martes, 11 de diciembre de 2018

Los vaticinios

No hacía falta que se abriera el cielo y apareciera un santón prediciendo el futuro, tampoco había que buscar sortilegios extraños ni preguntarle a ningún gurú con gesto reconcentrado. Lo peor es que tampoco había que entender mucho de fútbol. Lo que sucede en la Unión Deportiva lo veníamos viendo la mayoría de los aficionados desde hacía muchos meses. Viene el Tenerife, y ya sabemos que en un derbi puede pasar cualquier cosa, pero un derbi no es una Liga, no es una suma de partidos, son encuentros que se juegan de otra manera: la propia energía de la grada lleva a los equipos en volandas. Pero los puntos valen lo mismo. Cambiar de entrenador y obtener un solo punto en tres partidos en un fracaso estrepitoso.
El año pasado se fue Manolo Márquez y no estábamos en puestos de descenso, y luego ya saben lo que sucedió con la llegada de Pacos que hicieron de su capa un sayo y nos vendieron las motos con mil gestos desafiantes antes de que nos fuéramos de la Primera División. Recibir ocho goles en dos salidas, y no contra el Real Madrid y el Barcelona, ni tampoco contra el Málaga o el Granada, sino contra el Cádiz y el Lugo, hace que se nos enciendan todas las alarmas y que ya miremos más hacia abajo que hacia arriba en la tabla clasificatoria. Y ahora mismo, qué quieren que les diga, da mucho miedo pensar en el futuro con una defensa que hace aguas por todas partes y con un equipo que sigue careciendo de sistema de juego o de proyecto más o menos reconocible.
Lo dijimos muchas veces: queremos jugadores de la cantera, y así fue como volvimos a brillar en élite, con Viera, Tana, Vicente Gómez, Roque Mesa y compañía, pero de repente la cantera desapareció del equipo, y lo ha hecho justo cuando está realizando un buen papel en Segunda B. Podemos entender una caída como un tránsito con canteranos para subir de nuevo con más fuerza, pero asistir a esta debacle con jugadores fichados a golpe de talonario es lo peor que le puede pasar al aficionado de un equipo que siempre ha defendido el valor de su cantera. Y no solo es caer sin canteranos, es hacerlo también traicionando todos nuestros principios y ese juego de toque, con imaginación y con poesía, que vieron nuestros abuelos y que nosotros disfrutábamos hasta ayer mismo. Lo de ahora, como decía al principio, era un vaticinio fácil, una consecuencia de la ilógica y de la soberbia, pero esa arrogancia y esa prepotencia puede acabar con un sueño de muchos años. Ojalá sea el Tenerife el punto de inflexión que necesitamos, pero lo que me temo es que pase lo que pase en el campo, el problema de Las Palmas tiene que ver más con los despachos que con el terreno de juego.

martes, 4 de diciembre de 2018

Las páginas en blanco

Siempre repito en los talleres literarios que imparto que no creo en la página en blanco, que si vivimos, respiramos y miramos lo que acontece alrededor siempre encontraremos algo sobre lo que escribir: el sabor de la magdalena de Proust, un olor, un recuerdo, o el canto de un pájaro que nos acaba recordando el canto de otros pájaros lejanos. Lo que no pensaba es desdecirme nunca de esa afirmación, pero viendo a la Unión Deportiva Las Palmas lo normal es que la página se me quedara en blanco. Ni juegan a nada, ni proponen, ni hacen rememorar el toque de otros jugadores que nos hicieron disfrutar con el fútbol, ni ganan, ni pierden, vamos, un horror. Lo peor de todo eso es que si no reaccionamos nos podemos ver a las primeras de cambio en los puestos bajos de la tabla, o en esa tierra de nadie en la que no interesa si juegas un viernes o un domingo porque sabes que no vas a encontrar nada, ni emoción, ni diversión, y en un momento determinado ni siquiera enfado.
Las Palmas ha ido anestesiando poco a poco a sus aficionados, alejándolos del estadio y de las pantallas de la tele, y ahora lo que provoca es una especie de indolencia extraña, porque sí nos duele su deriva, cómo no nos iba a doler, pero es un dolor como soñado, como si lo viéramos desde tan lejos que ya no nos quita el sueño. También debe ser la costumbre, el comprobar que jornada tras jornada se repiten los mismos errores, entrene quien entrene y juegue quien juegue. No hay orden, jugamos diez minutos al patadón y cinco minutos al toque en corto y la combinación (disculpen la exageración: no damos más de cinco pases seguidos desde hace meses). Todos esperábamos la reacción con Herrera, pero por más que se desgañite en la banda, que en eso es verdad que no le vamos a quitar ningún mérito, no hay nada que hacer si no jugamos por las bandas y si no dominamos el centro del campo. Nunca he sido entrenador, pero desde niño aprendí que el busilis del fútbol está en el centro del campo, y si no en el juego rápido por las bandas, o en el contraataque, pero no en esa acumulación de jugadores que acaban molestándose entre sí. Bueno, al final he logrado escribir unas líneas. Del partido contra el Oviedo apenas he escrito nada, pero es que donde no hay ni juego, ni coherencia, ni emoción, y donde ni siquiera tiembla el pulso por la incertidumbre del resultado, hay poco que escribir. Ponemos empate a cero por poner algo. Un empate a cero, como ustedes comprenderán, es casi siempre una página en blanco para un equipo que nos decían que se saldría de la clasificación antes de las navidades.

lunes, 26 de noviembre de 2018

La lógica de la incongruencia

Si no hay sentido ni lógica llega la incongruencia. Podría hablar también de improvisación y de prepotencia, de quienes se creen que todo lo compra el dinero. Muchos temíamos lo que está sucediendo. Nos creímos la milonga de que los jugadores que fichaban eran figuras que llegaban para ascender al equipo. A veces uno se agarra a un clavo ardiendo, e incluso debo reconocer que hubo algún partido, y por ahí lo tengo escrito, en que creímos que la Unión Deportiva iba a ser ese conjunto inexpugnable en defensa y resolutivo en ataque, pero poco a poco todo se fue viniendo abajo, como si hubiera una termita en el Gran Canaria que acabara corroyendo silenciosamente todo lo que se quiera levantar con coherencia. A Paco Herrera siempre le agradeceremos el ascenso y su calidad personal, pero cuando logró el ascenso lo echaron a las primeras de cambio porque decían que no trabajaba la estrategia y la colocación del equipo, y esa decisión la tomaron los mismos que ahora lo fichan para salvar un proyecto configurado a imagen y semejanza de Manolo Jiménez. Ya Paco Herrera se vio en esa misma tesitura cuando se encontró con que el equipo que tenía en Primera no era el que él hubiera deseado, pero calló (y por callar cayó luego) y salió por la puerta de atrás, lejos ya de aquel paseo en guagua que duró no sé ni cuántas horas por las calles de Las Palmas de Gran Canaria. Después vino Quique Setién, pero es que cada vez que escribo ese nombre parece como si apelara a un pasado que no existió: y sí existió, tuvimos un sueño en nuestras manos y hubiera durado muchos años si no hubiese mediado la soberbia y el creer que todo se compra con ese dinero que decía al principio. La historia ya la conocen: Setién triunfa en el Betis, y ya le ha ganado al Real Madrid, al Barça o al Milán en sus estadios, y nosotros descendimos a Segunda y hemos ido cambiando de entrenadores y de sistemas de juego sin ton ni son.
Un día nos dicen que volvemos al juego de toque y al siguiente que ese toque es poesía que no sirve para nada, y unas semanas más tarde cambian el discurso o lo matizan como si los aficionados fuéramos amnésicos o exageradamente olvidadizos. Es verdad que Herrera apenas ha podido tomar contacto con la plantilla, pero los cuatro goles del Carranza alejan esa reacción que se busca siempre con el cambio de entrenador. Quizá, más que de fútbol, haya que hablar de psicología o de sociología para entender lo que sucede en la Unión Deportiva. Ahora imagino que apelarán al sentimiento amarillo y dirán que los críticos no estamos con el equipo. Claro que estamos con el equipo, con qué otro equipo íbamos a estar, pero no se puede desoír a la afición en los días de gloria y tocar a sus puertas cuando pintan bastos. Y lo que duele aún más es el alejamiento de nuestra esencia y de nuestra historia. Esa debacle gaditana tuvo lugar con nuestro equipo vestido militarmente, con ese verde que dice poco del respeto que les debemos a los que un día cedieron su historia y su palmarés para que se fundara la Unión Deportiva Las Palmas. Recuerdo sus nombres porque no debemos olvidar nunca aquel gesto: Victoria, Marino, Gran Canaria, Atlético y Arenas. Cualquiera de las camisetas de esos equipos podría ser nuestro segundo equipaje. Ya sabemos que el hábito no hace al monje, pero sí ayuda a ganarse un cierto respeto.

viernes, 16 de noviembre de 2018

El maquillaje

No nos engañan los goles, ni el coraje, ni las carreras de noventa metros. No nos engañan los aplausos del entrenador queriendo que su equipo juegue por soleares cuando no juega a nada y está cada día más desorientado. Se ve en las caras de los jugadores y se reconoce ese caos en sus movimientos. No saben si dar un patadón, si regatear o si salir corriendo por la carretera de Almatriche. Basta solo un dato para entendernos: en los primeros treinta y nueve minutos de partido, el Granada dispuso de cuatro saques de esquina y nosotros de ninguno. El primer gol fue un espejismo, un rebote al final de la primera parte, después de que el equipo nazarí nos diera un baño y nos hiciera olvidar que éramos los que jugábamos en casa.
Araujo se parte el alma, y hasta marcó un gol, pero lo que no es de recibo es que Araujo esté defendiendo en su campo como si fuera Camacho o Puyol y que luego pretenda llegar con el balón hasta el área contraria. La inteligencia de un jugador está en su capacidad de dosificarse y de sacar el máximo rendimiento a sus cualidades, y la de un entrenador en poner a ese jugador en el lugar del campo en el que pueda mostrar lo mejor de su repertorio futbolístico. Pero lo que sucede con Araujo está pasando con toda la plantilla de la Unión Deportiva. Los jugadores creen cada día menos en sí mismos y casi no saben por dónde pisan.
Ese primer gol de Las Palmas fue como esos espejismos que se atisban en los horizontes de los desiertos. Cuando comenzó la segunda parte volvió a mandar el Granada, que empató cuando quiso, que volvió a empatar cuando volvió a querer y que no ganó porque Raúl Fernández paró un penalti. No sé, a lo mejor, como hizo Cala esta semana, vuelven a decir que el juego de Setién o de Guardiola ni es efectivo ni gana partidos. A lo mejor nos toman por tontos. El equipo de Setién le marcó cuatro goles al Barça en el Nou Camp y el de Guardiola bailó al Manchester United de Mourinho con un David Silva jugando quizá los mejores minutos de su carrera deportiva. Juegan bonito, juegan bien, y ganan los partidos. Aquí creían que vistiendo de legionarios iban a hacernos olvidar la belleza.
Ayer mismo un amigo me envío el enlace de un vídeo con el gol que le marcó Trona al Barcelona en 1973: se lleva a cinco jugadores con un par de giros de cintura, sienta a Sadurní, el portero del Barça de Cruyff, con un regate casi imposible, y logra marcar un golazo que, como muchas veces, nos sirvió para ganar al Barça en el Insular. Enrique Bethencourt todavía recuerda la angustia al ver que lo que tardaba el remate de Trona en besar las mallas. Y cuento eso, para que no me vengan con milongas y con las negaciones del fútbol canario, del que no sabe de patadones y sí de virguerías y de arabescos. Ver jugar a esta Unión Deportiva es como una traición a lo que fuimos y a lo que muchos querríamos que siguiéramos siendo. Seguimos sumando empates, alejándonos cada vez más de los puestos de descenso y ahuyentando a los espectadores del Gran Canaria. Ni el maquillaje de una victoria, que hubiese sido inmerecida, hubiera podido ocultar el caos y el desatino que ya vemos todos desde que empiezan los partidos.
Todo eso que cuento terminó con el ciclo de Manolo Jiménez. Aún no habíamos terminado de escribir las crónicas del partido y ya habían cesado al entrenador sevillano. De aquellas bravuconadas de cuando le hicieron la vida imposible a Setién vienen todos estos cambios de rumbo y de entrenadores. El presidente decía entonces que habían sacado del paro al santanderino. Desde aquel momento, sí es cierto que no hacemos más que sacar entrenadores del paro o de proyectos fracasados. Ahora regresa Paco Herrera. El fútbol tiene esas cosas. Lo echaron de la noche a la mañana después de conseguir el ascenso a Primera tras muchos años de fracasos. Ojalá tenga la misma suerte de entonces. Conoce la isla, la afición y el fútbol que queremos. No es Paco Jémez, ni Paco Ayestarán. Ya esa es la mejor de las noticias. Su suerte será a partir de ahora nuestra suerte.



lunes, 12 de noviembre de 2018

La indiferencia

Lo peor es la indiferencia. Lo cantan en los boleros. En el fútbol, el amor a unos colores es eterno e innegociable desde que se eligen en la infancia, pero la pasión, como en cualquier relación que dure muchos años, va y viene según las circunstancias. Con Las Palmas hemos tenido épocas de grandes romances y momentos que preferimos que se pierdan por el escotillón del olvido. Pero, sin duda, los días más aciagos y más tristes han sido siempre los de la indiferencia.
El pasado año vivimos la pasión del que no entiende cómo se puede dejar que acabe un sueño por malas decisiones, infidelidades a nuestra esencia futbolística y una alta dosis de prepotencia. Al comienzo de esta temporada es verdad que la elección de los jugadores y hasta las referencias del entrenador que habíamos fichado nos hicieron concebir nuevas esperanzas, pero creo que todos comprobamos la fiabilidad de este proyecto el día que nos eliminó de la Copa el Rayo Majadahonda. Alejados de Primera, como a quienes expulsan de un paraíso donde creíamos que íbamos a estar muchos años, la Copa era la posibilidad de medirnos nuevamente con los grandes, y con la plantilla que teníamos creo que, de haber habido compromiso e intención, hubiéramos llegado muy lejos en esas eliminaciones que hacen que se rompan casi todos los pronósticos. En este caso, el pronóstico lo rompieron con nosotros los de Majadahonda.
Cerramos esa herida, y nos centramos nuevamente en la Liga apostando por el ascenso directo. Sabemos lo que es jugar promociones y la lotería que acontece en esas eliminatorias, pero por lo que se ve los jugadores y el entrenador de la Unión Deportiva no asimilan esa situación. No podemos estar jugando a verlas venir, sin crear, sin ambición, sin grandeza y sin patrón de juego. Así solo vamos a conseguir, como mal menor, un puesto en esa promoción que tiene la misma fiabilidad que una escopeta de feria. Pero es que al paso que vamos, la promoción también se irá alejando. Y entonces sí es verdad que llegaremos definitivamente a la orilla de la indiferencia, a ese cero a cero contra el Elche que no dice nada, o que si dice algo solo expresa el sopor y el aburrimiento, la carencia de generar ilusión de una plantilla que por nombres debería estar jugando en Primera. Esa indiferencia hará que a las primeras de cambio se vayan los jugadores que llegaron aquí pensando que solo era un pequeño paso para volver a Primera, alejará a las audiencias de la televisión y, sobre todo, conseguirá que el propio aficionado viva desde una distancia prudente ese lento decaer de quienes lo tuvieron todo y dejaron que se quebrara un sueño. Vaciarán el estadio, y el estadio de Gran Canaria vacío, aun sin las pistas de atletismo, es la cosa más horrenda que uno imaginar para disfrutar de un partido de fútbol.
Ya no estamos pendientes toda la semana de cuándo juega la Unión Deportiva Las Palmas. Ya no veo a los niños en los parques vestidos de amarillo. Ya ni siquiera se atisba el enfado. Nos hemos quedado en esa tierra de nadie de la mediocridad y el bostezo. Todavía estamos a tiempo de remontar el vuelo, pero lo que uno percibe es que ese vuelo es cada día más pesaroso y más desasosegante. Hemos sembrado muchos vientos en el último año y medio, demasiadas decisiones incongruentes que ahora están devolviendo las consecuencias.

sábado, 3 de noviembre de 2018

¡Que jueguen ellos!

Jiménez no es Unamuno, pero viendo el partido contra el Deportivo me pareció un entrenador existencialista, aunque su existencialismo tiene que ver con el fútbol más que con un sentimiento más o menos trágico de la vida. El entrenador de la Unión Deportiva no encuentra un patrón de juego y creo que ni siquiera sabe a qué equipo entrena: si lo supiera sabría que para los aficionados de la Unión Deportiva la esencia es casi tan importante como la existencia. No nos conformamos con que nuestros jugadores salten al campo, golpeen un balón y corran hacia atrás hacia o hacia delante, o que solo se muevan como quiera el contrario. Queremos que jueguen, que toquen la pelota, que creen ocasiones y que nos diviertan durante el tiempo que dura la fiesta de un partido de fútbol, porque para nosotros el fútbol siempre ha sido una fiesta. Jiménez es costalero y está acostumbrado a cargar tronos. Nuestro fútbol no tiene nada que ver con el paso paquidérmico de las procesiones. ¿Que el fútbol canario ha sido lento? Sí, lo ha sido, pero con la velocidad del jugador creativo e inteligente que no tiene que pegarse cuatro carreras de lado a lado del campo para ganar espacios y generar ocasiones. Siempre hemos intentado que el balón se mueva como queremos nosotros, con destreza y con lo que nadie espera, con la creatividad y con la sorpresa de los que buscan algo más que el resultado. Lo que nunca nos ha gustado es que inventen los otros. Eso fue lo que dicen que dijo Unamuno en su día. Si le preguntáramos a Jiménez a lo mejor nos diría lo mismo que Unamuno: “que invente el contrario, que nosotros esperamos un rebote o un golpe de suerte”.
Se lesionó Rubén y se rompió el tridente después del descanso. Entró Tana y ya hubo más fútbol, porque en la primera mitad ni tiramos a puerta, ni dimos dos pases seguidos. Tampoco la segunda parte fue como para tirar voladores. Nos pusimos por delante en el marcador, pero seguimos sin jugar a nada, esperando a ver lo que hacía el Deportivo como si jugáramos en Riazor o como si Las Palmas fuera un equipo sin personalidad y sin alma. Enfrente estaban Vicente Gómez y David Simón, el mundo al revés, porque por lo menos en el caso de Vicente Gómez sigo sin entender la ausencia. Ni Timor, ni Galarreta son mejores, ni han aportado más al conjunto amarillo que Vicente, pero imagino que los que llevan la manija de la Unión Deportiva saben lo que están haciendo, aunque la verdad es que esa sapiencia no se ve luego reflejada en el terreno de juego.
Supongo que ahora dirán que el árbitro concedió cinco minutos de descuento que no venían a cuento. Es verdad, no venían a cuento, pero el Dépor pudo haber empatado (o haber ganado) en cualquier momento. Que lo hiciera en el último segundo de ese descuento fue algo anecdótico. Los gallegos fueron los únicos que saltaron al campo del Gran Canaria a jugar al fútbol, y casi siempre quien sale a jugar termina ganando o empatando. En este caso los gallegos éramos nosotros: no sabemos si subimos o si bajamos, si atacamos o si defendemos, o si creemos o no creemos en nosotros mismos. Seguimos siendo un equipo indefinido, y eso es lo peor que se puede decir de un equipo. A veces maquillamos esa indefinición con el resultado, pero si no logramos maquillarlo se nos ven las carencias y los pocos argumentos tácticos con los que contamos. Dejando que inventen y que jueguen los otros, no vamos a llegar a ninguna parte.


sábado, 27 de octubre de 2018

Tridentes y temblores

Lo puedes tener todo y no darte cuenta. El famoso tridente de Las Palmas podría ser la delantera de cualquier equipo de media tabla de las grandes ligas europeas. Los tres jugadores marcan goles, combinan, presionan, regatean y asustan a las defensas contrarias. Araujo, en el estado de forma que está, lo raro es que siga en el equipo amarillo después de navidades. En menos de quince minutos esos jugadores, participando los tres en cada uno de los goles, ya ganaban cero a dos al Mallorca.
Ya todos sumábamos los tres puntos, hacíamos combinaciones y calculábamos lo que esa suma podía suponer antes del partido contra el Deportivo. Nos traicionaba la coherencia futbolística y lo vivido en un tiempo cercano. Nos olvidábamos de los temblores de Jiménez, de que el equipo no juega a nada y de que, desde que el Mallorca presionara más de la cuenta, nos meteríamos atrás, a defender, una vez más, hasta que nos empataran. Esta vez, además, falló nuestro portero, pero eso fue una anécdota. Lo hicimos con el Reus en el primer partido de Liga y lo repetimos siempre que vamos por delante en el marcador.
No sirve de nada ese tridente si el equipo no va a ganar creyendo en sus posibilidades y mirando solo a la portería contraria. De poco vale la calidad de la plantilla si a las primeras de cambio jugamos a no perder y a buscar el contraataque. Si queremos subir a Primera no podemos especular con el resultado de una manera tan burda. No perdimos. Cualquiera que lea esta crónica sin conocer el resultado podría colegir que salimos goleados. Empatamos a dos, pero hay empates que duelen más que una goleada en casa, por lo que podía suponer ganar en la isla balear, por el golpe en la mesa, y porque creíamos que, por fin, la Unión Deportiva iba a consolidar lo que vimos ante el Numancia; pero todo es un espejismo, también el partido contra el equipo soriano: no jugamos a nada, no sabemos lo que es el centro del campo, y lo fiamos todo a un tridente que no supera los temblores y el canguelo.
Así solo seremos como un Neptuno que reina debajo de las aguas, un tridente que solo exhibiremos como un trofeo casi protocolario. Y decir eso viendo jugar a Araujo es casi una herejía, pero uno se vuelve hereje cuando deja de creer en las incongruencias. Y cada vez creemos menos en Jiménez. Nos vendió fiabilidad defensiva y contundencia. Ganando cero a dos y con Rubén Castro, Rafa Mir y Araujo en el campo no se puede especular nunca con el resultado. Jamás. Si se hace eso se pierde o se empata. Sufrimos el mal menor: el empate, pero ese resultado jamás puede servirnos de consuelo. Cortázar decía que en la novela se gana a los lectores a los puntos y en el cuento con un knockout. Las Palmas no tiene ni novela ni cuento. No tiene quien le escriba, ni quien le trace unas líneas maestras para no extraviarse en el campo. Y así estamos, como aquellos niños consentidos que tenían el mejor balón de reglamento, pero que no sabían luego ni golpear de puntú, ni regatear su propia sombra. Lo tenemos todo, un tridente letal que mete miedo, pero sin estilo no canta ni Bob Dylan.

sábado, 20 de octubre de 2018

Que así sea

Podríamos escribir amén, pero preferimos escribir que así sea, y que sea en muchos partidos, que encontremos el gol en los primeros minutos y que nos abran las barreras y las cerrazones defensivas, y que se aparten las guaguas con las que llegarán casi todos los equipos al estadio de Gran Canaria. Si marcamos pronto, como sucedió con el gol de Araujo a las primeras de cambio, ya el viento sopla a nuestro favor el resto del encuentro: aparecen los huecos, te tienen que atacar y se acaba la defensa férrea y la especulación que vuelve aburridos e interminables los partidos. Nosotros no hemos cambiado mucho. Hemos ganado después de mucho tiempo, y esa es la gran noticia, pero seguimos sin jugar al fútbol que nos gusta, y sigo insistiendo en que tenemos jugadores para salir a ganar no solo con el patadón y el remate letal en el área pequeña.
En estos partidos en los que se abren espacios, y con los delanteros que tenemos, lo raro es que no ganemos seis a cero. Pero no todos los equipos serán el Numancia, no siempre jugaremos en casa, y no vale confiar solo en el azar de ese gol que abra la lata de la que hablan siempre los futboleros cuando los partidos se vuelven insufribles y solo quiere jugar al fútbol uno de los dos equipos.
Seguimos arriba, era importantísimo vencer; pero ahora tenemos que refrendar esta victoria yendo a Mallorca sin complejos y sin especulaciones, creyendo en la plantilla y en la calidad de cada uno de los jugadores de Las Palmas. Sigo manteniendo que tenemos una plantilla de mucha calidad, pero estas victorias no pueden cegarnos. Tampoco las derrotas. Hay que seguir buscando un estilo de juego más allá del resultado. Ya digo que no todos los equipos tendrán la candidez del Numancia, ni tampoco tendremos el santo de cara en el primer rebote dentro del área. De este partido sí salimos esperanzados con la implicación, la verticalidad y la definición de Araujo. Esa es, sin duda, la gran noticia del encuentro. Jugando así, el jugador argentino ya fue clave para subir a Primera. Si Jiménez, como ya consiguió en Grecia, lo logra centrar y consigue que se crea lo gran jugador que es, podemos ser muy optimistas y podemos volver a soñar con regresar a la máxima categoría por la vía directa.
Hay que ser críticos cuando el equipo juega mal y pierde la esencia de su fútbol, y hay que felicitarle cuando gana, pero sin lanzar las campanas al vuelo cuando esa victoria no va a unida a un fútbol que nos enamore y nos levante del asiento. Mejor eso que nada, y mejor que salgamos cuanto antes de este pozo que si se eterniza nos hace olvidar que somos un equipo que tiene que aspirar siempre a estar entre los grandes. No vale hundirse después de desastres como el de Almería, pero tampoco vale ponerse gallitos por ganarle al Numancia. Nos satisface que los jugadores supieran resarcirse de la derrota en tierras andaluzas y salieran al campo con fe en la victoria desde el primer minuto. Eso es, de entrada, lo que les pedimos: entrega, compromiso y determinación, pero no dejaremos de ser más exigentes: también les pediremos que nos diviertan. El estilo es clave para no perder el norte. Alguien dijo una vez que un cuento siempre es más importante que el cuentista. La Unión Deportiva Las Palmas siempre ha de ser más importante que quienes la presidan o que quienes salten al campo. Es el cuento que queremos que nos haga felices. No solo es ganar. También queremos que su juego esté bien trazado y bien escrito, que nos sorprenda, y que se fije en la memoria de quienes buscan algo más que goles en este deporte de tantas subidas y bajadas repentinas.


domingo, 14 de octubre de 2018

Volvamos a la arena para no extraviarnos

Nos gusta un estilo y una forma de jugar: no nos vale solo el resultado. Aquí, como dijo en su día Ángel Cappa, el cemento sabe mucho de fútbol. Siempre que nombro a Quique Setién me dicen que me aferro al pasado, pero es que ese pasado fue ayer mismo, y nos gustaba a todos, nos volvimos a enamorar del fútbol de la Unión Deportiva, y casi nos daba lo mismo el resultado. Setién, por mil motivos y porque le hicieron la vida imposible, se fue de la Unión Deportiva, y de repente, como para vengar esa afrenta, se decidió cambiar el discurso, buscar otro fútbol, vestirnos de verde, como si nuestra escuela viniera del barro, de trescientos días de lluvia y de patadones en busca de un rematador aguerrido que pusiera la cabeza o el muslo para meter el balón en la portería contraria. Se prometía la victoria, la solidez defensiva, y una y otra vez, en todas las entrevistas de esta pretemporada, se decía que se había terminado la poesía, que la belleza y el fútbol de toque no servían para subir de categoría. Y todos esperamos, y es verdad que esto no ha hecho más que comenzar, pero no ganamos y encima hemos renunciado a nuestro estilo, no creamos oportunidades, no combinamos, y no nos divertimos viendo ningún partido.
Nos eliminaron de la Copa en casa en el primer emparejamiento, y no lo hizo el Real Madrid o el Barcelona sino el Rayo Majadahonda. Algo falla, y creo que no es la plantilla. De haber tenido un portero como el que tenemos esta temporada y la delantera que se ha fichado no creo que hubiéramos descendido el pasado año, o igual sí, porque la debacle comenzó cuando no se cuidó lo que teníamos y se pensó que Setién podía ser sustituido por cualquiera. No es fácil dar con la tecla. Nos costó casi treinta años encontrar a alguien que entendiera al aficionado y que convenciera a sus jugadores y, sobre todo, que fuera valiente para defender a carta cabal su estilo de juego, que tanto se parecía al que había escrito la mejores páginas en la historia de la Unión Deportiva. He visto los dos últimos partidos en diferido y conociendo el resultado. No creo que haya condena mayor para un aficionado amarillo. Cuando lo ves en directo todavía te queda la emoción o esa jugada aislada que salve un partido, y te queda la incógnita del resultado, ese mantra que repiten siempre los pragmáticos y al que tanto se aferraron al principio de temporada, el resultado y la solidez defensiva. Si ves esos partidos te das cuenta de que el equipo no juega absolutamente a nada, y que encima carece de esa solidez defensiva inexpugnable. Sí tenemos un porterazo. Si no llega a estar Raúl Fernández, podríamos estar hablando de algunas goleadas bochornosas. Lo de los árbitros es azaroso, y un equipo que se confecciona para pasar como un rodillo donde quiera que juegue en Segunda, no se puede ver nunca afectado por la contingencia de una decisión aislada (porque en otros partidos esas equivocaciones nos han beneficiado).
Es verdad que esto está comenzando, pero si te despistas te puedes quedar atrás. Creo que hay jugadores como para mantener esa solidez defensiva y para salir a jugar al fútbol combinando y buscando de vez en cuando un regate o un pase inesperado. Por lo menos así serían menos amargas las derrotas y sería menos tedioso el tiempo que miramos los partidos. Si te aferras solo al resultado corres el riesgo de verte desnudo a las primeras de cambio, entre otras cosas porque el resultado en el fútbol ya sabemos que casi siempre es azaroso. Lo que casi nunca es azaroso es el estilo y la coherencia. Y dejemos a Setién, hablemos de Alfonso Silva, de Juan Guedes o de Germán Dévora, del fútbol que nace en las playas de arena o en los solares pedregosos, de la técnica que tenía que vencer todas las dificultades del terreno. Lo pueden llamar luego poesía o belleza, pero se trata de eso, de hacerlo bien jugando bonito y queriendo agradar a quien te mira. Volvamos a la arena cuanto antes.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Un equipo vestido de verde que no reconocimos

No hubo ocasiones. El fútbol no es una acumulación de delanteros. Hay que crear, mover el balón, generar oportunidades y luego rematar. La solución de Jiménez durante la segunda parte fue meter delanteros en el campo y esperar el golpe de suerte que salvara el partido. Me parece poco argumento para quien cuenta con una plantilla diseñada para el ascenso. Y si no hubiera estado Raúl Fernández, esta vez deteniendo un penalti (inexistente) y atajando varios balones complicados, no hubiera habido partido desde los primeros minutos de la segunda parte. Así se escribe la historia. Y la historia también debería seguir vistiéndose de amarillo. Mi equipo no tiene nada que ver con la Legión sino con el Victoria, el Marino, el Gran Canaria, el Atlético Club y el Arenas, y el azul y el amarillo representan la memoria de quienes ya no están y contiene el espíritu de quienes contribuyeron a hacer grande al conjunto grancanario. No veo al Sporting renunciando a sus colores de siempre, y menos en partidos como estos en donde la historia juega casi tanto como los jugadores que saltan al campo. Y si cambiamos de equipación tenemos los colores de esos equipos fundacionales para no confundirnos.
Esa historia viste con una especie de pátina elegante a las ciudades que fueron grandiosas y que hoy ven descascarillarse sus palacios o enseñan estatuas de mármol manchadas por el tiempo. Sin embargo, esas calles tienen un encanto especial, un orgullo de siglos que nunca encuentras en las grandes ciudades inventadas en los últimos años. El Sporting y la Unión Deportiva se parecen a esas ciudades que guardan el encanto del pasado en sus adentros. Los equipajes (aunque la Unión Deportiva parece querer ser más Sestao o más Betis que Las Palmas), desde que saltan al campo, nos recuerdan los días en que ambos aspiraban a ganar la Liga y se mantenían siempre entre los diez primeros de la que ahora llaman la Liga de las Estrellas. Y luego está El Molinón, que hoy lleva el nombre del gran Enrique Castro "Quini", uno de esos templos con solera que sabe de fútbol, de celebraciones y de derrotas inconsolables, y que nos hace seguir creyendo en la épica de este deporte, aun viendo a esos dos equipos que casi siempre fueron de Primera, deambular por la mediocridad de una categoría de tránsito en la que poco a poco se ha renunciado al fútbol de toque o arabesco inesperado, como aquellos regates eléctricos del gran Enzo Ferrero, o como paraban el tiempo Germán o Brindisi cada vez que el balón llegaba a sus pies y el fútbol se volvía poesía en sus cabezas.
Ahora se juega a no perder en casi todos los campos, y gana el que pone más fuerza y el que genera mayor número de oportunidades. No jugamos a nada, y casi no disparamos a puerta. El otro día me decía un amigo que me había traicionado porque hacía unos meses le había dicho que ya no me interesaba tanto este fútbol aséptico que a veces parece que se juega en un quirófano, y que ahora me veía escribiendo sobre los partidos. Él no es muy futbolero, no puede entenderlo. Si juega Las Palmas, así la entrene el mejor discípulo de Maguregui o esté jugando en Regionales, no puedo dejar de seguir los partidos. No me pregunten por qué. Lo que resultó imperdonable es que jugando contra el Sporting en El Molinón el único que saltó al campo de amarillo fue el árbitro. Ganar o perder es lo lógico en este deporte. Lo otro es lo que nos queda y lo que nos salva.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Un equipo que sabe a lo que juega

Hay partidos que se entienden mejor con titulares de prensa que con argumentos:
“Una victoria trabajada”, “ganó quien más empeño puso en buscar la victoria”, “el triunfo de la fe y la constancia”, “un gol que hace justicia”, “los tres puntos se quedan en casa”, “camino de Primera”, “Rafa Mir imparte justicia en el Gran Canaria”, “la fe tiene premio”, “la Unión Deportiva desarma al líder”, “la afición lleva en volandas al equipo”, “no era un sueño”, “Las Palmas sabe ganar”, “la victoria para quien más la buscó”, “esta Unión Deportiva va en serio”, “la confirmación de un proyecto”, “la afición vuelve a creer en el equipo”, “Mir hizo esta vez de Rubén Castro”, “un partido de Segunda para llegar a Primera”, “cabeza fría, estrategia y oportunidad”, “Jiménez le gana la partida a un Muñiz conservador y miedoso”, “la victoria siempre es bella”, “algo más que tres puntos”, “Las Palmas enseña sus credenciales ante el Málaga”, “cayó el líder”, “el equipo amarillo se afianza en lo más alto de la clasificación”, “la Unión Deportiva sabe a lo que juega”, “lo mejor, el resultado”, “una reválida aprobada con nota”, “Las Palmas no falla y rompe la imbatibilidad del Málaga”, “mirando hacia arriba”, “la Unión Deportiva enseña sus cartas y casi asalta el liderato de Segunda” , “un equipo que juega a ganar”…
A estas alturas ya sabemos que la Segunda es una ecuación que solo se revuelve sumando puntos. A veces jugaremos de maravilla, pero casi siempre nos encontraremos con partidos que solo se ganan con oficio, perseverancia y eficiencia. Y no solo es Las Palmas el equipo que juega buscando el pragmatismo y manteniendo un orden casi marcial. Todos juegan a no perder, y solo terminan ganando los que cuentan con delanteros capaces de marcar en las dos o tres ocasiones que tengan de disparar a portería. No solo estaba Rubén Castro. También contamos con Rafa Mir, todo un internacional sub 21, un ariete que se abre paso como un Suker o un Krankl y que luego remata con la sutileza y el oportunismo de Van Basten. Y además tenemos a Araujo en la recámara. Con esas apuestas en la delantera ganaremos muchos partidos como el de hoy, por la mínima, o por la máxima, si tenemos en cuenta la importancia que supone sumar tres puntos.
Ya casi ninguna jugada viene elaborada desde el centro del campo. Ahora irrumpen laterales o se gesta toda la tormenta en un robo de balón en el borde del área del equipo contrario. La elaboración de las jugadas es algo que tendremos que buscar en los archivos televisivos del pasado. Me remito a cualquiera de los titulares que escribí al principio para explicar la importancia de esta victoria. Ya estamos casi en lo más alto y asumimos nuestro rol de favorito de la categoría. Para eso se ideó este proyecto y se ficharon a estos jugadores. La plantilla está cada vez más conjuntada y muestra menos fisuras. Al igual que a nosotros nos ha costado acostumbrarnos a sus nombres y a sus posiciones en el campo, a ellos también les ha costado mostrarse como en los últimos partidos, conocerse, saber dónde está cada uno en el campo y, sobre todo, dónde están esos delanteros que valen su peso en el oro de unos puntos que nos pueden permitir caminar hacia Primera sin mirar atrás en ningún momento.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Un abrazo final que suma puntos

Me gustó el final, el abrazo de los jugadores cuando el árbitro determinó que había concluido el partido después de que jugáramos media hora con un jugador menos. Esa imagen podría resumir el encuentro, un clásico partido de Segunda División, con un terreno de juego casi impracticable y con un rival altamente motivado ante la llegada del equipo grande, de uno de los favoritos, del conjunto que hasta hace unos meses veían jugar contra el Real Madrid o el Barcelona. Lo del VAR no me gusta, pero después de que está se parece a esa Santa Bárbara de la que solo nos acordamos cuando truena, porque el penalti que le pitaron al Extremadura fue todo menos una pena máxima, y esa pena casi nos roba los tres puntos.
Me gusta esa piña que se crece ante las adversidades en lugar de protestar o de venirse abajo. Porque no solo fue el gol, también la expulsión fue muy rigurosa, pero ya digo que no me quejo porque en otros partidos de esta temporada los favorecidos hemos sido nosotros. No debería ser así, pero los árbitros siguen siendo humanos y se equivocan como lo hacen los delanteros centros (aunque con Rubén Castro está por ver esa certeza) o los porteros. Ganamos un partido importante que nos mantiene en los puestos altos de la tabla y nos permite recibir al Málaga sabiendo que una victoria nos deja casi en la cabeza de una categoría tremendamente difícil en la que no fallamos como en la Copa.
A lo mejor a todos esos jugadores de la Unión Deportiva que jugaron el pasado jueves en el Gran Canaria habría que haberles puesto el vídeo de la final de Copa del Rey de 1978 antes de que se saltaran al campo el día del “Majadahondazo”, o de la “majada honda”, porque eso fue lo que sucedió en el Gran Canaria el pasado jueves, una majada que nada tiene que ver con el refugio de pastores que ya aparece desde los años del Quijote sino con el dolor que se siente cuando una puerta te aplasta un dedo. La Copa forma parte del ADN del equipo amarillo, y casi siempre fue una competición con la que el aficionado contaba para esas alegrías extras de la vida que tanto nos sorprenden de vez en cuando.
Almendralejo no era el mejor sitio para curar esas heridas. Si perdíamos se iban a encender todas las alarmas y el empate nos dejaba en esa peligrosa mediocridad que termina anticipando los desastres. Había que hacer, siguiendo con el juego de palabras de la localidad madrileña, un majo y limpio en toda regla, empezar de nuevo, convencernos, volver a edificar las ilusiones y, por supuesto, ganar el partido. Yo creo que si no media la expulsión de Ruiz de Galarreta el partido hubiera terminado en goleada, pero quizá la mejor noticia es que en esas circunstancias, en un campo que no estaba filigranas, se ganó con solvencia. Y no solo se sumaron tres puntos: se consiguió generar confianza en el aficionado y se transmitió un mensaje claro a los contrarios.
Me gustó especialmente Maikel Mesa, no solo por el gol, sino porque demostró ser un jugador de esos que ahora llaman “todocampista”, con recorrido, llegada y entrega, muy a lo Stielike, para que los mayores me entiendan. Y una vez más, me quito el sombrero ante los aficionados amarillos que se desplazaron hasta Almendralejo, que no está, ni mucho menos, a diez minutos de ningún aeropuerto. Se merecían celebrar esa victoria y comprobar que su equipo es una piña. Y también apoyo el mensaje que escribieron algunos de esos aficionados contra esa barbaridad de macromuelle que quieren construir en Agaete. Ya sé que no viene a cuento, pero para mí el paisaje del Puerto de Las Nieves y la camiseta de la Unión Deportiva están depositadas en el mismo almario y en anaqueles similares. Forman parte de mis referentes sentimentales. Alegran la existencia: Las Palmas cuando gana y el paisaje que mira a Faneque y a Guayedra siempre. No dejemos que se pierda.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Los que resuelven las ecuaciones

El fútbol, a veces, es una ecuación complicada que solo resuelven los goleadores. Otras veces puede ser una ayuda arbitral, un golpe de suerte o la insistencia en la búsqueda de los goles lo que determina el resultado. El partido contra el Nástic lo resolvió otra vez Rubén Castro, forzando una expulsión, marcando el primer gol del partido y sumando un segundo tanto para sentenciar el encuentro.
El Nástic vino a jugar a todo menos al fútbol, esto es, vino a poner aquellas guaguas que colocaba Maguregui en los años ochenta cuando entrenaba al Almería o al Racing de Santander. Rubén Castro es un jugador de Primera que tenemos la suerte de alinearlo en Segunda, marcando goles, aportando experiencia y demostrando que el fútbol es algo más que golpear un balón y, sobre todo, evidenciando que cuando hay motivación se olvidan las dudas, los años y las sequías goleadoras. Y digo esto por lo que ha declarado Jiménez esta semana cuando le criticamos su planteamiento ante el Zaragoza. Poco menos que decía que los que no hemos dado muchas patadas a un balón no tenemos criterio para opinar de fútbol. No, señor Jiménez, no hace falta ser un genio de la pintura para diferenciar un Monet de un brochazo, y por eso le criticamos su planteamiento miedoso en Zaragoza, porque con una plantilla como la que usted tiene ha de salir siempre a ganar los partidos sin concesiones y sin planteamientos timoratos. Y que quede muy claro que usted sabe mucho más de fútbol que nosotros, pero nosotros también sabemos que quien especula casi siempre pierde, y usted tiene plantilla para no caer más en esa tentación del miedo. Y espero que la goleada contra el Nástic, este cuatro a cero que nos sabe a gloria, sea siempre la espoleta de todos sus planteamientos.
El fútbol, además, es mucho más que un partido. Hay ecos de noches memorables, goles que quedaron para siempre en el recuerdo, grandes decepciones, infancias, sueños, y toda una panoplia de vivencias que hace que te acerques una y otra vez a los estadios aunque digas que nunca será lo mismo, que ya esto no tiene que ver con el romanticismo de entonces, pero te traicionas como nos traicionamos con lo que no es razonablemente explicable, con unos colores, en este caso azules y amarillos (y que no los toquen, que recuerden aquello de "no la toques ya más que así es la rosa", de JR Jiménez). Estos días ha venido a la isla un primo mío que vive hace años en Sao Paulo, en Brasil, y lo primero que hizo fue comprar la entrada para ver a la Unión Deportiva. Ni siquiera preguntó contra quién jugaba. Lo hacía contra el Nástic de Tarragona, en la víspera del Pino, cuando mucha gente subía para Teror.
El abuelo de mi primo Alejandro iba conmigo al fútbol a principios de los setenta. Veníamos de Guía como quien llegaba a territorio sagrado cada quince días, y tampoco recuerdo muchos de los equipos, pero sí aquel color amarillo casi anaranjado y la pasión con la que se vivía cada jugada. Mi abuelo, cuando no había Carrusel Deportivo, ni retransmisiones televisivas en tiempo real, cuando ni siquiera Las Palmas había llegado a Segunda División, bajaba de Guía, como lo había hecho en los tiempos del Victoria y del Marino, con una pequeña caja de palomas mensajeras que enviaba para Guía en el descanso y al final del partido. Medio pueblo se congregaba debajo de la casa de mi familia esperando el resultado y alguna anotación. Mi padre aguardaba en la azotea para retirar el papel que traía la paloma anillada en su pata. Si mi abuelo hubiera estado en el estadio de Gran Canaria en el partido contra el Nástic, además de escribir que ganamos cuatro a cero, creo que hubiera añadido algo así como que tenemos a uno de los mejores delanteros centros que ahora mismo juegan al fútbol en este país. Yo sí me atrevo a teclear que Rubén Castro está llamado a resolver casi todas las ecuaciones defensivas que vayamos encontrando esta temporada.

sábado, 1 de septiembre de 2018

¿Por qué se llenan los estadios?

¿Por qué se llenan los estadios? ¿Por qué el estadio de Gran Canaria ha estado casi vacío en los dos primeros partidos y el del Zaragoza congregó a veintidós mil espectadores en un ambiente envidiable de fútbol? ¿Qué está fallando? Ni regalando los abonos a los socios de Primera se han llenado las gradas. Falla la ilusión, el ánimo, que es algo más que un cúmulo de fichajes más o menos contrastados. Falla la renuncia a la cantera y, sobre todo, la indefinición de un estilo, lo que vimos en Zaragoza, una primera parte con tres centrales como si fuéramos el equipo más timorato y con menos fe en sí mismo de la categoría. ¿Se imaginan al Barça dejando a Messi en el banquillo o a Las Palmas de Miguel Muñoz sentando a Brindisi?
Pues eso es lo que hizo Las Palmas en Zaragoza en la primera mitad, renunciar al balón, defender y dilapidar medio partido de una manera lamentable. Tras el descanso llegó el sentido común, pero no dio tiempo de arreglar el desastre. Entró Tana (nuestro Messi) y todo cambió. El fútbol se volvió canario de repente, llegó la poesía y con ella el gol y las ocasiones: o se dan cuenta de una vez de que eso es lo que queremos o terminarán jugando como el Rayo Majadahonda en el Wanda, en un estadio vacío con ecos de silencio.
Un partido de Las Palmas contra el Zaragoza en La Romareda siempre nos despertará recuerdos a los nostálgicos y a los que ya vamos cumpliendo años casi sin percatarnos de que ahora somos nosotros los padres o los abuelos que van al estadio. Te das cuenta en partidos como estos, cuando nombras al Lobo Diarte, a Violeta o a Arrúa y te miran como si estuvieras contando batallas del siglo XIX, y ni siquiera acercándote un poco más y citando a Pardeza o a Nayim llegas a los jóvenes que te escuchan como nosotros escuchábamos a nuestros padres contarnos las proezas de los Cinco Magníficos. Por tanto, aunque se juegue en Segunda, ese partido siempre traerá ecos del Carrusel Deportivo de los domingos por la tarde, aquel pitido que cuando sonaba en el campo en el que jugaba Las Palmas detenía el bullicio de las reuniones familiares. Los goles se cantaban durante varios segundos: “Gooooooooooool en la Romareda”, pero ya tú intuías, según la alegría del locutor, si era nuestro o del Zaragoza. Marcamos muchísimos goles en ese estadio que, para suerte de ellos, sigue estando en el centro mismo de la ciudad, cerca del Ebro, con el ambiente que eso genera y manteniendo la memoria intacta.
Ahora los partidos se juegan a cualquier hora del día y de la semana, y ya se acabó esa fiesta mancomunada del fútbol de los domingos por la tarde (solo cuando jugábamos fuera de casa, porque en el Insular nuestro horario era el de los sábados a las ocho y media de la noche). Y esta vez, además, nosotros somos para el Zaragoza el gran equipo a batir de la categoría, por presupuesto y por fichajes, porque por historia es, sin duda, el equipo maño el más importante.
No sabíamos cuál sería el planteamiento de Manolo Jiménez. Lo lógico es que fuéramos a ganar todos los partidos y a marcar el mayor número de goles posible. Creo que tenemos equipo para salir sin complejos y con ese ambición ciega en pos de la victoria, pero no fue así. La buena noticia de la semana ha sido la renovación de Tana, toda una garantía de buen fútbol y un pequeño oasis canterano y canario en ese centro del campo que determina el sino de tantos encuentros. Pero al igual que cuando escuchábamos a aquellos locutores cantar los goles, también en los partidos, desde que se dan los tres o cuatro primeros pases, ya casi intuyes el resultado, aunque luego sucedan esas cosas raras que vuelven ilógico al fútbol en veinte segundos o con un cambio absoluto del guion previsto.
Si no hubiera sido por Raúl Fernández no hubiera habido segunda parte porque nos habrían goleado, y jugar a ese ruleta rusa otro partido sería casi suicida. Tenía a Jiménez por un entrenador más valiente y con más fe en su plantilla. Este empate nos sabe a desidia y a derroche de talento, y así no seremos nunca ese equipo que tiene que ser diferente al resto de los equipos de la categoría, un equipo temible y sin complejos, lo que nos habían vendido, incluso con esa errada insistencia de negar la belleza y la poesía sin darse cuenta de que solo así se llenan los estadios y se ganan los partidos.

sábado, 25 de agosto de 2018

El oxímoron y el harakiri

El fútbol es un deporte de equipo y el fútbol es, al mismo tiempo, un deporte en el que el resultado se decanta muchas veces por las individualidades. Si le fuéramos a explicar ese planteamiento a quien no hubiera visto un partido en su vida, nos tomaría por incoherentes; pero es que el fútbol también tiene mucho de incoherencia y de misterio. Podríamos decir que es como un oxímoron, un juego en equipo en el que cuando interviene Rubén Castro también se convierte en ese juego de individualidades que decía al principio. Cada balón que le llegaba en el partido contra el Albacete lo convertía en ocasión de gol, estuviera donde estuviera, así recibiera de espadas o con todo el campo por delante. Sus disparos terminaban siempre entre los tres palos, y el gol, evidentemente, era solo cuestión de tiempo. Marcó de nuevo y son sus tantos, como decían en el bolero, nuestra única esperanza.
Pero esas individualidades dependen de la eficacia de un equipo, y también de la intención, de las ganas que pongan para ganar el partido y, por supuesto, de la ambición y del juego que propongan. Si el plan es esperar a que marque Rubén y luego salir al contraataque nos irá bien si nos acompaña la suerte o si jugamos contra el Reus Deportivo. Creo que fue un error esa renuncia al balón en la segunda parte cuando ya ganábamos uno a cero. El Albacete dominó por completo el encuentro, y un equipo que aspira a ascender nunca puede dejarse dominar por el Albacete en su estadio. Cuando combinamos en la última media hora del primer tiempo, quedó demostrado que hay calidad y jugadores para proponer algo más que la verticalidad, la potencia y la puntería del delantero centro de La Isleta. Tuvimos la oportunidad de dar un golpe sobre la mesa y colocarnos al frente de la tabla con seis puntos. El calendario fue benévolo, pero luego nosotros teníamos que ganar los partidos.
Jugar dos encuentros en casa contra rivales que, en principio, no están llamados a ser protagonistas de esta Liga, parecía el mejor principio posible, pero si viene bien este empate (que nunca viene bien aunque vengan luego con la martingala de la suma de puntos) es para espabilarnos y para darnos cuenta de que no puedes bajar la guardia, ni pretender ganar con el empaque o el prestigio de tu camiseta. Llegamos a septiembre con cuatro puntos y nos citamos con el Zaragoza en la Romareda en un partido de Segunda División, porque en Primera, siguiendo con esa ilógica del fútbol, juegan el Huesca contra el Éibar, o el Leganés contra el Getafe. Ya hace tiempo que los nombres de los equipos y las supuestas grandezas históricas valen poco: lo que vale es jugar bien y tratar de ganar, contando con las individualidades y con el equipo, o lo que es lo mismo, con la suma de esfuerzos y de inteligencias. Y, por supuesto con la afición, que sigue dejando el estadio de Gran Canaria lleno de asientos vacíos. Hoy hubiera sido un buen día para volver a ilusionar a esos aficionados que no entienden por qué su equipo se empeña en hacerse el harakiri cada vez que lo tiene fácil para seguir mejorando. Ni siquiera con Rubén Castro logramos dormir tranquilos.

domingo, 19 de agosto de 2018

Los escaldos

Todo pasado es lejano e irrecuperable. Aprendemos de él y seguimos el camino. La vida empieza siempre a cada instante. El fútbol, además de ser un gran negocio que puede morir de éxito cualquier día de estos, también es una metáfora de la vida a cada rato, sobre todo en los comienzos, cuando, de repente, olvidamos los enfados del pasado, los sueños perdidos y también los sueños conquistados. La Unión Deportiva Las Palmas comenzaba la temporada jugando contra el Reus. Hemos empezado otras Ligas con equipos aún más desconocidos y aquí estamos. Como en el día a día de cualquiera de nosotros, hay que saber que la trascendencia depende de nuestra propia actitud, y la actitud que uno notaba que transmitían los jugadores y el entrenador de Las Palmas los días previos podía ser la misma que si hubieran jugado contra el Real Madrid. En esa muda del juego que tanto se parece también a la de los pájaros, nos encontramos con la primera victoria de la temporada. No fue fácil, pero el Reus, la verdad, es que, entre las bajas y el poco empaque que tiene, apenas opuso resistencia. Ha habido muchos fichajes en Las Palmas pero, a día de hoy, y a falta de que regrese Araujo, a uno le tranquiliza encontrar un portero tan seguro como Raúl Fernández y, sobre todo, un delantero centro con la efectividad, el olfato y el buen hacer de Rubén Castro, autor de dos de los muchos goles que creo que marcará este año en Segunda División. Así se arman los equipos, con un portero que aporte seguridad y con un delantero que marque goles. De haber tenido esa dupla el pasado año, creo que ahora mismo no estaríamos en la categoría de plata.
Quienes me conocen saben que soy un defensor a carta cabal del fútbol de toque y de la cantera canaria, pero ya dije al principio que no se podía vivir del pasado y de las añoranzas. No es el fútbol que propone Jiménez el que yo elegiría para mi equipo, pero sí me parece un entrenador coherente, honesto y que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Nada que ver con los Ayestaranes o con los Jémez de tan infausto recuerdo. En el partido contra el Reus, Las Palmas salió a ganar desde el primer minuto apostando por un juego vertical, sin largas transiciones, y buscando el contraataque después de haber marcado el primer gol.
Creo que uno de los secretos de la sabiduría es ser capaz de integrar lo mejor de todo lo que conocemos. Durante la pretemporada he leído en muchas declaraciones que renunciábamos a la poesía, al juego bonito y a la belleza, y que nos decantábamos por un fútbol racial, efectivo y directo. No veo por qué se empeñan en esas separaciones tan excluyentes. Se puede ser poeta y ser guerrero, y ahí está Garcilaso de la Vega por si quieren un ejemplo. También eran grandes guerreros y mejores poetas los escaldos, unos guerreros vikingos de la Edad Media que después de guerrear glosaban las gestas de las batallas en sus poemas. De momento, somos buenos guerreros y comenzamos sumando puntos para regresar a Primera. Queda toda una Liga por delante, pero mejor empezar así, con solvencia y colocándonos en lo más alto de la tabla clasificatoria.

lunes, 7 de mayo de 2018

El vacío

Explicar el vacío no es fácil. El vacío es la carencia absoluta, la nada, el silencio, el abismo, y en el fútbol podríamos decir que es también el fracaso, la apatía, la gloria que pasó de largo, o esa extraña sensación que se asemeja a los naufragios y a las aventuras malogradas.

El vacío es un estadio en el que todos los grancanarios, los aficionados de la Unión Deportiva y los que miran al fútbol como un arcano incomprensible, pagaron un dineral para que luego jugara una Sociedad Anónima Deportiva sin ninguno de esos grancanarios en el terreno de juego, el mismo campo que vio cómo se destinaban millones de euros para quitar las pistas de atletismo con el fin de que la gente estuviera más cerca; pero la gente no quiere saber nada de lo que se aleja de la coherencia y del sentido común y futbolístico.

El vacío es un palco sin nadie que mire de frente y que asuma las consecuencias de sus prepotencias y de sus arrogancias, y también es un domingo por la tarde jugando contra el Getafe con casi todas las sillas vacías y con el alma de tu equipo arrastrándose como una sombra malvendida en las rebajas.

Qué sucedió. Pues lo inevitable: otra derrota, otro desastre, otra vergüenza. El gol del partido lo marcó el único jugador canario que saltó al campo al inicio del encuentro. Jugaba en el Getafe.

lunes, 23 de abril de 2018

El luto y el dinosaurio

Como en el texto de Monterroso, un día te levantas y el dinosaurio todavía está al acecho, no se ha movido, no ha pasado el tiempo, o ese tiempo te devuelve a un pretérito lejano que creías que ya había pasado para siempre. Hace un año, todos creíamos que el dinosaurio, aquellos días de Segunda A y Segunda B, pero Segunda al fin y al cabo, se habían marchado para siempre, que por fin estábamos entre los grandes y que íbamos a estar muchos años codeándonos con ellos, llenando el estadio, jugando con canteranos, disfrutando como se disfrutó del buen juego y de los resultados en los años sesenta o setenta; pero todo aquello se quedó en nada y, de repente, la carroza se convirtió en calabaza, y las banderas y las bufandas de los aficionados en bolsas de basura y en un negro que no se parece nada a aquel amarillo casi anaranjado con el que vestía la Unión Deportiva de cuando yo era niño y todavía creía que los malos no eran los que ganaban las batallas.

Esta batalla la ganaron los que no quisieron escuchar a los aficionados, y ahora, ya derrotados y descendidos, perdemos todos, los que todavía no entendemos por qué se han podido tomar las peores decisiones posibles en las mejores circunstancias, todo ese despropósito que nos ha llevado al fracaso y que ha supuesto una quiebra entre quienes mandan en el club y los aficionados (que son los que realmente mandan aunque alguien se crea el dueño sentado en la mendacidad del palco, pero lo más vergonzoso es que en el palco no estaba quien ha tomado las decisiones que nos han llevado a este desastre).

Todo lo que nos queda de aquí al final de la temporada es como una gota malaya que nos irá martirizando jornada tras jornada. Querríamos ilusionarnos con la próxima temporada, pero no solo ha sido el descenso de categoría lo que nos ha dejado aliquebrados: nos ha noqueado todavía más la traición a un proyecto, al juego bonito, a la cantera y, sobre todo, al aficionado. Ningún equipo del mundo puede vivir de espaldas a sus aficionados.

El partido contra el Alavés ya lo hemos jugado a espaldas de una afición que no merecía un desprecio como el que ha sufrido esta temporada. Fueron muchos años esperando, muchos desengaños, infinitas frustraciones. No se puede jugar de una manera tan vergonzante con la ilusión y el amor a unos colores de tanta gente. Mañana, como decía Scarlett O`Hara, será otro día, pero los días que vienen se escriben siempre en las decisiones que tomamos antes de acostarnos. Está el azar, pero miren al Sporting de Gijón, la fidelidad de su afición, el más que probable regreso a Primera o su despedida el pasado año de la categoría. Lo nuestro es otra historia. Aquí se ha ninguneado al aficionado sistemáticamente tomando decisiones que no entendía nadie. Y luego, como para desviar la atención, nos traen a un entrenador que jamás entenderá lo que significa la Unión Deportiva para muchos de nosotros. No solo descendemos sino que además pisotean nuestra imagen cada semana que pasa. Y la entrada de Jairo y de Nacho Gil en la segunda parte fue un insulto a nuestra historia, a nuestra cantera y a ese cemento que sabe mucho de fútbol, como decía Ángel Cappa, creo que mucho más de lo que se imagina Jémez. Un estadio casi vacío, unos aficionados gritando claramente lo que sentían y un descenso impensable hace un año. Comenzó a diluviar. Solo quedaba la lluvia. Todo lo demás ya era un páramo.

viernes, 20 de abril de 2018

Los espejos del esperpento

La Unión Deportiva Las Palmas es ahora mismo un esperpento, un reflejo en un espejo cóncavo como aquellos en los que se reflejaba Ramón María del Valle Inclán en el callejón del Gato. Nuestro reflejo es grotesco, distorsionado y desconocido si lo comparamos con la imagen que devolvían los espejos cuando Quique Setién era el entrenador amarillo. Contra el Betis ese esperpento se manifiesta aún más exagerado, sobre todo si miramos la clasificación o si vemos la manera de jugar que tiene el equipo verdiblanco y el caos futbolístico de la Unión Deportiva. Pero ni Setién ni nadie debería ser imprescindible en ninguna parte, nadie, ni siquiera Maradona o Messi. Un equipo de fútbol es una suma de inteligencias, de esfuerzos y de voluntades, un proyecto común, un fin que se busca planteando unos objetivos y diseñando una estrategia a corto o a largo plazo. Las Palmas no solo perdió a Setién, también perdió el romeo, el norte, la inteligencia, la coherencia, el respeto de los aficionados, la entrega de los jugadores, todo eso que luego hace que el proyecto triunfe o fracase más allá de los resultados.

La historia, además, ha hecho que también coincidiera el enfrentamiento contra el Betis con el partido más inolvidable para mi generación, aquella final de Copa con un equipo de canarios y de internacionales contrastados que llegaban a Las Palmas después de jugar Mundiales o de destacar en otros equipos. Si esos foráneos no aportan, si no han demostrado nada antes, prefiero siempre que sea un canterano el que defienda los colores de la Unión Deportiva, aunque esos canteranos también han de estar formados futbolística y, sobre todo, mentalmente, para saber qué supone vestir de azul y amarillo en Gran Canaria.

Quien quiere ganar, casi siempre gana. No es una perogrullada. Lo sabemos porque hace un año y medio éramos como ese Betis que nos ha ganado en el descuento. Nadie abandonaba el estadio de Gran Canaria y los jugadores seguían seleccionando los pases, combinando, creyendo en que la coherencia y el respeto al balón tendrían premio antes de que el árbitro pitara el final del partido. Estamos a trece puntos, que son catorce realmente, de la salvación. Si alguien me vuelve a vender el humo de sus fracasos y se agarra a las matemáticas le diría que se envalentonara en su casa o que le contara sus trolas a los que no han visto un partido de fútbol en su vida. Hablo de Paco Jémez, ese entrenador que está destrozando la poca imagen que le quedaba a la Unión Deportiva. Le pondría, aprovechando la efeméride, vídeos de Miguel Muñoz para ver si por fin entiende que entrena a un equipo que tiene su orgullo, su historia y una afición que no merece esos desplantes en las ruedas de prensa. Usted nunca puede decir que no lleva a un jugador de nuestro equipo porque no le da la gana. Eso es una falta de respeto, una insolencia, un ultraje a nuestra historia y a nuestro escudo, un tirar la toalla cuando ya no nos quedaban ni esas matemáticas que se quiebran con las incapacidades deportivas.

Cuando un escritor escribe una novela y ve que no camina hacia ninguna parte trata de rehacerla o la empieza de nuevo, es lo mismo que hace un carpintero cuando construye una mesa. Lo que jamás se debe hacer es seguir insistiendo en el error, en los callejones sin salida y en los fracasos consolidados. Lo peor no es descender, mucho peor es comprobar que no hay enmienda, que se echan la culpa unos a otros y que no vemos un atisbo de luz en ningún horizonte cercano.

En el espejo creo que también quedan las imágenes de todos los que se creyeron a salvo de sus ignominias y de sus malas andanzas: lo que creían que era perfecto ha ido mutando en el terreno de juego hasta dejar una imagen esperpéntica y alejada de aquella excelencia de los días en que la Unión Deportiva generaba ilusiones y trazaba un fútbol bello desde que el balón echaba a rodar en el campo. No ha llegado de repente este diluvio, se ha ido forjando poco a poco, y lo extraño es que no hubiera llegado mucho antes: los ayestaranes y los jémez no nacen por generación espontánea, casi podríamos decir que son un reflejo del espíritu de quien los elige. El noventa por ciento de los aficionados a la Unión Deportiva jamás hubiera dejado marchar a Setién ni habría fichado a esos entrenadores, pero el noventa por ciento de los aficionados ya no importa nada en la Unión Deportiva. Solo queremos que esto termine cuanto antes y que esa imagen se borre para siempre en una nueva temporada; pero mucho me temo que viendo lo que está planteando quien toma las decisiones finales de su propia “empresa” (y esa palabra es la clave que nos aleja del romanticismo del pasado) tendremos esperpento para muchos años.

domingo, 8 de abril de 2018

Derrotas, fracasos y arrogancias

La derrota nunca es bienvenida, ni siquiera cuando luchamos hasta el último aliento, tampoco cuando los hados se ponen en contra: toda derrota termina siendo un fracaso, pero luego hay fracasos y fracasos, como hay derrotas y derrotas. La de la Unión Deportiva contra el Levante es una combinación terrible de fracaso, derrota y arrogancia, la consecuencia de todo lo que se ha venido haciendo mal desde hace mucho tiempo, desde que le empezaron a mover la silla a Quique Setién, desde que, con esa arrogancia de los malos ganadores, se obvió la opinión de los aficionados y se fueron dando palos de ciego cada día más grotescos y más esperpénticos. Había quien se seguía aferrando a las matemáticas, pero las matemáticas son una ciencia exacta, tan exacta que era imposible que Las Palmas se quedara en Primera División después de todas las decisiones que se habían tomado en el último año. Lo peor es la sensación de fracaso que uno notaba en el aficionado antes de todos estos partidos en los que supuestamente nos jugábamos la vida. La gente que sabe de fútbol, y quienes miran con estupefacción lo que ha sucedido en la casa amarilla, ya fueron viendo venir lo inevitable. No es un fracaso que nos cogiera de sorpresa sino un corolario que estaba cantado hace mucho tiempo.

Hemos vivido tiempos peores, pero puede que este sea el peor de los tiempos. No corremos el riesgo de desaparecer (o eso espero), pero no veo en la isla o en las caras de los aficionados esa ilusión que hacía que nos convenciéramos año tras año de que éramos los mejores, aun contando con jugadores con los que ya sabíamos que no íbamos a ninguna parte. Lo de ahora es diferente porque teníamos todos los mimbres para quedarnos en Primera muchos años y fuimos nosotros mismos (ellos mismos) los que nos condenamos a este desastre inexplicable si no se acude a la hemeroteca. Claro que seguiremos siendo de la Unión Deportiva, eso es innegociable aunque juegue en Preferente; pero costará ilusionar de nuevo a la gente, sobre todo porque la gente, que es sabia, sabe que, llegado el momento, los de arriba actuarán como una empresa en la que importa poco la masa social y la opinión del aficionado. Eso es lo que duele y preocupa, que se apele a la afición después de haberla ninguneado, podríamos decir que groseramente, en los días de bonanza. Y todo futuro pasa por esa afición que no se merecía este descenso virtual. Un estadio vacío es lo peor que nos podría pasar en Segunda. Nos hemos convertido en un nuevo rico que no ha sabido hacer amigos por comportarse como aquellos niños insolentes que se llevaban la pelota en mitad de los encuentros.

sábado, 31 de marzo de 2018

Para que esto no suceda nunca más

A lo mejor la cosa fue así: para chulos ellos, chulos nosotros. “Oye, que están diciendo que no viene ni Cristiano, ni Marcelo, ni Ramos, y que el Real Madrid tiene claro que aquí gana incluso con los veteranos, que lo mismo saltan Amancio y Santillana y nos marcan ocho goles”. La verdad es que como aficionado a Las Palmas duele mucho que el Real Madrid se permita dejar a los mejores fuera del partido. Eso no hubiera pasado hace un año, ni sucedía cuando yo era niño.

En el Estadio Insular no hubo equipo que no alineara a los mejores. Eran otros tiempos. Nos respetaban y nos hacíamos respetar; pero cualquiera que desde fuera haya observado las incoherencias de la Unión Deportiva desde hace más de un año, sabe que puede ganar aquí con cualquier equipo bien armado, porque justamente lo que no hemos sabido armar el último año es un equipo, un once equilibrado que sepa a lo que juegue, o que juegue como quiera el entrenador.

No vamos a enumerar los entrenadores de este año y los cambios bruscos de sistemas, las improvisaciones y las debacles porque, por desgracia, las conocemos todos. Pero sí vuelvo a lo del primer párrafo, parece como si con la decisión de dejar fuera a Tana Las Palmas hubiera querido igualar la chulería del Madrid. “Bueno, si ellos dejan en casa a Cristiano nosotros también dejamos fuera a uno de los que bailó al Madrid hace año y medio en el Bernabéu, al jugador que ponemos en partidos en los que apenas puede tocar dos balones porque son equipos correosos, lo dejamos en la grada porque vamos sobrados y porque tenemos talento para regalar, pues eso, que vea el partido desde fuera que ya tenemos a Jairo y compañía para enfrentarnos al Madrid menos Madrid que ha visitado a la Unión Deportiva en muchos años”.

Circulan mil razones sobre la ausencia de Tana, pero a mí me recuerda a lo de Remy, cuando echas al mejor delantero a las primeras de cambio por un quítame allá esas pajas. Tampoco entiendo lo de Toledo, un jugador desequilibrante que podría encontrar espacios contra los equipos que vienen a atacar. Y sí, ya sé que jugarnos la permanencia contra el Real Madrid no era lo previsto, pero no quedaba otra si queríamos mantenernos en Primera. Perdimos cero a tres y ahora visitamos al Levante con siete puntos de desventaja, lo que quiere decir que aunque ganemos no dependeremos de nosotros mismos y nos seguirían aventajando en cuatro puntos, vamos, que esta vez sí es verdad que ni la Virgen del Pino nos sacará de la consecuencia lógica de nuestras propias decisiones.

Creo que lo mejor que puede hacer Las Palmas es centrarse en un nuevo proyecto, y repito la palabra proyecto. No me imagino al Athletic de Bilbao cambiando de canteranos a mercenarios de la noche a la mañana. Si se ha mantenido toda la vida en Primera es porque tiene un proyecto y lo defiende a carta cabal todo el tiempo.

Creo que los que mandan tienen claro qué es lo que le gusta al aficionado de Las Palmas. Lo recuerdo: buen juego, toque, fantasía, cantera y amor propio, esas señas que eran reconocibles hace un año en todas partes. Hace un año, el Real Madrid no hubiera dejado a los mejores en la capital de España. Tampoco lo hacía hace cuarenta años. Generalmente nos damos cuenta de nuestra valía al ver la reacción de los otros. Da lo mismo que queramos engañarnos. No nos respeta nadie hace mucho tiempo. Y lo peor es que fuimos nosotros mismos los que no respetamos nuestra historia ni la memoria que nos dejaron nuestros abuelos.

Por Alfonso Silva, por Rafael Mujica, por Juan Guedes, por Tonono, por Estévez y por todos los ex jugadores que ya no están entre nosotros. Por los aficionados que se fueron amando estos colores. Por los niños que volvieron a ponerse la camiseta de la Unión Deportiva en los últimos tres años. Miremos hacia delante y cambiemos cuanto antes el rumbo caótico y delirante del último año. Que nunca más nos dejen de respetar de esta manera.

sábado, 17 de marzo de 2018

Solo cenizas

A veces llega el desastre sin que nos demos cuenta, pero otras veces los diluvios se vienen anunciando mucho tiempo antes, y es que asomarse a un descenso después de haber rozado el Nirvana es como un diluvio, como una caída en el abismo, sobre todo en el fútbol, donde tan dados somos a los extremos, a encumbrar con la misma facilidad con la que luego enterramos lo que fue grandioso, o lo que soñamos que llegaría a serlo. Y si no que le pregunten al Dépor, al que ganó una Liga y una Copa del Rey en los noventa, y al que se paseaba por Europa con Valerón y compañía derrotando a todos los grandes en sus estadios. Nosotros no hemos vivido esos días de gloria, pero nos valen subcampeonatos y muchos partidos memorables.

La derrota ante el Villarreal nos dejó aliquebrados y casi sin esperanzas, no tanto por el partido, que fue nefasto, de lo peor que le hemos visto a Las Palmas, como por la actitud del entrenador, por esa arrogancia y esa altanería de chulo de barrio. Si ya te dicen, y además con lenguaje soez y con aire perdulario, que los jugadores y que él no valen para Las Palmas, todo lo que quieras subir en tu ánimo termina bajando cuando escuchas ese eco de Paco Jémez que escucharon los niños y los aficionados de todo el mundo hispanohablante. Y luego está el desplante a la prensa, esa vieja estrategia de atacar para que no te ataquen, esa huida hacia delante con el grito y el despropósito.

Claro que no nos condenaban todavía las matemáticas, pero sí la lógica, la filosofía, la historia y ese sentido común que, como decía al principio, anticipa los diluvios lo mismo que una rodilla malherida anticipa los inviernos antes de que lleguen a los calendarios.

Los jugadores saltaron al campo demostrando una actitud muy distinta a la del último partido, y eso es algo que agradecemos los aficionados, tan famélicos y tan necesitados de alicientes y de goles que nos despabilen. Ya luego, como casi siempre, fuimos cediendo al empuje del Dépor y al final parecía que eran ellos los únicos que se jugaban su destino en el encuentro. Y no era así, el destino ha dejado casi moribundos a dos equipos que al principio de temporada soñaban con jugar en Europa. El ganador de este partido fue, sin duda, el Levante, otro equipo que, como el Alavés hace unos meses, dice adiós a ese abismo que se asoma ante nosotros.

Ya dije hace unos días que nos esperaba un largo invierno. Si hubiéramos ganado en Coruña aún mantendríamos viva alguna esperanza, o volveríamos a olvidar todos los malos presagios sobre la marcha, pero un empate es más de lo mismo, una herida que sangra sin remedio, una pena para todos. Poco a poco tendremos que ir asumiendo nuestra nueva condición de descendidos, y también tendremos que volver a escuchar el nombre de equipos que creíamos que iban a quedar lejos mucho tiempo. Fuimos nosotros mismos los que nos inmolamos, o mejor hablamos con propiedad y decimos que fueron ellos mismos, los que dicen que mandan en el equipo y que saben lo que hacen.

domingo, 11 de marzo de 2018

El largo invierno

No generamos ocasiones, no defendemos con criterio y no sabemos a lo que jugamos. Volvimos a los riesgos suicidas, al día del Girona justo cuando todos confiábamos con reencontrar el espíritu que tuvimos contra el Barça. Así no nos mantendremos en Primera, así no, porque así no se gana ningún partido. No perdimos cinco a cero porque los delanteros del Villarreal se empeñaron en fallar goles cantados durante todo el encuentro. Y encima le quitamos la confianza a un jugador que nos demostró en Vigo que esta para jugar en Primera. Jémez eligió a Erik Expósito, un chico de la cantera que empieza y que necesita confianza para seguir creciendo, como cabeza de turco en el descanso, y la verdad es que nadie entendió los cambios, ni siquiera la lógica del fútbol, ese abecé que se entiende que conocen los entrenadores mejor que nadie. En toda la segunda mitad solo rematamos a puerta después de dos saques de esquina. Las Palmas se terminó pareciendo a cualquier equipo británico del montón de los años setenta, como si el césped fuera un barrizal, como si nuestro fútbol, de repente, nos lo hubieran cambiado de arriba abajo. Se terminó la fiesta. Se acabó el fútbol de toque, y se nos olvidó el orden táctico, el criterio, la cabeza, el repliegue, los desmarques, las paredes y, por supuesto, los remates a portería después de una jugada de equipo. Y sí, fue contra este mismo equipo contra el que marcamos aquel gol de Boateng que todos mantendremos a la memoria, el culmen de una coreografía casi poética en los días en que nuestro juego se asemejó al de nuestros mejores tiempos.

Por fin disputábamos una de nuestras muchas finales un domingo por la tarde. Y es que era una final. Había ganado el Levante y lo teníamos a cuatro puntos si perdíamos y a tres si empatábamos. Por tanto, esta vez solo nos valía la victoria. Ya van quedando menos partidos, y las matemáticas sí se convierten ahora en una espada de Damocles cuando las unimos al tiempo y a las perspectivas, y no digamos a las evidencias, a esas razones innegociables a las que no se consigue engañar con medias mentiras o con falsas verdades. Ahora que todo se ha escorado hacia el lado más peligroso, parece que nadie ha tenido la culpa de este casi hundimiento de la Unión Deportiva Las Palmas, de la marcha de Quique Setién y de todos los sueños rotos que se han ido quedando en el camino durante los últimos meses. Lo que sí tengo claro es que la afición amarilla no tiene un pelo de tonta. Nos mueve el equipo, y vamos a seguir animándolo hasta el último aliento, pero ese tiro en el pie que nos pegamos hace más o menos un año por estas mismas fechas aún retumba en las improvisaciones, el mal juego y la falta de identidad del equipo amarillo.

Todos queríamos ver a Erik Expósito en el Gran Canaria, pero todos nos preguntábamos también por qué se ha tardado tanto en darle una oportunidad, por qué se ha mercadeado con tantas mediocridades delanteras y por qué, de repente, dejamos de mirar a la cantera, a la misma cantera que ha llenado las arcas amarillas con los traspasos de Vitolo, Roque Mesa o Jonathan Viera. Los mercenarios están bien para las guerras desesperadas, pero espero que entiendan en la casa amarilla que sin cantera y sin juego de toque cada vez se alejará más gente del estadio de Gran Canaria. Quedan pocos días para la primavera, pero mucho me temo que nosotros la tendremos que mirar desde muy lejos. Nos espera un largo invierno, de esos que van helando los sueños a medida que reconocemos que la carroza rutilante se nos volvió una calabaza como la que llevábamos viendo muchos años.

lunes, 5 de marzo de 2018

Las inercias y los lunes

La euforia suele ser un estado transitorio, casi una locura, pasajera y efímera, hasta que despiertas y te encuentras un escenario distinto al de los vítores y los aplausos. Nunca se puede estar en la cima todo el tiempo: o te congelas o te asas de calor, o sencillamente te aburres. La Unión Deportiva se subió a una ola euforizante tras el empate ante el que posiblemente sea el mejor equipo del planeta, y ante el que sin duda sí es el mejor jugador del momento. Pero tras esa ola llegaron varias bajamares y pleamares, y de repente nos vimos jugando otra vez un lunes, en Galicia, y contra el Celta de Vigo. Si ganábamos salíamos del descenso, pero lo que nos preocupaba era la actitud de los jugadores, si iban a salir como el día del Barça o como el día del Leganés o del Girona. Y salieron como queremos que salgan a jugar los partidos. Nos adelantamos en el marcador y no nos encerramos atrás. Perdimos en lo físico, en un final de la segunda parte en donde no pudimos aguantar el ritmo de partido y nos vimos superados casi al final, después de que nos adelantáramos con un golazo de Erik Expósito, justo donde su bisabuelo había marcado noventa años antes; pero no estaban los argumentos para realismos mágicos y perdimos el partido, que no las opciones de salvación.
Vi el encuentro en una terraza del Parque Santa Catalina con Juancho Armas Marcelo. Juancho jugó en el Juvenil A de la Unión Deportiva, en el amateur del Real Madrid y fue campeón de España universitario con la Complutense de Madrid. Cuando nos reunimos nos gusta hablar tanto de fútbol como de literatura, y si quieren saber de la épica de Las Palmas lean su novela Cuando éramos los mejores, con el gran Correa como personaje reconocible de los años gloriosos de la Unión Deportiva. Mirábamos a los extranjeros de los cruceros atentos a lo que hacía Las Palmas y el gol de Erik casi hizo retumbar el suelo que se esconde en ese espacio emblemático de la capital que contara Orlando Hernández en su Catalina Park.
Queda un mundo, y no solo suman nuestros resultados. En estos momentos, son tan importantes nuestros guarismos como los del Levante, el Deportivo y el Málaga, y hay que reconocer que estos tres equipos nos lo están poniendo fácil. Seguimos teniendo la salvación a tiro de piedra, y ya da lo mismo que venga el Villarreal que el Real Madrid. Garantizando la seguridad defensiva, esa salvación que muchos dimos por imposible hace unas semanas aún puede conseguirse, pero otra cosa será el futuro, en Primera o en Segunda. Quien manda en Las Palmas debería mantenerse al margen de las decisiones deportivas y dejar que sean los que saben de fútbol quienes confeccionen la plantilla y planteen un proyecto de futuro. Este año, suceda lo que suceda, creo que está para aprender y no para sacar pecho si nos salvamos de la quema o para hundirnos si descendemos. Lo que más me preocupa es el proyecto, si vamos a ser un equipo de cantera o de mercenarios, si vamos a jugar al toque o al pelotazo y si, por fin, se instalará la coherencia en la casa amarilla. De momento estamos inmersos en una lucha en donde solo nos queda apretar los dientes, mantener la portería a cero y volver a sumar puntos cuanto antes. La afición tendrá mucho que ver en ese reto. El Gran Canaria debe ser una plaza inexpugnable, una cita de energías y de ánimos positivos como lo ha sido cada vez que ha llegado una cita importante en los últimos años.

jueves, 1 de marzo de 2018

La felicidad del niño con la camiseta amarilla

No pedíamos más. Pudimos haber ganado, pero ese empate vale más que un punto. Ha vuelto a unir a la afición con el equipo, y el equipo, por fin, se ha creído grande, capaz de ganarle a cualquiera. Uno es lo que se cree, eso queda claro, y esa camiseta amarilla volvió a ser épica, distinta, reconocible. Vi la cara de felicidad de un niño con la camiseta de la Unión Deportiva cuando acabó el partido. Me recordó a mí hace muchos años. A su lado iba otro niño con la camiseta de Messi. El niño del Barça iba cabizbajo, casi derrotado, y el niño de amarillo paseaba ufano cerca de él. No tenía que decirle nada. Ya sus jugadores habían hablado en el campo. Podía nombrar a Gálvez, a Aguirregaray, a Etebo o a Calleri. Quizá fueron los mejores, pero esta vez hay que hablar de todo el equipo, felicitar a todos los que jugaron. Les agradecemos esos minutos de felicidad después de tanto tiempo. Y encima, bajando en la guagua, marcó el Alavés contra el Levante. Ese gol se cantó en la 91 casi tan alto como el de Calleri. Todo salió perfecto. Ahora tenemos que recordar este partido para saber que le podemos ganar a cualquiera, que tenemos que salir sin complejos contra todos los rivales y que la salvación depende de nosotros: esa es la mejor noticia después de haber estado tanto tiempo en el pozo del desastre y de la indiferencia.
La lógica no se impone siempre, y la exactitud de las matemáticas, el uno más uno, lo inevitable, no cuenta en el fútbol. Hasta que comienza el partido te aferras a esa mínima probabilidad, y la vas alimentando muchas horas antes, visualizas ese encuentro, lo comparas con otros momentos memorables, y casi llegas a sentir la alegría de lo que sueñas aun sabiendo que es casi imposible, porque a estas alturas ya sabemos que los prolegómenos y los preliminares son a veces más placenteros que los acontecimientos, o que en los finales, ganes o pierdas, se apaga mansamente la luz del escenario. Pero ese escenario, ya sin nadie, que fue el césped del Gran Canaria, nos hizo revivir los viejos tiempos, que tendrían que ser también los venideros, los de la victoria y los de un equipo con solera y con galones de sobra para mantenerse en Primera.
Camino del estadio de Gran Canaria, los aficionados amarillos nos mirábamos como si necesitáramos de otro aliado para seguir manteniendo vivo nuestro anhelo. Todos estábamos allí porque confiábamos en el milagro, en jugarle de tú a tú al equipo de Messi para contárselo algún día a nuestros nietos. Cuando empezó el partido ya fuimos viendo nuestras posibilidades, asumiendo nuestros muchos defectos y confiando en el talento de los nuestros. Ni siquiera con el equipo y el juego que propuso Setién pudimos hacer nada contra ese equipo galáctico, talentoso y exquisito que sigue la estela de Cruyff y de Guardiola como una hoja de ruta que conduce a la gloria y a la leyenda. Y luego está Messi. Todos los demás jugadores se apagan cuando él juega, es un lujo ver a Messi tan cerca, y de alguna manera sabes que estás viendo algo casi sagrado en la historia del fútbol, uno de esos fenómenos que a lo mejor no tendrá continuidad nunca más, casi un dios de este deporte, aunque yo sea de los que se quedó prendado de Maradona para siempre, porque Diego salió directamente de las chabolas de Villa Fiorito al Olimpo de las grandes gestas, y porque era menos Dios que Messi, más humano, menos regular, pero creo que mucho más imaginativo y sorprendente. Pero comparar a Maradona y Messi es como comparar a Mozart con Beethoven, un trabajo baldío y sin sentido. Ayer, el equipo de Messi, y el propio Messi, no pudieron con la Unión Deportiva Las Palmas, y eso es lo que nos deja ese halo de alegría de las noches memorables. Pero nuestra competición sigue teniendo cuatro equipos y hay que intentar salvarnos siendo el primero de esa popa alejada de los fastos de las estrellas. Balaídos es el próximo destino. Salgamos a ganar. Sumemos tres puntos para vernos un poco más cerca de la orilla y para que el foco no nos deje lejos de donde se citan las leyendas.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Los imposibles y los días de gloria

Si el fútbol no fuera un deporte de imposibles no hubiera enganchado a nadie en estos dos siglos. Yo vi perder varias veces al Barcelona en el Insular, con Cruyff, con Neeskens, con Schuster, y hasta vi cómo derrotábamos al Barça de Maradona (aunque luego perdiéramos la semifinal de Copa en los penaltis) en un encuentro que hubiéramos ganado por goleada si Masciarelli hubiera estado más acertado todas las veces que se quedó solo delante de Urruticoechea. Aquel día Félix Marrero, con el apoyo de Benito, frenó al astro argentino cuando estaba en su mejor momento. Ya sé que ha llovido mucho desde entonces y que hemos pasado de dos o tres extranjeros a distancias siderales en el presupuesto y en las plantillas. Así y todo siguen jugando once contra once y el estado de ánimo, la motivación o el saltar al campo pensando que eres el mejor del mundo puede llamar al milagro y a esos imposibles de los que hablaba al principio. En una situación casi tan desesperada como la que vivimos ahora le dimos la vuelta al marcador y le marcamos tres goles al Madrid de la Quinta del Buitre en diez minutos. Ya sé que no se vive del pasado, pero ese pasado existe para que recordemos el simbolismo de nuestra camiseta, lo que representa ese escudo y lo que genera en muchos aficionados de todas las edades sembrados por todo el planeta.

Estos días me acusan de ser crítico con Las Palmas en mis comentarios. Ojalá pudiera escribir algo distinto y no ver cómo salimos a empatar, con esa camiseta de la que hablo, contra el Leganés, y encima terminando sin ningún jugador canario en el terreno de juego, cuando nos estamos jugando la vida y el descenso. Se equivoca quien cree que los que criticamos lo que se hace mal somos unos desleales seguidores de la Unión Deportiva. También se equivocan los que creen que estamos deseando que pierda. No querré nunca que pierda Las Palmas ni en los amistosos de cualquier torneo de verano y aguachirle. Si le ganáramos al Barça podríamos salir del descenso, y sí, ya sé que hoy por hoy ese equipo es casi inalcanzable, sobre todo si Messi decide jugar a la pelota como sabe. Pero hasta que comience el partido tenemos que recordar las viejas gestas, y yo invitaría a los responsables de la Unión Deportiva a que le pusieran a los jugadores, justo antes de saltar al campo, los vídeos que existen de aquellas noches memorables. También entonces el Barça era un equipo de otra galaxia y nosotros estábamos lejos de sus oropeles, sus figuras y su presupuesto. He visto de todo en el fútbol, y me gustaría ver cómo la Unión Deportiva le gana al Barça de Messi, Piqué, Busquets y Luis Suárez. No es imposible, y si lo es, el fútbol, mientras sea fútbol, siempre deja una rendija por la que colarnos en la gloria de los días inolvidables.

sábado, 24 de febrero de 2018

Como cualquier febrero

La planicie termina aburriendo. Lo que no cambia se vuelve gris y anodino. La Unión Deportiva ya no sabe a lo que juega, carece de referencias, mueve el balón sin criterio y no busca la portería contraria. Jugábamos contra el Leganés. No nos enfrentábamos al Real Madrid, al Barça o al Villarreal. Esos equipos vienen ahora. Por eso había que salir a ganar contra el Leganés. Pero contra el equipo pepinero jugamos con más miedo, menos ambición y más cobardía que contra cualquiera de los grandes. Terminamos perdiendo tiempo para sacar un empate, como si un empate, el segundo punto en tres partidos, nos fuera a sacar de la zona de descenso. Si no perdimos en la segunda parte como el día del Girona fue porque en la portería estaba Chichizola, que hoy se disfrazó de Daniel Carnevali, parando todo lo que llegaba a su marco, muchas veces con estiradas de gato como las que le recuerdo al portero argentino de los años setenta, cuando Las Palmas fichaba mundialistas y jugadores consagrados y no andábamos buscando los saldos del mercado. Qué vergüenza, por cierto, la discusión de tres de esos recién llegados al final del partido. Etebo y Gálvez trataban de colocar a Aguirregaray en una falta lateral del Leganés, pero el uruguayo actuó como si oyera llover, importándole un pito la colocación de la defensa. Esos son, aunque nos duelan, los comportamientos de los mercenarios, y eso es lo que tenemos.

Febrero es un mes loco en Madrid. El sábado que menos te lo esperas se te puede presentar un día de verano. La Unión Deportiva se parece a ese febrerillo loco de la capital. No sabes qué te vas a encontrar antes de comenzar los partidos, y no digamos antes de empezar una temporada. En pleno invierno igual te dicen que lleves mangas de camisa porque el día amanece de verano, eso es lo que ha pasado con el cambio de canteranos por mercenarios, o cuando te cambian los nombres de la alineación de un partido para otro, o cuando directamente desaparecen los que tres semanas antes te decían que eran los que lograban que fuéramos diferentes. Pues eso, la Unión Deportiva Las Palmas ahora mismo es como un febrerillo loco que no tiene remedio.

Recuerdo hace veinte años un partido de Segunda División entre el Leganés y Las Palmas en el viejo estadio pepinero. Era un domingo de enero o febrero por la mañana y hacía un frío que helaba hasta el alma. Me acuerdo de ver al Flecha Rojas corriendo por la banda entre la neblina. Todos pensábamos que con aquella delgadez se acabaría congelando en cualquier despiste. Muchos años después también hacía frío en Leganés, y nuestros jugadores se jugaban otra nueva oportunidad para salir del descenso en esa Liga que ya parece claro que nos jugamos cuatro equipos condenados al martirio hasta que alguno se haga el harakiri o se aleje definitivamente del resto. Nosotros teníamos que ganar en Leganés, y ese partido era casi como un encuentro jugado en casa, porque en casa lo que nos viene ahora es para asustarse. Sin embargo salimos a no jugar, o a que no nos marcaran, contra el Leganés, nada menos que contra el Leganés, que no es precisamente el Manchester de Guardiola. En el refranero también se dice de febrero que es un mes fullero. Como la actual Unión Deportiva. La fullería es una trampa. Nuestra trampa es la traición a nuestros propios principios futboleros.

lunes, 19 de febrero de 2018

La lógica del mercenario

Sandro Ramírez ni siquiera llegó a jugar en la Unión Deportiva, ni David Silva. Se los llevan desde niños, desde que marcan tres o cuatro goles en un partido de infantiles. Roque Mesa volvió al Gran Canaria, pero con la camiseta del Sevilla y después de estar unos meses en el Swansea, Vitolo jugaba el pasado año por estas fechas en el Sevilla, jugó luego en la Unión Deportiva y ahora lleva la camiseta rojiblanca del Atlético de Madrid. Y Viera, cómo no iba pasar lo que ha pasado con Viera, se va a China como hace unos años se fue a Valencia, a Vallecas o a Lieja. Este es el fútbol del siglo veintiuno, una gran casa de apuestas en la que solo ganan los que especulan.

El Sevilla es un ejemplo de adaptación a ese nuevo escenario futbolístico
El Sevilla es un ejemplo de adaptación a ese nuevo escenario futbolístico. Ha ganado varios títulos en los últimos años, pero sabe que cada éxito es una desaparición de media plantilla. No se queja. Hace caja y ficha nuevamente con criterio, con un cierto riesgo y con una planificación deportiva. Ahí está la diferencia con la Unión Deportiva. Nosotros vendemos a grandes jugadores y luego traemos mediocridades que no rinden y que se llevan ese dinero que, como mal menor, podían destinar a la cantera. Hace muchos años, antes de que existiera el equipo amarillo, los jugadores del Victoria o del Marino se iban como Viera. Entonces solían recalar en Madrid, tan lejos en aquel tiempo como ahora China. Siempre ha sido así, al igual que Las Palmas se lleva a los jugadores del Guía o del Santa Brígida sin que estos equipos puedan hacer nada por retenerlos.

Escribo todo esto porque el partido contra el Sevilla, en lugar de ser otra final, era el de la nueva despedida de Jonathan Viera, nuestro último refugio, el gran jugador, por el que valía la pena estar noventa minutos viendo un encuentro, el virguero, el creativo, el distinto, aunque contra el Sevilla fuera la sombra de sí mismo, acelerado y con la cabeza más cerca de Beijing que de Arucas. Nunca estuvimos del todo en el abismo porque estaba Jonathan Viera. Ahora solo nos queda el músculo y la fuerza, y ese es un mal consuelo con tantos meses por delante y con una plantilla, según definió nuestro entrenador, de mercenarios.

No generamos oportunidades, no jugamos a nada y además renegamos de todo lo que nos había hecho grandes, de nuestra forma de entender el fútbol, del toque, del arte y de la pausa. Sin Viera, mucho me temo que no habrá ningún titular canario en la Unión Deportiva en los próximos partidos, y esa sí es para mí la peor de las noticias, venirnos abajo y además renunciar a todo lo que fuimos. Marcamos de penalti en el minuto ochenta y uno de partido y nos anularon un gol válido en el último segundo que nos hubiera dado un punto. Hasta los árbitros se equivocan en contra de la Unión Deportiva. Todo lo demás es como un carnaval grotesco, un equipo disfrazado de amarillo que no tiene casi nada nuestro. Lo dijo Jémez, y si vas al RAE la primera acepción de mercenario que te encuentras es la siguiente: dicho de un soldado o de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero. En eso estamos. Con eso contamos. Y no era eso lo que queríamos los aficionados, asistir a nuestra caída con jugadores de fuera. Vicente Gómez está viendo los partidos desde la grada. Ni siquiera tiene hueco en el banquillo. Prefieren a Nacho Gil y a Jairo.

viernes, 9 de febrero de 2018

Iribar, Aguirregaray y las matemáticas

Me imagino al abuelo de Aguirregaray hablándole de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Y luego casi logro ver a su padre describiéndole la sobriedad de Iribar, los regates de Chechu Rojo o las faltas que tiraba Dani a la escuadra. Está claro que los ancestros de Aguirregaray no son de Huelva ni de La Gomera, y por eso intuyo que al verse jugando en el nuevo San Mamés volvería sobre la marcha a su infancia uruguaya y al eco de las palabras de esos antepasados vascos y futboleros. Y digo esto porque para mí el jugador más vasco de los que jugaron en Bilbao fue el lateral uruguayo. En los primeros siete minutos cortó un balón en su área anticipándose al delantero que se quedaba solo y se inventó un regate como los que me imagino que le contarían sus antepasados cuando hablaban de Panizo o de Manu Sarabia. Ya nos sorprendió en el partido contra el Málaga, pero en San Mamés ratificó esa impresión inicial. Y al igual que él, todo el equipo se mantuvo firme y seguro durante casi todo el encuentro.
Menos mal que los jugadores de Las Palmas que saltaron al campo nunca vieron jugar a Iribar. Es verdad que Germán le logró marcar goles inolvidables o que Mamé León lo regateó en el antiguo San Mamés en una victoria épica, pero les aseguro que para los niños de mi generación ver a Iribar vestido de negro en el Estadio Insular impresionaba y casi nos hacía creer que sería imposible encontrar un hueco por donde marcar un gol ante un hombre tan alto y tan bien colocado bajo los palos. Kepa, el actual portero del Athletic, no le va a la zaga, pero los mitos ya no son los mismos, y en la tele todos los jugadores se vuelven pequeños. Por eso los jugadores amarillos no se impresionaron cuando vieron al Chopo entregándole un trofeo a Adúriz al principio del partido. Jugaron sin complejos, sin desmoronarse en la segunda parte, teniendo opciones todo el tiempo y siendo competitivos, que no es poco después de muchos partidos viendo al conjunto amarillo como un alma en pena por el césped de los estadios que visitaba. Sumamos un punto, que no es mucho, pero que ahora mismo puede ser un potosí si seguimos ganando los partidos de casa.
La vida es un argumento que cambia en un parpadeo. El fútbol no voy a decir que sea un reflejo de la vida, pero sí diría que es un espejo en el que se termina reflejando la sociedad que tenemos en cada momento. Vivimos días trepidantes, consumistas, desmemoriados, exaltados y, sobre todo, caóticos. Pues es eso es también el fútbol, caótico y desmemoriado, un mercadeo de intereses cada día más vergonzante en donde un día te dicen que tu equipo se nutre de canteranos y al siguiente te encuentras que esos canteranos son casi todos uruguayos, nigerianos o argentinos. Y te acostumbras a ese destino proteico o tiras la toalla. Sabina cantaba que no hay más ley que la fiebre del oro en las minas del rey Salomón. Y eso es lo que también sucede en el fútbol; pero nosotros, los que vimos jugar a Germán y a Iribar, no podemos dejar de seguir a la Unión Deportiva por más que llueva, se arruine, descienda o traicione sus principios. También aprendemos que en el fútbol las matemáticas nunca son exactas. Ahora hay que ganarle al Sevilla el próximo sábado. Ya no somos aquel equipo de alfeñiques que se desmoronaba con el primer ventanero en contra.

lunes, 5 de febrero de 2018

El clavo ardiendo

La derrota era el final; el empate, casi un epílogo, y lo poco que nos quedaba era la suerte del último minuto. Y llegó esa suerte, porque el partido contra el Málaga lo decidió la suerte y el empuje de una afición que se merece que Las Palmas desafíe todas las estadísticas y todas las lógicas para quedarse entre los grandes. No lo merecen quienes han tomado las decisiones que nos tienen al borde del abismo, pero sí ese niño y ese padre que vi bajar la calle Juan de Quesada a las seis de la tarde, los dos con la bufanda amarilla, creyendo en el milagro y en que sus gritos de ánimo servirían para algo. No me gustó que Jémez dijera que quería un equipo de mercenarios: un mercenario, señor Jémez, se vende por dinero, no entiende de sentimientos ni de compromisos, y yo sigo creyendo, disculpe que sea un iluso, en que a los jugadores que no sientan los colores de un equipo se les reconoce desde que saltan al campo.
Casi ha desaparecido la cantera y durante buena parte del partido jugamos al patadón, como si fuéramos un conjunto entrenado por Maguregui o por Clemente, con Chichizola lanzando pelotazos que no llegaban a ningún destino. Ahora podría escribir que todo es maravilloso y que nos sentimos los aficionados más felices del planeta. Y claro que me siento feliz escribiendo estas líneas, pero no me gusta lo que veo en el césped, y espero que poco a poco logremos conciliar el buen juego con la victoria, porque no siempre tendremos esa suerte del último minuto. Sí es cierto que esta victoria sirve para que sigamos creyendo en lo que hace apenas unas jornadas nos parecía imposible, y es verdad, a qué negarlo, que cuando gana la Unión Deportiva uno se siente mucho más dichoso. Seguimos en Primera y tenemos la salvación a tres puntos. Queda un mundo, pero por lo menos ya sabemos que ese mundo puede ser también el nuestro.
Casi nadie elegiría un lunes laborable para su día de gloria, y menos un lunes laborable frío y lluvioso, pero así está el fútbol y así lo están matando poco a poco, alejándolo cada vez más del mito, de la épica y de la cercanía al ídolo reconocible, y lo alejan sobre todo de la infancia, porque a esa hora un niño no puede ir a compartir el destino de su equipo. También lo alejan de la fidelidad a unos colores o a unos jugadores. Me imagino a esos niños que coleccionaron las estampas de la Unión Deportiva al comienzo de la temporada buscando los nombres conocidos en el campo, porque, de repente, cuatro meses después del primer partido, uno no conoce ni a sus propios jugadores, y así, ya digo, nos alejarán cada vez más, a los niños y a los que nos nutrimos con el eco de la infancia para seguir aguantando soporíferos partidos.
Pero llegado el momento uno es capaz de confundir los molinos con gigantes para que no se acabe la fiesta, y nos olvidamos de los horarios y de las apuestas, de las audiencias y de toda esa codicia que arrasa con lo que realmente merecía la pena. Solo queríamos ganar el partido contra el Málaga. Si no hubiéramos ganado sabíamos que se terminaba un sueño. Hace semanas éramos muchos los que dábamos por perdido ese sueño, pero ya digo que al final uno se agarra al clavo ardiendo de cualquier circunstancia para que no lo descabalguen en mitad del camino.
Ayer me decía mi amigo Francisco Santana Cruz que cuando hizo la mili en Vitoria se iba a San Mamés a ver a la Unión Deportiva, y que el estadio bilbaíno estaba lleno hasta la bandera cuando jugaba el equipo amarillo. Allí decían que solo llenaban el estadio con Real Madrid, el Barcelona, la Real Sociedad y la Unión Deportiva Las Palmas. Con nosotros no buscaban la rivalidad ni la lucha por el título de Liga: lo que les llevaba al estadio era el estilismo de nuestro fútbol, la magia de nuestra cantera, el toque sutil que hacía que el balón volara sobre el barro bilbaíno. El próximo viernes regresaremos a San Mamés sin ser ya ni una sombra de todo lo que fuimos, sin el aire de cantera de aquel fútbol que sí ha logrado conservar el Athletic; pero ahora toca salvarnos y ganar en Bilbao, aunque sea otra vez en el último minuto del partido. Ojalá nos aplaudan como entonces.