domingo, 9 de septiembre de 2012

Una afición contra natura

Por una vez no quise escribir desde la inmediatez. No ejerzo aquí de periodista, y por tanto me he podido permitir esta licencia de escribir después de que el partido de ayer haya pasado por unas horas de sueño y sin que me ciegue la pasión del momento. Ni todo es tan dramático como nos parecía ni tan idílico como soñábamos. Esto es fútbol, y ya sé que caigo en el tópico, pero los que llevamos viendo partidos muchos años sabemos cómo fluctúan los ánimos, las derrotas y las victorias. Ayer tuvimos un mal día desde el primer minuto del encuentro; pero no por ello creo que el equipo mereciera una pitada furibunda de su propia afición en el minuto 30 de la primera parte del segundo partido en casa. Eso nunca sucedería en un estadio inglés. Si coincidimos, como escribió Valdano, en que el fútbol es un estado de ánimo, lo que nunca debería hacer un aficionado es sembrar de energías negativas el espacio en el que juega su equipo. Los jugadores se sienten arropados cuando escuchan aplausos y ánimos aun en los peores momentos. Nadie juega mal porque quiere, pero imagínese usted en su trabajo, cuando cometa un fallo, recibiendo gritos, abucheos y desprecios. Se hundiría todavía más y ya no daría pie con bola. Creo que la apuesta de la directiva de la Unión Deportiva iba encaminada a ilusionarnos y a darnos espectáculo. No siempre salen las cosas como uno quiere. Ayer se equivocó Lobera en su planteamiento, sobre todo en la línea defensiva, y nos sigue faltando un centrocampista creador que mueva al equipo. Todo se andará. Ayer no pasó nada, y seguro que de esa derrota saldremos reforzados. Un mal día lo tiene cualquiera de nosotros. Y eso fue lo que pasó: todo lo que podía salir mal, terminó saliendo aún peor de lo que podíamos imaginar. Es una cuestión de rachas, aunque ya los ánimos sí son cosa nuestra. Deberíamos dormir un poco antes de ponernos a silbar a nuestros propios jugadores desde que fallan dos pases. Nunca vi a mi abuelo hacer eso con ningún jugador de nuestro propio equipo. Les recuerdo lo que hicieron los irlandeses cuando ya estaban eliminados de la Eurocopa. El fútbol es una fiesta. Si lo confundimos con un espacio de desahogo emocional no habrá quien disfrute de su esencia azarosa y sorprendente.

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