miércoles, 18 de mayo de 2011

Primer minuto

Los partidos no empiezan cuando el árbitro da el pitido inicial. A veces llevan varios días o varias semanas celebrándose, y es seguro que el auténtico comienzo tiene lugar cuando uno llega el estadio y se deja llevar por el entorno de expectación que encuentra a su alrededor. Cuando íbamos al Insular, y casi siempre hablo del estadio de Ciudad Jardín porque allí vi el fútbol de niño, se vivían los calentamientos con la misma emoción que los partidos, sobre todo cuando venían los equipos grandes y te encontrabas a escasos de metros de donde estabas a todos los grandes jugadores del momento.

Pero ese comienzo del que hablo es metafórico y particular. El otro inicio, el que consta en acta, es el que ordena el árbitro, que en aquellos años vestía siempre de negro y utilizaba tarjetas blancas y rojas. De todos esos comienzos siempre recuerdo uno por la estética de la jugada. Saca de centro el Barcelona, recibe Cruyff, le hacen falta cuando va a controlar el balón justo en el círculo central. Coge el balón rápidamente con la mano, lo pone en el suelo y saca la falta golpeando con la precisión y la fuerza precisa para que la pelota quedara suspendida en el punto de penalti de la portería de la grada Naciente. En esa especie de conjura contra las leyes de la física aparece Neeskens tirándose en plancha y batiendo a Carnevalli. Tengo guardado en la memoria ese gol por la plasticidad del momento. Carnevalli se estira en un reflejo felino y Neeskens remata girando el cuello para enviar el balón a la misma escuadra. Se jugaba el primer minuto y entonces escuché a mi padre decir que aquello era un jarro de agua de fría. Yo estaba en esa edad en que lo preguntas todo, y con ese gol supe sobre la marcha lo que era un jarro de agua fría. Eso sí, la afición del Insular se puso en pie para aplaudir la belleza de un tanto que ha quedado para siempre en mi memoria, igual mucho más idealizado de la cuenta, pero les aseguro que aquél fue un momento sublime de gran belleza futbolística en donde también aprendí que al contrario hay que aplaudirle cuando se empeña en engrandecer el fútbol. Lo bueno de aquel encuentro es que al final la Unión Deportiva, que vivía entonces unos años gloriosos con los argentinos, terminó ganando dos a uno a aquel equipazo que comandaba Johan Cruyff y que terminó ganándonos la única final de Copa del Rey que hemos jugado hasta el momento.

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