miércoles, 6 de abril de 2011

Fuera de juego

Me ha pasado muchas veces a lo largo de la vida. Un buen día te ves en una ciudad extraña o en la sala de embarque de un aeropuerto y te preguntas qué estás haciendo y hacia dónde estás conduciendo tus pasos cada vez más apurados y estresantes. Pero también te pasa al lado de tu casa, o cuando la muerte te golpea de cerca, o en esas mañanas que amanecen tristes incluso antes de que tú despiertes y entres a formar parte de la comedia diaria. Te ves en fuera de fuego, como si no entendieras nada de lo que pasa y como si te hubieran dejado a la intemperie, solo y desangelado en mitad de un paisaje que no te pertenece.

A mí esa sensación de orfandad y de desarraigo me lleva directamente al primer partido que jugué con la camiseta del Guía. No sé qué edad tendría, pero no creo que pasara de los seis años. Entonces no había cadena de filiales, ni entrenamientos sistemáticos, ni mucho menos clases teóricas en las que nos enseñaran las claves y los intríngulis del fútbol. Aprendíamos a jugar en las calles, en las maretas vacías y en las canchas bacheadas. Lo de ir al campo de La Atalaya, que entonces era el oficial y el único más o menos decente que había en la ciudad, eran palabras mayores. Detrás de esos primeros equipos de fútbol de la Unión Deportiva Guía estaba siempre el bueno de Paquito Gordillo. Yo creo que hasta compraba las camisetas y las botas que nos daban en aquellos primeros encuentros federados. Por lo menos los bocadillos y las botellas de agua sí las pagaba de su bolsillo. Se movía por la pasión futbolera, y ejercía de directivo, entrenador, delegado de campo y padre putativo de todos nosotros.

Nos íbamos a La Atalaya o a Barrial y nos distribuíamos en el campo como buenamente podíamos o cabíamos. Recuerdo el primer partido más o menos serio. Jugábamos contra el Atalaya, y cuando Paquito me preguntó que de qué quería jugar yo le dije que de delantero centro. Sonaba bien lo de delantero centro del Guía, y además me hermanaba con Santillana, Quini o Carlos, un jugador del Bilbao que fue el goleador de la Liga aquel año. Entré en la segunda parte con una camiseta que me llegaba a las rodillas y me fui directamente a la zona del punto de penalti. No recuerdo nada más que los gritos de Paquito desde el banquillo para que me viniera al centro del campo. Yo le decía que no, que quería meter goles y que además allí estaba solo, sin ningún defensa alrededor que me marcara. Nadie me había explicado lo que era el fuera de juego. Sólo quería estar para meter goles,y las reglas del juego y las estrategias me importaban una higa. No sé cómo acabó aquella escena surrealista. Recuerdo que se me acercó el árbitro y que trató de explicarme la situación, pero no hubo manera de sacarme de las inmediaciones del área. A lo mejor salía un momento, pero desde que veía que el balón iba para delante ya estaba colocado nuevamente detrás de los defensas. Todos eran mucho mayores que yo y tenían claras las cuatro reglas básicas del fútbol. Me sentía fatal siendo un incomprendido, y no sé si me expulsó el árbitro o si el pobre Paquito me sacó del campo lo más rápido que pudo para evitar el ridículo. Aprendí lo que era el fuera de juego un poco más adelante y ya pude jugar partidos siguiendo las normas establecidas. Nosotros, cuando jugábamos por las calles o en los campos improvisados, jamás contábamos con el fuera de juego, y me imagino que por eso aquellos encuentros eran tan entretenidos y terminaban casi siempre con marcadores de más de dos dígitos. Las reglas encorsetan siempre las pasiones y los divertimentos.

Para mí el fuera de juego, por más que lo entienda y que sepa cómo se evita, siempre será aquella sensación de orfandad e incomprensión que tuve una mañana de sábado en el campo de La Atalaya. Salvando las distancias, es la misma que uno se encuentra muchas veces en la lucha diaria de la supervivencia. Cada vez son más las veces en que los acontecimientos que observo a mi alrededor me dejan igual de desconcertado y perdido. No entiendo muchas de las cosas que están pasando por cotidianas. Me niego a aceptar, por ejemplo, la manipulación, el abuso o la desigualdad. Yo veo que los demás juegan, y que encima te piden que te quites de en medio, o que te metas en su campo para ser como ellos. Y cuando no lo haces te ves como perdido y extraviado en medio de un mundo que no reconoces y no entiendes. Entonces era un juego, y resultaba hasta divertido y anecdótico. Ahora, en cambio, me descorazona cada vez más esa sensación de quedarte en fuera de juego en medio de una vorágine cotidiana que te sobrepasa y que trata de someterte a todas horas. Por eso me quedaré siempre con la libertad de los partidos sin árbitros que jugaba en la calle. No es que en la vida preconice la anarquía, pero cada día echo más de menos el poder disfrutar de la libertad como me plazca. Y si lo haces, lo más probable es que te acabe expulsando inmediatamente cualquiera de los árbitros moralistas que se te aparecen por todas partes. Jugamos, sí, pero casi siempre sin imaginación y sin alegría. No nos dejan hacer lo que queramos. Sólo pretendemos meter goles y ser felices. Tenemos que negarnos a la especulación y a la renuncia del divertimento y del espectáculo. Tanto en la vida como en el fútbol.

*Lo publicado en esta entrada está escrito hace algún tiempo. Estas últimas semanas tocaba ganar para no volver a los campos olvidados de Segunda B. En este caso la renuncia provisional al espectáculo de la Unión Deportiva era tan necesaria como vital. Estoy seguro que desde que estemos salvados volveremos a la senda de un divertimento para que el que esta plantilla está especialmente dotada. Confío en la salvación y en que el próximo año, con el aprendizaje de esta Liga, y con la solvencia de Juan Manuel Rodríguez, la UD apueste por el ascenso con un equipo plagado de canteranos talentosos que están llamados a darnos muchos tardes de gloria.

1 comentario:

  1. Así nos han enseñado a vivir, quienes nos cuidaron, la sociedad, la propia vida, unas veces dentro de las normas y otras en claro fuera de juego.
    A todos se nos brinda la oportunidad, al menos una vez en la vida, de elegir cómo ser, cómo estar, cómo querer que sean las cosas. Lo difícil es tomar esa decisión, pero como leí en una ocasión "la peor decisión es la que no se toma". Gracias amigo por tu escrito.

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