sábado, 15 de octubre de 2011

Noventa minutos empatados con la mediocridad

Los empates tienen muchas veces un sabor casi tan amargo como las derrotas, sobre todo cuando se va ganando y se piensa en lo cercana que estuvo la victoria. No es lo mismo empatar o que te empaten. Quien ha ido por delante en el marcador ha liberado las endorfinas de la euforia y vive en un estado de alegría que se viene abajo cuando ve que el equipo contrario marca un gol celebrado la mayoría de las veces como si fuera el tanto de un ascenso. Filosofo un poco porque hoy, la verdad, hay poco sobre lo que escribir. Vimos un partido soso, que nunca despegó del pelotazo y del despropósito, y que muestra muy a las claras la Segunda División y sus mediocres circunstancias.
No hay mucho para escribir en estas crónicas si antes no han escrito casi nada sobre el césped los que están llamados a levantarnos o a hundirnos el ánimo cada fin de semana. Podíamos haber ganado como podíamos haber perdido, por eso considero que el empate es justo y que te quedas con cara de tonto, como si te hubieran robado noventa minutos lastimosamente. Si hubiéramos sabido que era eso lo que iba a acontecer nos hubiéramos quedado en casa; pero ya sabemos que el fútbol sorprende y nos regala satisfacciones y momentos inolvidables cuando menos lo esperamos. Por eso insistimos y seguiremos insistiendo. También porque confiamos en este equipo. Sigo pensando que hay jugadores para aspirar a lo que se quiera, y que todo dependerá de los vientos que mueven las rachas futboleras. Hoy tocó cruz en todos los sentidos. Incluso ganando hubiéramos salido insatisfechos del Gran Canaria. Nos estamos moviendo mejor fuera de casa porque estamos jugando al contraataque y a buscar los huecos en las jugadas rápidas; pero no me gustó la primera parte de hoy, con pelotazos de la defensa amarilla y con una renuncia injustificable al centro del campo. Menos mal que en la segunda parte Juan Manuel Rodríguez vio lo mismo que nosotros y trató de cambiar los rumbos con David González y con Sergio, pero duraron poco esas intenciones, casi lo justo para marcar el gol y volver al canguelo y a ver cómo el equipo contrario-tal como ya hicieron Córdoba o Murcia- atacaba sin que nadie fuera capaz de pararlo hasta que metiera su gol y volviera a la especulación futbolística en la que se está moviendo esta Segunda División tan enmarañada. Poco más se puede escribir de un partido que empezó empatado y que no varió su condición a pesar del paso del tiempo y del desespero de los más de diez mil aficionados amarillos que acudieron al estadio. No creo que se conserve en ninguna memoria los noventa minutos de esta tarde. Si acaso quedará la tranquilidad y la templanza de Vitolo en el momento de marcar el gol o algunos de los paradones providenciales de Barbosa. Casi todo lo demás es olvidable. No hubiera pasado nada si este partido no se hubiera jugado. Pasan cosas cuando juegan Alfonso Silva, Germán, Juan Carlos Valerón, David Silva o Jonathan Viera –volvió a dejar un par de detalles que invitan a seguir acudiendo al Gran Canaria-. Si el genio se da cita en el terreno de juego siempre nos queda un regate o un cambio de ritmo prodigioso para vencer a la mediocridad del tiempo. O para recordarnos que seguimos yendo al fútbol porque confiamos en encontrar ese fogonazo que haga que por unos momentos la vida parezca eterna. Da lo mismo que al final del partido sigamos siendo igual de mortales. Cuando salta la chispa no hay fuego comparable al de esos goles prodigiosos que todos guardamos como oro en paño en nuestra memoria más futbolera. El partido de hoy, sin embargo, empató con este mundo insulso y previsible que estamos habitando últimamente.

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