miércoles, 28 de febrero de 2018

Los imposibles y los días de gloria

Si el fútbol no fuera un deporte de imposibles no hubiera enganchado a nadie en estos dos siglos. Yo vi perder varias veces al Barcelona en el Insular, con Cruyff, con Neeskens, con Schuster, y hasta vi cómo derrotábamos al Barça de Maradona (aunque luego perdiéramos la semifinal de Copa en los penaltis) en un encuentro que hubiéramos ganado por goleada si Masciarelli hubiera estado más acertado todas las veces que se quedó solo delante de Urruticoechea. Aquel día Félix Marrero, con el apoyo de Benito, frenó al astro argentino cuando estaba en su mejor momento. Ya sé que ha llovido mucho desde entonces y que hemos pasado de dos o tres extranjeros a distancias siderales en el presupuesto y en las plantillas. Así y todo siguen jugando once contra once y el estado de ánimo, la motivación o el saltar al campo pensando que eres el mejor del mundo puede llamar al milagro y a esos imposibles de los que hablaba al principio. En una situación casi tan desesperada como la que vivimos ahora le dimos la vuelta al marcador y le marcamos tres goles al Madrid de la Quinta del Buitre en diez minutos. Ya sé que no se vive del pasado, pero ese pasado existe para que recordemos el simbolismo de nuestra camiseta, lo que representa ese escudo y lo que genera en muchos aficionados de todas las edades sembrados por todo el planeta.

Estos días me acusan de ser crítico con Las Palmas en mis comentarios. Ojalá pudiera escribir algo distinto y no ver cómo salimos a empatar, con esa camiseta de la que hablo, contra el Leganés, y encima terminando sin ningún jugador canario en el terreno de juego, cuando nos estamos jugando la vida y el descenso. Se equivoca quien cree que los que criticamos lo que se hace mal somos unos desleales seguidores de la Unión Deportiva. También se equivocan los que creen que estamos deseando que pierda. No querré nunca que pierda Las Palmas ni en los amistosos de cualquier torneo de verano y aguachirle. Si le ganáramos al Barça podríamos salir del descenso, y sí, ya sé que hoy por hoy ese equipo es casi inalcanzable, sobre todo si Messi decide jugar a la pelota como sabe. Pero hasta que comience el partido tenemos que recordar las viejas gestas, y yo invitaría a los responsables de la Unión Deportiva a que le pusieran a los jugadores, justo antes de saltar al campo, los vídeos que existen de aquellas noches memorables. También entonces el Barça era un equipo de otra galaxia y nosotros estábamos lejos de sus oropeles, sus figuras y su presupuesto. He visto de todo en el fútbol, y me gustaría ver cómo la Unión Deportiva le gana al Barça de Messi, Piqué, Busquets y Luis Suárez. No es imposible, y si lo es, el fútbol, mientras sea fútbol, siempre deja una rendija por la que colarnos en la gloria de los días inolvidables.

sábado, 24 de febrero de 2018

Como cualquier febrero

La planicie termina aburriendo. Lo que no cambia se vuelve gris y anodino. La Unión Deportiva ya no sabe a lo que juega, carece de referencias, mueve el balón sin criterio y no busca la portería contraria. Jugábamos contra el Leganés. No nos enfrentábamos al Real Madrid, al Barça o al Villarreal. Esos equipos vienen ahora. Por eso había que salir a ganar contra el Leganés. Pero contra el equipo pepinero jugamos con más miedo, menos ambición y más cobardía que contra cualquiera de los grandes. Terminamos perdiendo tiempo para sacar un empate, como si un empate, el segundo punto en tres partidos, nos fuera a sacar de la zona de descenso. Si no perdimos en la segunda parte como el día del Girona fue porque en la portería estaba Chichizola, que hoy se disfrazó de Daniel Carnevali, parando todo lo que llegaba a su marco, muchas veces con estiradas de gato como las que le recuerdo al portero argentino de los años setenta, cuando Las Palmas fichaba mundialistas y jugadores consagrados y no andábamos buscando los saldos del mercado. Qué vergüenza, por cierto, la discusión de tres de esos recién llegados al final del partido. Etebo y Gálvez trataban de colocar a Aguirregaray en una falta lateral del Leganés, pero el uruguayo actuó como si oyera llover, importándole un pito la colocación de la defensa. Esos son, aunque nos duelan, los comportamientos de los mercenarios, y eso es lo que tenemos.

Febrero es un mes loco en Madrid. El sábado que menos te lo esperas se te puede presentar un día de verano. La Unión Deportiva se parece a ese febrerillo loco de la capital. No sabes qué te vas a encontrar antes de comenzar los partidos, y no digamos antes de empezar una temporada. En pleno invierno igual te dicen que lleves mangas de camisa porque el día amanece de verano, eso es lo que ha pasado con el cambio de canteranos por mercenarios, o cuando te cambian los nombres de la alineación de un partido para otro, o cuando directamente desaparecen los que tres semanas antes te decían que eran los que lograban que fuéramos diferentes. Pues eso, la Unión Deportiva Las Palmas ahora mismo es como un febrerillo loco que no tiene remedio.

Recuerdo hace veinte años un partido de Segunda División entre el Leganés y Las Palmas en el viejo estadio pepinero. Era un domingo de enero o febrero por la mañana y hacía un frío que helaba hasta el alma. Me acuerdo de ver al Flecha Rojas corriendo por la banda entre la neblina. Todos pensábamos que con aquella delgadez se acabaría congelando en cualquier despiste. Muchos años después también hacía frío en Leganés, y nuestros jugadores se jugaban otra nueva oportunidad para salir del descenso en esa Liga que ya parece claro que nos jugamos cuatro equipos condenados al martirio hasta que alguno se haga el harakiri o se aleje definitivamente del resto. Nosotros teníamos que ganar en Leganés, y ese partido era casi como un encuentro jugado en casa, porque en casa lo que nos viene ahora es para asustarse. Sin embargo salimos a no jugar, o a que no nos marcaran, contra el Leganés, nada menos que contra el Leganés, que no es precisamente el Manchester de Guardiola. En el refranero también se dice de febrero que es un mes fullero. Como la actual Unión Deportiva. La fullería es una trampa. Nuestra trampa es la traición a nuestros propios principios futboleros.

lunes, 19 de febrero de 2018

La lógica del mercenario

Sandro Ramírez ni siquiera llegó a jugar en la Unión Deportiva, ni David Silva. Se los llevan desde niños, desde que marcan tres o cuatro goles en un partido de infantiles. Roque Mesa volvió al Gran Canaria, pero con la camiseta del Sevilla y después de estar unos meses en el Swansea, Vitolo jugaba el pasado año por estas fechas en el Sevilla, jugó luego en la Unión Deportiva y ahora lleva la camiseta rojiblanca del Atlético de Madrid. Y Viera, cómo no iba pasar lo que ha pasado con Viera, se va a China como hace unos años se fue a Valencia, a Vallecas o a Lieja. Este es el fútbol del siglo veintiuno, una gran casa de apuestas en la que solo ganan los que especulan.

El Sevilla es un ejemplo de adaptación a ese nuevo escenario futbolístico
El Sevilla es un ejemplo de adaptación a ese nuevo escenario futbolístico. Ha ganado varios títulos en los últimos años, pero sabe que cada éxito es una desaparición de media plantilla. No se queja. Hace caja y ficha nuevamente con criterio, con un cierto riesgo y con una planificación deportiva. Ahí está la diferencia con la Unión Deportiva. Nosotros vendemos a grandes jugadores y luego traemos mediocridades que no rinden y que se llevan ese dinero que, como mal menor, podían destinar a la cantera. Hace muchos años, antes de que existiera el equipo amarillo, los jugadores del Victoria o del Marino se iban como Viera. Entonces solían recalar en Madrid, tan lejos en aquel tiempo como ahora China. Siempre ha sido así, al igual que Las Palmas se lleva a los jugadores del Guía o del Santa Brígida sin que estos equipos puedan hacer nada por retenerlos.

Escribo todo esto porque el partido contra el Sevilla, en lugar de ser otra final, era el de la nueva despedida de Jonathan Viera, nuestro último refugio, el gran jugador, por el que valía la pena estar noventa minutos viendo un encuentro, el virguero, el creativo, el distinto, aunque contra el Sevilla fuera la sombra de sí mismo, acelerado y con la cabeza más cerca de Beijing que de Arucas. Nunca estuvimos del todo en el abismo porque estaba Jonathan Viera. Ahora solo nos queda el músculo y la fuerza, y ese es un mal consuelo con tantos meses por delante y con una plantilla, según definió nuestro entrenador, de mercenarios.

No generamos oportunidades, no jugamos a nada y además renegamos de todo lo que nos había hecho grandes, de nuestra forma de entender el fútbol, del toque, del arte y de la pausa. Sin Viera, mucho me temo que no habrá ningún titular canario en la Unión Deportiva en los próximos partidos, y esa sí es para mí la peor de las noticias, venirnos abajo y además renunciar a todo lo que fuimos. Marcamos de penalti en el minuto ochenta y uno de partido y nos anularon un gol válido en el último segundo que nos hubiera dado un punto. Hasta los árbitros se equivocan en contra de la Unión Deportiva. Todo lo demás es como un carnaval grotesco, un equipo disfrazado de amarillo que no tiene casi nada nuestro. Lo dijo Jémez, y si vas al RAE la primera acepción de mercenario que te encuentras es la siguiente: dicho de un soldado o de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero. En eso estamos. Con eso contamos. Y no era eso lo que queríamos los aficionados, asistir a nuestra caída con jugadores de fuera. Vicente Gómez está viendo los partidos desde la grada. Ni siquiera tiene hueco en el banquillo. Prefieren a Nacho Gil y a Jairo.

viernes, 9 de febrero de 2018

Iribar, Aguirregaray y las matemáticas

Me imagino al abuelo de Aguirregaray hablándole de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Y luego casi logro ver a su padre describiéndole la sobriedad de Iribar, los regates de Chechu Rojo o las faltas que tiraba Dani a la escuadra. Está claro que los ancestros de Aguirregaray no son de Huelva ni de La Gomera, y por eso intuyo que al verse jugando en el nuevo San Mamés volvería sobre la marcha a su infancia uruguaya y al eco de las palabras de esos antepasados vascos y futboleros. Y digo esto porque para mí el jugador más vasco de los que jugaron en Bilbao fue el lateral uruguayo. En los primeros siete minutos cortó un balón en su área anticipándose al delantero que se quedaba solo y se inventó un regate como los que me imagino que le contarían sus antepasados cuando hablaban de Panizo o de Manu Sarabia. Ya nos sorprendió en el partido contra el Málaga, pero en San Mamés ratificó esa impresión inicial. Y al igual que él, todo el equipo se mantuvo firme y seguro durante casi todo el encuentro.
Menos mal que los jugadores de Las Palmas que saltaron al campo nunca vieron jugar a Iribar. Es verdad que Germán le logró marcar goles inolvidables o que Mamé León lo regateó en el antiguo San Mamés en una victoria épica, pero les aseguro que para los niños de mi generación ver a Iribar vestido de negro en el Estadio Insular impresionaba y casi nos hacía creer que sería imposible encontrar un hueco por donde marcar un gol ante un hombre tan alto y tan bien colocado bajo los palos. Kepa, el actual portero del Athletic, no le va a la zaga, pero los mitos ya no son los mismos, y en la tele todos los jugadores se vuelven pequeños. Por eso los jugadores amarillos no se impresionaron cuando vieron al Chopo entregándole un trofeo a Adúriz al principio del partido. Jugaron sin complejos, sin desmoronarse en la segunda parte, teniendo opciones todo el tiempo y siendo competitivos, que no es poco después de muchos partidos viendo al conjunto amarillo como un alma en pena por el césped de los estadios que visitaba. Sumamos un punto, que no es mucho, pero que ahora mismo puede ser un potosí si seguimos ganando los partidos de casa.
La vida es un argumento que cambia en un parpadeo. El fútbol no voy a decir que sea un reflejo de la vida, pero sí diría que es un espejo en el que se termina reflejando la sociedad que tenemos en cada momento. Vivimos días trepidantes, consumistas, desmemoriados, exaltados y, sobre todo, caóticos. Pues es eso es también el fútbol, caótico y desmemoriado, un mercadeo de intereses cada día más vergonzante en donde un día te dicen que tu equipo se nutre de canteranos y al siguiente te encuentras que esos canteranos son casi todos uruguayos, nigerianos o argentinos. Y te acostumbras a ese destino proteico o tiras la toalla. Sabina cantaba que no hay más ley que la fiebre del oro en las minas del rey Salomón. Y eso es lo que también sucede en el fútbol; pero nosotros, los que vimos jugar a Germán y a Iribar, no podemos dejar de seguir a la Unión Deportiva por más que llueva, se arruine, descienda o traicione sus principios. También aprendemos que en el fútbol las matemáticas nunca son exactas. Ahora hay que ganarle al Sevilla el próximo sábado. Ya no somos aquel equipo de alfeñiques que se desmoronaba con el primer ventanero en contra.

lunes, 5 de febrero de 2018

El clavo ardiendo

La derrota era el final; el empate, casi un epílogo, y lo poco que nos quedaba era la suerte del último minuto. Y llegó esa suerte, porque el partido contra el Málaga lo decidió la suerte y el empuje de una afición que se merece que Las Palmas desafíe todas las estadísticas y todas las lógicas para quedarse entre los grandes. No lo merecen quienes han tomado las decisiones que nos tienen al borde del abismo, pero sí ese niño y ese padre que vi bajar la calle Juan de Quesada a las seis de la tarde, los dos con la bufanda amarilla, creyendo en el milagro y en que sus gritos de ánimo servirían para algo. No me gustó que Jémez dijera que quería un equipo de mercenarios: un mercenario, señor Jémez, se vende por dinero, no entiende de sentimientos ni de compromisos, y yo sigo creyendo, disculpe que sea un iluso, en que a los jugadores que no sientan los colores de un equipo se les reconoce desde que saltan al campo.
Casi ha desaparecido la cantera y durante buena parte del partido jugamos al patadón, como si fuéramos un conjunto entrenado por Maguregui o por Clemente, con Chichizola lanzando pelotazos que no llegaban a ningún destino. Ahora podría escribir que todo es maravilloso y que nos sentimos los aficionados más felices del planeta. Y claro que me siento feliz escribiendo estas líneas, pero no me gusta lo que veo en el césped, y espero que poco a poco logremos conciliar el buen juego con la victoria, porque no siempre tendremos esa suerte del último minuto. Sí es cierto que esta victoria sirve para que sigamos creyendo en lo que hace apenas unas jornadas nos parecía imposible, y es verdad, a qué negarlo, que cuando gana la Unión Deportiva uno se siente mucho más dichoso. Seguimos en Primera y tenemos la salvación a tres puntos. Queda un mundo, pero por lo menos ya sabemos que ese mundo puede ser también el nuestro.
Casi nadie elegiría un lunes laborable para su día de gloria, y menos un lunes laborable frío y lluvioso, pero así está el fútbol y así lo están matando poco a poco, alejándolo cada vez más del mito, de la épica y de la cercanía al ídolo reconocible, y lo alejan sobre todo de la infancia, porque a esa hora un niño no puede ir a compartir el destino de su equipo. También lo alejan de la fidelidad a unos colores o a unos jugadores. Me imagino a esos niños que coleccionaron las estampas de la Unión Deportiva al comienzo de la temporada buscando los nombres conocidos en el campo, porque, de repente, cuatro meses después del primer partido, uno no conoce ni a sus propios jugadores, y así, ya digo, nos alejarán cada vez más, a los niños y a los que nos nutrimos con el eco de la infancia para seguir aguantando soporíferos partidos.
Pero llegado el momento uno es capaz de confundir los molinos con gigantes para que no se acabe la fiesta, y nos olvidamos de los horarios y de las apuestas, de las audiencias y de toda esa codicia que arrasa con lo que realmente merecía la pena. Solo queríamos ganar el partido contra el Málaga. Si no hubiéramos ganado sabíamos que se terminaba un sueño. Hace semanas éramos muchos los que dábamos por perdido ese sueño, pero ya digo que al final uno se agarra al clavo ardiendo de cualquier circunstancia para que no lo descabalguen en mitad del camino.
Ayer me decía mi amigo Francisco Santana Cruz que cuando hizo la mili en Vitoria se iba a San Mamés a ver a la Unión Deportiva, y que el estadio bilbaíno estaba lleno hasta la bandera cuando jugaba el equipo amarillo. Allí decían que solo llenaban el estadio con Real Madrid, el Barcelona, la Real Sociedad y la Unión Deportiva Las Palmas. Con nosotros no buscaban la rivalidad ni la lucha por el título de Liga: lo que les llevaba al estadio era el estilismo de nuestro fútbol, la magia de nuestra cantera, el toque sutil que hacía que el balón volara sobre el barro bilbaíno. El próximo viernes regresaremos a San Mamés sin ser ya ni una sombra de todo lo que fuimos, sin el aire de cantera de aquel fútbol que sí ha logrado conservar el Athletic; pero ahora toca salvarnos y ganar en Bilbao, aunque sea otra vez en el último minuto del partido. Ojalá nos aplaudan como entonces.