domingo, 26 de noviembre de 2017

Lo que está más allá de todo esto

Cuántas finales son necesarias para llegar al final. Nunca se termina nada, aunque a veces creamos que hemos llegado a la meta. Termina un partido y comienza otro, finaliza una Liga y ya estamos al día siguiente haciendo planes de la que viene. Pero sí es verdad que hay encuentros que son finales incluso empezando la temporada, aun sin llegar a diciembre, porque en esos partidos nos estamos jugando la inercia de lo que vendrá luego, la confianza necesaria para empezar a encarar las cuestas o para quedarnos derrotados viendo cómo los demás nos adelantan.
Lo peor de todo lo que sucede alrededor de la Unión Deportiva Las Palmas es la indolencia, la aceptación de la derrota y todo lo que han generado las decisiones erróneas, incomprensibles e improvisadas de los últimos meses. Los aficionados estamos todo el tiempo dudando entre el corazón y la cabeza. La segunda lo tiene claro y te dice que si algo no depende de ti, lo mejor es que salgas corriendo cuanto antes, que lo asumas, que no te vengas abajo, que ya bastante tenemos con los juegos de nuestro destino cotidiano y con no saber lo que va a suceder mañana. Pero luego está el corazón, los recuerdos, la intensidad de los momentos vividos mirando a los jugadores que llevan la camiseta amarilla de la Unión Deportiva, los que ya no están y compartieron contigo las alegrías y las derrotas, todo eso que, como en el amor, se pone en el otro lado de la balanza, lo que no consigue la razón, la fidelidad inquebrantable a un equipo, a unos colores y a unos sueños que te inventas cada día para seguir ahí, para ser capaz de contemplar como pasajeros a los que ahora se equivocan, para seguir convencidos de que ese sueño que comenzó en 1949 uniéndose todos los destinos de otros muchos sueños inquebrantables tiene algún sentido, y sí lo tiene, vaya si lo tiene, aun en los peores momentos, porque hemos vivido momentos peores, mil veces peores que este. Y lo de Anoeta no dejaba de ser un episodio más en esa intrahistoria. Si ganábamos nos alegraríamos todos y comenzaríamos a soñar de nuevo, si perdíamos teníamos claro que ya no seguiría Ayestarán y que comenzaría una nueva etapa, y si empatábamos, que es al final lo que ha sucedido, la verdad es que no sabemos para qué lado mirar, porque un punto, a estas alturas, nos deja una melancolía inexplicable, como una desolación en medio de un páramo que no acaba por más que levantes la mirada.
Vamos a olvidarnos de esas mejores plantillas de la historia y otras charranadas similares y vamos a centrarnos en que no nos marquen goles y en marcarlos nosotros en las porterías contrarias. Ahora sí que el fútbol no admite más filosofía que ganar los partidos. La única condición que ponemos es que haya deportividad, y a partir de ahí, como ganen, me da lo mismo que marquen con la oreja o con una rabona desde el centro del campo. Ya luego, cuando salgamos de ese pozo, si salimos del pozo, volveremos a pensar en ese esplendor sobre la hierba que a veces acontece en el fútbol. Ahora lo único que pedimos a nuestros jugadores es que luchen, que sean unos auténticos profesionales y que no den ningún balón por perdido. Todo lo demás no son más que palabras. Viene el Betis, que es como decir que los guiones a veces los escriben los más conspicuos dramaturgos griegos, porque el Betis es Quique Setién, es ese espejo en el que quisimos mirarnos durante años, un espejo roto, como escribía Borges de la vida, como es la Unión Deportiva hasta que se pueda recomponer la imagen que todos queremos ver sobre un terreno de juego.



domingo, 19 de noviembre de 2017

La cara de Vicente Gómez

Tristeza. Decepción. Fracaso. Improvisación. La cara de Vicente Gómez al final del partido buscando un porqué a este mal sueño, la cara de Vicente reflejaba nuestro estado de ánimo porque Vicente, por lo menos para mí, es un jugador que nos representa, que sabe del valor de la camiseta que lleva puesta, que es de este equipo, que se entrega, que sueña con lograr grandes gestas de amarillo, la cara de Vicente como evidencia de lo que los jugadores tienen poca culpa porque los jugadores, o por lo menos jugadores como Vicente, no fichan al entrenador, Vicente, que se manifestó públicamente cuando Setién anunció que no seguía porque sabía que, si seguía sin que le dejaran tomar decisiones, llegaría un día como el del partido contra el Levante, ese día, que sin llegar a diciembre, sabes que te deja con medio cuerpo en Segunda División, por muchas cosas, porque no es azaroso lo que está sucediendo, porque lo veíamos venir y queríamos pensar que los jugadores, grandes jugadores, contrastados profesionales casi todos ellos, arreglarían este desaguisado de fichar al tuntún, de equivocarse y seguir empeñándose en el error, como si fueran dioses infalibles, estrellándose en su propia soberbia. Traer a Ayestarán fue un grave error cuando pudimos haber enderezado el rumbo, pero aún más grave fue mantenerlo cuando todos veíamos que no había dado con la tecla del equipo, que no había equipo y que nos veníamos abajo a las primeras de cambio. Quedan muchos partidos, claro que quedan muchos partidos, pero ocho derrotas consecutivas desmoronan la moral del más optimista, y ver a Las Palmas como colista descorazona a cualquiera.
Hace un año por estas fechas soñábamos con grandes gestas europeas, casi con los mismos jugadores. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Qué pensaba Vicente Gómez mirando a la grada como un aficionado más, abatido, derrotado, triste, muy triste? No son los que juegan los que nos han llevado a esta situación, ni siquiera los que siguieron jugando después de juergas y de escándalos nocturnos (porque se les dejó que siguieran como si nada). Los equipos no solo están en el terreno de juego. Todo suma, cuando se triunfa y cuando se fracasa. Les felicitamos cuando triunfaron, cuando nos subieron a Primera, cuando ficharon a Quique Setién, porque fueron ellos mismos los que trajeron a Setién, pero ahora tenemos que recordarles que, aun siendo una Sociedad Anónima, la Unión Deportiva Las Palmas es mucho más, es de todos, si quieren que realmente siga siendo de todos, y si es así demandamos coherencia, humildad, reconocimiento de errores, como se reconocieron los éxitos, para tener una última oportunidad para salvarnos. No es vencido sino el que cree serlo. Eso lo escribió hace mucho tiempo Fernando de Rojas, pero mucho antes ya había escrito Solón que no se puede destruir nunca lo que se ha conseguido, y eso es lo que se ha hecho en la Unión Deportiva, destrozar todo lo logrado como quien rompe un juguete en mil pedazos. La cara de Vicente Gómez lo decía todo. Me pongo en su lugar porque sé que siente esa camiseta como cualquiera de nosotros. Tristeza. Decepción. Fracaso.

domingo, 5 de noviembre de 2017

La historia que no queríamos dejar escrita

Cuando éramos niños, si uno rompía los juguetes se quedaba sin diversión. A veces es mejor no saber lo que hay dentro, ni cómo funcionan los mecanismos; pero si se rompían los juguetes se nos descorazonaban las ilusiones. La Unión Deportiva es hoy por hoy un juguete roto que nos descorazona con cada nuevo partido que juega. El pasado año estuvimos a punto de ganar en el Bernabéu. Entonces los partidos duraban noventa minutos. Este año, solo jugamos un rato en las primeras partes. En los segundos tiempos no existimos, nos borramos, nos diluimos, y si no fuera porque los partidos son televisados uno podría llegar a creer que los jugadores de Las Palmas ni siquiera existen después del minuto cuarenta y cinco.
Uno quisiera saber qué es lo que tiene dentro el juguete de la Unión Deportiva, por qué de repente el color amarillo no ve el balón, no presiona, no sabe cómo defender y parece no darse cuenta del peso de la historia de la camiseta que llevan puesta. Hay muchas ilusiones que se están viniendo abajo cada semana, en las segundas partes, en los prolegómenos y en las soberbias de quienes se empeñan en hacernos creer que vamos por el buen camino, que esto lo arregla el tiempo y que somos nosotros, los aficionados que hemos asistido atónitos al harakiri amarillo, los que estamos equivocados. Pocas veces vamos a encontrar a un Real Madrid tan apático, tan despistado y tan fuera de sitio, pero nuestras segundas partes, esas dejaciones inexplicables, las faltas de concentración, la decadencia física, son capaces de resucitar al más moribundo de los equipos.
Ayestarán (el que lo fichó y lo recomendó se cubrió de gloria, como quien decidió que la marcha de Setién no tendría ninguna consecuencia), Ayestarán, qué quieren que les diga, Ayestarán ha metido a la Unión Deportiva en la historia de la Liga, quitando a aquel Alcoyano que siempre había sido la burla de los futboleros. No era la historia que queríamos que dejara escrita Las Palmas. Hemos traído a un entrenador que ha batido, y con mucha distancia, el récord de derrotas seguidas en la Liga. Esa es la evidencia, la realidad, lo que tenemos ahora mismo. No sé si seguirá sumando dígitos y goles en contra, pero mucho me temo que venga quien venga este equipo seguirá echando por tierra una ilusión colectiva que nos encaramaba hace solo un año y que nos hacía más grata y más feliz la vida. El fútbol está para eso, para hacernos felices, no para que nos tomen el pelo ni para comulgar con ruedas de molino. Seguiré siendo un aficionado leal a la Unión Deportiva Las Palmas. Seguiré fiel al color amarillo y a la historia que atesora, a la memoria de mi abuelo y de todos aquellos seguidores que soñaron como sueño yo cada semana. Eso es innegociable. Ojalá los jugadores tuvieran ese sentimiento tan claro como nosotros. Si lo tienen nos sacarán del abismo. Si carecen de ese sentimiento, lo mejor es que asumamos el fracaso que nos viene. Quiero confiar en el tiempo. De momento, seguimos en Primera División, aunque no era este el escenario que habíamos previsto. Vale, es verdad que cada cual se trabaja su propio futuro, en el teatro, en la vida y, por supuesto, también en el fútbol. Los Ayestaranes no aparecen así como así si alguien no los llama o los busca en medio de los desatinos.