lunes, 12 de noviembre de 2018

La indiferencia

Lo peor es la indiferencia. Lo cantan en los boleros. En el fútbol, el amor a unos colores es eterno e innegociable desde que se eligen en la infancia, pero la pasión, como en cualquier relación que dure muchos años, va y viene según las circunstancias. Con Las Palmas hemos tenido épocas de grandes romances y momentos que preferimos que se pierdan por el escotillón del olvido. Pero, sin duda, los días más aciagos y más tristes han sido siempre los de la indiferencia.
El pasado año vivimos la pasión del que no entiende cómo se puede dejar que acabe un sueño por malas decisiones, infidelidades a nuestra esencia futbolística y una alta dosis de prepotencia. Al comienzo de esta temporada es verdad que la elección de los jugadores y hasta las referencias del entrenador que habíamos fichado nos hicieron concebir nuevas esperanzas, pero creo que todos comprobamos la fiabilidad de este proyecto el día que nos eliminó de la Copa el Rayo Majadahonda. Alejados de Primera, como a quienes expulsan de un paraíso donde creíamos que íbamos a estar muchos años, la Copa era la posibilidad de medirnos nuevamente con los grandes, y con la plantilla que teníamos creo que, de haber habido compromiso e intención, hubiéramos llegado muy lejos en esas eliminaciones que hacen que se rompan casi todos los pronósticos. En este caso, el pronóstico lo rompieron con nosotros los de Majadahonda.
Cerramos esa herida, y nos centramos nuevamente en la Liga apostando por el ascenso directo. Sabemos lo que es jugar promociones y la lotería que acontece en esas eliminatorias, pero por lo que se ve los jugadores y el entrenador de la Unión Deportiva no asimilan esa situación. No podemos estar jugando a verlas venir, sin crear, sin ambición, sin grandeza y sin patrón de juego. Así solo vamos a conseguir, como mal menor, un puesto en esa promoción que tiene la misma fiabilidad que una escopeta de feria. Pero es que al paso que vamos, la promoción también se irá alejando. Y entonces sí es verdad que llegaremos definitivamente a la orilla de la indiferencia, a ese cero a cero contra el Elche que no dice nada, o que si dice algo solo expresa el sopor y el aburrimiento, la carencia de generar ilusión de una plantilla que por nombres debería estar jugando en Primera. Esa indiferencia hará que a las primeras de cambio se vayan los jugadores que llegaron aquí pensando que solo era un pequeño paso para volver a Primera, alejará a las audiencias de la televisión y, sobre todo, conseguirá que el propio aficionado viva desde una distancia prudente ese lento decaer de quienes lo tuvieron todo y dejaron que se quebrara un sueño. Vaciarán el estadio, y el estadio de Gran Canaria vacío, aun sin las pistas de atletismo, es la cosa más horrenda que uno imaginar para disfrutar de un partido de fútbol.
Ya no estamos pendientes toda la semana de cuándo juega la Unión Deportiva Las Palmas. Ya no veo a los niños en los parques vestidos de amarillo. Ya ni siquiera se atisba el enfado. Nos hemos quedado en esa tierra de nadie de la mediocridad y el bostezo. Todavía estamos a tiempo de remontar el vuelo, pero lo que uno percibe es que ese vuelo es cada día más pesaroso y más desasosegante. Hemos sembrado muchos vientos en el último año y medio, demasiadas decisiones incongruentes que ahora están devolviendo las consecuencias.

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