domingo, 30 de octubre de 2016

La ley del fútbol

No era victimismo. Si juegas contra equipos que te superan en presupuesto tienes que multiplicar tus esfuerzos y tu talento para ganar los partidos. Un amigo me comentó el otro día que nos estábamos quejando demasiado de los árbitros y traté de explicarle que este fútbol no se parecía nada a aquel fútbol de los tres extranjeros y de la igualdad de casi todos los clubes. Los equipos como Las Palmas tienen que plantear un partido casi perfecto para ganar a esos equipos estratoféricos. Por eso los errores arbitrales como los de los partidos contra el Sevilla y contra el Villarreal escuecen tanto.
Y por eso mismo se agradecen los enfrentamientos contra equipos como el Celta de Vigo: por la paridad presupuestaria, por el gusto por el buen juego y por la historia que nos une mucho más allá de todos esos equipos de nuevo cuño que no tienen el empaque ni la querencia de la Unión Deportiva y el equipo gallego. Siempre digo que el partido en el Insular que más intensamente recuerdo fue aquel contra el Celta en el que nos jugábamos el descenso después de haber estado a punto de ganar la Liga un par de años antes y antes de que jugáramos la final de Copa unos años más tarde. También fue un domingo, y fue la última vez que vimos jugar a Tonono en el Insular, el último partido de Sinibaldi como entrenador y el del golazo de Quique Wolff (un año antes quien había marcado otro gol inolvidable contra el Celta había sido Tonono). Pero había algo mágico en aquel encuentro, y cuando lo hablo con gente de mi generación siempre sale a relucir ese enfrentamiento como ejemplo de lo que era el Insular, del olor a jareas, a césped recién cortado y al humo de los puros que formaban una gran nube sobre Fedora. Le preguntaba el otro día al portero Manolo López que cuál había sido el partido de Las Palmas del que guardaba un recuerdo más intenso y no dudó a la hora de nombrar ese encuentro que él vio como niño junto a su padre en las gradas del Insular. Supongo que luego, con el paso de los años, cumplió sus sueños cuando se vio en el lugar en el que Carnevali jugaba aquel partido.
Quien también ha cumplido su sueño es Raúl Lizoain, pero no me gusta la inseguridad que genera. Siento escribir esto, pero si a los aficionados nos produce zozobra su cara de susto y algunos de sus movimientos, no quiero pensar lo que sienten sus compañeros. Me parece un buen profesional, un canterano ejemplar, y espero que tenga suerte en los próximos partidos. Si Setién confía en él es porque sabe que puede convertirse en ese arquero que precisa un equipo como la Unión Deportiva. Pero hoy no fue su día. Y tengo muy claro que los equipos se arman a partir de un gran portero. Si Holanda no le ganó a Alemania en la final del Mundial 74 fue porque en una portería estaba Jongbloed y en la otra Sepp Maier. Si Brasil perdió contra Italia en el Mundial 82 fue porque los italianos contaban con la sobriedad de Dino Zoff y los brasileños con Waldir Peres. Lo vivido en el Gran Canaria fue, al margen de la épica de la remontada, un partido protagonizado por los guardametas. Falló Raúl en el primer gol y dejó helado al estadio y falló luego Sergio Álvarez en el primer gol amarillo con una salida en falso. Pero es que casi podemos sentirnos satisfechos con el empate (y eso que el Celta jugó veinte minutos con un jugador menos) si recordamos que en el descuento otra salida en falso de nuestro portero estuvo a punto de echar abajo todo lo logrado. No sé qué sucede con Javi Varas. Pero yo, como aficionado, tengo muy clara mi predilección, y creo que los resultados también avalan al ex guardameta del Sevilla. Un portero que falla deja sin sentido toda la poética que se quiera escribir sobre el campo. Es la ley del fútbol.

domingo, 23 de octubre de 2016

Las vueltas que da el fútbol

Ya he escrito que el fútbol no es más que un reflejo de la vida. Los cambios de rumbo son parecidos, eso que llamamos las vueltas de la vida y que aquí llamaremos las vueltas del fútbol. Solo así se entiende que un año después estemos viendo a Las Palmas como no la habíamos visto jugar en casi tres décadas. Llegó Setién cuando parecía que estábamos condenados a ser una estrella fugaz entre los grandes, un equipo de paso que solo dejaría una estela de olvido.
Y todo comenzó contra el Villarreal, como si el destino que escribe las páginas de este juego que tanto nos apasiona ya tuviera clara la trama y hasta el desarrollo de la misma. Hace un año había un jugador olvidado que casi no había vestido la camiseta amarilla. Me lo imagino planteándose su retirada o su cesión a un equipo de Segunda División. Ese jugador se convirtió en titular de la noche a la mañana tras la llegada de Quique Setién y Eder Sarabia, y ayer quiso agradecer esa confianza dibujando una de las asistencias más hermosas que recuerdo en un terreno de juego. Y gracias a esa apuesta por el fútbol de toque, un divo que parecía inalcanzable eligió vestir de amarillo ante la sorpresa de todo los entendidos del balompié europeo. Hoy ese jugador también quiso rubricar el aniversario de la belleza rematando prodigiosamente la asistencia del centrocampista de San Cristóbal. El gol de Boateng dará la vuelta al mundo y el mundo sabrá que ese equipo vestido de fucsia tiene historia, grandes epopeyas y momentos como el vivido en El Madrigal, un instante de gloria, una imagen que se quedará para siempre en la foto fija de nuestras retinas.
Si alguien me preguntara qué es el arte en el fútbol le pondría ese gol inolvidable. Pero esas vueltas de las que hablaba al principio también acontecen en un mismo partido. Quedará esa imagen y ese detalle plásticamente imborrable. Todo lo demás es mejor olvidarlo cuanto antes para volver a empezar de nuevo. Estamos fallando al principio y al final de los partidos que jugamos fuera de casa. Nos falta concentración y contundencia, y en las segundas partes nos estamos desfondando un partido tras otro. Vale que el segundo gol en el descuento vino precedido de una falta clamorosa de quien luego remata a la red; pero esas combinaciones, como el día del Sevilla (con otro robo arbitral), no pueden repetirse en el borde del área que defendemos. Aprendamos de los errores y quedémonos con la estética del pase picado de Viera, la asistencia de espuela de Tana y el acrobático remate de Boateng. Ahora nos jugamos media Liga en los dos partidos que disputaremos en nuestro estadio. Hoy llovía en Gran Canaria mientras jugaba Las Palmas, pero la lluvia que veíamos en la tele y que nos empapaba el ánimo en la segunda parte era la del Villarreal. En una novela de Julio Llamazares la lluvia amarilla tiene que ver con el otoño, la soledad y el abandono que convierte en fantasmas a pueblos que un día fueron bulliciosos y que contaban con niños celebrando goles por las calles. Así nos quedamos los aficionados de la Unión Deportiva cuando terminó el partido, como ese pueblo desolado y silencioso de la novela de Llamazares. Solo nos salva el arte, lo que quedará cuando casi todo lo demás se haya olvidado. Ese gol. Ese momento que será inolvidable en la historia de la Unión Deportiva Las Palmas.




viernes, 14 de octubre de 2016

Las transiciones necesarias

Los viernes por la noche, cuando yo era niño, eran días de Lucha Canaria, de felicidad por saber que no había que ir al colegio al día siguiente y de vísperas de partidos de fútbol. Ya los terreros no mueven a los miles de aficionados de hace años, con aquellas épicas luchadas que los más viejos unían a los nombres de los grandes mitos del deporte vernáculo. El fútbol y la lucha canaria casi formaban parte de una misma memoria histórica y referencial en nuestro entorno, pero al final ha quedado el fútbol porque el fútbol ocupa ya todos los horarios. Hoy tocaba jugar un viernes, y lo hacíamos contra uno de esos equipos que, sin ser gallegos, nunca sabes si están subiendo o están bajando. Sí es verdad que uno se da cuenta de que Las Palmas empieza a ser respetado cuando un entrenador como Quique Sánchez Flores mete a su equipo atrás y solo queda a la espera de algún robo de balón para armar un contraataque.
Creo que vivimos un proceso de transición que nos terminará llevando a aquel juego fluido e incesante del final de la pasada temporada. Este año solo hay destellos de aquellas paredes, de los pases al hueco o de las combinaciones casi increíbles. Somos más contundentes y más determinantes en defensa y a la hora de recuperar el balón, como si quisiéramos ser al mismo tiempo el Brasil de Dunga y el de Telé Santana en el Mundial 82. Por suerte Setién se inclina más por el Brasil de Sócrates, Zico, Falcao o Toninho Cerezo, por aquella constelación de ídolos que solo acabó cediendo a la efectividad del catenaccio italiano y de un iluminado Paolo Rossi. Nosotros también contamos con uno de esos jugadores que convierten el fútbol en un incesante muestrario de genialidades y de jugadas que nos levantan del asiento. Todo parece que puede cambiar cuando Jonathan Viera levanta la cabeza o conduce el balón como si llevara un abecedario entre las botas para escribir las jugadas que solo se conciben más allá de las metáforas. Conocen cómo jugamos, pero si contamos con Viera no sabrán nunca cuáles son nuestras estrategias finales. Si hoy no hubiera estado Diego López en la portería del Espanyol estaríamos contando goles nacidos de los pases imposibles de ese Romario de la Feria que nos vuelve cariocas cuando corremos por el césped. El otro día contaba el periodista Enrique Ortego que una vez le había llamado Luis Suárez, el único español con un Balón de Oro, para preguntarle que quién era ese fenómeno vestido de amarillo que estaba viendo en la tele desde Italia. Todo es diferente cuando Viera está en el campo, y en estas transiciones es vital contar con un jugador que no deje nunca que nuestra navegación se vuelva rutinaria. Seguimos sumando puntos. Los otros equipos saben a lo que jugamos y ya no dejan que nos soltemos como hace meses. Llegó la lluvia al final del partido como si quisiera borrar lo que habíamos visto los noventa minutos antes. Setién sabía de lo que hablaba hace unas semanas cuando a los aficionados nos cegaba la euforia. Esa es la tranquilidad que me queda, que contamos con un entrenador que sabe leer el fútbol mucho más allá de lo que tenemos delante. Estoy seguro de que poco a poco dará con la clave para que volvamos a parecernos a aquel equipo que hacía que nos frotáramos los ojos después de cada jugada. Las transiciones son siempre necesarias. También algunos empates.

sábado, 1 de octubre de 2016

El otro fútbol

Cuando los jugadores están a punto de saltar al campo escuchan en la lejanía el retumbar de las gradas o el estruendo de los aficionados cantando himnos o recordando pareados que llevan repitiéndose decenas de años. Da lo mismo que sea el campo de tu equipo o el terreno de juego del contrario. El olor de la hierba y el horizonte trazado con rayas blancas y una portería en cada lado del campo es el mismo en todas partes. Es en ese momento cuando un jugador sabe muchas veces si va a ganar o a perder un partido. Me lo han contado algunos de ellos, que les sucede lo mismo que a nosotros cuando salimos de casa cada mañana y ya sentimos avisos del día que nos espera.
El encuentro contra el Osasuna era como esos días raros en los que intuyes que te estás jugando media vida pero no quieres reconocerlo. El equipo de Pamplona era el colista y nosotros uno de los conjuntos que más han dado que hablar en este inicio liguero; pero al mismo tiempo sabíamos que El Sadar era un escenario con mucha historia y mucha magia, uno de los pocos estadios que todavía nos traen a la memoria la cercanía de los jugadores y el olor de la hierba, un estadio como el Insular o como Atocha, con el público a pocos metros de los jugadores y con ese bullicio que suena de otra manera en los espacios más pequeños, un sonido parecido al eco de aquellas maretas en las que jugábamos de pequeños.
El partido salió como quería Osasuna, y nosotros salimos como en Valencia y en Anoeta, algo despistados y sin esa tensión necesaria para que no te marquen a las primeras de cambio. El equipo navarro se encontró un penalti en la primera jugada y creyó que sentenciaba el encuentro con un dos a cero en el último minuto de la primera parte. Pero esta Unión Deportiva ha demostrado personalidad y madurez mental varias veces a lo largo de esta temporada. Seguimos saliendo desde atrás, combinando, moviendo el balón de lado a lado y buscando huecos entre esas sombras que a veces dejan los defensas cuando alguien los mueve de posición o los desorienta con un regate o un pase al hueco que no esperan. Y así empatamos y demostramos una vez más que este equipo va en serio y que sabe a lo que juega incluso cuando todo se pone en su contra.
Veníamos de la euforia del Madrid y del affaire de Araujo. Llegábamos con muchos lesionados y con esas dudas que decía al principio que se generan muchas veces en mitad de los caminos. Hoy era un partido para estar abajo o para quedarnos arriba mucho tiempo. Jugábamos en un campo del norte, uno de esos campos que tan mal se le suelen dar casi siempre a Las Palmas, y encima contra un histórico necesitado de puntos. Pudo ganar cualquiera de los dos, y si el fútbol fuera boxeo y el balón y el azar no jugaran lo que juegan hubiera ganado Las Palmas a los puntos. Pero me quedo con el estoicismo de Séneca: per aspera ad astra (hasta las estrellas por el camino más difícil). Por ahí seguiremos rondando, con sacrificio, con paciencia y con esa convicción de que quien propone belleza siempre acaba encontrando algo que merece la pena. Las Palmas sigue proponiendo un fútbol bello y los resultados refrendan esa máxima de Séneca: seguimos cerca de las estrellas, aunque nuestro camino se llene de pequeños obstáculos o de días aciagos. Este empate también es un premio para los osados y los valientes.