viernes, 10 de marzo de 2017

Un fútbol de calima y derrota

Toca una orquesta. No desafina. Pero los aplausos se los llevan otros. Suenan los violines armónicamente, sin estridencias, con esa sensación que adormece aun en los días más frenéticos. Así jugó hoy Las Palmas, sobre todo en la primera parte del partido contra el Espanyol. Tocamos como una orquesta pero dejamos que los aplausos de bienvenida y la ovación del final fuera para el equipo catalán con goles en el primer minuto y en el último minuto del primer tiempo. En la segunda parte ya desafinaron algunos instrumentos, sobre todo los encargados de mantener el equilibrio en la defensa. Cada vez que llegaba el Espanyol nos marcaba un gol, y nosotros veíamos la portería contraria como ven los oasis quienes se extravían en el desierto. Aun así marcamos tres goles, y cuando pudimos empatar a cuatro el árbitro no pitó un penalti clarísimo tras un empujón de Hernán Pérez a Hélder Lopes.
El fútbol sin emoción se parece a esos días insulsos que no salvan ni los recuerdos más benevolentes. Ni estamos salvados matemáticamente, ni Europa, antes del partido, estaba tan lejos como a veces nos creemos cuando la miramos desde tan abajo. La temporada es larga y quizá lo único que nos queda es la belleza que podamos llevar a los terrenos de juego. En el partido de la primera vuelta, el Espanyol se encerró en su campo y solo jugó a maniatar a Las Palmas. Le salvó el portero. Hoy ya sabía que con velocidad, presión y contraataque podía desarmar nuestro juego de toque.
Tenemos algunos retos para la próxima temporada, pero sobre todo urge un delantero centro y un portero con garantías. Lo del entrenador, por desgracia, es algo que ya se nos escapa de las manos. A mí, como a muchos otros aficionados, nos gustaría que siguiera Quique Setién, pero esa opción parece cada día más lejana y hoy día es casi una quimera. La consecuencia de esa incertidumbre es que no hablemos de fútbol sino de negociaciones de despacho que deberían quedarse, hasta que se concreten, de puertas adentro.
Ellos jugaban en la noche barcelonesa, cerca del río Llobregat, mientras nosotros casi no veíamos el horizonte del Atlántico. A veces la televisión también nos muestra una calima extraña en la pantalla, y tenemos que ajustar la mirada para creer lo que estamos viendo. Así me quedo después de terminar el partido, como si la calima hubiera jugado en contra nuestra y todo ese juego bello de la Unión Deportiva que uno esperaba ver sobre el césped se hubiera borrado de una forma extraña una noche de marzo. Pasó el verano, el otoño y el último partido del invierno sin ganar lejos de Gran Canaria. Como el olmo de Antonio Machado, ya solo nos queda confiar en un milagro de la primavera para terminar con esta racha tan incomprensible en un deporte en el que las porterías son iguales en todos los estadios.


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