miércoles, 1 de diciembre de 2010

El otro

El balón es el destinatario de casi todos nuestros sueños. De niños lo hubiéramos dado todo por haber sido unos virtuosos o por haberlo sabido controlar como mismo lo hacía Maradona en Villa Fiorito soñando con llegar a ser lo que luego fue. Nosotros también teníamos sueños parecidos de grandeza futbolística, pero poco a poco los tuvimos que ir recolocando en otros objetivos para poder seguir adelante. Así y todo jamás perdimos de vista el balón. Sólo hemos dejado que sean otros los que lo golpeen y los que metan los goles memorables que imaginábamos en aquellos campos improvisados en las maretas o en las canchas de los colegios.

Muchas veces eres tú mismo el que golpea la pelota. Da igual quién juegue en la Unión Deportiva. Ahí estás tú, parando el balón, levantando la cabeza, regateando en un palmo de terreno y colocándolo en toda la escuadra. Después te levantas y aplaudes desaforado, señalando el nombre de otro o comentando con el vecino la maravillosa jugada que acabas de ver. Pero no te engañes, cada uno es partícipe de su propia alegría en ese momento. No importa que haya veinte mil personas gritando contigo. En los momentos clave el gol lo meterás tú solo, como en aquellos partidos soñados de la infancia. Una vez pita el árbitro el final vuelves a casa o a la rutina diaria sin vítores y sin seguidores que te pidan autógrafos por la calle, pero que te quiten lo gozado en el campo durante noventa minutos. Incluso cuando silbas y te quejas de lo poco que corre un jugador te lo estás recriminando a ti mismo. Siempre estás ahí, por eso jamás renegarás de tus colores. Sería como renegar de tus propios sueños.

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