domingo, 28 de enero de 2018

Como un equipo llamado Wanda

Nos aferramos a todos los milagros si no queda más remedio que creer en los milagros para salir de la ciénaga y del fracaso. Recuerdo que el pasado 6 de enero titulé mi crónica diciendo que lo de la Unión Deportiva ya no lo arreglaban ni los Reyes Magos ni la Virgen del Pino, o sea que negaba cualquier milagro y ya solo asumía el descenso como único animal de compañía en este juego de las cábalas futbolísticas. El seis a cero contra el Girona, ese baldón que no se borrará nunca de la historia amarilla, casi me dio la razón unos días más tarde. Ya entonces todos hablábamos de un equipo moribundo, sin alma, y por supuesto condenado a las galeras que quedan lejos de los focos y de los oropeles de la Liga de las estrellas.
Recuerdo que aquel 6 de enero, la comida familiar casi se convirtió en un pequeño duelo de sobremesa asumiendo ese fracaso. Mi padre, aficionado viejo, callaba, mi hermano y yo dábamos por hecho el descenso, pero la pareja de mi hermana se aferraba a esos milagros y a esos imposibles. Yo en el fútbol escribo más como forofo que como periodista, más como poeta que como cronista, y creo que es donde más aparece el niño que fui un día siguiendo el rastro de mis ídolos en las estampas o en el césped del Insular. Escribo como un aficionado, para lo bueno y para lo malo, con todo lo bueno y malo que tiene ese punto de vista. El padre de mis sobrinas, en cambio, un aficionado de Las Palmas parecido a Sergio Maccanti por su fe y su confianza en el equipo, apelaba a su condición de economista y me hablaba de números y de estados de ánimo. No se equivocaba. Bastó una pírrica victoria ante el Valencia para que le diera razón. Pasamos de la noche al día en un solo partido. Y así es el fútbol, el bendito fútbol tan lleno de imposibles en el que el Leganés elimina al Real Madrid en cuartos de final de Copa, en el Bernabéu, y en el que nosotros ya nos planteábamos hasta llegar al Wanda y ganarle al Atleti de Simeone para seguir sumando y acercándonos a esa salvación que sigue estando al alcance con toda la segunda vuelta por delante.
Me he acordado de aquella conversación con Gilberto Brito todos estos días previos al partido, y reconozco que albergaba muchas esperanzas a medida que se acercaban las horas del comienzo del encuentro. Era la primera vez que jugábamos en el Wanda Metropolitano y Las Palmas siempre escribió páginas memorables en los estadios del Atlético de Madrid, sobre todo en el Manzanares. Recordé también aquella película con un pez encerrado dentro de una pecera y con un botín que todo el mundo buscaba infructuosamente. Me recordó a la Unión Deportiva, primero porque muchas cosas de este año se parecen a una comedia de los Monty Python, y segundo porque los peces que están en las peceras confunden a veces ese espacio con todo el océano si no han conocido otras aguas; pero si vienen de otras aguas solo sueñan con salir de ese espacio claustrofóbico y acristalado en el que se nublan todas las esperanzas. Así estábamos nosotros, encerrados en esa pecera del fracaso pero sabiendo que podemos volver a nadar en el océano interminable de los días de gloria y de aplausos.
El partido contra el Málaga es más que una final. Hemos jugado otros encuentros como ese en nuestra historia. Hay que romper definitivamente el cristal de la pecera que nos tiene dando vueltas como sonámbulos desnortados que no sabían ni hacia dónde llevar la pelota desde que empezaban los partidos. Los economistas, o los que saben de números, tienen al final una fe más cercana a la del carbonero que los que nos movemos solo por lo que vamos sintiendo en cada momento. Ellos suelen mantener la calma mejor que nosotros, y ahora mismo me agarro a esas matemáticas como un clavo ardiendo.
Lo del Wanda fue un sueño que se vino abajo desde que marcó el primer gol el Atlético de Madrid, pero nuestra Liga es otra, y el enfrentamiento contra el Málaga sí que será ese partido clave con el que seguir soñando o con el que asumir que solo nos queda ver desde la pecera cómo los otros se siguen divirtiendo lejos de donde pensábamos que íbamos a estar durante muchos años.

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