sábado, 24 de septiembre de 2016

Los días del circo

Uno mira el fútbol muchas veces como si pudiera mover el balón o regatear desde la grada o el sillón de casa. Todo parece fácil. No hace frío ni calor, no duelen los balonazos en la cara y nunca nos cansamos. Pero son otros los que están en el campo. Y esos otros son los que soñamos siempre que jueguen como cada uno de nosotros. Durante años mis intenciones soñadoras se venían abajo con el primer despeje a tierra de nadie o cuando mi equipo se encerraba atrás antes de que pitara el árbitro. Yo soy de los que aprendió a soñar viendo la realidad delante. Me explico: cuando era niño, lo que hacían Germán o Brindisi superaba todo lo que yo pudiera pergeñar en mi magín de infancia.
El otro día, antes de la debacle de Anoeta, me decía un buen amigo que tenía que pellizcarse para creer lo que veía en la clasificación. Le pasaba como en esas pesadillas en las que de repente nos falta una asignatura para terminar el bachillerato o la carrera. Temía que todo fuera irreal; pero no, era tan cierto como que hoy jugábamos con el Real Madrid sin tener que mirar hacia ninguna altura inalcanzable para verlo cerca.
Y vaya si jugamos, como hacía años que no veía a Las Palmas, con Tana extendiendo en el césped el mapa genético del fútbol canario y con Viera inventando como solo lo saben hacer los grandes genios. Tocamos la pelota desde el minuto uno al noventa, pero hubo veinte minutos, los últimos veinte de la primera parte, en que casi le pregunto a mi compañero de asiento si era real lo que estaba viendo.
El otro día llegaba con mi hija a mi pueblo de infancia. Caminábamos entre edificios y yo le dije que cuando era pequeño ese lugar era un gran solar en el que una vez se había instalado un circo con elefantes, leones y monos que estiraban las manos entre los barrotes de las jaulas. Es verdad que hasta yo mismo me planteo a veces si aquello no es más que una ilusión de mis recuerdos. Algo parecido me pasó ayer cuando vi que Las Palmas le jugaba de tú a tú al actual campeón de Europa. Vivamos estos momentos con la ilusión que merecen. Hoy hemos habitado el mejor de los sueños futbolísticos durante noventa minutos. Que siga la fiesta. Que no se acabe la música y que este circo no deje nunca de ilusionarnos y de subirnos al séptimo cielo. Hoy es uno de esos días que se recordará para siempre. Nos lo contaremos dentro de unos años y nos parecerá mentira. Da lo mismo que no ganáramos en el terreno de juego. Hay partidos que luego se ganan en el recuerdo, en la estela de emociones que se fueron grabando casi sin que nos diéramos cuenta. Pudimos haber ganado, pero este empate consigue que nadie apague los focos de nuestros mejores sueños.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Detalles y vestigios

Quique Setién es un hombre moderado, tranquilo, de movimientos ajedrecísticos más que de golpes en el pecho como aquellos que daba Carlos Aimar cuando los jugadores saltaban al campo. Mira los partidos y parece que observa un tablero de ajedrez. Pero es cierto que en ese sentido casi matemático del juego es más Bobby Fischer que Spaski, más Kasparov que Karpov. Dentro del tablero es un osado que sigue ese manido lema que defiende el ataque como la mejor de las defensas.
El fútbol también enseña que no vale la pena lamentar lo perdido. Cada partido es un mundo nuevo, y cada semana un principio que deja atrás las euforias y las decepciones, las grandes gestas y los fracasos que parecían inasumibles. Olvidan los jugadores y olvidan los aficionados. Todos saben, por experiencias repetidas, que no hay pena que dure cien partidos, ni gesta que no se lleve el viento del olvido. Recibíamos al Málaga. No me gustaba nada ese encuentro. Hubiera preferido jugar contra uno de los grandes después del robo en Sevilla, uno de esos equipos que logran avivar el ambiente y que consiguen que los jugadores salten al campo como si les fuera la vida en cada balón dividido. El Málaga es un conjunto bien armado que no hace ruido, pero que estoy seguro de que estará al final de la temporada de media tabla para arriba. Nosotros salimos a jugar a lo que sabemos, aun asumiendo que los rivales ya empiezan a conocer nuestros automatismos. Sin embargo esta temporada nuestra manera de jugar maneja muchas más variables y somos más verticales y efectivos, más guerreros en la presión y más certeros cuando toca salir al contraataque en tres o cuatro pases. Los rivales pueden conocer nuestras consignas tácticas esenciales, pero luego se ven sorprendidos por la calidad de quienes se mueven dentro del terreno de juego vestidos de amarillo. Esta es tierra de poetas y de futbolistas virgueros que no dudan en regatear a su propia sombra si de esa manera embellecen aún más la jugada de su vida.
Contra el Málaga, sobre todo en la segunda parte, vimos que este equipo es capaz de resistir y de defender ordenadamente. Todo ataque, como también saben los buenos ajedrecistas, comienza por una buena defensa de tus posiciones. Si no hubiera mediado el robo de Sevilla ahora estaríamos en lo más alto de la clasificación; pero la vida nos enseña que a veces hay que dar muchas vueltas para llegar a un destino. Recuerdo que tras el gol de Casemiro el pasado año contra el Real Madrid, en lugar de hundirnos levantamos el vuelo y ya no nos detuvo nadie hasta que terminó la temporada. La próxima semana, pase lo que pase en Anoeta, vendrá el actual campeón de Europa y nosotros estaremos rondando esa zona a la que solo llegan los equipos de campanilla. Si esa historia nos la cuentan hace un año, pongamos que tras aquella derrota en los últimos segundos contra el Real Madrid, la hubiéramos considerado casi un imposible. Estos jugadores reflejan en su sombra la silueta de grandeza de todos los que un día hicieron grande a la Unión Deportiva. Volvemos a ser grandes nuevamente. No es un sueño. Miren la clasificación ahora mismo. Estamos casi en lo más alto. Ya, ya sé que parece mentira. Qué les voy a contar que ustedes no sepan. Ustedes también atravesaron desiertos que parecían interminables. Disfruten y sigan soñando fuerte. Esos jugadores merecen que creamos en todas las utopías.


sábado, 10 de septiembre de 2016

Trazos fuertes y atracos

Cuando se escribe a mano, las letras se dibujan diferentes en cada trazo. A veces salen torcidas y otras veces nos parecemos a aquellos copistas medievales que se recreaban en los detalles como si cada letra fuera una gran obra de arte. La llegada de los ordenadores hace que pocas veces se diferencien unas letras de otras. Todo parece clónico y trazado de manera idéntica. En el fútbol sucede algo parecido. Sin darnos cuenta, fuimos dejando que los pases, los regates y las jugadas se trazaran de forma casi uniforme y monótona, primando lo físico, apartando el talento y dejando, por tanto, que el que más tiene sea el que gane siempre. Todo eso se acaba cuando aparece algún romántico y apuesta por un fútbol que parece escrito a mano, distinto, sorprendente, con la vitola y el sello de cada jugador, y con un estilo que deje absoluta libertad al jugador creativo y virguero. Todo eso sucedió en la primera parte en Sevilla. Después resistimos como jabatos, con orgullo, con casta, como resisten los equipos pequeños el embate de los grandes. Pero como tantas veces en la Liga española y en la historia de la Unión Deportiva llegó un árbitro a bajarnos del séptimo cielo en el que habitábamos hacía dos semanas.
Hoy partíamos con las bajas de nuestro futbolista de referencia, Jonathan Viera, y del fichaje estrella, Kevin Price Boateng. En otras circunstancias casi hubiéramos dado el partido por perdido de antemano; pero la Unión Deportiva es ahora mismo un verso suelto en medio de ese fútbol mecanizado del siglo XXI. Cuenta con un entrenador que sabe lo que quiere y que elige a quienes juegan no en función del caché o del físico sino mirando primero su capacidad creativa y su compromiso con los colores que defiende. Y luego está Roque Mesa. Inconmensurable. Un metrónomo, un futbolista que desde la llegada de Setién y Sarabia juega como esos jugadores tocados por la magia de los dioses del fútbol. Destaco a Roque, pero habría que resaltar a todo el equipo. Me siento orgulloso de cada uno de ellos. En el fútbol la letra es una especie de estela que dejan los pases inolvidables o los goles que recordamos eternamente, lo que se traza distinto sobre un terreno de juego, los desmarques, los cambios de sentido y los regates inesperados de quienes saben que ganar no es el único verbo importante. Y todo ello lo vimos en la primera parte del partido contra el Sevilla, con ese golazo de Tana que perdurará en nuestra memoria.
Pero ya digo que una cosa son los sueños y otra los árbitros: penalti inexistente en el minuto 88 cuando ganábamos 0-1. Nos expulsan a un jugador en la misma jugada. Empata el Sevilla tras ese penalti. Luego córner fuera de tiempo y con ese jugador menos de la UD los sevillistas rematan en la última jugada del partido. Orgulloso de la Unión Deportiva, pero con el mal cuerpo de la injusticia. Hoy seremos muchos los aficionados amarillos que nos acostamos con ese resquemor de lo injusto en las entrañas. Me imagino a los chiquillos que estaban viendo el partido pendientes de las camisetas amarillas. Cuando yo era niño no entendí nunca por qué los árbitros castigaban siempre a los más débiles. Vale, pueden decir que fue un error humano, pero también hay dos jueces de línea y un cuarto árbitro. Es imposible que ninguno de ellos viera el piscinazo vergonzante de Vitolo. En Inglaterra el Leicester pudo ser campeón porque los árbitros no miran escudos ni presupuestos. Aquí no creo que nos dejen ni jugar la Europa League.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Felipe, aquel ídolo de los otros días de gloria

No podía llegar en mejor momento el homenaje. Hace años, los más jóvenes no entendían que habláramos todo el rato de los tiempos en los que ganábamos a los grandes, jugábamos competiciones europeas y llegamos a una final de la Copa del Rey. Siempre digo que me hubiera gustado haber vivido el mejor momento de la Unión Deportiva, el de los canteranos que estuvieron a punto de ganar la Liga, el de Germán, Tonono, Castellano, Guedes, León y compañía. No lo viví aunque sí lo conozco como si lo hubiera vivido. Tenía dos años en esos momentos, pero luego mi abuelo y mi padre me contaron una y mil veces con todo lujo de detalles aquellos pases al hueco de Germán para que corrieran León o Gilberto II o me hablaban de la jerarquía de Juan Guedes empujando al equipo e imponiendo el ritmo pausado hasta que veía un hueco y de repente aceleraba como hacía Classius cuando dejaba de bailar como una mariposa para picar igual que una avispa. Vi jugar a casi todos menos a Juan Guedes.
Después llegaron años de transición y de estar al borde del descenso hasta que aparece Miguel Muñoz y, como Molowny en los sesenta, vuelve a cambiar la historia. Creo que ahora Setién está a punto de sumarse a esos dos nombres en la historia de la Unión Deportiva. Muñoz tenía un equipazo con jugadores como Carnevali, Brindisi, Morete, Juani y compañía, pero tomó un par de decisiones que cambiaron el destino de dos jugadores que luego llegaron a ser internacionales varias veces: puso de lateral a un extremo como Gerardo Miranda y de líbero, ahí es nada, a un delantero como Felipe. Acertó en los dos casos. Gerardo se fue pronto al Barcelona, pero Felipe se acabó convirtiendo en uno de los grandes jugadores de la Unión Deportiva. No fue internacional más veces por aquella especie de fobia que tenía Kubala a los jugadores de Las Palmas y porque coincidió en el tiempo con José Ramón Alexanco, pero recuerdo el Don Balón de aquellos años y el equipo ideal de cada semana: Felipe aparecía casi siempre en el puesto de líbero: su experiencia como delantero le hacía colocarse en el lugar preciso, aunque lo que más recuerdo era cuando salía desde atrás jugando el balón, siempre con la cabeza levantada, regateando o haciendo paredes con Brindisi, con Noly, con Jorge o con Félix. El balón se lo pasaba Guillermo Hernández o Roque Díaz, o sacaba en corto Carnevali, y Felipe lo llevaba hasta el otro campo poniendo en pie al Insular varias veces cada partido.
Siempre digo que yo tenía dos ídolos de niño. Germán, Guedes y Tonono eran mitos, y los mitos están en un escalón superior, casi intocable; pero de los jugadores que veía jugar cada semana con diez u once años siempre elegía a Felipe y a Brindisi. El jugador de La Orotava se merece como pocos el homenaje que le brindará la Unión Deportiva en los próximos días. Y lo que uno agradece al destino es que un jugador como Felipe, un profesional discreto que al retirarse volvió a su pueblo como quien regresa con una misión cumplida, vea llegar a ese pueblo al equipo líder de la Liga más importante del mundo. Se merecía un reconocimiento como ese el eterno líbero, aquel jugador con el flequillo cubriéndole la frente que cortaba certero los avances del contrario y que salía al ataque levantando la cabeza y poniendo en pie al Estadio Insular en unos días de gloria parecidos a los que ahora vivimos.