jueves, 2 de junio de 2011

Un estadio que ahuyenta a las buenas almas futboleras

Las transiciones bien gestionadas son la antesala para que los éxitos, a veces tan azarosos e inesperados como los fracasos, no se conviertan en flor de un día. Hay que llegar y saber mantenerse. Para ello precisamos de un estadio que no nos aleje de nuestros propios sueños. Si un niño no alcanza a ver de cerca a los jugadores difícilmente calará en él algún sentimiento. Tan lejos, y con tanto frío ambiental, lo más probable es que se enganche sobre la marcha a lo que le propongan por la tele, y entre Messi, Cristiano Ronaldo o el Kun Agüero y los jugadores amarillos tendrán claro lo que querrán. La única manera de mantener viva la afición amarilla es la apuesta por una cantera que nos identifique y la cercanía a un césped que por más que nos empeñemos no hemos logrado oler todavía en el Gran Canaria. Llegar al Insular era oler la hierba y ver a dos metros a Germán o a Brindisi. Por eso soy de Las Palmas. Tenemos que regresar cuanto antes a esa esencia de las pequeñas sensaciones para no extraviarnos. Nos mantenemos más o menos a salvo porque había mucha memoria y mucho mito del Insular en nuestra genética amarilla. Cualquier otro equipo que no hubiera tenido la grandeza y el apoyo incondicional que tiene la Unión Deportiva Las Palmas hubiera desaparecido hace mucho tiempo ante tanta frialdad. El día que vuelva a oler el césped sabré que estoy nuevamente en mi casa. Lo de ahora es arquitectura del vacío, un escenario que sólo sirve para ahuyentar a las buenas almas futboleras. Si no fuera por la televisión y por las fotos de los periódicos ni siquiera conoceríamos las caras de nuestros propios jugadores.