domingo, 24 de septiembre de 2017

La teoría de los tres pases seguidos

Después de estar viendo durante dos años a la Unión Deportiva dando pases y abriendo huecos casi imposibles en las defensas contrarias, descorazona, y mucho, la carencia de intensidad, la casi nula sensación de equipo y, sobre todo, la incapacidad de dar tres pases seguidos. No es baladí esa expresión que escuchamos tantas veces en los estadios. Si tu equipo no da tres pases seguidos es casi imposible que gane un partido, y lo que es peor, ya tendríamos que cuestionarnos la propia palabra equipo, entendiendo como tal a once jugadores que juegan a lo mismo, que buscan un idéntico objetivo y que saben que cualquiera de sus movimientos tiene que estar coordinado con los movimientos del resto de compañeros. En Las Palmas cada uno hace la guerra por su cuenta, y si analizamos las victorias comprobamos que los goles fueron como versos sueltos, zarpazos de Calleri o de Rémy en donde solo contó la fuerza y la determinación de un delantero.
Claro que se puede perder, pero caer derrotados por cero a dos en tu casa contra el Leganés escuece en el escudo y en la propia camiseta amarilla, y las sensaciones, la verdad, es que no son nada alentadoras. Voy a tirar otra vez de tópico: fue un equipo sin alma. Sin alma, sin argumentos, sin presión, sin solidaridad y sin respuestas. Mal asunto que los que escribimos tengamos que tirar de tópicos porque no encontramos ningún argumento sobre el que escribir elogiosamente. No hay criterio ni filosofía de juego, y volvemos a lo que ya dijimos tras el partido contra el Sevilla: todavía nos preguntamos a qué estamos jugando.
Esta mañana subía corriendo el barranco de Guiniguada y me imaginé a las tropas de Van der Does haciendo lo mismo hace más de cuatrocientos años. Subían barranco arriba como si no se fueran a encontrar a ningún ejército que les saliera al paso. Así parece que juega a veces Las Palmas, como si no fuera consciente de que enfrente hay once jugadores que le van a intentar quitar el balón todo el tiempo y que no les van a dejar tirar a puerta. Esa es otra cuestión. Creo que hasta que no nos marcaron no tiramos a puerta, y que en toda la primera parte, y recuerdo que jugábamos en casa contra el Leganés, no contra el Real Madrid o el Barcelona, no vi si se tiraba bien o blocaba correctamente el portero pepinero. A Van der Does le dieron para el pelo nuestros paisanos por no tenerlos en cuenta, y salió con el rabo entre las piernas barranco abajo, aunque el muy bribón le prendió fuego a la ciudad por no aceptar esa derrota tan humillante y estratégica. A nosotros el Leganés también nos ha dejado el ánimo encendido, y además tememos que si no se encauza la situación poco a poco nos podemos ver en los puestos bajos de la tabla. Porque ahora no vale lo de los rivales difíciles de las dos primeras jornadas y las diferencias de presupuesto. Ahora lo único palmario y evidente es que no damos tres pases seguidos, que no buscamos el balón cuando lo perdemos y que nos han dejado aliquebrados y avergonzados en nuestro propio estadio. Igual que se corrió la voz hace poco de que Las Palmas era un equipo que jugaba de maravilla, esta derrota nos creará una fama que hará perder todo el respeto ganado en los dos últimos años, sobre todo en el Gran Canaria, ese estadio que acabó pareciéndose al de aquellos partidos desolados de Segunda de tan infausto recuerdo.


miércoles, 20 de septiembre de 2017

La jauría y el miedo a ganar

El fútbol como un circo romano, el fútbol como una rabieta de niño insolente, el fútbol como insulto, como todo aquello que no debería relacionarse con el deporte. Todo pasa a segundo plano cuando se vulnera el respeto al contrario, cuando se saca lo peor que podemos llevar dentro, y cuando lo que debería ser divertimento se convierte en una cacería salvaje. Siempre ha habido silbidos e insultos en todos los estadios, pero lo que preocupa son los exabruptos que llegan desde la frialdad de las casas o de los despachos, no esas reacciones viscerales que aparecen cuando te dejan de señalar un penalti o acontece una injusticia. No justificaré el insulto bajo ninguna circunstancia, por eso lo de la afición del Sevilla con Vitolo me ha parecido algo bochornoso, pero por desgracia totalmente previsible: precisamente la noticia o la sorpresa hubiese sido que no hubiera pasado nada. Aquel día de Figo en el Camp Nou fue el peor de los precedentes, la cabeza del cerdo que se tira al campo olvidando que el jugador de fútbol es un profesional y un ser humano.
Vitolo no jugó ni en los infantiles ni en los juveniles del Sevilla. Tampoco debutó con el equipo de Nervión. Vitolo jugó desde niño en Las Palmas y debutó con los colores de nuestro equipo. Luego llegó el Sevilla por esa ley de la oferta y la demanda que mueve el precio de la leche, de la gasolina y de esos jugadores que venden como mercancías en algunos mercados. En esa economía sin piedad que manda en el fútbol el más grande se va comiendo siempre al más pequeño, y el Atlético de Madrid hizo con el Sevilla lo que el Sevilla con Las Palmas, y mañana, si Vitolo triunfa en el equipo madrileño, vendrá el París Saint Germain o el Manchester City y hará lo mismo con el equipo de Simeone. Vale que Las Palmas ha jugado un papel trascendental en el traspaso, pero es que ese traspaso se hubiese producido igual sin la participación amarilla. Y tengo que recordar que fue justamente el Sevilla el que nos desmontó al equipo que jugó la final del 78 llevándose a Miguel Muñoz y a Morete, y que también se llevó más adelante a aquel jugadorazo llamado Vinny Samways. En el fútbol solo recuerdo a Matt Le Tissier en el Southampton rechazando dinerales por jugar con los colores del equipo que llevaba en su ADN futbolero. Todo lo demás es ahora mismo negociable, incluso nuestra euforia o nuestras penas como aficionados se ponen en esa balanza de mercadeo más allá de los colores y de las sentimentalidades. Y si no, ahí está la magua de Setién que tenemos muchos aficionados, sobre todo cuando vemos al Betis jugándole de tú a tú al Real Madrid, sin complejos, y ganando como pudimos haber ganado nosotros el pasado año.
Y luego estuvo el partido, que es lo que realmente debería habernos importado, y lo primero que vimos fue un codazo salvaje a Vitolo y un equipo amarillo timorato y sin confianza que se defendía con orden y que confiaba en Viera y en Calleri, y sobre todo en Chichizola, para empatar el partido. No tuvo nada que ver este encuentro con aquel baño futbolístico que le dimos al Sevilla en Nervión la pasada temporada. Este año optamos por defender y por buscar el milagro en algún contraataque. No es vistoso ese juego ni nos despabila en esos partidos intempestivos de los días de entre semana. Nos manteníamos despiertos por la incertidumbre del resultado, pero todos intuíamos que el Sevilla acabaría marcando, aunque fuera con un gol de rebote y en una jugada casi inverosímil. No me agrada, después de dos años saliendo a ganar, que saltemos a los terrenos de juego con la única misión de evitar que nos marquen. Creo que tenemos equipo como para ir a ganar los encuentros. Lo vimos en los últimos cinco minutos, cuando ya nos habían marcado, pero ya era tarde, siempre suele ser tarde si uno renuncia al talento por el resultado. Quien no es ambicioso se queda casi siempre en tierra de nadie. Pero de cualquier manera, de ese partido contra el Sevilla solo nos quedará un estruendo salvaje como recuerdo de que el fútbol hace mucho tiempo que ha dejado de ser humano.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Los que cambian los destinos

Un hombre puede inventar un sueño o inventar un mundo. En el fútbol también puede inventar un gol desde la nada, o más que desde la nada, desde la potencia, la calidad y la confianza en que la suerte está a favor de quien la busca. Todo eso lo sabía Rémy, un jugador que, como Muhammad Ali, se mueve como una mariposa pero pica como una avispa. Parece desgarbado pero es un tanque imparable que no da tregua a la duda cuando hay que tirar a la puerta. Ya hablamos de Calleri hace unos días, pero es que ahora tenemos dos arietes de los que ganan partidos creyendo en su propio talento y en su potencia. Y junto a ellos está ese fenómeno llamado Jonathan Viera. Todo lo que toca lo convierte en magia, pero habría que conseguir que jugara de medio campo hacia delante para que esa magia se concretara siempre en ocasiones de gol o en jugadas más determinantes.
Hay historias que se cruzan una y otra vez como para que recordemos que todo es cíclico y que todo cambia de arriba abajo al mismo tiempo. Si la vida es movimiento, el fútbol es un vértigo imparable. Lo sabemos los que hemos visto muchas veces las camisetas del Athletic y de Las Palmas en los estadios, ese fulgor distinto a otros encuentros por ser casi siempre un encuentro de canteras y de identidades, y también de formas de entender el fútbol, que hacen que los partidos se mantengan en la memoria de una forma diferente. Y siempre nos aparece Iríbar como un arquero enorme e infranqueable al que, sin embargo, Germán Dévora le buscaba siempre el hueco casi imposible para batirle con goles que mantenemos en la memoria más épica de nuestro equipo, como también mantenemos aquel malhadado día del descenso después de diecinueve años en Primera como el más funesto de nuestros recuerdos. Pero el fútbol es ese sentimiento contradictorio, muchas veces más cercano al oxímoron que a las certezas, que cambia todos los argumentos y las previsiones desde que el balón comienza a rodar por el terreno de juego.
La Unión Deportiva llegaba a este partido después de haber cambiado un rumbo ciertamente peligroso en Málaga, y además ese cambio se intuía que no iba a ser flor de un día, que había mimbres como para empezar a soñar nuevamente (aunque los sueños del fútbol también son tan etéreos y tan efímeros como esas pompas de jabón que hacen los niños los domingos en Triana). Con un partido casi se había desatado la euforia, pero todos sabíamos que el Athletic sí se convertiría en una piedra de toque para saber hasta qué punto ese viraje era realmente una realidad más o menos consolidada o una necesidad de nuestros propios sueños de grandeza inmediata. No hay que lanzar las campanas al vuelo, pero con cada nuevo partido se va viendo un equipo más o menos ordenado y jugando con cierta solvencia. Ese juego ya no es el mismo que el del pasado año. Ahora se busca más el pase largo o la acción individual de cualquiera de esos jugadores capaces de ganar los partidos con una sola jugada, aunque entonces y ahora el factor diferencial, lo que hace que sigamos creyendo a pies juntillas en este esquipo, se llama Jonathan Viera. Pero hace un momento citaba a Iríbar. Siempre mantengo que los equipos se arman desde la portería, y en la Unión Deportiva contamos este año con ese portero que llevábamos soñando desde hacía mucho tiempo. Si Chichizola no detiene todo lo que detuvo antes del gol amarillo, ese gol hubiera quedado en mera anécdota. Y no solo es lo que detiene. También está la sensación de seguridad que transmite al equipo. Ahora contamos con la confianza y con la suma de seis puntos en dos partidos. Dejamos de vivir en el alambre, y ya intuimos que el camino tiene pinta de ser más venturoso y más transitable que el que atisbábamos hace algo más de una semana. Ahora sí estamos deseando que todo comience cuanto antes. Que continúe el espectáculo.




lunes, 11 de septiembre de 2017

Una victoria balsámica

Había que ganar. Se acaba una de esas inexplicables inercias que nos tenía cerca de la zozobra. Más de un año después volvimos a ganar fuera de casa marcando tres goles y serenando esas aguas que ya estaban bajando algo revueltas en los alrededores del equipo amarillo. Hay mucho que cambiar y hay que ser humildes y autocríticos para hacerlo. Esta victoria es lo que deseábamos todos los seguidores amarillos, pero espero que ahora no saquen pecho los que saben que hay procederes que no deben permitirse en un equipo que aspira a ser grande y modélico. Somos letales en la delantera, y seguimos contando con ese fenómeno llamado Jonathan Viera que modifica los destinos cuando quiere. Celebremos este cambio de ciclo como merece. De no haber ganado hoy hubiéramos entrado en una de esas corrientes en las que resulta tremendamente difícil mantenerse a flote.
Hace cuarenta años, cuando casi todas las camisetas eran de tela y solo podíamos ver los partidos en los estadios, uno no se podía imaginar todo el entramado mediático que tiene ahora mismo el fútbol. Entonces se apostaba improvisando resultados en el colegio: ponías cinco duros que si ganabas se convertían en un potosí que te daba para muchos festines de golosinas o para comprar unos guantes como los que se ponía Carnevali. Nada que ver con estas apuestas de ahora. Recuerdo también un programa, creo que en Radio Cadena Española, que se llamaba Paso a la cantera. Lo presentaba el periodista, fallecido hace años, Alfredo Volpini. También tenías que adivinar los resultados de la Unión Deportiva, y el premio era un balón firmado por los jugadores o unas entradas para ir al Insular. Por la casa de mis padres debe haber algún balón de aquellos con las rúbricas de Roque Díaz, Juani, Farías o Felipe. También íbamos al estudio de Primero Mayo a entrevistar a los jugadores cuando acertabas esos resultados. Todo aquello era más sencillo, menos mediático, sin alardes ni grandes sueños de grandeza, sin tatuajes por todo el cuerpo y sin todo ese negocio que creo que acabará matando justamente lo más que nos acercaba a este deporte.
Todo eso viene a cuento porque últimamente parece que acabamos de descubrir América o de ver hundirse el Titanic después de cada partido. Está todo sobredimensionado y apenas queda serenidad y cordura para vivir el fútbol como lo que debería ser, un divertimento y un motivo para olvidar los tedios rutinarios durante un rato, para regresar a la infancia o para sentirnos los más felices del mundo si nuestro equipo juega de maravilla y golea. Y si pierde, tampoco pasa nada, nuestra vida sigue y no se arreglarán nuestros problemas con lo que suceda en el césped de ningún estadio.
En Málaga se encontraban dos equipos con vidas paralelas, dos de aquellas escuadras que salían en las estampas de los años setenta; pero los dos, con subidas y bajadas, a veces tan meteóricas y exageradas, que casi generan vértigo al recordarlas. Esas vidas paralelas presentaban a los dos conjuntos con dos derrotas seguidas y con la necesidad, como decían los cronistas de antes, de una victoria balsámica que hiciera olvidar esa zozobra del comienzo de la liga. Esta vez la suerte estuvo de nuestro lado, la suerte y el potencial ofensivo que ha logrado Las Palmas con Calleri (me pongo en pie al pronunciar su nombre) y Rémy.
Hace unos días escuché una frase que es como un mantra para los alpinistas: “La cima es solo la mitad del camino”. También le oí una vez a César Pérez de Tudela que el alpinismo es una metáfora de la vida en donde hay que saber subir pero también hay que saber bajar. En eso se parece mucho al fútbol. Veníamos bajando y hacía falta dar los pasos correctos para no despeñarnos. Ahora, una vez detenida esa caída que venía del pasado año, aprendamos a subir nuevamente sabiendo dónde ponemos los pies y la cabeza. Y digo la cabeza, porque creo que ahí está la clave de la Unión Deportiva Las Palmas. Piernas y talento tenemos de sobra.