sábado, 31 de marzo de 2018

Para que esto no suceda nunca más

A lo mejor la cosa fue así: para chulos ellos, chulos nosotros. “Oye, que están diciendo que no viene ni Cristiano, ni Marcelo, ni Ramos, y que el Real Madrid tiene claro que aquí gana incluso con los veteranos, que lo mismo saltan Amancio y Santillana y nos marcan ocho goles”. La verdad es que como aficionado a Las Palmas duele mucho que el Real Madrid se permita dejar a los mejores fuera del partido. Eso no hubiera pasado hace un año, ni sucedía cuando yo era niño.

En el Estadio Insular no hubo equipo que no alineara a los mejores. Eran otros tiempos. Nos respetaban y nos hacíamos respetar; pero cualquiera que desde fuera haya observado las incoherencias de la Unión Deportiva desde hace más de un año, sabe que puede ganar aquí con cualquier equipo bien armado, porque justamente lo que no hemos sabido armar el último año es un equipo, un once equilibrado que sepa a lo que juegue, o que juegue como quiera el entrenador.

No vamos a enumerar los entrenadores de este año y los cambios bruscos de sistemas, las improvisaciones y las debacles porque, por desgracia, las conocemos todos. Pero sí vuelvo a lo del primer párrafo, parece como si con la decisión de dejar fuera a Tana Las Palmas hubiera querido igualar la chulería del Madrid. “Bueno, si ellos dejan en casa a Cristiano nosotros también dejamos fuera a uno de los que bailó al Madrid hace año y medio en el Bernabéu, al jugador que ponemos en partidos en los que apenas puede tocar dos balones porque son equipos correosos, lo dejamos en la grada porque vamos sobrados y porque tenemos talento para regalar, pues eso, que vea el partido desde fuera que ya tenemos a Jairo y compañía para enfrentarnos al Madrid menos Madrid que ha visitado a la Unión Deportiva en muchos años”.

Circulan mil razones sobre la ausencia de Tana, pero a mí me recuerda a lo de Remy, cuando echas al mejor delantero a las primeras de cambio por un quítame allá esas pajas. Tampoco entiendo lo de Toledo, un jugador desequilibrante que podría encontrar espacios contra los equipos que vienen a atacar. Y sí, ya sé que jugarnos la permanencia contra el Real Madrid no era lo previsto, pero no quedaba otra si queríamos mantenernos en Primera. Perdimos cero a tres y ahora visitamos al Levante con siete puntos de desventaja, lo que quiere decir que aunque ganemos no dependeremos de nosotros mismos y nos seguirían aventajando en cuatro puntos, vamos, que esta vez sí es verdad que ni la Virgen del Pino nos sacará de la consecuencia lógica de nuestras propias decisiones.

Creo que lo mejor que puede hacer Las Palmas es centrarse en un nuevo proyecto, y repito la palabra proyecto. No me imagino al Athletic de Bilbao cambiando de canteranos a mercenarios de la noche a la mañana. Si se ha mantenido toda la vida en Primera es porque tiene un proyecto y lo defiende a carta cabal todo el tiempo.

Creo que los que mandan tienen claro qué es lo que le gusta al aficionado de Las Palmas. Lo recuerdo: buen juego, toque, fantasía, cantera y amor propio, esas señas que eran reconocibles hace un año en todas partes. Hace un año, el Real Madrid no hubiera dejado a los mejores en la capital de España. Tampoco lo hacía hace cuarenta años. Generalmente nos damos cuenta de nuestra valía al ver la reacción de los otros. Da lo mismo que queramos engañarnos. No nos respeta nadie hace mucho tiempo. Y lo peor es que fuimos nosotros mismos los que no respetamos nuestra historia ni la memoria que nos dejaron nuestros abuelos.

Por Alfonso Silva, por Rafael Mujica, por Juan Guedes, por Tonono, por Estévez y por todos los ex jugadores que ya no están entre nosotros. Por los aficionados que se fueron amando estos colores. Por los niños que volvieron a ponerse la camiseta de la Unión Deportiva en los últimos tres años. Miremos hacia delante y cambiemos cuanto antes el rumbo caótico y delirante del último año. Que nunca más nos dejen de respetar de esta manera.

sábado, 17 de marzo de 2018

Solo cenizas

A veces llega el desastre sin que nos demos cuenta, pero otras veces los diluvios se vienen anunciando mucho tiempo antes, y es que asomarse a un descenso después de haber rozado el Nirvana es como un diluvio, como una caída en el abismo, sobre todo en el fútbol, donde tan dados somos a los extremos, a encumbrar con la misma facilidad con la que luego enterramos lo que fue grandioso, o lo que soñamos que llegaría a serlo. Y si no que le pregunten al Dépor, al que ganó una Liga y una Copa del Rey en los noventa, y al que se paseaba por Europa con Valerón y compañía derrotando a todos los grandes en sus estadios. Nosotros no hemos vivido esos días de gloria, pero nos valen subcampeonatos y muchos partidos memorables.

La derrota ante el Villarreal nos dejó aliquebrados y casi sin esperanzas, no tanto por el partido, que fue nefasto, de lo peor que le hemos visto a Las Palmas, como por la actitud del entrenador, por esa arrogancia y esa altanería de chulo de barrio. Si ya te dicen, y además con lenguaje soez y con aire perdulario, que los jugadores y que él no valen para Las Palmas, todo lo que quieras subir en tu ánimo termina bajando cuando escuchas ese eco de Paco Jémez que escucharon los niños y los aficionados de todo el mundo hispanohablante. Y luego está el desplante a la prensa, esa vieja estrategia de atacar para que no te ataquen, esa huida hacia delante con el grito y el despropósito.

Claro que no nos condenaban todavía las matemáticas, pero sí la lógica, la filosofía, la historia y ese sentido común que, como decía al principio, anticipa los diluvios lo mismo que una rodilla malherida anticipa los inviernos antes de que lleguen a los calendarios.

Los jugadores saltaron al campo demostrando una actitud muy distinta a la del último partido, y eso es algo que agradecemos los aficionados, tan famélicos y tan necesitados de alicientes y de goles que nos despabilen. Ya luego, como casi siempre, fuimos cediendo al empuje del Dépor y al final parecía que eran ellos los únicos que se jugaban su destino en el encuentro. Y no era así, el destino ha dejado casi moribundos a dos equipos que al principio de temporada soñaban con jugar en Europa. El ganador de este partido fue, sin duda, el Levante, otro equipo que, como el Alavés hace unos meses, dice adiós a ese abismo que se asoma ante nosotros.

Ya dije hace unos días que nos esperaba un largo invierno. Si hubiéramos ganado en Coruña aún mantendríamos viva alguna esperanza, o volveríamos a olvidar todos los malos presagios sobre la marcha, pero un empate es más de lo mismo, una herida que sangra sin remedio, una pena para todos. Poco a poco tendremos que ir asumiendo nuestra nueva condición de descendidos, y también tendremos que volver a escuchar el nombre de equipos que creíamos que iban a quedar lejos mucho tiempo. Fuimos nosotros mismos los que nos inmolamos, o mejor hablamos con propiedad y decimos que fueron ellos mismos, los que dicen que mandan en el equipo y que saben lo que hacen.

domingo, 11 de marzo de 2018

El largo invierno

No generamos ocasiones, no defendemos con criterio y no sabemos a lo que jugamos. Volvimos a los riesgos suicidas, al día del Girona justo cuando todos confiábamos con reencontrar el espíritu que tuvimos contra el Barça. Así no nos mantendremos en Primera, así no, porque así no se gana ningún partido. No perdimos cinco a cero porque los delanteros del Villarreal se empeñaron en fallar goles cantados durante todo el encuentro. Y encima le quitamos la confianza a un jugador que nos demostró en Vigo que esta para jugar en Primera. Jémez eligió a Erik Expósito, un chico de la cantera que empieza y que necesita confianza para seguir creciendo, como cabeza de turco en el descanso, y la verdad es que nadie entendió los cambios, ni siquiera la lógica del fútbol, ese abecé que se entiende que conocen los entrenadores mejor que nadie. En toda la segunda mitad solo rematamos a puerta después de dos saques de esquina. Las Palmas se terminó pareciendo a cualquier equipo británico del montón de los años setenta, como si el césped fuera un barrizal, como si nuestro fútbol, de repente, nos lo hubieran cambiado de arriba abajo. Se terminó la fiesta. Se acabó el fútbol de toque, y se nos olvidó el orden táctico, el criterio, la cabeza, el repliegue, los desmarques, las paredes y, por supuesto, los remates a portería después de una jugada de equipo. Y sí, fue contra este mismo equipo contra el que marcamos aquel gol de Boateng que todos mantendremos a la memoria, el culmen de una coreografía casi poética en los días en que nuestro juego se asemejó al de nuestros mejores tiempos.

Por fin disputábamos una de nuestras muchas finales un domingo por la tarde. Y es que era una final. Había ganado el Levante y lo teníamos a cuatro puntos si perdíamos y a tres si empatábamos. Por tanto, esta vez solo nos valía la victoria. Ya van quedando menos partidos, y las matemáticas sí se convierten ahora en una espada de Damocles cuando las unimos al tiempo y a las perspectivas, y no digamos a las evidencias, a esas razones innegociables a las que no se consigue engañar con medias mentiras o con falsas verdades. Ahora que todo se ha escorado hacia el lado más peligroso, parece que nadie ha tenido la culpa de este casi hundimiento de la Unión Deportiva Las Palmas, de la marcha de Quique Setién y de todos los sueños rotos que se han ido quedando en el camino durante los últimos meses. Lo que sí tengo claro es que la afición amarilla no tiene un pelo de tonta. Nos mueve el equipo, y vamos a seguir animándolo hasta el último aliento, pero ese tiro en el pie que nos pegamos hace más o menos un año por estas mismas fechas aún retumba en las improvisaciones, el mal juego y la falta de identidad del equipo amarillo.

Todos queríamos ver a Erik Expósito en el Gran Canaria, pero todos nos preguntábamos también por qué se ha tardado tanto en darle una oportunidad, por qué se ha mercadeado con tantas mediocridades delanteras y por qué, de repente, dejamos de mirar a la cantera, a la misma cantera que ha llenado las arcas amarillas con los traspasos de Vitolo, Roque Mesa o Jonathan Viera. Los mercenarios están bien para las guerras desesperadas, pero espero que entiendan en la casa amarilla que sin cantera y sin juego de toque cada vez se alejará más gente del estadio de Gran Canaria. Quedan pocos días para la primavera, pero mucho me temo que nosotros la tendremos que mirar desde muy lejos. Nos espera un largo invierno, de esos que van helando los sueños a medida que reconocemos que la carroza rutilante se nos volvió una calabaza como la que llevábamos viendo muchos años.

lunes, 5 de marzo de 2018

Las inercias y los lunes

La euforia suele ser un estado transitorio, casi una locura, pasajera y efímera, hasta que despiertas y te encuentras un escenario distinto al de los vítores y los aplausos. Nunca se puede estar en la cima todo el tiempo: o te congelas o te asas de calor, o sencillamente te aburres. La Unión Deportiva se subió a una ola euforizante tras el empate ante el que posiblemente sea el mejor equipo del planeta, y ante el que sin duda sí es el mejor jugador del momento. Pero tras esa ola llegaron varias bajamares y pleamares, y de repente nos vimos jugando otra vez un lunes, en Galicia, y contra el Celta de Vigo. Si ganábamos salíamos del descenso, pero lo que nos preocupaba era la actitud de los jugadores, si iban a salir como el día del Barça o como el día del Leganés o del Girona. Y salieron como queremos que salgan a jugar los partidos. Nos adelantamos en el marcador y no nos encerramos atrás. Perdimos en lo físico, en un final de la segunda parte en donde no pudimos aguantar el ritmo de partido y nos vimos superados casi al final, después de que nos adelantáramos con un golazo de Erik Expósito, justo donde su bisabuelo había marcado noventa años antes; pero no estaban los argumentos para realismos mágicos y perdimos el partido, que no las opciones de salvación.
Vi el encuentro en una terraza del Parque Santa Catalina con Juancho Armas Marcelo. Juancho jugó en el Juvenil A de la Unión Deportiva, en el amateur del Real Madrid y fue campeón de España universitario con la Complutense de Madrid. Cuando nos reunimos nos gusta hablar tanto de fútbol como de literatura, y si quieren saber de la épica de Las Palmas lean su novela Cuando éramos los mejores, con el gran Correa como personaje reconocible de los años gloriosos de la Unión Deportiva. Mirábamos a los extranjeros de los cruceros atentos a lo que hacía Las Palmas y el gol de Erik casi hizo retumbar el suelo que se esconde en ese espacio emblemático de la capital que contara Orlando Hernández en su Catalina Park.
Queda un mundo, y no solo suman nuestros resultados. En estos momentos, son tan importantes nuestros guarismos como los del Levante, el Deportivo y el Málaga, y hay que reconocer que estos tres equipos nos lo están poniendo fácil. Seguimos teniendo la salvación a tiro de piedra, y ya da lo mismo que venga el Villarreal que el Real Madrid. Garantizando la seguridad defensiva, esa salvación que muchos dimos por imposible hace unas semanas aún puede conseguirse, pero otra cosa será el futuro, en Primera o en Segunda. Quien manda en Las Palmas debería mantenerse al margen de las decisiones deportivas y dejar que sean los que saben de fútbol quienes confeccionen la plantilla y planteen un proyecto de futuro. Este año, suceda lo que suceda, creo que está para aprender y no para sacar pecho si nos salvamos de la quema o para hundirnos si descendemos. Lo que más me preocupa es el proyecto, si vamos a ser un equipo de cantera o de mercenarios, si vamos a jugar al toque o al pelotazo y si, por fin, se instalará la coherencia en la casa amarilla. De momento estamos inmersos en una lucha en donde solo nos queda apretar los dientes, mantener la portería a cero y volver a sumar puntos cuanto antes. La afición tendrá mucho que ver en ese reto. El Gran Canaria debe ser una plaza inexpugnable, una cita de energías y de ánimos positivos como lo ha sido cada vez que ha llegado una cita importante en los últimos años.

jueves, 1 de marzo de 2018

La felicidad del niño con la camiseta amarilla

No pedíamos más. Pudimos haber ganado, pero ese empate vale más que un punto. Ha vuelto a unir a la afición con el equipo, y el equipo, por fin, se ha creído grande, capaz de ganarle a cualquiera. Uno es lo que se cree, eso queda claro, y esa camiseta amarilla volvió a ser épica, distinta, reconocible. Vi la cara de felicidad de un niño con la camiseta de la Unión Deportiva cuando acabó el partido. Me recordó a mí hace muchos años. A su lado iba otro niño con la camiseta de Messi. El niño del Barça iba cabizbajo, casi derrotado, y el niño de amarillo paseaba ufano cerca de él. No tenía que decirle nada. Ya sus jugadores habían hablado en el campo. Podía nombrar a Gálvez, a Aguirregaray, a Etebo o a Calleri. Quizá fueron los mejores, pero esta vez hay que hablar de todo el equipo, felicitar a todos los que jugaron. Les agradecemos esos minutos de felicidad después de tanto tiempo. Y encima, bajando en la guagua, marcó el Alavés contra el Levante. Ese gol se cantó en la 91 casi tan alto como el de Calleri. Todo salió perfecto. Ahora tenemos que recordar este partido para saber que le podemos ganar a cualquiera, que tenemos que salir sin complejos contra todos los rivales y que la salvación depende de nosotros: esa es la mejor noticia después de haber estado tanto tiempo en el pozo del desastre y de la indiferencia.
La lógica no se impone siempre, y la exactitud de las matemáticas, el uno más uno, lo inevitable, no cuenta en el fútbol. Hasta que comienza el partido te aferras a esa mínima probabilidad, y la vas alimentando muchas horas antes, visualizas ese encuentro, lo comparas con otros momentos memorables, y casi llegas a sentir la alegría de lo que sueñas aun sabiendo que es casi imposible, porque a estas alturas ya sabemos que los prolegómenos y los preliminares son a veces más placenteros que los acontecimientos, o que en los finales, ganes o pierdas, se apaga mansamente la luz del escenario. Pero ese escenario, ya sin nadie, que fue el césped del Gran Canaria, nos hizo revivir los viejos tiempos, que tendrían que ser también los venideros, los de la victoria y los de un equipo con solera y con galones de sobra para mantenerse en Primera.
Camino del estadio de Gran Canaria, los aficionados amarillos nos mirábamos como si necesitáramos de otro aliado para seguir manteniendo vivo nuestro anhelo. Todos estábamos allí porque confiábamos en el milagro, en jugarle de tú a tú al equipo de Messi para contárselo algún día a nuestros nietos. Cuando empezó el partido ya fuimos viendo nuestras posibilidades, asumiendo nuestros muchos defectos y confiando en el talento de los nuestros. Ni siquiera con el equipo y el juego que propuso Setién pudimos hacer nada contra ese equipo galáctico, talentoso y exquisito que sigue la estela de Cruyff y de Guardiola como una hoja de ruta que conduce a la gloria y a la leyenda. Y luego está Messi. Todos los demás jugadores se apagan cuando él juega, es un lujo ver a Messi tan cerca, y de alguna manera sabes que estás viendo algo casi sagrado en la historia del fútbol, uno de esos fenómenos que a lo mejor no tendrá continuidad nunca más, casi un dios de este deporte, aunque yo sea de los que se quedó prendado de Maradona para siempre, porque Diego salió directamente de las chabolas de Villa Fiorito al Olimpo de las grandes gestas, y porque era menos Dios que Messi, más humano, menos regular, pero creo que mucho más imaginativo y sorprendente. Pero comparar a Maradona y Messi es como comparar a Mozart con Beethoven, un trabajo baldío y sin sentido. Ayer, el equipo de Messi, y el propio Messi, no pudieron con la Unión Deportiva Las Palmas, y eso es lo que nos deja ese halo de alegría de las noches memorables. Pero nuestra competición sigue teniendo cuatro equipos y hay que intentar salvarnos siendo el primero de esa popa alejada de los fastos de las estrellas. Balaídos es el próximo destino. Salgamos a ganar. Sumemos tres puntos para vernos un poco más cerca de la orilla y para que el foco no nos deje lejos de donde se citan las leyendas.