domingo, 23 de octubre de 2016

Las vueltas que da el fútbol

Ya he escrito que el fútbol no es más que un reflejo de la vida. Los cambios de rumbo son parecidos, eso que llamamos las vueltas de la vida y que aquí llamaremos las vueltas del fútbol. Solo así se entiende que un año después estemos viendo a Las Palmas como no la habíamos visto jugar en casi tres décadas. Llegó Setién cuando parecía que estábamos condenados a ser una estrella fugaz entre los grandes, un equipo de paso que solo dejaría una estela de olvido.
Y todo comenzó contra el Villarreal, como si el destino que escribe las páginas de este juego que tanto nos apasiona ya tuviera clara la trama y hasta el desarrollo de la misma. Hace un año había un jugador olvidado que casi no había vestido la camiseta amarilla. Me lo imagino planteándose su retirada o su cesión a un equipo de Segunda División. Ese jugador se convirtió en titular de la noche a la mañana tras la llegada de Quique Setién y Eder Sarabia, y ayer quiso agradecer esa confianza dibujando una de las asistencias más hermosas que recuerdo en un terreno de juego. Y gracias a esa apuesta por el fútbol de toque, un divo que parecía inalcanzable eligió vestir de amarillo ante la sorpresa de todo los entendidos del balompié europeo. Hoy ese jugador también quiso rubricar el aniversario de la belleza rematando prodigiosamente la asistencia del centrocampista de San Cristóbal. El gol de Boateng dará la vuelta al mundo y el mundo sabrá que ese equipo vestido de fucsia tiene historia, grandes epopeyas y momentos como el vivido en El Madrigal, un instante de gloria, una imagen que se quedará para siempre en la foto fija de nuestras retinas.
Si alguien me preguntara qué es el arte en el fútbol le pondría ese gol inolvidable. Pero esas vueltas de las que hablaba al principio también acontecen en un mismo partido. Quedará esa imagen y ese detalle plásticamente imborrable. Todo lo demás es mejor olvidarlo cuanto antes para volver a empezar de nuevo. Estamos fallando al principio y al final de los partidos que jugamos fuera de casa. Nos falta concentración y contundencia, y en las segundas partes nos estamos desfondando un partido tras otro. Vale que el segundo gol en el descuento vino precedido de una falta clamorosa de quien luego remata a la red; pero esas combinaciones, como el día del Sevilla (con otro robo arbitral), no pueden repetirse en el borde del área que defendemos. Aprendamos de los errores y quedémonos con la estética del pase picado de Viera, la asistencia de espuela de Tana y el acrobático remate de Boateng. Ahora nos jugamos media Liga en los dos partidos que disputaremos en nuestro estadio. Hoy llovía en Gran Canaria mientras jugaba Las Palmas, pero la lluvia que veíamos en la tele y que nos empapaba el ánimo en la segunda parte era la del Villarreal. En una novela de Julio Llamazares la lluvia amarilla tiene que ver con el otoño, la soledad y el abandono que convierte en fantasmas a pueblos que un día fueron bulliciosos y que contaban con niños celebrando goles por las calles. Así nos quedamos los aficionados de la Unión Deportiva cuando terminó el partido, como ese pueblo desolado y silencioso de la novela de Llamazares. Solo nos salva el arte, lo que quedará cuando casi todo lo demás se haya olvidado. Ese gol. Ese momento que será inolvidable en la historia de la Unión Deportiva Las Palmas.




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