se trace entre dos porterías y un centro del campo.








sábado, 30 de abril de 2016

La calma y la noche

La calma, la serenidad y esa armonía que hace que respiremos como si cada bocanada de aire vivificara nuestra alma están bien para las vacaciones, para los domingos por la mañana o para cuando deseamos que se acaben las prisas y esas tensiones que nos tienen todo el día como saltapericos al borde del infarto. Pero para el fútbol, la carencia de presión es siempre un arma de doble filo. Lo pudimos comprobar una vez más en el inicio del partido contra el Granada. Salimos relajados, como esos funambulistas que tienen una red debajo por si caen al abismo, y en esa salida marcamos dos goles que nos hicieron soñar con una goleada; pero justamente esa misma falta de tensión hizo que nos empataran en apenas unos minutos. Hace cuatro o cinco jornadas estoy seguro de que esa ventaja no la hubiéramos dejado escapar de esa manera casi inocente.
Así y todo, uno sigue disfrutando con los partidos de Las Palmas. Nosotros, los que fuimos niños en los setenta, apenas veíamos uno o dos encuentros televisados cada año de los amarillos. Cada uno de aquellos partidos era un acontecimiento. Eran los tiempos en que casi soñabas más con tu equipo mirando las estampas que viendo los partidos, los tiempos en que escuchando la radio éramos capaces de seguir el juego con más emoción y más clarividencia que como lo vemos en la pantalla. También satisface encontrar a la afición canaria en todos los estadios que visita. Este año habría que recordarlo por cada uno de esos aficionados que han teñido de amarillo todos los campos de Primera. Ese es otro de nuestros avales, la afición que estaba adormecida por toda España y que ahora reaparece como en aquellos partidos contra el Salamanca, o el mismo Granada, de los setenta que se llenaban siempre de estudiantes canarios. “Serenidad, tú para el muerto, que yo estoy vivo y pido lucha”. Eso es lo que escribió hace mucho tiempo el poeta José Hierro. Y algo parecido le tuvo que decir Setién a los jugadores en el descanso. Solo así se entiende que despertaran de ese letargo que dejó escapar un dos a cero en la primera parte. Al principio de la segunda parte parecía que quien se jugaba la permanencia era la Unión Deportiva: jugamos tocando el balón, sin renunciar a nuestra filosofía y acorralando a nuestro rival con presión y con esa creencia de que quien apuesta por embellecer el juego suele ser premiado por los dioses del olimpo futbolero que se niegan a que ganen el patadón y el tedio. No fue así, en este caso ganó el que más necesidad tenía de hacerlo. Nos pudo otra vez la falta de presión, esa muerte de éxito que a veces es más peligrosa que el fracaso más funesto. No voy a decir que aplaudo esa actitud, pero es humana, y hasta cierto punto lógica. Esta derrota nos servirá para jugar los próximos partidos con la intensidad de hace unas semanas. Este equipo, como dijo Setién el otro día, quiere quedarse en la memoria de la gente por cómo juega más que por cómo permanece en Primera. Volverá la presión y se acabarán estas calmas peligrosas y pasajeras. Granada no fue más que un espejismo que no empaña la memoria de un equipo que ha logrado una proeza que parecía casi imposible hace poco tiempo. Que nadie grite más de la cuenta.


viernes, 22 de abril de 2016

Jugando a divertirnos

El fútbol nos alegra la vida con un balón y noventa minutos por delante. Si alguien quiere buscar lógicas o fórmulas matemáticas lo más probable es que termine haciendo el ridículo. Sí es cierto que, como en la vida, la intención, la búsqueda de lo bello y la coherencia suelen premiar a quienes no traicionan sus principios, unos principios que a veces se parecen a aquellos que Groucho Marx cambiaba según las circunstancias, y que otras veces se asientan en un estilo y en una búsqueda sin tregua de la excelencia.
Contra el Espanyol vivimos una primera parte dubitativa, extraña y muy alejada del juego de toque y de la presión que nos ha caracterizado en las últimas semanas; pero por esas cosas del fútbol, o por esa memoria que a vece se asemeja a la justicia poética, marcamos un gol en las postrimerías de ese primer tiempo y luego, como en esos libros que ganan con el paso de las páginas, vivimos en la segunda parte una de las mejores fiestas de la temporada en el estadio de Gran Canaria.
No creo que nadie, ni en el más optimista de los aficionados amarillos, hubiera podido prever este final de temporada. Casi me pellizco mientras escribo por si en mitad de alguna frase hubiera confundido lo real con lo ficticio, o lo que miro con lo que soñé durante mucho tiempo. Estos días se parecen mucho a esos sueños demorados durante décadas. Han pasado muchos años, ha habido muchos aficionados amarillos que se fueron sin volver a encontrar la esencia de nuestro pasado grandioso, y también mucha memoria que a veces parecía inventada. Casi parece mentira que estemos viviendo este momento. Somos unos privilegiados, unos afortunados a los que el destino ha invitado a una fiesta que llevábamos mucho tiempo mirando como esos desconsolados que solo atisban la felicidad detrás de las ventanas o de las pantallas. Ahora es el momento de disfrutar y de recordar quiénes somos y lo que hemos vivido estos años. Conviene no olvidar que en la vida siempre seremos eternos aprendices o que en la próxima temporada podemos empezar perdiendo los primeros partidos. Sé que me repito; pero llevo escribiendo esto desde que estábamos en puestos de descenso: solo creo en un estilo, en un marchamo que nos identifique y que sea casi innegociable. Felicito a quienes apostaron por Quique Setién y Eder Sarabia aun en los días en que parecían más probables los naufragios que estas olas que ahora se improvisan en las gradas del estadio. El fútbol es el milagro del Leicester en Inglaterra o este milagro de vernos salvados varias jornadas antes de que termine el campeonato. Jugamos a divertirnos y hemos terminado ganando.



sábado, 16 de abril de 2016

Más allá de las matemáticas

No es una cuestión de matemáticas sino de certezas. Daba lo mismo que ganáramos o perdiéramos en Riazor, o que el Sporting saliera derrotado o nos venciera en el último minuto. El estilo, el estado de ánimo y el arabesco derrotan siempre a los números cuando hablamos de fútbol. Hemos descendido otras veces cuando las leyes de las probabilidades casi nos daban por salvados. Todos recordamos el descenso de 1983. Yo creo que pocas veces fueron tan crueles las matemáticas como entonces, tanto en los partidos previos como en aquella jornada en que tenían que darse resultados casi imposibles que luego se dieron. También sucedió lo mismo con el último descenso, pero en ambos casos todo se veía venir aunque la lógica presagiara lo contrario. Esta vez es todo diferente. No lo escribo ahora: aun estando en puestos de descenso todos intuíamos que nos terminaríamos salvando, y que si descendíamos también terminaríamos ganando. No me contradigo y ustedes saben lo que digo. A los que nos gusta el fútbol, y más a los que nos criamos viendo un fútbol virguero y creativo, lo que nos vuelve triunfantes y contentos es lo que está haciendo ahora mismo el equipo de Quique Setién y de Eder Sarabia. Nombro a los dos entrenadores porque creo que se complementan de maravilla aportando la experiencia de uno con la formación del otro, el conocimiento del vestuario y del fútbol de Setién con el estudio y la teoría de Sarabia. Y además tengo muy claro que Eder Sarabia será uno de los grandes entrenadores de este país en los años venideros. Se ve venir esa permanencia más allá de lo que digan los números.
No jugamos nuestro mejor partido, nos suele pasar con los conjuntos más aguerridos y correosos. Y por mi parte desearía que se salvara el Sporting, un equipo que siempre ha vivido una historia paralela a la de la Unión Deportiva, con una afición parecida a la nuestra y con esa vitola que siempre queda de los equipos con los que de niño jugábamos a las cajas o a las chapas, aquel Gijón de José Manuel, Churruca, Morán, Quini o Enzo Ferrero.
Empatamos ante el Gijón cuando parecía que todo estaba hecho, pero sigue estando hecho y me atrevo a escribir esto aun sin la certeza de las referidas matemáticas. Será el próximo partido o el siguiente. Ahora lo que todos queremos es que este proyecto se consolide, y para ello dependemos de estos dos entrenadores que han cambiado la dinámica y la concepción del fútbol de nuestro equipo. No dependemos de ningún jugador sino de un juego colectivo, de la creencia en que el esfuerzo y la belleza terminan ganando los partidos y de una cantera que tiene que jugar desde benjamines a lo mismo que juega el primer equipo. El fútbol se mueve por rachas, y está claro que en este final de temporada ha salido cara en la moneda del destino de la Unión Deportiva. Llegarán días con cruces y entonces tendremos que recordar siempre que el juego de toque, ese estilo festivo y virguero que está unido a nuestra historia y a nuestra propia forma de entender la vida, es el único camino para llegar a la portería contraria y para subir puestos en esa clasificación que ahora miramos sin miedo a ningún abismo.

sábado, 2 de abril de 2016

El arte por el arte

Unos días previos desapacibles, el Barcelona contra el Real Madrid la misma tarde del partido y la tele en directo; pero una vez más la afición ha vuelto a demostrar que, suceda lo que suceda, está con su equipo, sobre todo porque este equipo sigue empeñado en hacernos soñar y en demostrar que se puede ganar jugando bien al fútbol, siempre tratando de improvisar algún gesto bello en un regate, en un control o en un disparo a portería. San Agustín escribía que lo pequeño es pequeño, pero que ser fiel en lo pequeño es cosa grande.
Luego están los detalles imprevisibles, como ese error de nuestro portero en el minuto tres que nos dejó helados; pero la Unión Deportiva ha aprendido a afrontar los malos momentos. Por eso se repuso y logró remontar el partido. Pero hubo mucho más, esa jugada del minuto doce saliendo desde atrás con paredes y toques precisos, esa intención por hacer bella cada jugada y esa sensación de que los jugadores disfrutan de lo lindo jugando a un fútbol que seguro que soñaron muchas veces en el patio del colegio.
No buscamos solo la efectividad. Claro que queremos ganar, pero lo queremos hacer embelleciendo cada punto de la clasificación con algún recuerdo que mantenga vivo el partido en nuestra memoria. Así ha sido siempre. Yo me acuerdo de los partidos contra el Valencia cuando en el equipo Che jugaban Kempes, Darío Felman, Bonhoff o Solsona, y mantengo vivos en la memoria esos partidos sin saber a ciencia cierta cuáles fueron los resultados. Quedaron grabados por los detalles, por algún remate casi imposible de Morete, por un cambio de juego de Brindisi o por el lujo de ver a Mario Alberto Kempes a pocos metros.
Hoy fue al estadio por vez primera el hijo de una buena amiga. Tiene cinco años y estrenaba su equipaje de Las Palmas. Ya los niños, como nosotros hace años, no quieren quedarse en casa para ver al Real Madrid o al Barcelona: si Las Palmas está en Primera y juega como está jugando, esos niños serán lo que hoy somos nosotros, devotos aficionados asidos a la épica, pertinaces soñadores que jamás traicionamos los colores así juegue Las Palmas en campos de tierra situados en pueblos perdidos de la Península Ibérica. Ese niño mantendrá para siempre en su recuerdo los mismos detalles que guardamos nosotros con el olor de la jarea, la corneta de Fernando el Bandera o aquellos tornos de hierro que empujábamos sabiendo que detrás de ellos comenzaban todos los sueños.
Ya sabemos que a veces queremos convertir al fútbol en una especie de oráculo literario con frases hechas; pero al fútbol se juega con los pies y con la cabeza cuando el balón rueda por el campo. La palabra solo sirve para alentar recuerdos o para cantar las épicas. También para consolarnos en alguna derrota que solo se concibe cuando alguien nos la cuenta con algún atisbo de esperanza. Si acaso el único acierto pleno es el fútbol es fútbol que dictó Boskov cuando entrenaba al Real Madrid en los setenta. También la vida es la vida, y ese es el único consuelo que nos queda muchas veces para seguir adelante. Otro tópico es el de a entrenador nuevo, victoria segura. Pero los tópicos están para ser derrotados con talento y con belleza, y ahora mismo a la Unión Deportiva Las Palmas solo le vale el arte por el arte, ese espectáculo que estamos disfrutando y que aún nos parece mentira después de tantos años mirando desde lejos la fiesta que vivían otros.

jueves, 24 de marzo de 2016

La elegancia sobre el césped

Hay jugadores que entienden que el triunfo sin belleza es un fracaso, un remedo pasajero, lo que no cala ni siquiera en los que se creen victoriosos. Johan Cruyff era el estilista, el que saltaba las patadas de los brutos, el que corría más que nadie, el que frenaba en medio de cualquier carrera amagando a derecha e izquierda y encontrando caminos de salida que no vemos el resto de los mortales.
Cada cual tiene su opinión, pero para mí será siempre uno de los cuatro grandes junto con Di Stéfano, Pelé y Maradona. Cambió el fútbol y gracias a sus propuestas nos seguimos sentando en los estadios o delante de las pantallas. Lo vi jugar muchas veces en el Insular. Recuerdo el halo que dejaba cualquiera de sus regates, su elegancia, la precisión de sus pases y sus centros y ese arte que solo está al alcance de los genios. El fútbol no sería fútbol sin la presencia de Cruyff, del Ajax y de la Holanda de los setenta y de ese Barça en el que jugó y en el que entrenó sentando las bases de todo lo bueno que vino luego.

domingo, 20 de marzo de 2016

El fútbol de la arena

Los jugadores que aprenden a jugar al fútbol en la playa arrastran el rumor de las mareas en cada uno de sus movimientos, se les nota siempre la técnica en el control del balón y esa pausa necesaria para el regate o para levantar la cabeza. Al fútbol se juega con la cabeza levantada o intuyendo los movimientos del contrario antes de que se acerquen a la pelota. La Real y Las Palmas son equipos de playa, por eso los vascos han dado tantos jugadores casi tan técnicos como los canarios. Ahí están Zamora, López Ufarte, Beguiristain o Xabi Alonso. A lo mejor los que juegan ahora en ambos equipos han jugado más en el césped que en la arena, pero da lo mismo. Siempre hay una especie de reconocimiento atávico en el juego de todos los equipos, y por eso los partidos entre la Real y Las Palmas han sido siempre especiales, con momentos inolvidables en ambos conjuntos, o en la memoria de dos estadios que nos marcaron casi tanto como la playa: el Insular y Atocha. Vi el partido en la terraza de La Boheme, el penalti fallado por Jonathan Viera sonó a añoranza de agua en el barranco del Guiniguada. Después llegó el gol de William José, y todo el Monopol saltó como cuando estaba el bar Polo y los victoristas venían a celebrar los goles de Alfonso Silva. Que siga la fiesta y que suene la música del fútbol, ese eco de La Cícer que sigue sonando a goles en la playa y a ecos de otros tiempos. Seguimos en la senda, esto no se acaba hasta que sepamos que estamos salvados. El Valencia es el próximo reto y la siguiente parada antes de seguir la marcha hacia esa historia que estamos escribiendo, página a página, para no volver a añorar ni a ver desde lejos el fulgor de ese fútbol que se vuelve grande cuando es de Primera y nosotros volvemos a ser importantes

domingo, 13 de marzo de 2016

Puestos en pie

La derrota siempre es cruel. Y aún es más cruenta cuando no la esperas. Habíamos empatado merecidamente y todavía saltábamos en la grada cuando el Real Madrid marcó el segundo gol sin dar tiempo a que el corazón recuperara sus pulsaciones normales. Todos creíamos que seríamos nosotros los que podríamos marcar ese segundo gol y, de repente, nos dejaron a la intemperie, con ese silencio sepulcral de las derrotas inesperadas. Sin embargo terminó el partido y todo el público se puso en pie y aplaudió al equipo, a esos jugadores que tuvieron contra las cuerdas a los galácticos y que merecieron mejor suerte; pero la suerte, como decían en el tango, es grela y no siempre premia a quien lo merece.
Mis primeros recuerdos futboleros están unidos al Real Madrid. Soy capaz de entrever la cara de Velázquez, de Pirri o de Amancio en medio de las de Germán, Tonono o Carnevali. Y viendo partidos contra el Real Madrid viví muchas de esas noches inolvidables que uno conserva como guardaba los boliches o las estampas cuando era niño, la de los dos goles de Morete en el cuatro a dos, o los goles de Juani y de Fortunato en dos victorias por uno a cero contra el equipo blanco, o aquella remontada casi imposible comandada por Juani y Coke Contreras. Tampoco olvidamos el canto de sirena de aquel espejismo que fue la victoria al Madrid de Raúl y de Zidane. Anoche pudimos haber escrito otra gesta semejante, pero se volvió a cruzar esa efectividad de los grandes que, por más que digan, se me está pareciendo al catenaccio o al Bilbao de Clemente: el Barça, el Atlético y el Madrid han ganado en nuestro estadio como ganaban los equipos italianos de los setenta.
Hoy llegaba de nuevo la magia que genera esa unión del blanco, el amarillo y el verde bajo la luz de los focos, y otra vez vivimos esa sensación de que el fútbol, algunas veces, es una gran emoción ante la que te quedas sin palabras. Vuelves a ser un niño, o a vivir intensamente cada minuto para luego tener argumentos con los que recrear el mito. El estadio de Gran Canaria carecía de ese halo de grandeza que solo se consigue cuando llegan los grandes. Desde esta temporada, ese estadio podríamos decir que ya está bendecido por la sombra de todos los mitos que vistieron alguna vez las camisetas de esos equipos ante los que hemos escrito algunas de las páginas más memorables de nuestra historia.
No nos achicamos y tratamos de ser fieles a nuestro juego. Eso es lo que vale y me llena de orgullo. Lo que me importa ahora es que nos mantengamos para que los prolegómenos vividos anoche, y ese momento inenarrable en el que vuelves a ver el blanco y el amarillo sobre el verde, se repita muchos años y volvamos a ganar como ganamos tantas veces contra todo pronóstico y contra todos los vaticinios.

Camino del estadio

No recuerdo el año porque todavía no tenía edad para memorizar fechas, pero sí sé que fue un partido contra el Real Madrid en el Estadio Insular. Ese es el primer recuerdo que tengo de Las Palmas. Le puedo poner un año al azar: 1971 o 1972. Iba con mi abuelo (el mayor aficionado a la Unión Deportiva que haya conocido) y con mi padre. Era de noche y aún mantengo viva la imagen del césped y de aquellos focos que me parecían edificios interminables. No recuerdo el resultado. Era lo de menos. Hoy, más de cuarenta años después, voy camino del estadio con esa sensación de que vas a vivir un momento inolvidable. Ya he escrito muchas veces que en el fútbol lo que más nos emociona son los prolegómenos, esa vuelta a la infancia que uno siempre reconoce en sus adentros.

sábado, 5 de marzo de 2016

El amarillo de Primera

Un equipo de fútbol es un destino innegociable, una de las pocas fidelidades que no arrastra el tiempo hacia el olvido, ese momento en el que sientes la misma emoción que cuando tenías nueve o diez años, los prolegómenos del encuentro, la posibilidad de cualquier resultado y ese ídolo de la infancia que uno sigue queriendo ver en todos los jugadores que van pasando por su equipo. Luego se apagan los focos como mismo baja el telón en el teatro, pero siempre queda ese hilo invisible que te une para siempre al color de una camiseta.
Tengo amigos del Bilbao por Iríbar, del Español por Marañón, del Betis por Cardeñosa o del Gijón por Quini o Enzo Ferrero. Los equipos son también los jugadores que pasaron por ellos. Esos amigos no son de los lugares en los que juegan con esas camisetas, y sin embargo un día se conjuraron con esa extraña fidelidad que nos une a un equipo de fútbol toda la vida. Hay varias generaciones de canarios que son del Atlético de Madrid porque allí jugaron Silva, Mujica, Lobito Negro o Miguel el Palmero. Es la generación de mi padre, la que sigue viendo al equipo del Manzanares con las mismas rayas en blanco y negro que veían en la matiné del domingo en el cine de pueblo o de barrio de los años cincuenta.
En los años en que Las Palmas se jugaba la Liga ante el Real Madrid o la Copa del Rey ante el Barcelona, el Villarreal no salía en las estampas. Ahora hay equipos que nacen de una inversión millonaria en los lugares más inesperados. Hoy el Villarreal es uno de los grandes, y nosotros le hemos jugado de tú a tú y le hemos ganado. Pero sigue habiendo una distancia abismal entre su amarillo y el nuestro (aunque nosotros hoy jugáramos de fucsia). Si acaso el Cádiz era el otro amarillo de Primera, pero llegó más tarde, el amarillo siempre fue el de la Unión Deportiva Las Palmas, incluso aquel amarillo en blanco y negro que se tenían que creer los espectadores de la tele cuando no había una gama de colores para que los ojos vieran como si estuvieran en el lugar del encuentro. El amarillo de Primera es Tonono, Germán, Guedes, Brindisi o Coke Contreras, todo lo demás carece de esa pátina de la historia y el recuerdo que engrandece las camisetas. Nosotros seguimos a lo nuestro, tratando de asentarnos en Primera, pagando las novatadas; pero intuyendo que comenzamos a escribir una gesta que volverá a repetirse muchos años. Me gusta cómo juega Las Palmas, y jugando así se va a ganar esos seguidores que decía al principio que se aficionan a un equipo por sus ídolos o por la impronta del juego que dejaron en su momento. Que pregunten a los grandes aficionados de fútbol de la Península que hoy tienen más de cincuenta años cuál es el amarillo que les viene a la mente si les hablan de fútbol en España. Necesitábamos volver para que no se olvidara esa historia y esa presencia. Volver y jugar nuevamente con esa sensación de que el fútbol puede ser bello en cualquier escorzo o en cualquier movimiento. Ahora la audiencia es mundial, y con el tiempo habrá coreanos, australianos o japoneses que identificarán el amarillo de nuestra Liga con la Unión Deportiva, como identificamos a Brasil con la esencia del fútbol de toque y con ese halo que dejan las jugadas cuando se juega a conciencia buscando la belleza.