jueves, 24 de marzo de 2016

La elegancia sobre el césped

Hay jugadores que entienden que el triunfo sin belleza es un fracaso, un remedo pasajero, lo que no cala ni siquiera en los que se creen victoriosos. Johan Cruyff era el estilista, el que saltaba las patadas de los brutos, el que corría más que nadie, el que frenaba en medio de cualquier carrera amagando a derecha e izquierda y encontrando caminos de salida que no vemos el resto de los mortales.
Cada cual tiene su opinión, pero para mí será siempre uno de los cuatro grandes junto con Di Stéfano, Pelé y Maradona. Cambió el fútbol y gracias a sus propuestas nos seguimos sentando en los estadios o delante de las pantallas. Lo vi jugar muchas veces en el Insular. Recuerdo el halo que dejaba cualquiera de sus regates, su elegancia, la precisión de sus pases y sus centros y ese arte que solo está al alcance de los genios. El fútbol no sería fútbol sin la presencia de Cruyff, del Ajax y de la Holanda de los setenta y de ese Barça en el que jugó y en el que entrenó sentando las bases de todo lo bueno que vino luego.

domingo, 20 de marzo de 2016

El fútbol de la arena

Los jugadores que aprenden a jugar al fútbol en la playa arrastran el rumor de las mareas en cada uno de sus movimientos, se les nota siempre la técnica en el control del balón y esa pausa necesaria para el regate o para levantar la cabeza. Al fútbol se juega con la cabeza levantada o intuyendo los movimientos del contrario antes de que se acerquen a la pelota. La Real y Las Palmas son equipos de playa, por eso los vascos han dado tantos jugadores casi tan técnicos como los canarios. Ahí están Zamora, López Ufarte, Beguiristain o Xabi Alonso. A lo mejor los que juegan ahora en ambos equipos han jugado más en el césped que en la arena, pero da lo mismo. Siempre hay una especie de reconocimiento atávico en el juego de todos los equipos, y por eso los partidos entre la Real y Las Palmas han sido siempre especiales, con momentos inolvidables en ambos conjuntos, o en la memoria de dos estadios que nos marcaron casi tanto como la playa: el Insular y Atocha. Vi el partido en la terraza de La Boheme, el penalti fallado por Jonathan Viera sonó a añoranza de agua en el barranco del Guiniguada. Después llegó el gol de William José, y todo el Monopol saltó como cuando estaba el bar Polo y los victoristas venían a celebrar los goles de Alfonso Silva. Que siga la fiesta y que suene la música del fútbol, ese eco de La Cícer que sigue sonando a goles en la playa y a ecos de otros tiempos. Seguimos en la senda, esto no se acaba hasta que sepamos que estamos salvados. El Valencia es el próximo reto y la siguiente parada antes de seguir la marcha hacia esa historia que estamos escribiendo, página a página, para no volver a añorar ni a ver desde lejos el fulgor de ese fútbol que se vuelve grande cuando es de Primera y nosotros volvemos a ser importantes

domingo, 13 de marzo de 2016

Puestos en pie

La derrota siempre es cruel. Y aún es más cruenta cuando no la esperas. Habíamos empatado merecidamente y todavía saltábamos en la grada cuando el Real Madrid marcó el segundo gol sin dar tiempo a que el corazón recuperara sus pulsaciones normales. Todos creíamos que seríamos nosotros los que podríamos marcar ese segundo gol y, de repente, nos dejaron a la intemperie, con ese silencio sepulcral de las derrotas inesperadas. Sin embargo terminó el partido y todo el público se puso en pie y aplaudió al equipo, a esos jugadores que tuvieron contra las cuerdas a los galácticos y que merecieron mejor suerte; pero la suerte, como decían en el tango, es grela y no siempre premia a quien lo merece.
Mis primeros recuerdos futboleros están unidos al Real Madrid. Soy capaz de entrever la cara de Velázquez, de Pirri o de Amancio en medio de las de Germán, Tonono o Carnevali. Y viendo partidos contra el Real Madrid viví muchas de esas noches inolvidables que uno conserva como guardaba los boliches o las estampas cuando era niño, la de los dos goles de Morete en el cuatro a dos, o los goles de Juani y de Fortunato en dos victorias por uno a cero contra el equipo blanco, o aquella remontada casi imposible comandada por Juani y Coke Contreras. Tampoco olvidamos el canto de sirena de aquel espejismo que fue la victoria al Madrid de Raúl y de Zidane. Anoche pudimos haber escrito otra gesta semejante, pero se volvió a cruzar esa efectividad de los grandes que, por más que digan, se me está pareciendo al catenaccio o al Bilbao de Clemente: el Barça, el Atlético y el Madrid han ganado en nuestro estadio como ganaban los equipos italianos de los setenta.
Hoy llegaba de nuevo la magia que genera esa unión del blanco, el amarillo y el verde bajo la luz de los focos, y otra vez vivimos esa sensación de que el fútbol, algunas veces, es una gran emoción ante la que te quedas sin palabras. Vuelves a ser un niño, o a vivir intensamente cada minuto para luego tener argumentos con los que recrear el mito. El estadio de Gran Canaria carecía de ese halo de grandeza que solo se consigue cuando llegan los grandes. Desde esta temporada, ese estadio podríamos decir que ya está bendecido por la sombra de todos los mitos que vistieron alguna vez las camisetas de esos equipos ante los que hemos escrito algunas de las páginas más memorables de nuestra historia.
No nos achicamos y tratamos de ser fieles a nuestro juego. Eso es lo que vale y me llena de orgullo. Lo que me importa ahora es que nos mantengamos para que los prolegómenos vividos anoche, y ese momento inenarrable en el que vuelves a ver el blanco y el amarillo sobre el verde, se repita muchos años y volvamos a ganar como ganamos tantas veces contra todo pronóstico y contra todos los vaticinios.

Camino del estadio

No recuerdo el año porque todavía no tenía edad para memorizar fechas, pero sí sé que fue un partido contra el Real Madrid en el Estadio Insular. Ese es el primer recuerdo que tengo de Las Palmas. Le puedo poner un año al azar: 1971 o 1972. Iba con mi abuelo (el mayor aficionado a la Unión Deportiva que haya conocido) y con mi padre. Era de noche y aún mantengo viva la imagen del césped y de aquellos focos que me parecían edificios interminables. No recuerdo el resultado. Era lo de menos. Hoy, más de cuarenta años después, voy camino del estadio con esa sensación de que vas a vivir un momento inolvidable. Ya he escrito muchas veces que en el fútbol lo que más nos emociona son los prolegómenos, esa vuelta a la infancia que uno siempre reconoce en sus adentros.

sábado, 5 de marzo de 2016

El amarillo de Primera

Un equipo de fútbol es un destino innegociable, una de las pocas fidelidades que no arrastra el tiempo hacia el olvido, ese momento en el que sientes la misma emoción que cuando tenías nueve o diez años, los prolegómenos del encuentro, la posibilidad de cualquier resultado y ese ídolo de la infancia que uno sigue queriendo ver en todos los jugadores que van pasando por su equipo. Luego se apagan los focos como mismo baja el telón en el teatro, pero siempre queda ese hilo invisible que te une para siempre al color de una camiseta.
Tengo amigos del Bilbao por Iríbar, del Español por Marañón, del Betis por Cardeñosa o del Gijón por Quini o Enzo Ferrero. Los equipos son también los jugadores que pasaron por ellos. Esos amigos no son de los lugares en los que juegan con esas camisetas, y sin embargo un día se conjuraron con esa extraña fidelidad que nos une a un equipo de fútbol toda la vida. Hay varias generaciones de canarios que son del Atlético de Madrid porque allí jugaron Silva, Mujica, Lobito Negro o Miguel el Palmero. Es la generación de mi padre, la que sigue viendo al equipo del Manzanares con las mismas rayas en blanco y negro que veían en la matiné del domingo en el cine de pueblo o de barrio de los años cincuenta.
En los años en que Las Palmas se jugaba la Liga ante el Real Madrid o la Copa del Rey ante el Barcelona, el Villarreal no salía en las estampas. Ahora hay equipos que nacen de una inversión millonaria en los lugares más inesperados. Hoy el Villarreal es uno de los grandes, y nosotros le hemos jugado de tú a tú y le hemos ganado. Pero sigue habiendo una distancia abismal entre su amarillo y el nuestro (aunque nosotros hoy jugáramos de fucsia). Si acaso el Cádiz era el otro amarillo de Primera, pero llegó más tarde, el amarillo siempre fue el de la Unión Deportiva Las Palmas, incluso aquel amarillo en blanco y negro que se tenían que creer los espectadores de la tele cuando no había una gama de colores para que los ojos vieran como si estuvieran en el lugar del encuentro. El amarillo de Primera es Tonono, Germán, Guedes, Brindisi o Coke Contreras, todo lo demás carece de esa pátina de la historia y el recuerdo que engrandece las camisetas. Nosotros seguimos a lo nuestro, tratando de asentarnos en Primera, pagando las novatadas; pero intuyendo que comenzamos a escribir una gesta que volverá a repetirse muchos años. Me gusta cómo juega Las Palmas, y jugando así se va a ganar esos seguidores que decía al principio que se aficionan a un equipo por sus ídolos o por la impronta del juego que dejaron en su momento. Que pregunten a los grandes aficionados de fútbol de la Península que hoy tienen más de cincuenta años cuál es el amarillo que les viene a la mente si les hablan de fútbol en España. Necesitábamos volver para que no se olvidara esa historia y esa presencia. Volver y jugar nuevamente con esa sensación de que el fútbol puede ser bello en cualquier escorzo o en cualquier movimiento. Ahora la audiencia es mundial, y con el tiempo habrá coreanos, australianos o japoneses que identificarán el amarillo de nuestra Liga con la Unión Deportiva, como identificamos a Brasil con la esencia del fútbol de toque y con ese halo que dejan las jugadas cuando se juega a conciencia buscando la belleza.

martes, 1 de marzo de 2016

El que resiste, gana

El que resiste, gana. Lo decía Cela siempre que tenía ocasión. Resistir y seguir luchando. No desfallecer y creer en los sueños aunque a veces parezca que se viene todo abajo. No sé si recuerdan lo que muchos decían de la Unión Deportiva hace pocas semanas. Casi nos veían en Segunda. Lo mejor, además de resistir, es no hacer caso a los agoreros que luego, cuando ganas, te dicen que ellos siempre habían creído en ti, como todos los que ahora se pondrán la medalla por estos triunfos de Las Palmas. Seguimos en la brecha. Se jugó de maravilla frente al Barça, ganamos en Eibar y refrendamos ese buen momento con la goleada ante el Getafe. Queda mucho, pero el equipo ha demostrado esa personalidad de los valientes y de los osados que no dejan de avanzar y de apretar los dientes entre los cañonazos o entre el griterío de los furibundos que pasan del cielo a la tierra como esas estrellas fugaces que viajan hacia la nada. Y volverán los días aciagos y los malos resultados, es ley de vida y ley de fútbol; pero yo me conformo ahora mismo con comprobar que mi equipo sabe a lo que está jugando más allá del resultado o de la inmediatez pasajera de una jornada.
Es casi tan histórico mantenerse como haber ascendido, incluso diría que quedarte en Primera es un paso que nos vuelve a poner delante del espejo de nuestra propia historia. A la hora que terminó el partido, casi todos los niños estaban durmiendo. Mañana, cuando despierten y conozcan el resultado, se sentirán como nosotros cuando ganábamos casi todos los encuentros de casa en los años setenta. No se puede vivir del pasado, pero el pasado sí sirve para engrandecer el escudo que llevas en tu camiseta. Esos niños se aficionarán a Las Palmas como lo hicimos nosotros en su momento, y renovarán la ilusión con toda esa savia nueva que dentro de treinta o cuarenta años hará que se sumen otros hijos y otros nietos. A medida que pasan los años cada vez soy más escéptico y más descreído, pero también se multiplica la alegría ante lo que queda a salvo de las decepciones del tiempo. Y la Unión Deportiva siempre ha quedado salvo, aun en todos esos funestos años que hoy nos sirven para valorar todavía más lo que vivimos. Subió la marea, y de qué manera. Cuatro goles en una noche de marzo que no olvidaremos. Seis puntos en menos de cinco días. Hay veces en que los números se convierten en la mejor noticia. Los números y el eco de esos goles que parece que nos alejan cada vez más del abismo.