miércoles, 2 de marzo de 2011

Carnevali

Carnevali consiguió que muchos niños de Canarias nos colocáramos debajo de los palos. De entrada, todo niño quiere ser delantero, o como mucho centrocampista ofensivo, pero si encuentra un referente llamativo en otro lugar del campo querrá imitarlo y cambiará la tendencia natural por los mandatos de la mitomanía. En Canarias, entre Tonono, Castellano y Felipe consiguieron que también muchos niños quisiéramos ser defensas. Pero yo quería hablarles de Carnevali. Soy de los que piensan que todos los equipos que aspiren a algo tienen que contar con un portero regular, seguro y que imponga su personalidad donde se decide buena parte del destino de los partidos. La selección española no había ganado nada hasta que llegó Iker Casillas para detener el penalti en el momento clave que antes siempre acababa en gol o esa jugada que en otros Mundiales y otras Eurocopas terminaba irremisiblemente dentro de la portería. En el equipo grandioso de la Unión Deportiva que yo vi de niño ese axioma se cumplía con Daniel Carnevali, un porterazo con una personalidad increíble que, para satisfacción de los más pequeños, y a veces para desespero de los mayores, adornaba muchas de sus paradas con unas palomitas increíbles que estábamos toda la semana queriendo imitar con las consiguientes heridas en las rodillas. Hay que recordar que el único césped que había entonces en la isla era el del Insular, el del parque Doramas o el de los apartamentos del Sur. Le llamaban el gato porque sus gestos y sus reflejos eran gatunos y precisos, casi siempre resolutivos, y sobre todo estéticamente bellos. Los fotógrafos de aquellos años tuvieran la suerte de sacar fotografías prodigiosas de Carnevalli que se conservan en las hemerotecas como fiel testimonio de lo que escribo.

Por el Insular pasaron otros muchos porterazos. Siempre recordaré la sobriedad de Iribar, un arquero casi tan imbatible como su equipo: yo creo que el Athletic de Bilbao fue siempre el equipo al que más nos costó ganarle en aquellos años. Era rocoso y casi inexpugnable, y en punta tenía delanteros de una calidad ténica exquisita como Rojo I, Dani, Argote o más adelante Sarabia. Pero en el Insular vi también grandes intervenciones de Arconada, sobre todo un año que acabamos ganando a la Real Sociedad por dos a cero, con dos goles de Morete, en el que el donostiarra paraba todo lo que se le tiraba a puerta cayendo y levantándose del suelo como si todo su cuerpo estuviera recorrido por muelles. Otra actuación memorable de un portero fue la de Aguinaga cuando defendía los colores del Salamanca, o las que hacía D’Alessandro con el mismo equipo, pero de Aguinaga recuerdo un día en que parecía que el Salamanca jugaba con tres porteros en lugar de con uno, y de hecho esa temporada acabó siendo fichado por el Atlético de Madrid como portero titular. Lo bueno es que los arqueros los teníamos a escasos metros, y quizá por eso impresionaban tanto cuando volaban de un palo a otro en paradas prodigiosas. Nuestra suerte fue que durante varios años pudimos ver cada sábado a uno de esos grandes porteros en directo. En la vida y en el fútbol me gusta la gente como Carnevali. No sólo hay que parar el balón; también hay que adornar esas paradas para que todo parezca más hermoso y emocionante de lo que realmente es. A veces, por complicarlo, te puedes equivocar, pero uno perdona un error por los otros noventa y nueve momentos grandiosos que valen la pena. Sin esas recreaciones y esos riesgos el fútbol nunca se adentraría en la memoria y el recuerdo. La sobriedad siempre termina cayendo en el olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario