viernes, 8 de diciembre de 2017

Un equipo desnortado y sin alma

¿Desastre? Sí, desastre, y no exagero. Porque no hubo intención ni entrega, porque lo del Betis solo fue un espejismo, porque no se justifica que, sabiendo lo que nos jugábamos, los jugadores saltaran al campo como si fuera un partido de trámite, una pachanga de verano, un Ramón de Carranza, ese hito histórico que nos quisieron vender y que quedará como irrisorio, como una tomadura de pelo en el palmarés de la actual Unión Deportiva Las Palmas.
Te puedes salvar jugando bien al fútbol, pero nunca te salvarás sin correr hasta el hartazgo y sin entender que nadie regala nada, que Messi con el Barça o Silva con el Manchester City no paran de correr ni de presionar todo el encuentro, que ya está bien de estas indolencias, que no nos vale un partido más o menos pasable para luego entregar las armas según saltas al campo en el partido siguiente.
Ya no está Ayestarán, ya no está Márquez, pero sí están los únicos que nos pueden salvar del descenso, los que vimos hace una semana luchar, los que tenían la pelota y hoy la entregaron al contrario lastimosamente. Mal asunto, y mal momento para el entrenador que finalmente llegue. Un equipo sin alma, eso fue lo que vimos en Mendizorroza, y sin alma no se va a ninguna parte, o se va directo a Segunda por más que nos duela a los aficionados y a quienes tratamos de mantener izada la vela del optimismo todo el tiempo.
Uno recuerda la física de Newton que estudiamos en el instituto, con una gravedad, un espacio y un tiempo que tiene poco que ver con el fútbol. No creo que Newton, de haber existido balones de fútbol, los hubiera cambiado por las manzanas para lanzarlos al aire. Yo creo que si lo hubiese hecho no habría llegado a ninguna conclusión porque los balones son relativos, casi más para la física cuántica que para la de Newton, y además son impredecibles, y da lo mismo que estén inflados correctamente y que cuenten con el mismo material sintético. No hay dos balones que sean iguales porque cada balón depende de quien lo juega y lo golpea, y de cada equipo, y de cada estadio, y hasta de cada soplo de viento. Solo así se entiende el desastre de Vitoria, porque el fútbol es más esotérico que científico, y más circunstancial que cualquiera de aquellas teorías que planteara Ortega y Gasset cuando a las botas se las llamaba borceguíes y los jugadores jugaban con un pañuelo en la cabeza como Beltrán o Quincoces.
Partiendo por tanto de ese principio de incertidumbre futbolero uno no sabía qué Unión Deportiva iba a encontrar en Mendizorroza, aunque es verdad que confiábamos en el saber estar y en la profesionalidad de Paquito Ortiz. Fue todo un referente como jugador, alguien en quien podían mirarse los canteranos, discreto, luchador, y con esa cabeza que en el mundo del fútbol se identifica con la toma de decisiones correctas y acertadas en casi todas las jugadas, pero ni Paquito puede enmendar lo que está mal hecho desde hace mucho tiempo. Qué mal se le dan a la Unión Deportiva esos estadios de lluvia y frío del norte de España. Salvando San Mamés o el Molinón, donde sí hemos escrito algunas páginas imborrables de nuestra historia, uno parece que lleva viendo el mismo partido cien veces, y si no salimos goleados de Vitoria fue por puro milagro y por las paradas de Raúl Lizoain en la segunda parte. Qué decir. Cada vez nos dejan más aliquebrados y con menos capacidad para contar algo que nos mueva a creer que habrá un cambio de rumbo. La Unión Deportiva es un equipo desnortado, sin brújula, que no sabe a dónde va ni a qué juega. Puede tener unos minutos de buen fútbol de vez en cuando, pero sin plan, sin proyecto y sin entrenador no se va a ninguna parte, o se llega donde acaban los que no creen en sí mismos hace mucho tiempo, los que carecen de amor propio, los que fracasan por no dejarlo todo en cada intento.




domingo, 3 de diciembre de 2017

Tener el balón

El fútbol es sencillo, pero lo sencillo siempre es lo más difícil de conseguir, todo eso que parece que sucede de forma natural, sin estridencias ni aspavientos, tener el balón, jugar con el balón, no perder el balón y, claro, contar con un jugador llamado Jonathan Viera, que es capaz de lograr esa sencillez que a veces parece imposible, o que nos parecía imposible en los ayestaranes días en que el balón casi no se acercaba a las botas de los jugadores amarillos.
Había que ganar. Todo lo demás era un fracaso. Seguimos en descenso, pero viendo la salvación mucho más cerca, nosotros y, sobre todo los jugadores, que en el partido contra el Betis sí jugaron como esperábamos todos desde que empezó la temporada, luchando, combinando, no dando ningún balón por perdido, comprometiéndose con el escudo y recuperando el aplauso y la ovación de unos aficionados que merecen un monumento por su constancia, su amor a los colores y su confianza en la salvación. Solo estamos en la primera semana de diciembre. No valía tirar la toalla. No valía perder de antemano. No podíamos dejar que el sueño de seguir en Primera fuera una quimera o una meta inalcanzable. Si los jugadores mantienen el compromiso demostrado en el partido contra el Betis difícilmente descenderemos, porque esos jugadores cuando quieren (y cuando les dejan) pueden ganarle a cualquier equipo en cualquier estadio.
Es cierto que a veces nos empeñamos en querer ordenar el mundo y no nos damos cuenta de que el mundo se lleva ordenando mucho antes de que llegáramos nosotros. Setién y Las Palmas llevan trazando caminos que confluyen desde hace más de dos años. Primero fueron caminos de tanteo, luego senderos exitosos y finalmente desencuentros que, sin que nadie pudiera preverlos, nos acabaron echando abajo un sueño que pensábamos que nos iba a durar muchos años.
Pero lo sorprendente, lo inesperado, si miramos un año atrás, ha sido este encuentro y esa confluencia casi imposible: nosotros sin entrenador, al borde, o más allá del borde, del abismo, y Quique Setién silbado por su afición y recién eliminado de la Copa de forma sorprendente por el Cádiz. Casi podríamos decir que había una especie de ultimátum para ambos, y si nosotros perdíamos difícilmente íbamos a poder remontar. Ganamos el partido, y además jugando por vez primera un buen fútbol, con criterio, con presión, y con intención de ganar y de que no te ganen. No entró en juego la suerte sino ese abecé del balompié que comentaba al principio: tener el balón, moverlo, mimarlo, no perderlo y marcar cuando se tiene ocasión de hacerlo. La verdad es que yo hubiera preferido que el partido hubiera finalizado en el descanso, ganando también uno a cero, para ahorrarme la agonía de la incertidumbre, pero justo en esos segundos cuarenta y cinco minutos fue cuando nuestro equipo espantó el mal fario de los últimos ocho encuentros y jugó de maravilla. Tenemos que sumar los próximos tres puntos, y los siguientes, y también los otros. Lo difícil ya se ha conseguido. Se ha logrado detener una hemorragia que parecía incontenible. Ahora hay que darse tiempo para ir cerrando las heridas, y esas magulladuras futboleras solo se curan ganando.




domingo, 26 de noviembre de 2017

Lo que está más allá de todo esto

Cuántas finales son necesarias para llegar al final. Nunca se termina nada, aunque a veces creamos que hemos llegado a la meta. Termina un partido y comienza otro, finaliza una Liga y ya estamos al día siguiente haciendo planes de la que viene. Pero sí es verdad que hay encuentros que son finales incluso empezando la temporada, aun sin llegar a diciembre, porque en esos partidos nos estamos jugando la inercia de lo que vendrá luego, la confianza necesaria para empezar a encarar las cuestas o para quedarnos derrotados viendo cómo los demás nos adelantan.
Lo peor de todo lo que sucede alrededor de la Unión Deportiva Las Palmas es la indolencia, la aceptación de la derrota y todo lo que han generado las decisiones erróneas, incomprensibles e improvisadas de los últimos meses. Los aficionados estamos todo el tiempo dudando entre el corazón y la cabeza. La segunda lo tiene claro y te dice que si algo no depende de ti, lo mejor es que salgas corriendo cuanto antes, que lo asumas, que no te vengas abajo, que ya bastante tenemos con los juegos de nuestro destino cotidiano y con no saber lo que va a suceder mañana. Pero luego está el corazón, los recuerdos, la intensidad de los momentos vividos mirando a los jugadores que llevan la camiseta amarilla de la Unión Deportiva, los que ya no están y compartieron contigo las alegrías y las derrotas, todo eso que, como en el amor, se pone en el otro lado de la balanza, lo que no consigue la razón, la fidelidad inquebrantable a un equipo, a unos colores y a unos sueños que te inventas cada día para seguir ahí, para ser capaz de contemplar como pasajeros a los que ahora se equivocan, para seguir convencidos de que ese sueño que comenzó en 1949 uniéndose todos los destinos de otros muchos sueños inquebrantables tiene algún sentido, y sí lo tiene, vaya si lo tiene, aun en los peores momentos, porque hemos vivido momentos peores, mil veces peores que este. Y lo de Anoeta no dejaba de ser un episodio más en esa intrahistoria. Si ganábamos nos alegraríamos todos y comenzaríamos a soñar de nuevo, si perdíamos teníamos claro que ya no seguiría Ayestarán y que comenzaría una nueva etapa, y si empatábamos, que es al final lo que ha sucedido, la verdad es que no sabemos para qué lado mirar, porque un punto, a estas alturas, nos deja una melancolía inexplicable, como una desolación en medio de un páramo que no acaba por más que levantes la mirada.
Vamos a olvidarnos de esas mejores plantillas de la historia y otras charranadas similares y vamos a centrarnos en que no nos marquen goles y en marcarlos nosotros en las porterías contrarias. Ahora sí que el fútbol no admite más filosofía que ganar los partidos. La única condición que ponemos es que haya deportividad, y a partir de ahí, como ganen, me da lo mismo que marquen con la oreja o con una rabona desde el centro del campo. Ya luego, cuando salgamos de ese pozo, si salimos del pozo, volveremos a pensar en ese esplendor sobre la hierba que a veces acontece en el fútbol. Ahora lo único que pedimos a nuestros jugadores es que luchen, que sean unos auténticos profesionales y que no den ningún balón por perdido. Todo lo demás no son más que palabras. Viene el Betis, que es como decir que los guiones a veces los escriben los más conspicuos dramaturgos griegos, porque el Betis es Quique Setién, es ese espejo en el que quisimos mirarnos durante años, un espejo roto, como escribía Borges de la vida, como es la Unión Deportiva hasta que se pueda recomponer la imagen que todos queremos ver sobre un terreno de juego.



domingo, 19 de noviembre de 2017

La cara de Vicente Gómez

Tristeza. Decepción. Fracaso. Improvisación. La cara de Vicente Gómez al final del partido buscando un porqué a este mal sueño, la cara de Vicente reflejaba nuestro estado de ánimo porque Vicente, por lo menos para mí, es un jugador que nos representa, que sabe del valor de la camiseta que lleva puesta, que es de este equipo, que se entrega, que sueña con lograr grandes gestas de amarillo, la cara de Vicente como evidencia de lo que los jugadores tienen poca culpa porque los jugadores, o por lo menos jugadores como Vicente, no fichan al entrenador, Vicente, que se manifestó públicamente cuando Setién anunció que no seguía porque sabía que, si seguía sin que le dejaran tomar decisiones, llegaría un día como el del partido contra el Levante, ese día, que sin llegar a diciembre, sabes que te deja con medio cuerpo en Segunda División, por muchas cosas, porque no es azaroso lo que está sucediendo, porque lo veíamos venir y queríamos pensar que los jugadores, grandes jugadores, contrastados profesionales casi todos ellos, arreglarían este desaguisado de fichar al tuntún, de equivocarse y seguir empeñándose en el error, como si fueran dioses infalibles, estrellándose en su propia soberbia. Traer a Ayestarán fue un grave error cuando pudimos haber enderezado el rumbo, pero aún más grave fue mantenerlo cuando todos veíamos que no había dado con la tecla del equipo, que no había equipo y que nos veníamos abajo a las primeras de cambio. Quedan muchos partidos, claro que quedan muchos partidos, pero ocho derrotas consecutivas desmoronan la moral del más optimista, y ver a Las Palmas como colista descorazona a cualquiera.
Hace un año por estas fechas soñábamos con grandes gestas europeas, casi con los mismos jugadores. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Qué pensaba Vicente Gómez mirando a la grada como un aficionado más, abatido, derrotado, triste, muy triste? No son los que juegan los que nos han llevado a esta situación, ni siquiera los que siguieron jugando después de juergas y de escándalos nocturnos (porque se les dejó que siguieran como si nada). Los equipos no solo están en el terreno de juego. Todo suma, cuando se triunfa y cuando se fracasa. Les felicitamos cuando triunfaron, cuando nos subieron a Primera, cuando ficharon a Quique Setién, porque fueron ellos mismos los que trajeron a Setién, pero ahora tenemos que recordarles que, aun siendo una Sociedad Anónima, la Unión Deportiva Las Palmas es mucho más, es de todos, si quieren que realmente siga siendo de todos, y si es así demandamos coherencia, humildad, reconocimiento de errores, como se reconocieron los éxitos, para tener una última oportunidad para salvarnos. No es vencido sino el que cree serlo. Eso lo escribió hace mucho tiempo Fernando de Rojas, pero mucho antes ya había escrito Solón que no se puede destruir nunca lo que se ha conseguido, y eso es lo que se ha hecho en la Unión Deportiva, destrozar todo lo logrado como quien rompe un juguete en mil pedazos. La cara de Vicente Gómez lo decía todo. Me pongo en su lugar porque sé que siente esa camiseta como cualquiera de nosotros. Tristeza. Decepción. Fracaso.

domingo, 5 de noviembre de 2017

La historia que no queríamos dejar escrita

Cuando éramos niños, si uno rompía los juguetes se quedaba sin diversión. A veces es mejor no saber lo que hay dentro, ni cómo funcionan los mecanismos; pero si se rompían los juguetes se nos descorazonaban las ilusiones. La Unión Deportiva es hoy por hoy un juguete roto que nos descorazona con cada nuevo partido que juega. El pasado año estuvimos a punto de ganar en el Bernabéu. Entonces los partidos duraban noventa minutos. Este año, solo jugamos un rato en las primeras partes. En los segundos tiempos no existimos, nos borramos, nos diluimos, y si no fuera porque los partidos son televisados uno podría llegar a creer que los jugadores de Las Palmas ni siquiera existen después del minuto cuarenta y cinco.
Uno quisiera saber qué es lo que tiene dentro el juguete de la Unión Deportiva, por qué de repente el color amarillo no ve el balón, no presiona, no sabe cómo defender y parece no darse cuenta del peso de la historia de la camiseta que llevan puesta. Hay muchas ilusiones que se están viniendo abajo cada semana, en las segundas partes, en los prolegómenos y en las soberbias de quienes se empeñan en hacernos creer que vamos por el buen camino, que esto lo arregla el tiempo y que somos nosotros, los aficionados que hemos asistido atónitos al harakiri amarillo, los que estamos equivocados. Pocas veces vamos a encontrar a un Real Madrid tan apático, tan despistado y tan fuera de sitio, pero nuestras segundas partes, esas dejaciones inexplicables, las faltas de concentración, la decadencia física, son capaces de resucitar al más moribundo de los equipos.
Ayestarán (el que lo fichó y lo recomendó se cubrió de gloria, como quien decidió que la marcha de Setién no tendría ninguna consecuencia), Ayestarán, qué quieren que les diga, Ayestarán ha metido a la Unión Deportiva en la historia de la Liga, quitando a aquel Alcoyano que siempre había sido la burla de los futboleros. No era la historia que queríamos que dejara escrita Las Palmas. Hemos traído a un entrenador que ha batido, y con mucha distancia, el récord de derrotas seguidas en la Liga. Esa es la evidencia, la realidad, lo que tenemos ahora mismo. No sé si seguirá sumando dígitos y goles en contra, pero mucho me temo que venga quien venga este equipo seguirá echando por tierra una ilusión colectiva que nos encaramaba hace solo un año y que nos hacía más grata y más feliz la vida. El fútbol está para eso, para hacernos felices, no para que nos tomen el pelo ni para comulgar con ruedas de molino. Seguiré siendo un aficionado leal a la Unión Deportiva Las Palmas. Seguiré fiel al color amarillo y a la historia que atesora, a la memoria de mi abuelo y de todos aquellos seguidores que soñaron como sueño yo cada semana. Eso es innegociable. Ojalá los jugadores tuvieran ese sentimiento tan claro como nosotros. Si lo tienen nos sacarán del abismo. Si carecen de ese sentimiento, lo mejor es que asumamos el fracaso que nos viene. Quiero confiar en el tiempo. De momento, seguimos en Primera División, aunque no era este el escenario que habíamos previsto. Vale, es verdad que cada cual se trabaja su propio futuro, en el teatro, en la vida y, por supuesto, también en el fútbol. Los Ayestaranes no aparecen así como así si alguien no los llama o los busca en medio de los desatinos.


lunes, 30 de octubre de 2017

Ni física ni química

Un estadio vacío siempre es un mal presagio. Vale que era lunes, pero si la afición se sintiera parte de este equipo ahora mismo llenaría esas gradas lo mismo un lunes que un domingo, sobre todo cuando sabe que el partido puede ser determinante, no definitivo porque estamos en octubre, pero sí que me temo que será casi decisivo en la inercia del equipo amarillo, esa inercia que nos ha llevado al precipicio desde que le empezaron a mover la silla a Setién creyendo que los actos no tenían consecuencias. La Unión Deportiva es ahora mismo un equipo caótico que ni sabe a lo que juega, ni quiera jugar a nada que implique esfuerzo, lucha y compromiso con el escudo que llevan en la camiseta.
Podemos tener una de las mejores plantillas de nuestra historia, pero no tenemos equipo. Podemos tener nombres rutilantes, pero no tenemos jugadores que presionen como presionan los grandes jugadores del siglo veintiuno, podemos tener Vitolos internacionales, pero, de momento, no hemos visto siquiera al Vitolo de Segunda que nos levantaba de los asientos. Y si teníamos un gran equipo cómo es posible que todo se venga abajo desde que sale del campo Jonathan Viera. Dónde está el entrenador, dónde están esos profesionales contrastados y mundialistas, dónde está el criterio, dónde la coherencia, dónde perdimos el norte, en qué parte del camino decidimos hacernos un harakiri que mucho me temo que tendrá unas consecuencias terribles para el futuro de la Unión Deportiva.
Uno esperaba que en el descanso, el entrenador tuviera la capacidad de darle la vuelta al caos que vivíamos desde el minuto diez del partido, desde que salió Viera y cualquier atisbo de coherencia futbolera parecía ya un imposible. No sabemos a lo que jugamos, hemos perdido nuestra idiosincrasia y ese fútbol que amamos más allá de la codicia del resultado. A veces no importa perder si uno sabe que está dando todo lo que tiene, o que está defendiendo una filosofía en la que cree. Pero no hay ni física ni química en esta Unión Deportiva que conforman jugadores haciendo la guerra por su cuenta, regateando en medio de la nada, corriendo sin criterio y olvidando, quizá porque no hay un entrenador que se los recuerde, que el fútbol es un juego en equipo y, como decía Valdano, un estado de ánimo. Nosotros tampoco tenemos ahora mismo un estado de ánimo que nos ayude. Casi todos olvidamos los desastres y las improvisaciones del final de la temporada pasada y del principio de esta para sumar fuerzas en este partido; pero los desastres y las improvisaciones son como esos orificios que hunden todos los barcos, incluso esos barcos construidos con los mejores materiales y por los ingenieros más conspicuos. Si esos barcos los dejas a merced de capitanes que no saben ni dónde queda el estribor del fútbol se hunden irremisiblemente. A lo mejor es que lo que queremos este año es ganar la Copa. La Liga, si no contamos con un entrenador con experiencia y criterio al que dejen entrenar, nos irá colocando donde la vida coloca siempre a aquellos que no cumplen. Igual ganamos en el Bernabéu, pero esa victoria sería como la de Copa el otro día, una anécdota, una boutade del fútbol, un brindis al sol. La Liga pone a cada uno en su sitio, y es un camino en el que no caben engaños ni flores de un día. Tampoco se logra nada en ella si uno cuenta con las mejores plantillas, pero no sabe o no quiere hacer equipo.


domingo, 29 de octubre de 2017

Como si nos jugáramos un ascenso

La historia se escribe muchas veces lejos de las mayúsculas y de las grandes gestas, allí donde a veces ni siquiera llegamos a darnos cuenta de la trascendencia de nuestros pasos. Estaría bien ganar dentro de unos días en el Bernabéu por vez primera en nuestra historia, llegar a otra final de Copa o regresar a las competiciones europeas como en los años setenta, pero no hay que olvidar que después de esos logros estuvimos muchos años jugando con equipos de medio pelo que preferimos olvidar para no sentir el vértigo del fracaso en el espinazo.
También es cierto que muchas veces no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos o hasta que no vemos cómo otros se conforman con lo que nosotros no valoramos por esa extraña costumbre que nos hace olvidar la grandeza de lo que estamos viviendo. Quizá hemos olvidado lo que era para nosotros la Primera División hace cuatro o cinco temporadas, y no digamos hace diez o doce campañas. Ahora estamos en Primera, más o menos asentados y con una plantilla que supera a todas las plantillas que hemos tenido estos últimos quince años. He sido crítico, y lo seguiré siendo cuando se tomen decisiones erróneas e incompresibles, esas improvisaciones casi demenciales que nos han llevado a donde estamos. Pero en estos momentos a mí, y creo que también a ustedes, lo único que me interesa es la Unión Deportiva Las Palmas. La goleada al Coruña en Copa puede servir para recuperar la confianza y para que los jugadores no olviden quiénes son cuando llegan esas pájaras extrañas en las segundas partes de casi todos los encuentros.
Esa historia que no se juega en las grandes gestas sino en los pequeños detalles tiene su razón de ser en partidos como el del próximo lunes en el Gran Canaria. Necesitamos ganar al Coruña para salir del descenso y para romper una dinámica que nos puede condenar al abismo si no espabilamos a tiempo. Después iremos al Bernabéu ( y mantengo que sin presión, y teniendo la plantilla que tiene Las Palmas, podemos dar la sorpresa en Chamartín), pero de lo que se trata ahora es de reaccionar y de apoyar al equipo como si nos estuviéramos jugando el ascenso nuevamente con el Zaragoza. La pena es que el partido sea un lunes nuevamente, es como si alguien quisiera alejarnos de la fiesta del fútbol, que digan lo que digan cae siempre en fin de semana. A pesar de ello no hay que olvidar que jugamos en casa y que venimos de ganar uno a cuatro al mismo equipo que tendremos delante. Esta batalla la tenemos que ganar entre todos y ya luego habrá tiempo de arreglar los desaguisados. Ahora solo tenemos un objetivo: ganar al Deportivo. Todo lo demás no vale para nada. Olvidemos los últimos resultados y centrémonos en ese objetivo irrenunciable. No será un encuentro de los que aparezcan luego en el recordatorio de las grandes gestas del equipo, pero todos sabemos que no habrá gesta que valga si no salimos a jugar ese partido como si nos jugáramos un ascenso. Dejemos la palabra descenso muy escondida en el diccionario. Si acaso volvamos a recuperar el espíritu de aquellos partidos que nos llevaron a vivir un sueño que hace muy poco tiempo nos parecía lejano y casi inalcanzable.

domingo, 22 de octubre de 2017

Humillación

Hay varias acepciones del verbo humillar, pero me quedo con la que habla de herir el amor propio o la dignidad de alguien. Creo que eso es lo que está haciendo en estos momentos la Unión Deportiva Las Palmas con sus aficionados, sobre todo porque ya no éramos ese equipo pequeño que llevaba años sin jugar a nada, porque ya había dinero para fichar y porque se nos había contado, ahí es nada, que casi teníamos la mejor plantilla de nuestra historia. La humillación viene de mucho tiempo atrás, y en esta vida quien siembra vientos termina desmembrado por sus propias tempestades, viene de los días en que se decidió prescindir de Setién y jugar a la arrogancia del nuevo rico que cree que todo lo compra el dinero. No siempre sucede, pero la vida suele poner a cada uno en su sitio al paso del tiempo, y ahí está Setién y aquí estamos nosotros, con un nuevo entrenador que ha recibido nada menos que doce goles en sus tres primeros partidos y que además acumula diez derrotas seguidas, ni siquiera un mísero empate para maquillar las cifras, en Primera División. Todo termina cuadrando, y no hay improvisación sin consecuencia.
Se jugó de maravilla en la primera parte del partido, y queda para el recuerdo un regate de Viera que visualmente le valdrá a nuestra memoria para compensar todos los desastres que sufrimos con un conjunto frágil como esas cerámicas que le ponen nombre al estadio del equipo castellonense, como teselas romanas que se quiebran igual que cristales de Murano desde el primer embate, y lo peor, como un ejército abatido que carece de estrategias, que juega como jugábamos nosotros de niño en los partidos que improvisábamos en una plaza, en una mareta o en cualquier calle con dos piedras: los jugones movían la pelota y desplegaban su talento, pero no había nada más. Entonces no pasaba nada porque el otro equipo era como el nuestro, echábamos a rodar el balón y el resultado solo dependía del azar y del talento. Esto es distinto. Cuando se te planta enfrente un equipo que sabe a lo que juega y tú quieres jugar como si lo hicieras en Las Canteras con cuatro amigos lo más normal es que te marquen doce goles en tres partidos y que dejes a tus aficionados temiendo un descenso que hace un año, por estas mismas fechas, nos hubiera parecido la más exagerada de las bromas, casi un delirio, porque hace un año un día como hoy hacíamos números para jugar en Europa y volver a la grandeza de aquellos años setenta en donde se juntaban las buenas plantillas, los entrenadores que sabían lo que hacían y la coherencia de las juntas directivas.
Humillación, sí, porque solo había que ver las caras de los aficionados que te encontrabas por la calle después del partido, porque si pierdes pero sabes a lo que juegas, o si pierdes pero ves que hay coherencia en lo que haces, uno puede sobrellevar esa derrota con la dignidad que se espera del espíritu deportivo. Sin embargo lo que estamos viviendo es muy distinto, y los que llevamos años viendo fútbol sabemos que estamos en una situación ciertamente complicada. A Márquez lo pusieron a última hora y no confiando ni en su criterio ni en su experiencia. Con esa decisión lo único que lograron fue llevar el caos tanto al primer equipo como al filial. Luego fichas, para tratar de arreglar la situación, a un entrenador destituido la pasada campaña que acumulaba la friolera de siete derrotas seguidas en Primera. Repito lo de Márquez, no se concibe mayor delirio ni mayor torpeza. Y ahora recibimos al Coruña en el próximo partido de Liga, y luego jugamos contra el Real Madrid en el Bernabéu. Del partido de Copa prefiero olvidarme. Lo que nos ocupa y nos preocupa ahora mismo a los aficionados amarillos es la Liga, ese precipicio que de repente se nos ha abierto como se le abrió a aquella lechera del cuento que vio cómo se hacían añicos todos sus sueños de grandeza. Los nuestros, la verdad, están ahora mismo donde ni los más pesimistas, ni los peores agoreros, podían imaginar antes de que empezara esa sucesión de incoherencias que nos ha dejado al borde del peor de los abismos.

lunes, 16 de octubre de 2017

Cuando el cemento sabe de fútbol

Me lo recordó mi amigo Jesús Fernández mientras veíamos el partido. Jesús y yo tenemos la misma edad y vimos mucho fútbol del bueno en el Estadio Insular, vimos a Germán y a Tonono, a Brindisi, a Morete, a Narciso, a Coke Contreras, a Alexis Trujilo, a Orlando o a Robayna. Pero vieron más otros aficionados que acuden al estadio de Gran Canaria, vieron a Silva y a Mujica, a Guedes, y mucho antes vieron a Pacuco Jorge o a Luis Molowny jugando con el Victoria y el Marino. Jesús me recordó lo que dijo Ángel Cappa cuando entrenaba a Las Palmas. El entrenador argentino, catador de la belleza futbolera y sabedor de los mitos de este deporte, dijo una frase sobre los aficionados de Las Palmas que quizá deberíamos recordársela a Ayestarán antes de que sea demasiado tarde. “Cuando el cemento sabe de fútbol”. Da lo mismo que el estadio sea nuevo, que sea frío, que juguemos un lunes o que esté medio vacío. Aquí se sabe de ese fútbol que he nombrado recordando a varios jugadores, pero también podría recordar al Luis Molowny entrenador, al gran Pierre Sinibaldi, que venía del Anderlecht y que fue precursor de la defensa adelantada, a Miguel Muñoz, a Roque Olsen, a Pacuco Rosales, a Paco Jémez antes de que desoyera la coherencia, o a Quique Setién, que supo conectar con la sapiencia, el mito y lo que buscaba ese cemento desde hacía muchos años. El Celta, que es un equipo de nuestra Liga, que siempre ha sido un rival cercano a los aconteceres de la Unión Deportiva, se puso cero a tres, y marcó luego dos goles más incluso con un jugador menos sobre el campo. Y el Celta no es un Leganés o un Éibar que venga a encerrarse en su campo, ni un Barça o un Madrid que te asuste con sus estrellas. Al Celta había que jugarle sin complejos y sin reservas en el banquillo, de tú a tú, buscando el balón y tratando de proponer esa belleza que propone Jonathan Viera antes de que el balón pase por sus piernas. Y no sé ustedes, pero ni yo, ni creo que ese cemento del que hablaba Cappa, entienda que la Unión Deportiva pueda dejar a tres jugadores internacionales (Vitolo, Rémy y Lemos) en el banquillo, eso me parece una boutade peligrosa, una incoherencia, una declaración de cobardía justo cuando te presentas ante tu afición jugando con un equipo que se entiende que propone tu mismo juego. Solo le faltó a Ayestarán dejar en el banquillo a Jonathan Viera para hacer un pleno al cinco de internacionales a la sombra. No lo entiendo, y entiendo todavía menos que, a no ser que mediara lesión, a Vicente Gómez se le deje en el banquillo todo el encuentro. Lo poco que sé de fútbol lo aprendí en ese cemento del Insular del que hablaba a Ángel Cappa, y en ese cemento, que un jugador tan determinante, inteligente y creativo como Vicente no tenga ningún minuto perdiendo dos a cinco contra el Celta me dice que Ayestarán sabe poco de lo que aquí saben nuestros viejos ( y recordemos que los goles de Las Palmas fueron anecdóticos, después del minuto noventa, con el cemento más cemento y más vacío que nunca, y con dos goleadores, Vitolo y Rémy, que salieron al campo con todo perdido). Siempre intento ser optimista cuando escribo de la Unión Deportiva, pero hoy traicionaría a la memoria de ese cemento que tanto sabe de fútbol si no escribiera esto.

domingo, 1 de octubre de 2017

El caos en todas partes

Vale que la vida es una improvisación constante, pero aunque queramos vivir siguiendo la dirección del viento que pasa o el vaivén de las mareas hay que tomar una serie de precauciones para no caer si caminamos o para no zozobrar si vamos navegando. Si uno camina sin asideros por el borde de un precipicio es muy probable que se termine cayendo al vacío, y si se navega sin motor, sin remos y sin velas, lo más lógico es que se naufrague con las primeras corrientes o con el primer jalío del océano. La Unión Deportiva Las Palmas se caía y naufragaba al mismo tiempo, y eso era algo que veíamos venir hacía tiempo, y no era culpa de Manolo Márquez, una apuesta a la desesperada cuando ya venían las olas demasiado grandes. Demasiada improvisación, demasiada carga de conciencia por dejar ir a Setién, demasiada presión después de haber tenido entre manos un proyecto que hubiera sido inolvidable. Llegar al Camp Nou improvisando no es lo más recomendable, ni siquiera el día en que todas las improvisaciones más grotescas se habían dado cita en Barcelona con un referéndum que rozaba la demencia, con los extremismos tocándose peligrosamente, pero con otros incapaces de negociar o de parar a tiempo lo que ya intuíamos que iba a suceder, cargas policiales cuando no se tuvo intención de acabar con un alud que dejaron que siguiera creciendo hasta el descontrol absoluto. A lo que no le vi ningún sentido fue a lo de la bandera española en la camiseta de la Unión Deportiva. No había necesidad, y sobre todo estando como estaban las cosas en Barcelona. Esa camiseta es para jugar al fútbol, y dentro del terreno de juego es sagrada para muchos de nosotros, y en ella no caben más colores que los del escudo y el azul y el amarillo que nos representa.
Ayestarán apenas tuvo tiempo para armar un equipo y salir a jugar contra el que posiblemente sea el conjunto más temible del planeta, y ante uno de los jugadores más grandes que se han paseado por la historia del fútbol, pero ya sabemos que el fútbol escribe páginas imposibles cuando menos lo esperamos. Ganar en Barcelona era una utopía aun con todo el trabajo bien hecho, pero justamente en el caos llegan a veces las grandes sorpresas. Se vio un equipo más ordenado y con más criterio, y además, salvo algunos despejes, sigue apostando por un juego de toque, saliendo desde atrás y apelando al talento. Eso tranquiliza de cara al futuro, pero del partido contra el Barcelona quedan los ecos de un estadio vacío en el que parecía que entrenaban dos equipos cualquier mañana durante un partidillo. En ese silencio escuchamos nítidamente el sonido del poste en el tiro de Calleri que pudo haber cambiado el destino del partido cuando íbamos cero a cero y Las Palmas controlaba la pelota y el ritmo del encuentro. Pero luego se impuso la lógica, y de haber ganado cero a tres si suspendían el partido nos vimos perdiendo tres a cero, y otra vez con Messi como único rey indiscutible.
Hay finales previsibles, y este era uno de ellos. El nuevo ciclo empieza ahora, la pretemporada comienza realmente esta semana, y esa es una pésima noticia para un equipo que aspira a estar en la élite y para unos aficionados que probamos el caviar futbolístico durante muchos partidos de los dos últimos años. Nos retiraron ese manjar pasajero, y aun así continuaremos yendo al estadio y siguiendo a nuestro equipo, pero sabemos que ya nada será lo mismo, que hay demasiadas espinas en la Unión Deportiva, demasiados jefes y muchas incongruencias. El resultado es el que cualquiera puede imaginar en esas circunstancias, un caos, un desastre, como el de ese referéndum que tenía lugar fuera del estadio. Pasara lo que pasara, perdíamos todos. En el estadio ganó el Barça. Digamos que era lo lógico y lo previsible, pero nosotros habíamos perdido desde mucho tiempo antes de saltar al campo, con una bandera que no venía a cuento ese día en la camiseta amarilla y con una afición que asiste estupefacta a toda esa sucesión de desatinos.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La teoría de los tres pases seguidos

Después de estar viendo durante dos años a la Unión Deportiva dando pases y abriendo huecos casi imposibles en las defensas contrarias, descorazona, y mucho, la carencia de intensidad, la casi nula sensación de equipo y, sobre todo, la incapacidad de dar tres pases seguidos. No es baladí esa expresión que escuchamos tantas veces en los estadios. Si tu equipo no da tres pases seguidos es casi imposible que gane un partido, y lo que es peor, ya tendríamos que cuestionarnos la propia palabra equipo, entendiendo como tal a once jugadores que juegan a lo mismo, que buscan un idéntico objetivo y que saben que cualquiera de sus movimientos tiene que estar coordinado con los movimientos del resto de compañeros. En Las Palmas cada uno hace la guerra por su cuenta, y si analizamos las victorias comprobamos que los goles fueron como versos sueltos, zarpazos de Calleri o de Rémy en donde solo contó la fuerza y la determinación de un delantero.
Claro que se puede perder, pero caer derrotados por cero a dos en tu casa contra el Leganés escuece en el escudo y en la propia camiseta amarilla, y las sensaciones, la verdad, es que no son nada alentadoras. Voy a tirar otra vez de tópico: fue un equipo sin alma. Sin alma, sin argumentos, sin presión, sin solidaridad y sin respuestas. Mal asunto que los que escribimos tengamos que tirar de tópicos porque no encontramos ningún argumento sobre el que escribir elogiosamente. No hay criterio ni filosofía de juego, y volvemos a lo que ya dijimos tras el partido contra el Sevilla: todavía nos preguntamos a qué estamos jugando.
Esta mañana subía corriendo el barranco de Guiniguada y me imaginé a las tropas de Van der Does haciendo lo mismo hace más de cuatrocientos años. Subían barranco arriba como si no se fueran a encontrar a ningún ejército que les saliera al paso. Así parece que juega a veces Las Palmas, como si no fuera consciente de que enfrente hay once jugadores que le van a intentar quitar el balón todo el tiempo y que no les van a dejar tirar a puerta. Esa es otra cuestión. Creo que hasta que no nos marcaron no tiramos a puerta, y que en toda la primera parte, y recuerdo que jugábamos en casa contra el Leganés, no contra el Real Madrid o el Barcelona, no vi si se tiraba bien o blocaba correctamente el portero pepinero. A Van der Does le dieron para el pelo nuestros paisanos por no tenerlos en cuenta, y salió con el rabo entre las piernas barranco abajo, aunque el muy bribón le prendió fuego a la ciudad por no aceptar esa derrota tan humillante y estratégica. A nosotros el Leganés también nos ha dejado el ánimo encendido, y además tememos que si no se encauza la situación poco a poco nos podemos ver en los puestos bajos de la tabla. Porque ahora no vale lo de los rivales difíciles de las dos primeras jornadas y las diferencias de presupuesto. Ahora lo único palmario y evidente es que no damos tres pases seguidos, que no buscamos el balón cuando lo perdemos y que nos han dejado aliquebrados y avergonzados en nuestro propio estadio. Igual que se corrió la voz hace poco de que Las Palmas era un equipo que jugaba de maravilla, esta derrota nos creará una fama que hará perder todo el respeto ganado en los dos últimos años, sobre todo en el Gran Canaria, ese estadio que acabó pareciéndose al de aquellos partidos desolados de Segunda de tan infausto recuerdo.


miércoles, 20 de septiembre de 2017

La jauría y el miedo a ganar

El fútbol como un circo romano, el fútbol como una rabieta de niño insolente, el fútbol como insulto, como todo aquello que no debería relacionarse con el deporte. Todo pasa a segundo plano cuando se vulnera el respeto al contrario, cuando se saca lo peor que podemos llevar dentro, y cuando lo que debería ser divertimento se convierte en una cacería salvaje. Siempre ha habido silbidos e insultos en todos los estadios, pero lo que preocupa son los exabruptos que llegan desde la frialdad de las casas o de los despachos, no esas reacciones viscerales que aparecen cuando te dejan de señalar un penalti o acontece una injusticia. No justificaré el insulto bajo ninguna circunstancia, por eso lo de la afición del Sevilla con Vitolo me ha parecido algo bochornoso, pero por desgracia totalmente previsible: precisamente la noticia o la sorpresa hubiese sido que no hubiera pasado nada. Aquel día de Figo en el Camp Nou fue el peor de los precedentes, la cabeza del cerdo que se tira al campo olvidando que el jugador de fútbol es un profesional y un ser humano.
Vitolo no jugó ni en los infantiles ni en los juveniles del Sevilla. Tampoco debutó con el equipo de Nervión. Vitolo jugó desde niño en Las Palmas y debutó con los colores de nuestro equipo. Luego llegó el Sevilla por esa ley de la oferta y la demanda que mueve el precio de la leche, de la gasolina y de esos jugadores que venden como mercancías en algunos mercados. En esa economía sin piedad que manda en el fútbol el más grande se va comiendo siempre al más pequeño, y el Atlético de Madrid hizo con el Sevilla lo que el Sevilla con Las Palmas, y mañana, si Vitolo triunfa en el equipo madrileño, vendrá el París Saint Germain o el Manchester City y hará lo mismo con el equipo de Simeone. Vale que Las Palmas ha jugado un papel trascendental en el traspaso, pero es que ese traspaso se hubiese producido igual sin la participación amarilla. Y tengo que recordar que fue justamente el Sevilla el que nos desmontó al equipo que jugó la final del 78 llevándose a Miguel Muñoz y a Morete, y que también se llevó más adelante a aquel jugadorazo llamado Vinny Samways. En el fútbol solo recuerdo a Matt Le Tissier en el Southampton rechazando dinerales por jugar con los colores del equipo que llevaba en su ADN futbolero. Todo lo demás es ahora mismo negociable, incluso nuestra euforia o nuestras penas como aficionados se ponen en esa balanza de mercadeo más allá de los colores y de las sentimentalidades. Y si no, ahí está la magua de Setién que tenemos muchos aficionados, sobre todo cuando vemos al Betis jugándole de tú a tú al Real Madrid, sin complejos, y ganando como pudimos haber ganado nosotros el pasado año.
Y luego estuvo el partido, que es lo que realmente debería habernos importado, y lo primero que vimos fue un codazo salvaje a Vitolo y un equipo amarillo timorato y sin confianza que se defendía con orden y que confiaba en Viera y en Calleri, y sobre todo en Chichizola, para empatar el partido. No tuvo nada que ver este encuentro con aquel baño futbolístico que le dimos al Sevilla en Nervión la pasada temporada. Este año optamos por defender y por buscar el milagro en algún contraataque. No es vistoso ese juego ni nos despabila en esos partidos intempestivos de los días de entre semana. Nos manteníamos despiertos por la incertidumbre del resultado, pero todos intuíamos que el Sevilla acabaría marcando, aunque fuera con un gol de rebote y en una jugada casi inverosímil. No me agrada, después de dos años saliendo a ganar, que saltemos a los terrenos de juego con la única misión de evitar que nos marquen. Creo que tenemos equipo como para ir a ganar los encuentros. Lo vimos en los últimos cinco minutos, cuando ya nos habían marcado, pero ya era tarde, siempre suele ser tarde si uno renuncia al talento por el resultado. Quien no es ambicioso se queda casi siempre en tierra de nadie. Pero de cualquier manera, de ese partido contra el Sevilla solo nos quedará un estruendo salvaje como recuerdo de que el fútbol hace mucho tiempo que ha dejado de ser humano.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Los que cambian los destinos

Un hombre puede inventar un sueño o inventar un mundo. En el fútbol también puede inventar un gol desde la nada, o más que desde la nada, desde la potencia, la calidad y la confianza en que la suerte está a favor de quien la busca. Todo eso lo sabía Rémy, un jugador que, como Muhammad Ali, se mueve como una mariposa pero pica como una avispa. Parece desgarbado pero es un tanque imparable que no da tregua a la duda cuando hay que tirar a la puerta. Ya hablamos de Calleri hace unos días, pero es que ahora tenemos dos arietes de los que ganan partidos creyendo en su propio talento y en su potencia. Y junto a ellos está ese fenómeno llamado Jonathan Viera. Todo lo que toca lo convierte en magia, pero habría que conseguir que jugara de medio campo hacia delante para que esa magia se concretara siempre en ocasiones de gol o en jugadas más determinantes.
Hay historias que se cruzan una y otra vez como para que recordemos que todo es cíclico y que todo cambia de arriba abajo al mismo tiempo. Si la vida es movimiento, el fútbol es un vértigo imparable. Lo sabemos los que hemos visto muchas veces las camisetas del Athletic y de Las Palmas en los estadios, ese fulgor distinto a otros encuentros por ser casi siempre un encuentro de canteras y de identidades, y también de formas de entender el fútbol, que hacen que los partidos se mantengan en la memoria de una forma diferente. Y siempre nos aparece Iríbar como un arquero enorme e infranqueable al que, sin embargo, Germán Dévora le buscaba siempre el hueco casi imposible para batirle con goles que mantenemos en la memoria más épica de nuestro equipo, como también mantenemos aquel malhadado día del descenso después de diecinueve años en Primera como el más funesto de nuestros recuerdos. Pero el fútbol es ese sentimiento contradictorio, muchas veces más cercano al oxímoron que a las certezas, que cambia todos los argumentos y las previsiones desde que el balón comienza a rodar por el terreno de juego.
La Unión Deportiva llegaba a este partido después de haber cambiado un rumbo ciertamente peligroso en Málaga, y además ese cambio se intuía que no iba a ser flor de un día, que había mimbres como para empezar a soñar nuevamente (aunque los sueños del fútbol también son tan etéreos y tan efímeros como esas pompas de jabón que hacen los niños los domingos en Triana). Con un partido casi se había desatado la euforia, pero todos sabíamos que el Athletic sí se convertiría en una piedra de toque para saber hasta qué punto ese viraje era realmente una realidad más o menos consolidada o una necesidad de nuestros propios sueños de grandeza inmediata. No hay que lanzar las campanas al vuelo, pero con cada nuevo partido se va viendo un equipo más o menos ordenado y jugando con cierta solvencia. Ese juego ya no es el mismo que el del pasado año. Ahora se busca más el pase largo o la acción individual de cualquiera de esos jugadores capaces de ganar los partidos con una sola jugada, aunque entonces y ahora el factor diferencial, lo que hace que sigamos creyendo a pies juntillas en este esquipo, se llama Jonathan Viera. Pero hace un momento citaba a Iríbar. Siempre mantengo que los equipos se arman desde la portería, y en la Unión Deportiva contamos este año con ese portero que llevábamos soñando desde hacía mucho tiempo. Si Chichizola no detiene todo lo que detuvo antes del gol amarillo, ese gol hubiera quedado en mera anécdota. Y no solo es lo que detiene. También está la sensación de seguridad que transmite al equipo. Ahora contamos con la confianza y con la suma de seis puntos en dos partidos. Dejamos de vivir en el alambre, y ya intuimos que el camino tiene pinta de ser más venturoso y más transitable que el que atisbábamos hace algo más de una semana. Ahora sí estamos deseando que todo comience cuanto antes. Que continúe el espectáculo.




lunes, 11 de septiembre de 2017

Una victoria balsámica

Había que ganar. Se acaba una de esas inexplicables inercias que nos tenía cerca de la zozobra. Más de un año después volvimos a ganar fuera de casa marcando tres goles y serenando esas aguas que ya estaban bajando algo revueltas en los alrededores del equipo amarillo. Hay mucho que cambiar y hay que ser humildes y autocríticos para hacerlo. Esta victoria es lo que deseábamos todos los seguidores amarillos, pero espero que ahora no saquen pecho los que saben que hay procederes que no deben permitirse en un equipo que aspira a ser grande y modélico. Somos letales en la delantera, y seguimos contando con ese fenómeno llamado Jonathan Viera que modifica los destinos cuando quiere. Celebremos este cambio de ciclo como merece. De no haber ganado hoy hubiéramos entrado en una de esas corrientes en las que resulta tremendamente difícil mantenerse a flote.
Hace cuarenta años, cuando casi todas las camisetas eran de tela y solo podíamos ver los partidos en los estadios, uno no se podía imaginar todo el entramado mediático que tiene ahora mismo el fútbol. Entonces se apostaba improvisando resultados en el colegio: ponías cinco duros que si ganabas se convertían en un potosí que te daba para muchos festines de golosinas o para comprar unos guantes como los que se ponía Carnevali. Nada que ver con estas apuestas de ahora. Recuerdo también un programa, creo que en Radio Cadena Española, que se llamaba Paso a la cantera. Lo presentaba el periodista, fallecido hace años, Alfredo Volpini. También tenías que adivinar los resultados de la Unión Deportiva, y el premio era un balón firmado por los jugadores o unas entradas para ir al Insular. Por la casa de mis padres debe haber algún balón de aquellos con las rúbricas de Roque Díaz, Juani, Farías o Felipe. También íbamos al estudio de Primero Mayo a entrevistar a los jugadores cuando acertabas esos resultados. Todo aquello era más sencillo, menos mediático, sin alardes ni grandes sueños de grandeza, sin tatuajes por todo el cuerpo y sin todo ese negocio que creo que acabará matando justamente lo más que nos acercaba a este deporte.
Todo eso viene a cuento porque últimamente parece que acabamos de descubrir América o de ver hundirse el Titanic después de cada partido. Está todo sobredimensionado y apenas queda serenidad y cordura para vivir el fútbol como lo que debería ser, un divertimento y un motivo para olvidar los tedios rutinarios durante un rato, para regresar a la infancia o para sentirnos los más felices del mundo si nuestro equipo juega de maravilla y golea. Y si pierde, tampoco pasa nada, nuestra vida sigue y no se arreglarán nuestros problemas con lo que suceda en el césped de ningún estadio.
En Málaga se encontraban dos equipos con vidas paralelas, dos de aquellas escuadras que salían en las estampas de los años setenta; pero los dos, con subidas y bajadas, a veces tan meteóricas y exageradas, que casi generan vértigo al recordarlas. Esas vidas paralelas presentaban a los dos conjuntos con dos derrotas seguidas y con la necesidad, como decían los cronistas de antes, de una victoria balsámica que hiciera olvidar esa zozobra del comienzo de la liga. Esta vez la suerte estuvo de nuestro lado, la suerte y el potencial ofensivo que ha logrado Las Palmas con Calleri (me pongo en pie al pronunciar su nombre) y Rémy.
Hace unos días escuché una frase que es como un mantra para los alpinistas: “La cima es solo la mitad del camino”. También le oí una vez a César Pérez de Tudela que el alpinismo es una metáfora de la vida en donde hay que saber subir pero también hay que saber bajar. En eso se parece mucho al fútbol. Veníamos bajando y hacía falta dar los pasos correctos para no despeñarnos. Ahora, una vez detenida esa caída que venía del pasado año, aprendamos a subir nuevamente sabiendo dónde ponemos los pies y la cabeza. Y digo la cabeza, porque creo que ahí está la clave de la Unión Deportiva Las Palmas. Piernas y talento tenemos de sobra.

sábado, 26 de agosto de 2017

Las improvisaciones

No, no siempre resulta fácil agradar a los demás. Tampoco convencer. Uno no sabe a veces qué es lo que hace para que las cosas rueden de maravilla o para que todo se refrene o se quede en intentos baldíos, en esas derrotas de las que tenemos que recuperarnos cuanto antes. Escribe Kipling que el fracaso o el éxito son igual de impostores y que uno debe estar siempre por encima de esas contingencias y proseguir con su lucha diaria por alcanzar las metas, aunque las metas haya que alejarlas muchas veces para que sea el camino, como escribía Kavafis, el sentido de todo esto.
Con esta introducción poética-filosófica trato de entender lo que le sucede a la Unión Deportiva Las Palmas, por qué nos movemos en un tiovivo tan peligroso y por qué, históricamente, hemos sido capaces de lograr gestas casi imposibles y de fracasar luego en lo que estaba al alcance de la mano. Parece que por fin se rearmará el centro del campo con las llegadas de Samper, Aquilani y, sobre todo, con la recuperación de Vicente Gómez, un jugador ante el que siempre me quito el sombrero. Y es evidente que no era el Atlético el mejor equipo para salir de una crisis, y mucho menos sin tener armada esa sala de máquinas en la que se genera el fútbol se juegue a lo que se juegue. Enfrente teníamos a la efectividad y a la antítesis de lo que nosotros proponemos, y nuevamente nos vapulearon sin piedad. Muchos temíamos que la inercia de la segunda vuelta del pasado año siguiera en agosto, y así ha sido, como hace un año seguimos al comienzo de Liga con la inercia positiva que traíamos de la anterior temporada. Pero no solo son inercias. Nos sigue fallando la contundencia y la colocación defensiva y, aunque me repita, carecemos de centro del campo, y presentarte en una Liga como la española con esas carencias es casi un suicidio futbolístico.
Solo llevamos dos jornadas de Liga, pero creo que un equipo debe llegar armado y con su sentido de juego definido antes de que comience la temporada. Siempre cuesta más remontar que remar a favor del viento, y la confianza, como en todo en la vida, se presenta como un arma casi victoriosa incluso cuando hay que derrotar a los pronósticos. La confianza y la planificación, que ya luego es la suerte la que determina el resultado, aunque la suerte, como el destino, la escribamos cada uno de nosotros en esas previsiones y con esas fuerzas que sacamos cuando todo nos sale de maravilla y parece que el balón se ha puesto de nuestra parte. Empieza otra Liga después de que juegue la selección la próxima semana. Es tiempo de rearmarnos y de conjurarnos para volver a creer en que somos nosotros los únicos hacedores de nuestros propios milagros. Y, por desgracia, también somos los que hemos dejado que se vaya alejando un sueño que hace un año casi nos obligaba a pellizcarnos para creernos que era cierto.




viernes, 18 de agosto de 2017

Los peligros del páramo

No es verdad que no tropecemos dos veces con la misma piedra o que el azar convierta en real lo que parecía una quimera. El mismo lugar y el mismo equipo, idéntico comienzo, pero ni nosotros ni ellos, parafraseando al poeta, éramos los mismos. Los dos conjuntos ya no se parecen a los de agosto del pasado año: uno por defecto y otro por exceso, uno porque no se ajustaba su clasificación con el presupuesto, y el otro, el nuestro, porque creo que no supo manejarse en las alturas. Este nuevo Valencia cuenta con uno de los entrenadores más solventes y fiables del mundo del fútbol, alguien que no se casa con nadie y que sabe que solo desde el orden se puede aspirar luego a la floritura y al arabesco.
Resulta paradójico que el único partido que ganamos el pasado año lejos de Gran Canaria fuera el primero, y además en Mestalla, y con un juego que no se parecía al que preconizaba Setién. Aquel fue un partido de zarpazos y de efectividad plena. Este de ahora fue extraño desde el principio, pero quien llegaba en la primera media hora era el Valencia, y el hueco, la vía de agua, se abría justo donde tenía que estar Roque Mesa o un jugador con solvencia que le sustituyera. Desde allí no partían las jugadas, realmente no partían de ninguna parte, y desde allí, desde ese hueco vacío, nos marcaron el primer gol de la temporada.
Y luego está el árbitro, como estuvo en aquellos partidos de Sevilla y Villarreal en el inicio de la pasada temporada. La expulsión de Halilovic condicionó el resto del encuentro, y fue una expulsión injusta, una agresión inexistente, otra de esas decisiones que acaban determinando el resultado. También es verdad que al equipo se le ve como si no fuera capaz de liberar las piernas y el talento, sin los necesarios tránsitos, sin un juego fluido y sin aquellas combinaciones que nos levantaban del asiento hace un año. No vienen partidos fáciles. Y creo que debo escribir sobre Vitolo. No lo vi. No estuvo como uno esperaba. No fue ese jugador que veíamos el pasado año con la selección y con el Sevilla. Espero que no sea otra decepción como Jesé y que nos ayude a ganar partidos antes de marcharse en enero. Es cierto que no le llegaban balones, pero entonces es que tenemos dos problemas, o más de dos si le sumamos los desastres arbitrales.
Nos queda todo el año y toda la Liga por delante. Fuera cual fuera el resultado no debíamos olvidar nunca que estábamos en agosto. Y eso haremos. Ya saben que este es un mundo de subidas y bajadas, un tiovivo en el que solo se mantiene el equilibrio si se aprende a mantener la calma todo el tiempo. El equipo tuvo al Valencia encerrado en su campo durante buena parte del segundo tiempo, pero estamos en agosto y esa baja de un jugador tanto tiempo se terminó notando en el estado físico de los jugadores, y además te cansas mucho más cuando el balón no circula con fluidez, ni con primeros toques, desde el centro del campo. Ya sé que acabo de escribir que estamos en agosto y que es solo el primer partido, pero hay que cambiar muchas cosas si queremos ser competitivos y no vernos a las primeras de cambio en los puestos bajos de la tabla. El calendario, desde luego, no ayuda. Pero las soluciones son nuestras. Todos veíamos ese páramo peligroso en el centro del campo, y sin centro del campo no hay fútbol, y mucho menos un fútbol como el que queremos que juegue Las Palmas.



El efecto Sparwasser

No siempre sucede, pero a veces de lo que creíamos que eran errores aparecen los mejores aciertos de nuestras vidas. No es un contrasentido. Si cada uno de nosotros mira al pasado descubrirá que muchas veces lo que creíamos que nos condenaba fue lo que finalmente nos terminó salvando. Creo que a la actual Unión Deportiva Las Palmas le puede estar pasando algo parecido. Perdimos a Setién y esa es una pena que nos quedará a muchos para siempre. Creíamos que teníamos fichado a un entrenador italiano durante muchos meses y al final, casi improvisando, tuvimos que poner al frente del equipo al entrenador que ya estaba programando la pretemporada con Las Palmas Atlético. Yo les confieso que desconfiaba de la eficacia del entrenador italiano. Ni conocía el idioma, ni sabía nada de Gran Canaria, ni tampoco creo que supiera del ADN del futbolista canario y de la psicología de esos jugadores y de la propia isla, tan extraña, tan surrealista, que muchas veces creo que sale adelante por esa suerte del error bien empleado que contaba hace un momento.
Me quedé más tranquilo cuando anunciaron a Manolo Márquez. Primero porque conocía de sobra el sistema de Quique Setién, y segundo porque conoce mejor que nadie a los canteranos. Y además me parece un hombre honesto, preparado y discreto. Su paso por Las Palmas, si le acompaña la suerte, puede ser exitoso, por el equipo que tenemos, sobre todo del medio campo hacia delante, y por ese empuje de los canteranos que ayude a reavivar las ilusiones que nos fue matando el malhadado final de temporada del pasado año (esto fue escrito cuando todavía estaba Boateng, ahora sigo pensando lo mismo, pero con la marcha del internacional ghanés y con la de Vitolo en enero sí es cierto que tal vez hay que rebajar un poco esas pretensiones de grandeza).
Hablo del efecto Sparwasser porque ese jugador de Alemania Oriental que marcó el gol que derrotó a la Alemania favorita del Mundial 74, a la Federal y posterior campeona del mundo, siempre confesó que la clave de aquel gol había estado en el control defectuoso del balón. En lugar de pararlo con la cabeza o el pecho le dio con la nariz, y ese golpeo hizo que Beckenbauer y Berti Vogts se fueran al lado equivocado y lo dejaran solo delante de Sepp Maier. A Las Palmas creo que también le está pasando eso. Llega Vitolo tras una operación que parecía de ciencia ficción futbolística, aparece un delantero centro como Calleri que llevábamos buscando desde que se fue Willian José (si el año pasado hubiéramos tenido un jugador como Calleri nuestra historia hubiera sido otra muy distinta) y, de momento, tenemos a Viera (hoy por hoy es el estandarte del equipo, el que pone la magia). Halidovic está empezando a demostrar su clase, Vicente Gómez está a punto de recuperarse y hay que anotar algunos nombres de canteranos como Borja Herrera y Fabio que pueden ser importantes. Me preocupa la defensa y la ausencia de alguien que supla con garantías a Roque Mesa. El portero sí nos ha llegado por ese mismo efecto Sparwasser del que hablaba hace un momento, y si juega como en el Carranza Chichizola es una garantía para la portería amarilla.
No tenemos un arranque fácil, pero no debemos olvidar nunca que la Liga, como la vida, es larga, y que al final nos enfrentaremos contra todos los equipos. Creo que del año pasado debemos aprender a contener las euforias y a no perder nunca la motivación si llegaran las derrotas. Pase lo que pase hay que aprender a vivir el fútbol con mesura y encarando cada partido como si fuera el más importante de la temporada. Hace unas semanas creíamos que no teníamos ni equipo, ni proyecto, ni entrenador, y ahora escuchas a todo el mundo con las euforias desatadas. Así es el fútbol. Pasión sin términos medios. Principios y finales inesperados. Y sí, también un gran negocio, pero nosotros seguimos viendo las camisetas con los ojos de los niños que siguen soñando con las grandes gestas de su equipo. Un año más, nuestra alegría dependerá en buena medida de las luces o las sombras de la Unión Deportiva Las Palmas. Pero sí es cierto que casi todo lo que rodea al mundo del fútbol, sobre todo con las insolencias y con esos dinerales bochornosos que se están pagando cuando hay gente que no tiene ni para comer cerca de nuestras casas, es como para salir corriendo.


martes, 23 de mayo de 2017

La camiseta


Quienes me conocen saben que esta camiseta es especial. Me la han regalado Emilio y Carmen. A Emilio lo conocí hace dos veranos y escribí sobre él. Carmen, su madre, le regaló hace un tiempo un balón firmado por los jugadores e intuía, y no se equivocaba, que a mí esta camiseta de la Unión Deportiva me haría la misma ilusión que a Emilio. Hoy me han dado este regalo y me siento casi como Emilio con su balón. A pesar del nefasto final de temporada, estoy seguro de que el paso de Quique Setién por la Unión Deportiva se recordará, cuando pasen los años, como un momento grandioso del equipo amarillo. Nos volvimos a ilusionar con el buen fútbol y vivimos muchos partidos inolvidables. Los veinte toques y la pared final con espuela y remate acrobático de Boateng en Villarreal, la segunda parte del Bernabéu y muchos pequeños detalles, deslumbramientos que nos parecían increíbles cuando veíamos que el balón se movía por el campo como una estela de sueños.
Hoy me han regalado una camiseta firmada por Setién y por los jugadores que hicieron posible la consecución de ese logro. La guardaré como oro en paño y me la pondré en una de esas finales o partidos decisivos que seguimos soñando los aficionados amarillos. Ese sueño y esa fidelidad a esta camiseta nos seguirá llevando al estadio la próxima temporada. Y la siguiente. Y también la otra que venga. Siempre seguiremos la pista de ese escudo y de esos colores que elegimos en la infancia.




sábado, 20 de mayo de 2017

Los finales equivocados

Fragilidad y derrota. Bochorno. Nueva decepción. Un corolario que nadie hubiera imaginado hace seis meses. La vueltas que da la vida y las inexplicables revolturas del fútbol. ¿Impotencia? Sí, como si nos estuvieran robando el tiempo. ¿Vergüenza? El consuelo que nos queda es que Las Palmas se haya despedido de fucsia y no de amarillo.
Pero hay que tener cuidado con las inercias porque son más determinantes de lo que creemos. Las inercias y las confianzas. El fútbol es confianza, creencia de que eres realmente mejor de lo que todos piensan, afán de superación, amor a tu camiseta y compromiso con lo que haces. La pasada temporada terminamos en subida y seguimos subiendo luego hasta el mes de diciembre. Este año la caída ha sido imparable, tan imparable que estamos en Primera por los pocos puntos que bastaban para salvarse, por el nivel tan bajo que había en la categoría y por el compromiso y la ilusión que traíamos del pasado. Todo salió mal. Todo salió peor de lo que cualquiera de nosotros hubiera imaginado cuando nos comíamos las uvas del Nuevo Año. Ni sigue Setién, ni queda nada de aquel juego que nos deslumbraba. El equipo acabó como esos juguetes rotos que ya no tienen más arreglo que el olvido o el milagro de un tiempo que los reviva de nuevo. Hay mil maneras de despedirse dignamente, pero la Unión Deportiva no ha encontrado ninguna de ellas. Cada partido ha ido empeorando esa despedida. Uno prefiere un final con silencios, sin estridencias, y ya no digo un final brillante, porque hace muchos meses que perdimos la fe en la brillantez pasada que nos brindó este equipo. Lo mejor es que todo esto terminara cuanto antes. Es lo que agradecemos cuando estamos leyendo un mal libro o cuando vemos una pésima película. Es cierto que cuando leíamos las primeras páginas todos soñamos con una obra maestra, pero las obras maestras requieren muchos compromisos, pocas vanidades y ninguna soberbia. Solo se crece desde la humildad y desde el aprendizaje diario. Los humanos que se endiosan se idiotizan, o pierden esa grandeza que justamente tenían por escapar de los egos y de las arrogancias. Ganamos el primer partido fuera de casa y en ese momento no sabíamos que comenzaba y terminaba el sueño al mismo tiempo, y que lejos de casa no íbamos a ganar ningún otro partido.
Yo pensaba que a lo mejor contra el Deportivo podíamos cerrar el círculo con una victoria postrera, pero está claro que desde que el vestuario se quebró, y que desde que Setién anunció que se iba, ya todo estaba perdido. Ahora solo queda el olvido, el paso de ese tiempo que logre atemperar la decepción tremenda que sentimos. Un sueño roto. Un barco a la deriva. Nos volveremos a ilusionar. Siempre ha sido así, pero primero tendremos que digerir todo el desastre de los últimos partidos y recoger muchos cristales rotos que seguirán abriendo heridas. Qué lástima que todo lo bueno lo echemos a perder de una forma lastimosa. Qué pena que nada haya sido como casi todos soñábamos hace unos meses. Está claro que no aprendemos a escribir finales. Y quien no sabe escribir finales termina matando casi todos los principios. No era esto lo que uno querría haber escrito para la última crónica de una temporada que soñábamos grandiosa y que termina como esas mansiones oscuras y tristes que encontramos a veces en medio de las tierras baldías.




domingo, 14 de mayo de 2017

Una digna despedida

Nada que reprochar. Nada que ver con los últimos partidos. Enfrente estaban tres de los diez mejores delanteros del planeta. Era previsible la derrota, pero hay mil formas de perder y otras tantas de ganar. Salimos con intensidad, movimos el balón y fallamos, como casi toda la temporada, en las áreas; pero no hubo ni silbidos ni reproches. Hubo algún quizás, como el de la tarjeta roja que tuvo que ver el defensa Digne cuando Jesé se iba solo hacia la portería azulgrana. En ese quizá, dejando al Barça con uno menos, pudo estar el partido, pero eso es mucho soñar para los equipos pequeños.
Luego llegaron los destellos de calidad, los pases precisos, los remates certeros, los goles inevitables. Y comenzó la segunda parte, y nuestro equipo volvió a ser el que vimos durante buena parte de la temporada, y nos fuimos arriba, y marcamos un gol y creímos en el milagro de la remontada. Pero volvió el zarpazo y la evidencia, y el Barça marcó el tres a uno tras el gol de Bigas culminando un excelente contraataque. Y más tarde llegó el tercer gol de Neymar con un toque sutil y perfecto. Pero aun así seguimos compitiendo y siendo dignos, despidiendo la temporada sin ridículos y sin acciones vergonzantes.
Era el último partido de Setién y de Sarabia. Las despedidas casi nunca son como uno soñaba. Luego es el tiempo quien se encarga de conservar lo que realmente mereció la pena que se salvara. Cuando empezó esta temporada recuerdo que escribí que había que soñar fuerte, y así comenzamos, jugando y soñando tan fuerte como no lo hacíamos desde hacía cuarenta años. Quedarán destellos que les contaremos a nuestros nietos, la jugada de los veinte toques y las paredes con espuela incluida y remate acrobático del partido contra el Villarreal, la segunda parte en el Santiago Bernabéu, el encuentro contra el Sevilla de la primera vuelta o aquel delirio que vivimos contra el Granada. De eso es de lo que se nutre la épica del fútbol. Para la memoria lo de menos es el resultado.
Éramos un juguete roto hacía algunos meses, pero contra el Barça, aun siendo goleados, no tengo nada que reprochar a mi equipo. Nos quedará la memoria y todos esos niños con las camisetas por las calles como no se veían hacía años. Seguro que volveremos a ser mejores y a ser peores, pero nadie nos quitará el orgullo de los días grandiosos en que Setién estuvo entre nosotros. A veces la bonanza es el peor enemigo, y el halago, y la pérdida de objetivos, pero estoy seguro de que todos esos jugadores recordarán estos días con la misma grandeza en el futuro. Seguiremos regresando al estadio y siguiendo al equipo porque eso es lo que hemos hecho siempre, cuando estábamos en tierra de nadie o cuando parecía que íbamos a desaparecer entre deudas y desmanes. Siempre ha sido así. Y lo que nos consuela es que estaremos en Primera División el próximo año y que todos esos niños que vieron los grandes partidos de la era Setién ya contarán con esa reserva de la épica con la que contamos otras generaciones cuando vimos jugar a Germán, a Brindisi o a Koke Contreras. Lo bonito sería ganar el último partido. Hoy pasó un vendaval de talento y prodigio por el estadio de Gran Canaria. Así es el fútbol y así tratamos de escribirlo. Otra cosa es lo que soñemos o lo que sigamos deseando. Esos sueños nos seguirán llevando al estadio, y nadie nos quitará esa fidelidad amarilla que solo se entiende desde la bendita irracionalidad de un deporte que nos sube y nos baja de las nubes como hace la vida varias veces cada día. Gracias Setién por todo lo vivido.

sábado, 6 de mayo de 2017

Fútbol a deshoras

Un sábado a las doce del mediodía solo jugaban los alevines o los infantiles, o había algún partido de veteranos, o quedábamos los amigos para jugar al futbito o para creernos Brindisis o Moretes en cualquier solar que convertíamos en un estadio con cuatro piedras y un balón de reglamento. Pero es que ahora se está jugando al fútbol en España y se tiene la mente puesta en las audiencias de Hong Kong o de Melbourne, o se separan los partidos para que se apueste hasta por el minuto en el que va a disparar a puerta cualquiera de los dos equipos por vez primera.
Nosotros llegábamos a Gijón como esos caminos que aunque lleguen al destino se ven sometidos a un calvario a medida que van dando pasos. Nuestro final de Liga parece casi una Odisea como aquella que alejaba a Ulises de Ítaca y de Penélope. El Sporting, un equipo cercano, parecido a Las Palmas, se jugaba media vida en ese partido y los aficionados amarillos, la verdad, ya no sabíamos qué nos íbamos a encontrar cuando comenzara el encuentro. En ese estadio logramos el pase a la final de la Copa del Rey hace muchos años, y en mi memoria siempre conservo las alineaciones de los dos equipos que fueron grandes en los setenta y que llevan años viviendo al borde del abismo. Por suerte El Molinón sigue siendo el mismo, uno de los pocos estadios en los que el fútbol es fútbol también por lo que representa el espacio, por todo el eco de la historia que allí se ha vivido.
Las Palmas jugó hoy con Jonathan Viera, y cuando eso sucede se traza el fútbol nuevamente sobre el terreno de juego. No jugamos mal en la primera parte, no salimos con la caraja ni fuimos goleados a las primeras de cambio. Sin embargo, y aunque no me gusta personalizar, la lesión de David Castellano y la salida de Hélder Lopes cambió el destino del partido. El jugador portugués creo que no está para jugar partidos en Primera en una liga tan exigente. Falló mucho y erró en el gol del Sporting. Perdimos uno a cero en la penúltima oportunidad que teníamos para acabar con el baldón de los partidos fuera de casa. Nos queda Riazor como última oportunidad para no terminar esta temporada con unos números tan parcos lejos de Canarias.
La semana que viene llega el Barça jugándose la Liga y nos apuntará ese foco del protagonismo que casi siempre pasa de largo. Creo que debe ser el momento para que este equipo se despida en casa dejando una estela inolvidable. Perder o ganar es lo de menos. Lo que queremos es volver a encontrar aquellos destellos de hace apenas unos meses. Es imposible que se hayan olvidado de la belleza. La belleza anida siempre en los adentros de quienes la vivieron un día. Nuestros jugadores conocen el camino. Y Setién y Sarabia creo que merecen un partido inolvidable en su despedida. Y se lo merecen todos los aficionados amarillos que este año vimos, después de muchas décadas, esa luz al final del camino que nos seguirá llevando al estadio en busca de esos sueños que sabemos que a veces se vuelven tan reales que parecen mentira.

sábado, 29 de abril de 2017

El caos

Cómo explicar a alguien que no lo viera lo que sucedió en el estadio de Gran Canaria en menos de veinte minutos. Pasó un tornado, pasó un tren de mercancías, pasó un equipo que quería jugar al fútbol y que se encontró enfrente a otro equipo que hace tiempo que tiene la cabeza en otra parte. Ya lo único que deseamos es que termine esta temporada, pero lo que no consentiremos es que quienes llevan el escudo de nuestro equipo no den todo cuanto tienen para que no acontezca lo que sucedió en esos primeros dieciocho minutos de partido.
Nos marcaron tres goles y el Atleti no siguió sumando porque no quiso. Vimos en la previa cómo Setién recordaba a los jugadores que salieran atentos, que tuvieran cuidado con las jugadas a balón parado y que no perdieran la concentración en ningún momento. Hicieron justo lo contrario de lo que se les dijo. El equipo fue un coladero, nadie jugaba con intensidad, estaban desconcentrados y se quedaron a merced del contrario a las primeras de cambio. Y las tarjetas a Jesé y a Halilovic, los dos fichajes fulgurantes que curiosamente dieron lugar al ocaso, por intentar engañar al árbitro tirándose en el área, creo que quedan como una metáfora de lo que un día creímos que podíamos haber sido y de lo que al final nos terminamos encontrando.
Pocas veces he sentido tanta impotencia viendo un partido de Las Palmas. Con tres goles en contra y con el equipo de Simeone enfrente ya sabíamos lo que nos esperaba. Pero esa situación se dio por esa falta de tensión de nuestro equipo. No sé qué pasará con Setién. Es una pena que todo acabe de esta manera, pero yo creo que los responsables son siempre los que saltan al terreno de juego. Me apena mucho lo que veo. Y creo que nos apena a casi todos los aficionados amarillos y a quienes buscamos algo más que una victoria cuando comienzan los partidos. Yo era de los que pensaba que la llegada del Atlético iba a hacer reaccionar a esos jugadores. Así fue siempre, en cualquier momento de nuestra historia, con equipos con mucho menos glamour o en peores circunstancias. Había amor propio y ganas de agradar a los aficionados. No fue eso lo que encontramos contra el Atlético. Pocas veces he sido tan crítico y tan contundente, pero lo soy porque he visto jugar a esos mismos jugadores de otra manera, porque sé de la valía de ese conjunto y porque no vi presión ni tensión en ningún momento. Y eso me duele. No se merecía este equipo un final como este después de todo lo hermoso que nos había regalado a pesar de las debacles fuera de casa o de otros días funestos. Lo que vimos en el estadio de Gran Canaria forma parte de lo que querríamos tirar cuanto antes por el escotillón del olvido. Perdimos cero a cinco; pero de verdad que el resultado me da lo mismo. Lo que me duele es la indolencia y la falta de compromiso de mi equipo.


miércoles, 26 de abril de 2017

La caraja y la debacle

La motivación es siempre individual, y es la suma de individualidades motivadas la que termina haciendo un equipo. Se habla de equipos sin alma cuando se arrastran por el campo. La vida es insulsa sin una motivación que nos despabile desde que salimos de la cama. A veces no hay que buscarla en los grandes retos. En el fútbol sucede lo mismo, por ello ese mantra de partido a partido que propone Simeone es al final el único camino de sabiduría futbolera que conozco. Los jugadores de Las Palmas estuvieron en el partido de Butarque hasta que Javi Varas y luego Hélder Lopes cometieron errores de infantiles, fallos de concentración y de conceptos, una vez más, y ya van tantas que escuecen las heridas que aún no habían cicatrizado. Y ya más tarde llegó el enésimo error arbitral en contra nuestra y nos llevó a la debacle, a esa caraja de la que un día habló Setién, a una vergüenza más fuera de casa. Leganés fue una fiesta, como aquel París de Hemingway y nosotros, la verdad, no sabíamos hacia dónde mirar para no sentir esa impotencia que nos lleva derrotando fuera de casa desde agosto del año pasado.
Quedan encuentros de esos que marcan la historia si los protagonistas se llegan a creer esos sueños de los que hablaba al principio. Quisiera que todos los jugadores de Las Palmas, sobre todo los canteranos, viajaran en el tiempo y se recordaran con diez o doce años cuando soñaban con jugar en la Unión Deportiva y, sobre todo, cuando Primera División parecía una utopía inalcanzable. Ahora juegan en Primera y lo hacen en Las Palmas, y dentro de poco recibirán en casa al Atlético de Madrid o al Barcelona. Si yo hubiera cumplido un sueño como ese saldría al campo como si me fuera la vida en ello, porque al final los sueños son los verdaderos motivadores de nuestros días y de nuestras noches. Así espero que sea en los próximos partidos. Que salgan al campo vestidos con el recuerdo de aquellos sueños de grandeza futbolera que ahora tienen la suerte de protagonizar en el campo, en ese césped que casi todos los demás soñamos desde la distancia como si fuéramos cada uno de ellos. El partido de Butarque tenemos que olvidarlo cuanto antes. Vivimos cinco minutos infernales. La vida, cantaba Víctor Jara, puede ser eterna en cinco minutos; pero también, si se citan todos los desastres, se convierte en una pesadilla insoportable. Eso fue lo que pasó en Leganés. Cinco minutos de caraja y toda una segunda parte de debacle.


domingo, 23 de abril de 2017

La permanencia

El fútbol es un deporte de constante movimiento, dentro y fuera del campo, un desarrollo casi siempre imprevisible y unos planteamientos que muchas veces se tienen que terminar improvisando. La vida también es parecida. Solo queda lo auténtico cuando pasa la neblina de lo inmediato y todo se lo lleva el olvido con esa naturalidad con la que nos renovamos a diario. El fútbol, por tanto, es movimiento, pero nosotros nos planteábamos la permanencia cuando comenzó la temporada. Es cierto que alguna vez soñamos con ser el Leicester, pero hasta el Leicester fue desalojado de su propio sueño.
El 23 de abril, el Día del Libro, entre letras y ensoñaciones quijotescas, hemos cerrado el objetivo de la temporada sin agobios, sin miedos, pero también sin esplendores que graben el partido del Alavés más allá de unas horas y mucho menos de una semana. Setién cumplió con su objetivo, y dejó su impronta. Ahora espero que los partidos que queden nos dejen algún destello más en la memoria. En abril, lejos de las flores de mayo y de los primeros calores de junio, ya podemos descansar como esos caminantes que saben que no tienen que correr a última hora para llegar a la meta antes de que anochezca o de que cierren las puertas de las ciudades. Empatamos a un gol tras otra sucesión de disparates arbitrales y tras otro golazo de Prince Boateng; pero lo nuestro, lo que nos queda de toda esta aventura, son esos destellos de los que escribía hace un momento, el recuerdo de Brasil en España 82 o el despliegue de Holanda por todo el campo en el Mundial del 74, el eco de los que no ganaron nada y, sin embargo, se quedaron para siempre en nuestra memoria. Eso será lo que suceda al paso de los años. No sé si seremos mejores o peores el año que viene, pero sí tengo la certeza de que fuimos grandes e importantes sin renunciar a un estilo que, cuando hubo intensidad y coraje, convertía cada partido en un baile de gala. Recuerdo al Milán de Sacchi. Corrían de espaldas en defensa para poder atacar de frente todo el tiempo. Rememoren a Baresi si no se acuerdan. Nosotros hemos ido siempre hacia delante desde que Setién y Sarabia llegaron a Las Palmas. Y así espero que sigamos muchos años. No me importa correr hacia atrás siempre y cuando lo haga de espaldas. Ahora solo espero que volvamos a coger el balón y que lo movamos por el campo como un ánfora. No olvido la expulsión de Livaja. Esa sí que no es la imagen que queremos para la Unión Deportiva Las Palmas. El estilo es también el juego limpio y el buen comportamiento dentro y fuera del campo.




sábado, 15 de abril de 2017

Vicente

Horacio ya escribió hace muchos siglos que había que aprovechar el día y no pensar en el mañana. Cuando llega la alegría o la belleza hay que saborear cada instante y no dejar que esa nube del futuro que no existe oscurezca lo que brilla intensamente. De ese carpe diem horaciano deberíamos aprender también en el fútbol porque a veces el futuro, lejos de ser un aliado, se convierte en un destrozador sin escrúpulos que se empeña en arrasar con todo lo que fue bello. El ciclo Setién se acabó hace un tiempo. Estos partidos solo son para que los borre el olvido cuanto antes.
El estilo Setién no solo era el arabesco, la construcción de cada jugada desde nuestro campo, la libertad del talento y el disfrute del aficionado que casi se tenía que pellizcar para reconocer como cierto el fútbol que estaba viendo. También era la presión agobiante al contrario, la lucha sin tregua y la solidaridad en el esfuerzo de los once jugadores que saltaban al campo. Así fue como ganamos dentro y fuera de casa muchos partidos, y eso será lo que nos quede a pesar de los varapalos que estamos sufriendo últimamente.
Del partido en San Mamés me quedo con la entrega y el ejemplo de nuestra afición y con las palabras de Vicente Gómez al final del encuentro pidiendo disculpas a esa misma afición que no se merece la imagen que su equipo mostró en Bilbao. Recuerdo el tweet de Vicente el día que Setién anunció que se marchaba. Le agradecía lo mucho que había aprendido a su lado y lo que había disfrutado jugando al fútbol. Vicente no partía con la ventaja de la magia innata que tienen otros jugadores de Las Palmas, pero con esfuerzo, con constancia y con el trabajo diario ha ido creciendo cada día un poco más como jugador. Creo que es el espejo en el que deben mirarse todos los canteranos, por su humildad, por esa constancia y por tener la cabeza en su sitio. Lo de Bilbao puede pasar en cualquier momento, pero la actitud es lo único que nunca debe fallar, por la historia de esa camiseta, por lo que representa, por Beltrán, Tonono o Guedes, por Germán, por Brindisi o por Contreras, por Vinny Sanways o por Juan Carlos Valerón, pero sobre todo por la memoria de todos los aficionados que ya no están entre nosotros, y por los que están y seguimos soñando con nuestro equipo. Por el fútbol, por esos niños que no entienden nunca la desidia y esas goleadas que tanto nos destrozan los ánimos futboleros. Gracias Vicente por entender todo eso.



domingo, 9 de abril de 2017

Redoble de tambores

No pude subir al estadio, y hasta el lugar en el que veía el partido llegaban sonidos de tambores que no sabía si tomarlos como un buen presagio o como un aviso de descalabro. Todo lo que se habla antes de empezar un encuentro se queda en agua de borrajas desde que comienza a rodar el balón sobre el terreno de juego. El partido contra el Betis era algo más que un encuentro de noventa minutos.
Todos estábamos pendientes de la actitud de los jugadores y hasta del fondo de la mirada, que es la que realmente cuenta cómo estamos por dentro, de Quique Setién. Había mucho en juego, más de lo que podíamos imaginar, y jugar bien y ganar ese partido aquietaba unas aguas que uno todavía no entiende cómo se han revuelto tanto en los últimos meses. El otro día escribía del jaque mate de Ipurúa, pero si todo transcurre con normalidad ese jaque no será efectivo hasta final de temporada, y entretanto solo nos queda disfrutar con cada uno de los partidos que nos quedan. Ganamos cuatro a uno, controlamos el encuentro y podemos dormir algo más tranquilos después del calvario sufrido en todo este tiempo.
No se merecían Setién y Sarabia un final amargo. La estela que deja su fútbol es cada día más luminosa. Por eso me alegro de la victoria ante el Betis, porque deben ser los jugadores los primeros agradecidos. Tú puedes tener los mejores instrumentos y hasta una preparación académica casi perfecta, pero todo eso no vale si no aparece alguien capaz de sacar el duende y la magia a esa orquesta. Los jugadores de la Unión Deportiva, como los músicos de las grandes orquestas, comenzaron un día a creerse importantes. Solo les ha faltado esa concentración tan necesaria para jugar los partidos fuera de casa con la misma fe y el mismo desparpajo con que lo llevan haciendo casi toda la temporada en el estadio de Gran Canaria. Espero que ya dejen de revolverse las aguas y que naveguemos sin sobresaltos hasta finales de mayo disfrutando del buen fútbol. La temporada que viene queda lejos todavía. Estamos donde estamos, jugando entre los grandes y demostrando que contamos con talento de sobra como para seguir aquí muchos años. Lo demás ya vendrá. Ahora vamos a seguir mirando a la jornada siguiente o respirando holgadamente al ver que el descenso queda cada vez más lejos. Cuando acabó el partido seguían sonando tambores en las calles de Vegueta. Ese golpeo del cuero que hace temblar el estómago como un estruendo lejano no era esta vez ningún mal augurio con el que lamentarnos.



jueves, 6 de abril de 2017

Jaque mate

Escribía Neruda que las nieves eran más crudas en abril, aunque uno quería pensar más en la noche sosegada de Juan de la Cruz, o en el abril de romances y primaveras; pero no estaba la Unión Deportiva para regalarnos primaveras. No lo está hace tiempo, y parece un castillo de naipes que se ha venido abajo y que se tendrá que reconstruir de nuevo. Así sucede siempre. Nada es eterno, pero a veces nos duelen algunos finales. Éibar fue un naufragio, un final de viaje, un epílogo que nadie hubiera imaginado en octubre o en noviembre, un ejemplo más de lo que suele pasar en estas islas, un no saber cuidar lo que vale la pena, un dejar a la deriva todo lo que roza la belleza y el talento. Si fuera ajedrez, escribiría que este partido fue el jaque mate de un gran sueño que habíamos esperado muchas décadas.
El partido contra el Éibar era más trascendente de lo que muchos pensaban. Perdimos tres a uno. Y encima, cuando pudimos reaccionar después del golazo inolvidable de Lemos, nos vimos con un penalti en contra. A mí, la verdad, lo único que me consuela del encuentro es que no vestimos de amarillo.
Estos días sonaban los tópicos por todas partes como suena esa música de fondo, machacona y cansina, en los hilos musicales. Todo el mundo repetía que lo de Setién era una cosa lógica del fútbol, que el fútbol es lo que es o que ese susodicho deporte (porque no olvidemos que es solo un deporte) a veces es injusto. Pero el fútbol, como digo siempre, se termina pareciendo a la vida (Setién diría que a una partida de ajedrez), y aquí lo único que importa hace mucho tiempo es el dinero. Los sentimientos los ponemos los aficionados (como esos seguidores amarillos que no dejaron de animar en Ipurúa toda la tarde). Todo lo demás es oferta y demanda, y ese parné que cuando llega a la casa del pobre suele arrasar con todo lo que se le pone delante. Pasara lo que pasara en Éibar, Setién, por lo menos para quien esto escribe, es el mejor entrenador que ha pasado por Las Palmas en casi cuarenta años. Por señorío, educación, saber estar y, sobre todo, porque concibe el fútbol como lo concebimos muchos aficionados de Las Palmas. Lo que venga ahora será una incógnita. Y a todos nos apena lo que ha sucedido; pero ocurre lo mismo si un jugador destaca tres partidos. Todo lo desestabiliza el dinero. Me quedo con todo lo bueno que nos han dejado Quique Setién y Eder Sarabia. Tiempo al tiempo. Acabaremos contando lo que hemos vivido como cuentan los viejos las grandes gestas del pasado. Da lo mismo que no ganáramos nada. Fuimos felices. Y eso, en el mundo que vivimos, ya es más que suficiente.

lunes, 3 de abril de 2017

Las derrotas presentidas

En la vida, como decía la canción, todo es ir. A veces tenemos la suerte de coincidir en los caminos con personas que ayudan a que los recorridos sean más placenteros y otras veces nos toca apretar los dientes o tratar de saltar por encima de los que solo saben sembrar negruras por donde pasan. Con Quique Setién y Eder Sarabia hemos disfrutado de uno de los recorridos más bellos en la historia de la Unión Deportiva Las Palmas, y lo bueno es que podemos seguir disfrutando unas semanas más de esa sabia y placentera compañía. Balaídos era la primera parada de ese camino de sueños inolvidables después de que anunciaran la despedida, pero esa primera despedida terminó en decepción y en una noche desastrosa. Perdimos tres a uno, pero lo de menos fue el resultado.
Uno esperaba a jugadores que salieran más motivados que otras veces para brindarle a su entrenador algo de lo mucho que él les ha dado a casi todos ellos, pero los jugadores saltaron al campo sin intensidad, con esa caraja de la que Setién se ha lamentado tantas veces fuera de casa, y con una endeblez y una falta de compromiso que no se entiende por más que evitemos siempre ver el vaso medio vacío.
Hay jugadores que aún no saben que en este equipo nadie ha de hacer la guerra por su cuenta. Hablo de Jesé Rodríguez. Si acaso Di Stéfano, Pelé o Maradona pudieron ganar partidos –aunque pocos-por su cuenta. El fútbol es un juego en equipo y creo que hace falta que se le recuerde al ex madridista que ese empeño por querer driblar a seis jugadores en cada jugada es un imposible. Pero no quiero personalizar en Jesé, aunque es verdad que el esquema de Setién se empezó a quebrar cuando llegaron esos individualismos. Menos mal que estamos virtualmente salvados. Lo de Balaídos ha sido una noche para el olvido. Intuíamos que frente al Celta veríamos un gran encuentro. Por muchas razones: porque se encontraban dos sistemas de juego parecidos, porque los jugadores llevaban muchos días sin saltar al campo y porque soñábamos con que esos jugadores le regalaran a Quique Setién otro de esos partidos que ayudan a eternizar el fútbol; pero lejos de ese dolce far niente futbolero nos encontramos con una indolencia ciertamente preocupante.
Lo bueno es que cada partido también es un mundo, y uno quiere pensar que lo que pasó en Vigo fue un accidente, un mal paso del azar, un error que arreglaremos en la próxima jornada. Solo nos queda el sueño de la belleza y el disfrute. Si nos quitan eso, el fútbol volverá a ser aquel páramo que atravesamos durante muchos años. Hay que ser críticos también en la bonanza. Setién no merecía un premio como el de esta noche después de que anunciara que no seguía en la Unión Deportiva. Uno, como aficionado agradecido, también esperaba que sus jugadores regalaran al técnico cántabro uno de esos partidos inolvidables. Quedan muchos más encuentros. Espero poder escribir de ese fútbol bello e intenso que nos hizo soñar tantas noches. Lo de la Balaídos solo fue un intento baldío. Cuando quisimos reaccionar, ya habíamos partido.



viernes, 31 de marzo de 2017

El fútbol que se lee

El fútbol no solo es lo que acontece en un terreno de juego. No son patadas al balón. No son goles. Ni regates. Ni clasificaciones. Ni tampoco es ese culebrón de fichajes, cláusulas de rescisión o giras de verano. El fútbol, para los que todavía seguimos buscando más allá de lo que vemos delante de nuestros ojos, es memoria y tiene más que ver con los olores y las sensaciones, como si algunos partidos y el brillo de algunas camisetas se convirtieran en una especie de máquina del tiempo, porque todo suena en esos recuerdos y en todo lo que mitificamos cuando éramos niños o cuando seguimos soñando como si tuviéramos doce años.
Enrique Bethencourt ha escrito uno de esos libros necesarios para entender lo que nos acerca al fútbol a muchos de nosotros, y sobre todo para entender el fútbol canario y la grandeza de la Unión Deportiva de Las Palmas. Y luego está Juan Carlos Valerón. Para muchos, entre los que me incluyo, el más grande de los que hemos tenido la suerte de ver los que no pudimos asistir a las tardes de gloria de Alfonso Silva, Guedes o Germán Dévora (llegué tarde, cuando aún no tenía edad para valorar toda la grandeza que me cuentan una y otra vez los que saben). Valerón fue durante muchos años, cuando Las Palmas estaba lejos de la élite y del foco mediático, lo único que nos quedaba para seguir asistiendo en primera fila a ese espectáculo del desborde, el cambio de juego o ese movimiento inesperado que convierte en poesía lo que otros quieren convertir en pelotazos.
El libro, titulado El fútbol canario. Identidad, Valerón y otros desmarques (Fundación Tamaimos), analiza desde muchos puntos de vista, y con multitud de opiniones, ese fútbol canario que siempre miró más a Brasil o a Argentina antes que a Alemania o a Italia, el que contaban nuestros abuelos a todas horas y el que todavía atisbamos cada vez que Viera, Vitolo o David Silva controlan el balón en cualquier parte del campo.
Pero Enrique va más allá del fútbol, o analiza el fútbol partiendo de nuestro mestizaje, nuestra insularidad y nuestra manera de entender la propia existencia. Hay mucha sociología necesaria en ese libro, muchas claves para entendernos y, sobre todo, mucha pasión de alguien que no puede ocultar todas esas conexiones casi mágicas que genera la belleza cuando se dibuja sobre el césped. Y en la portada y en el fondo del libro está Valerón, por muchas razones, y cuando lo lean verán por qué esa presencia y por qué ese protagonismo. Poco a poco se va llevando el fútbol canario a los libros. Ya lo hicieron Ignacio S. Acedo con Germán o con Pacuco Rosales, o José Hernández con Tonono, en fechas recientes. El fútbol como cultura lo defendemos muchos hace años, ese fútbol alejado del fanatismo y de los exabruptos, del patadón y del pragmatismo, el que ha sabido dibujar Quique Setién durante los últimos meses en la Unión Deportiva, el que trazaron Germán o Valerón, el que aún seguimos esperando en el partido siguiente, y el que siempre llega aunque nos parezca mentira algunas veces. Enrique cuenta ese fútbol y nosotros disfrutamos leyendo como a veces lo hacemos desde las gradas o desde los sueños, que son al final los que nos siguen acercando cada fin de semana a los estadios como cuando teníamos doce años.



sábado, 18 de marzo de 2017

Un caballero de rojo y negro

Hay personas que cambian los ciclos, que nos ilusionan, que contagian su alegría y que son capaces de doblegar al desánimo o a lo que parecía que iba ser siempre una misma historia de hastío y aburrimiento. Aparecen de vez cuando, casi siempre cuando menos lo esperas. Gracias a esas personas seguimos viendo el fútbol y seguimos buscando ese detalle, ese gesto o esa filosofía que se acerque a la belleza o a la emoción, y que nos recuerde aquellas pequeñas ilusiones de la infancia que, como las del fútbol, no llevaban a ninguna parte y, sin embargo, nos subían al séptimo cielo.
Ya, ya sé que el mundo es el que es y que cada vez hay menos espacio para los soñadores y los románticos. También sé que el fútbol hace tiempo que es un deporte en el que se mueven intereses que tienen poco que ver con el amor a las camisetas. Setién compareció de rojo y negro en la rueda de prensa, como en la novela de Stendhal. En esa novela, un soñador llamado Julián Sorel quiso cambiar el mundo y su mundo al mismo tiempo, pero acabó derrotado por esos sistemas y esos pragmatismos que terminan ganando casi siempre. Eso sí, de los sueños que se siembran seguimos viviendo los que aún creemos en esa poesía de lo cotidiano que asoma a veces donde menos lo esperas.
Setién fue un caballero en la rueda de prensa de despedida, el caballero que ha cambiado la historia de la Unión Deportiva y que, después de muchos años, logró que los aficionados nos reconociéramos en los movimientos y en las osadías de unos jugadores que empezaron a cumplir nuestros propios sueños. No somos capaces de conservar casi nada de lo que vale la pena. Hablo de estas islas tan ingratas y tan poco dadas a reconocer el esfuerzo y el talento. Perdimos el Estadio Insular y otras tantas referencias sobre las que se gestan las pasiones y los mitos. El tiempo es lo de menos. Setién en dos años ha logrado lo que otros no consiguieron en décadas. Quique Setién y Eder Sarabia. No olvidemos a Eder Sarabia, que será un grande del fútbol antes de que nos demos cuenta.
Queda el proyecto. Queda la Unión Deportiva Las Palmas. Y eso es algo innegociable para los que amamos al equipo amarillo. Pero queda también una tristeza y una magua como hacía tiempo que no se vivía en esta isla. Le pedimos que se quedara. Unánimemente. Pero entendemos que quiera ser feliz donde desarrolle su trabajo diario. Nos duele que no haya encontrado esa felicidad en Gran Canaria. Le deseamos toda la suerte del mundo. Y le agradecemos todos esos grandes momentos vividos en estos dos años. Hablo de detalles, de jugadas, de goles y hasta de la manera en que los jugadores saltaban al campo. El señorío de Quique Setién iba con la Unión Deportiva a todas partes. Y muchos creíamos que esa unión iba a durar muchos años. No será fácil que aparezca alguien con ese saber estar, esa inteligencia y esa educación tan exquisita. Un caballero. Uno de los nuestros para siempre.




viernes, 17 de marzo de 2017

Con la cabeza en otra parte

Hace muchas semanas que la realidad de la Unión Deportiva tiene poco que ver con lo que sucede en los estadios. Se habla de todo menos de los partidos que disputamos cada semana. Si no hubiéramos estado tan alejados de la zona de descenso y tan lejos también de los puestos de Europa, no creo que se estuviera hablando a todas horas de renovaciones, sueldos o negociaciones. Los mayores nos decían siempre que tuviéramos la cabeza ocupada para alejarnos de los peligros o de la molicie. Si Las Palmas estuviera en una situación deportiva delicada se tomarían decisiones y se dejaría de marear la perdiz. Si los aficionados estamos descontentos y desorientados, no quiero imaginar cómo estarán los jugadores que tienen que saltar al terreno de juego.
Yo mismo, en lugar de estar escribiendo sobre el partido del Villarreal, he caído en esa trampa de estar pendiente de lo que realmente importa poco cuando comienza a rodar el balón sobre el césped. Curiosamente, nos enfrentábamos al primer rival que tuvo Setién cuando llegó a Las Palmas. Son esos guiños del destino que se escriben más allá de nuestras presencias. Ya saben lo que pienso de Setién y del fútbol que propone. Incluso cuando falla en los planteamientos lo defiendo, porque hace años que defiendo el fútbol que aspira a ser bello y a alegrarnos los ojos y el alma cuando lo estamos viendo. En el partido contra el Villarreal todo se nos puso de cara tras el gol de Boateng y la expulsión de un jugador del equipo castellonense; pero esa ventaja, en lugar de propiciar nuestro dominio, acabó dejándonos a expensas de la suerte y de Raúl Lizoain, que hoy sí salvó al equipo con un par de paradas impresionantes. Ganamos uno a cero, pero esta es una victoria que suma tres puntos en la clasificación y cero puntos en nuestra memoria futbolera.
Y vuelvo a lo de tener la cabeza en otra parte, aunque en este caso sea para escribir sobre las incongruencias. Que Viera no vaya a la selección española es una afrenta al talento, al desparpajo y a ese fútbol que ofrece destellos de genialidad y no pases programados o movimientos casi robóticos que no emocionan ni en un videojuego. Que no vaya Roque Mesa es otra incongruencia injustificable. Canarias está a menos de tres horas de Madrid, pero la distancia desde la que nos miran algunos desde el continente resulta realmente vergonzante. Es la misma distancia que también condenó a Germán Dévora hace décadas. Parece como si se desconfiara del talento ofensivo cuando viste de amarillo. Solo Tonono, Gerardo o Felipe, todos defensas, tuvieron las puertas de la selección abiertas regularmente. Valerón o Vitolo tuvieron que marcharse fuera para que los vieran. Y Silva se tuvo que ir todavía más lejos. Ayer dos amigos repitieron exactamente la misma frase: no importamos nada. Y así es. Y así ha quedado demostrado en esa convocatoria de Lopetegui.
Todavía estamos en marzo. Quedan muchas semanas y muchos encuentros por delante. Hablemos solo de los partidos y que lo demás se quede en la inevitable burocracia y en esos extraños intereses que mueven los hilos del fútbol. Lo único que queremos es seguir viendo a la Unión Deportiva en Primera, jugando como el día del Bernabéu, sumando momentos inolvidables, ganando partidos y apostando por la belleza aunque no esté de moda en un mundo cada día más pragmático y aburrido en el que se elige el músculo en lugar del talento.