sábado, 3 de noviembre de 2018

¡Que jueguen ellos!

Jiménez no es Unamuno, pero viendo el partido contra el Deportivo me pareció un entrenador existencialista, aunque su existencialismo tiene que ver con el fútbol más que con un sentimiento más o menos trágico de la vida. El entrenador de la Unión Deportiva no encuentra un patrón de juego y creo que ni siquiera sabe a qué equipo entrena: si lo supiera sabría que para los aficionados de la Unión Deportiva la esencia es casi tan importante como la existencia. No nos conformamos con que nuestros jugadores salten al campo, golpeen un balón y corran hacia atrás hacia o hacia delante, o que solo se muevan como quiera el contrario. Queremos que jueguen, que toquen la pelota, que creen ocasiones y que nos diviertan durante el tiempo que dura la fiesta de un partido de fútbol, porque para nosotros el fútbol siempre ha sido una fiesta. Jiménez es costalero y está acostumbrado a cargar tronos. Nuestro fútbol no tiene nada que ver con el paso paquidérmico de las procesiones. ¿Que el fútbol canario ha sido lento? Sí, lo ha sido, pero con la velocidad del jugador creativo e inteligente que no tiene que pegarse cuatro carreras de lado a lado del campo para ganar espacios y generar ocasiones. Siempre hemos intentado que el balón se mueva como queremos nosotros, con destreza y con lo que nadie espera, con la creatividad y con la sorpresa de los que buscan algo más que el resultado. Lo que nunca nos ha gustado es que inventen los otros. Eso fue lo que dicen que dijo Unamuno en su día. Si le preguntáramos a Jiménez a lo mejor nos diría lo mismo que Unamuno: “que invente el contrario, que nosotros esperamos un rebote o un golpe de suerte”.
Se lesionó Rubén y se rompió el tridente después del descanso. Entró Tana y ya hubo más fútbol, porque en la primera mitad ni tiramos a puerta, ni dimos dos pases seguidos. Tampoco la segunda parte fue como para tirar voladores. Nos pusimos por delante en el marcador, pero seguimos sin jugar a nada, esperando a ver lo que hacía el Deportivo como si jugáramos en Riazor o como si Las Palmas fuera un equipo sin personalidad y sin alma. Enfrente estaban Vicente Gómez y David Simón, el mundo al revés, porque por lo menos en el caso de Vicente Gómez sigo sin entender la ausencia. Ni Timor, ni Galarreta son mejores, ni han aportado más al conjunto amarillo que Vicente, pero imagino que los que llevan la manija de la Unión Deportiva saben lo que están haciendo, aunque la verdad es que esa sapiencia no se ve luego reflejada en el terreno de juego.
Supongo que ahora dirán que el árbitro concedió cinco minutos de descuento que no venían a cuento. Es verdad, no venían a cuento, pero el Dépor pudo haber empatado (o haber ganado) en cualquier momento. Que lo hiciera en el último segundo de ese descuento fue algo anecdótico. Los gallegos fueron los únicos que saltaron al campo del Gran Canaria a jugar al fútbol, y casi siempre quien sale a jugar termina ganando o empatando. En este caso los gallegos éramos nosotros: no sabemos si subimos o si bajamos, si atacamos o si defendemos, o si creemos o no creemos en nosotros mismos. Seguimos siendo un equipo indefinido, y eso es lo peor que se puede decir de un equipo. A veces maquillamos esa indefinición con el resultado, pero si no logramos maquillarlo se nos ven las carencias y los pocos argumentos tácticos con los que contamos. Dejando que inventen y que jueguen los otros, no vamos a llegar a ninguna parte.


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