jueves, 1 de septiembre de 2016

Felipe, aquel ídolo de los otros días de gloria

No podía llegar en mejor momento el homenaje. Hace años, los más jóvenes no entendían que habláramos todo el rato de los tiempos en los que ganábamos a los grandes, jugábamos competiciones europeas y llegamos a una final de la Copa del Rey. Siempre digo que me hubiera gustado haber vivido el mejor momento de la Unión Deportiva, el de los canteranos que estuvieron a punto de ganar la Liga, el de Germán, Tonono, Castellano, Guedes, León y compañía. No lo viví aunque sí lo conozco como si lo hubiera vivido. Tenía dos años en esos momentos, pero luego mi abuelo y mi padre me contaron una y mil veces con todo lujo de detalles aquellos pases al hueco de Germán para que corrieran León o Gilberto II o me hablaban de la jerarquía de Juan Guedes empujando al equipo e imponiendo el ritmo pausado hasta que veía un hueco y de repente aceleraba como hacía Classius cuando dejaba de bailar como una mariposa para picar igual que una avispa. Vi jugar a casi todos menos a Juan Guedes.
Después llegaron años de transición y de estar al borde del descenso hasta que aparece Miguel Muñoz y, como Molowny en los sesenta, vuelve a cambiar la historia. Creo que ahora Setién está a punto de sumarse a esos dos nombres en la historia de la Unión Deportiva. Muñoz tenía un equipazo con jugadores como Carnevali, Brindisi, Morete, Juani y compañía, pero tomó un par de decisiones que cambiaron el destino de dos jugadores que luego llegaron a ser internacionales varias veces: puso de lateral a un extremo como Gerardo Miranda y de líbero, ahí es nada, a un delantero como Felipe. Acertó en los dos casos. Gerardo se fue pronto al Barcelona, pero Felipe se acabó convirtiendo en uno de los grandes jugadores de la Unión Deportiva. No fue internacional más veces por aquella especie de fobia que tenía Kubala a los jugadores de Las Palmas y porque coincidió en el tiempo con José Ramón Alexanco, pero recuerdo el Don Balón de aquellos años y el equipo ideal de cada semana: Felipe aparecía casi siempre en el puesto de líbero: su experiencia como delantero le hacía colocarse en el lugar preciso, aunque lo que más recuerdo era cuando salía desde atrás jugando el balón, siempre con la cabeza levantada, regateando o haciendo paredes con Brindisi, con Noly, con Jorge o con Félix. El balón se lo pasaba Guillermo Hernández o Roque Díaz, o sacaba en corto Carnevali, y Felipe lo llevaba hasta el otro campo poniendo en pie al Insular varias veces cada partido.
Siempre digo que yo tenía dos ídolos de niño. Germán, Guedes y Tonono eran mitos, y los mitos están en un escalón superior, casi intocable; pero de los jugadores que veía jugar cada semana con diez u once años siempre elegía a Felipe y a Brindisi. El jugador de La Orotava se merece como pocos el homenaje que le brindará la Unión Deportiva en los próximos días. Y lo que uno agradece al destino es que un jugador como Felipe, un profesional discreto que al retirarse volvió a su pueblo como quien regresa con una misión cumplida, vea llegar a ese pueblo al equipo líder de la Liga más importante del mundo. Se merecía un reconocimiento como ese el eterno líbero, aquel jugador con el flequillo cubriéndole la frente que cortaba certero los avances del contrario y que salía al ataque levantando la cabeza y poniendo en pie al Estadio Insular en unos días de gloria parecidos a los que ahora vivimos.


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