sábado, 30 de abril de 2016

La calma y la noche

La calma, la serenidad y esa armonía que hace que respiremos como si cada bocanada de aire vivificara nuestra alma están bien para las vacaciones, para los domingos por la mañana o para cuando deseamos que se acaben las prisas y esas tensiones que nos tienen todo el día como saltapericos al borde del infarto. Pero para el fútbol, la carencia de presión es siempre un arma de doble filo. Lo pudimos comprobar una vez más en el inicio del partido contra el Granada. Salimos relajados, como esos funambulistas que tienen una red debajo por si caen al abismo, y en esa salida marcamos dos goles que nos hicieron soñar con una goleada; pero justamente esa misma falta de tensión hizo que nos empataran en apenas unos minutos. Hace cuatro o cinco jornadas estoy seguro de que esa ventaja no la hubiéramos dejado escapar de esa manera casi inocente.
Así y todo, uno sigue disfrutando con los partidos de Las Palmas. Nosotros, los que fuimos niños en los setenta, apenas veíamos uno o dos encuentros televisados cada año de los amarillos. Cada uno de aquellos partidos era un acontecimiento. Eran los tiempos en que casi soñabas más con tu equipo mirando las estampas que viendo los partidos, los tiempos en que escuchando la radio éramos capaces de seguir el juego con más emoción y más clarividencia que como lo vemos en la pantalla. También satisface encontrar a la afición canaria en todos los estadios que visita. Este año habría que recordarlo por cada uno de esos aficionados que han teñido de amarillo todos los campos de Primera. Ese es otro de nuestros avales, la afición que estaba adormecida por toda España y que ahora reaparece como en aquellos partidos contra el Salamanca, o el mismo Granada, de los setenta que se llenaban siempre de estudiantes canarios. “Serenidad, tú para el muerto, que yo estoy vivo y pido lucha”. Eso es lo que escribió hace mucho tiempo el poeta José Hierro. Y algo parecido le tuvo que decir Setién a los jugadores en el descanso. Solo así se entiende que despertaran de ese letargo que dejó escapar un dos a cero en la primera parte. Al principio de la segunda parte parecía que quien se jugaba la permanencia era la Unión Deportiva: jugamos tocando el balón, sin renunciar a nuestra filosofía y acorralando a nuestro rival con presión y con esa creencia de que quien apuesta por embellecer el juego suele ser premiado por los dioses del olimpo futbolero que se niegan a que ganen el patadón y el tedio. No fue así, en este caso ganó el que más necesidad tenía de hacerlo. Nos pudo otra vez la falta de presión, esa muerte de éxito que a veces es más peligrosa que el fracaso más funesto. No voy a decir que aplaudo esa actitud, pero es humana, y hasta cierto punto lógica. Esta derrota nos servirá para jugar los próximos partidos con la intensidad de hace unas semanas. Este equipo, como dijo Setién el otro día, quiere quedarse en la memoria de la gente por cómo juega más que por cómo permanece en Primera. Volverá la presión y se acabarán estas calmas peligrosas y pasajeras. Granada no fue más que un espejismo que no empaña la memoria de un equipo que ha logrado una proeza que parecía casi imposible hace poco tiempo. Que nadie grite más de la cuenta.


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