miércoles, 20 de septiembre de 2017

La jauría y el miedo a ganar

El fútbol como un circo romano, el fútbol como una rabieta de niño insolente, el fútbol como insulto, como todo aquello que no debería relacionarse con el deporte. Todo pasa a segundo plano cuando se vulnera el respeto al contrario, cuando se saca lo peor que podemos llevar dentro, y cuando lo que debería ser divertimento se convierte en una cacería salvaje. Siempre ha habido silbidos e insultos en todos los estadios, pero lo que preocupa son los exabruptos que llegan desde la frialdad de las casas o de los despachos, no esas reacciones viscerales que aparecen cuando te dejan de señalar un penalti o acontece una injusticia. No justificaré el insulto bajo ninguna circunstancia, por eso lo de la afición del Sevilla con Vitolo me ha parecido algo bochornoso, pero por desgracia totalmente previsible: precisamente la noticia o la sorpresa hubiese sido que no hubiera pasado nada. Aquel día de Figo en el Camp Nou fue el peor de los precedentes, la cabeza del cerdo que se tira al campo olvidando que el jugador de fútbol es un profesional y un ser humano.
Vitolo no jugó ni en los infantiles ni en los juveniles del Sevilla. Tampoco debutó con el equipo de Nervión. Vitolo jugó desde niño en Las Palmas y debutó con los colores de nuestro equipo. Luego llegó el Sevilla por esa ley de la oferta y la demanda que mueve el precio de la leche, de la gasolina y de esos jugadores que venden como mercancías en algunos mercados. En esa economía sin piedad que manda en el fútbol el más grande se va comiendo siempre al más pequeño, y el Atlético de Madrid hizo con el Sevilla lo que el Sevilla con Las Palmas, y mañana, si Vitolo triunfa en el equipo madrileño, vendrá el París Saint Germain o el Manchester City y hará lo mismo con el equipo de Simeone. Vale que Las Palmas ha jugado un papel trascendental en el traspaso, pero es que ese traspaso se hubiese producido igual sin la participación amarilla. Y tengo que recordar que fue justamente el Sevilla el que nos desmontó al equipo que jugó la final del 78 llevándose a Miguel Muñoz y a Morete, y que también se llevó más adelante a aquel jugadorazo llamado Vinny Samways. En el fútbol solo recuerdo a Matt Le Tissier en el Southampton rechazando dinerales por jugar con los colores del equipo que llevaba en su ADN futbolero. Todo lo demás es ahora mismo negociable, incluso nuestra euforia o nuestras penas como aficionados se ponen en esa balanza de mercadeo más allá de los colores y de las sentimentalidades. Y si no, ahí está la magua de Setién que tenemos muchos aficionados, sobre todo cuando vemos al Betis jugándole de tú a tú al Real Madrid, sin complejos, y ganando como pudimos haber ganado nosotros el pasado año.
Y luego estuvo el partido, que es lo que realmente debería habernos importado, y lo primero que vimos fue un codazo salvaje a Vitolo y un equipo amarillo timorato y sin confianza que se defendía con orden y que confiaba en Viera y en Calleri, y sobre todo en Chichizola, para empatar el partido. No tuvo nada que ver este encuentro con aquel baño futbolístico que le dimos al Sevilla en Nervión la pasada temporada. Este año optamos por defender y por buscar el milagro en algún contraataque. No es vistoso ese juego ni nos despabila en esos partidos intempestivos de los días de entre semana. Nos manteníamos despiertos por la incertidumbre del resultado, pero todos intuíamos que el Sevilla acabaría marcando, aunque fuera con un gol de rebote y en una jugada casi inverosímil. No me agrada, después de dos años saliendo a ganar, que saltemos a los terrenos de juego con la única misión de evitar que nos marquen. Creo que tenemos equipo como para ir a ganar los encuentros. Lo vimos en los últimos cinco minutos, cuando ya nos habían marcado, pero ya era tarde, siempre suele ser tarde si uno renuncia al talento por el resultado. Quien no es ambicioso se queda casi siempre en tierra de nadie. Pero de cualquier manera, de ese partido contra el Sevilla solo nos quedará un estruendo salvaje como recuerdo de que el fútbol hace mucho tiempo que ha dejado de ser humano.

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