lunes, 30 de octubre de 2017

Ni física ni química

Un estadio vacío siempre es un mal presagio. Vale que era lunes, pero si la afición se sintiera parte de este equipo ahora mismo llenaría esas gradas lo mismo un lunes que un domingo, sobre todo cuando sabe que el partido puede ser determinante, no definitivo porque estamos en octubre, pero sí que me temo que será casi decisivo en la inercia del equipo amarillo, esa inercia que nos ha llevado al precipicio desde que le empezaron a mover la silla a Setién creyendo que los actos no tenían consecuencias. La Unión Deportiva es ahora mismo un equipo caótico que ni sabe a lo que juega, ni quiera jugar a nada que implique esfuerzo, lucha y compromiso con el escudo que llevan en la camiseta.
Podemos tener una de las mejores plantillas de nuestra historia, pero no tenemos equipo. Podemos tener nombres rutilantes, pero no tenemos jugadores que presionen como presionan los grandes jugadores del siglo veintiuno, podemos tener Vitolos internacionales, pero, de momento, no hemos visto siquiera al Vitolo de Segunda que nos levantaba de los asientos. Y si teníamos un gran equipo cómo es posible que todo se venga abajo desde que sale del campo Jonathan Viera. Dónde está el entrenador, dónde están esos profesionales contrastados y mundialistas, dónde está el criterio, dónde la coherencia, dónde perdimos el norte, en qué parte del camino decidimos hacernos un harakiri que mucho me temo que tendrá unas consecuencias terribles para el futuro de la Unión Deportiva.
Uno esperaba que en el descanso, el entrenador tuviera la capacidad de darle la vuelta al caos que vivíamos desde el minuto diez del partido, desde que salió Viera y cualquier atisbo de coherencia futbolera parecía ya un imposible. No sabemos a lo que jugamos, hemos perdido nuestra idiosincrasia y ese fútbol que amamos más allá de la codicia del resultado. A veces no importa perder si uno sabe que está dando todo lo que tiene, o que está defendiendo una filosofía en la que cree. Pero no hay ni física ni química en esta Unión Deportiva que conforman jugadores haciendo la guerra por su cuenta, regateando en medio de la nada, corriendo sin criterio y olvidando, quizá porque no hay un entrenador que se los recuerde, que el fútbol es un juego en equipo y, como decía Valdano, un estado de ánimo. Nosotros tampoco tenemos ahora mismo un estado de ánimo que nos ayude. Casi todos olvidamos los desastres y las improvisaciones del final de la temporada pasada y del principio de esta para sumar fuerzas en este partido; pero los desastres y las improvisaciones son como esos orificios que hunden todos los barcos, incluso esos barcos construidos con los mejores materiales y por los ingenieros más conspicuos. Si esos barcos los dejas a merced de capitanes que no saben ni dónde queda el estribor del fútbol se hunden irremisiblemente. A lo mejor es que lo que queremos este año es ganar la Copa. La Liga, si no contamos con un entrenador con experiencia y criterio al que dejen entrenar, nos irá colocando donde la vida coloca siempre a aquellos que no cumplen. Igual ganamos en el Bernabéu, pero esa victoria sería como la de Copa el otro día, una anécdota, una boutade del fútbol, un brindis al sol. La Liga pone a cada uno en su sitio, y es un camino en el que no caben engaños ni flores de un día. Tampoco se logra nada en ella si uno cuenta con las mejores plantillas, pero no sabe o no quiere hacer equipo.


domingo, 29 de octubre de 2017

Como si nos jugáramos un ascenso

La historia se escribe muchas veces lejos de las mayúsculas y de las grandes gestas, allí donde a veces ni siquiera llegamos a darnos cuenta de la trascendencia de nuestros pasos. Estaría bien ganar dentro de unos días en el Bernabéu por vez primera en nuestra historia, llegar a otra final de Copa o regresar a las competiciones europeas como en los años setenta, pero no hay que olvidar que después de esos logros estuvimos muchos años jugando con equipos de medio pelo que preferimos olvidar para no sentir el vértigo del fracaso en el espinazo.
También es cierto que muchas veces no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos o hasta que no vemos cómo otros se conforman con lo que nosotros no valoramos por esa extraña costumbre que nos hace olvidar la grandeza de lo que estamos viviendo. Quizá hemos olvidado lo que era para nosotros la Primera División hace cuatro o cinco temporadas, y no digamos hace diez o doce campañas. Ahora estamos en Primera, más o menos asentados y con una plantilla que supera a todas las plantillas que hemos tenido estos últimos quince años. He sido crítico, y lo seguiré siendo cuando se tomen decisiones erróneas e incompresibles, esas improvisaciones casi demenciales que nos han llevado a donde estamos. Pero en estos momentos a mí, y creo que también a ustedes, lo único que me interesa es la Unión Deportiva Las Palmas. La goleada al Coruña en Copa puede servir para recuperar la confianza y para que los jugadores no olviden quiénes son cuando llegan esas pájaras extrañas en las segundas partes de casi todos los encuentros.
Esa historia que no se juega en las grandes gestas sino en los pequeños detalles tiene su razón de ser en partidos como el del próximo lunes en el Gran Canaria. Necesitamos ganar al Coruña para salir del descenso y para romper una dinámica que nos puede condenar al abismo si no espabilamos a tiempo. Después iremos al Bernabéu ( y mantengo que sin presión, y teniendo la plantilla que tiene Las Palmas, podemos dar la sorpresa en Chamartín), pero de lo que se trata ahora es de reaccionar y de apoyar al equipo como si nos estuviéramos jugando el ascenso nuevamente con el Zaragoza. La pena es que el partido sea un lunes nuevamente, es como si alguien quisiera alejarnos de la fiesta del fútbol, que digan lo que digan cae siempre en fin de semana. A pesar de ello no hay que olvidar que jugamos en casa y que venimos de ganar uno a cuatro al mismo equipo que tendremos delante. Esta batalla la tenemos que ganar entre todos y ya luego habrá tiempo de arreglar los desaguisados. Ahora solo tenemos un objetivo: ganar al Deportivo. Todo lo demás no vale para nada. Olvidemos los últimos resultados y centrémonos en ese objetivo irrenunciable. No será un encuentro de los que aparezcan luego en el recordatorio de las grandes gestas del equipo, pero todos sabemos que no habrá gesta que valga si no salimos a jugar ese partido como si nos jugáramos un ascenso. Dejemos la palabra descenso muy escondida en el diccionario. Si acaso volvamos a recuperar el espíritu de aquellos partidos que nos llevaron a vivir un sueño que hace muy poco tiempo nos parecía lejano y casi inalcanzable.

domingo, 22 de octubre de 2017

Humillación

Hay varias acepciones del verbo humillar, pero me quedo con la que habla de herir el amor propio o la dignidad de alguien. Creo que eso es lo que está haciendo en estos momentos la Unión Deportiva Las Palmas con sus aficionados, sobre todo porque ya no éramos ese equipo pequeño que llevaba años sin jugar a nada, porque ya había dinero para fichar y porque se nos había contado, ahí es nada, que casi teníamos la mejor plantilla de nuestra historia. La humillación viene de mucho tiempo atrás, y en esta vida quien siembra vientos termina desmembrado por sus propias tempestades, viene de los días en que se decidió prescindir de Setién y jugar a la arrogancia del nuevo rico que cree que todo lo compra el dinero. No siempre sucede, pero la vida suele poner a cada uno en su sitio al paso del tiempo, y ahí está Setién y aquí estamos nosotros, con un nuevo entrenador que ha recibido nada menos que doce goles en sus tres primeros partidos y que además acumula diez derrotas seguidas, ni siquiera un mísero empate para maquillar las cifras, en Primera División. Todo termina cuadrando, y no hay improvisación sin consecuencia.
Se jugó de maravilla en la primera parte del partido, y queda para el recuerdo un regate de Viera que visualmente le valdrá a nuestra memoria para compensar todos los desastres que sufrimos con un conjunto frágil como esas cerámicas que le ponen nombre al estadio del equipo castellonense, como teselas romanas que se quiebran igual que cristales de Murano desde el primer embate, y lo peor, como un ejército abatido que carece de estrategias, que juega como jugábamos nosotros de niño en los partidos que improvisábamos en una plaza, en una mareta o en cualquier calle con dos piedras: los jugones movían la pelota y desplegaban su talento, pero no había nada más. Entonces no pasaba nada porque el otro equipo era como el nuestro, echábamos a rodar el balón y el resultado solo dependía del azar y del talento. Esto es distinto. Cuando se te planta enfrente un equipo que sabe a lo que juega y tú quieres jugar como si lo hicieras en Las Canteras con cuatro amigos lo más normal es que te marquen doce goles en tres partidos y que dejes a tus aficionados temiendo un descenso que hace un año, por estas mismas fechas, nos hubiera parecido la más exagerada de las bromas, casi un delirio, porque hace un año un día como hoy hacíamos números para jugar en Europa y volver a la grandeza de aquellos años setenta en donde se juntaban las buenas plantillas, los entrenadores que sabían lo que hacían y la coherencia de las juntas directivas.
Humillación, sí, porque solo había que ver las caras de los aficionados que te encontrabas por la calle después del partido, porque si pierdes pero sabes a lo que juegas, o si pierdes pero ves que hay coherencia en lo que haces, uno puede sobrellevar esa derrota con la dignidad que se espera del espíritu deportivo. Sin embargo lo que estamos viviendo es muy distinto, y los que llevamos años viendo fútbol sabemos que estamos en una situación ciertamente complicada. A Márquez lo pusieron a última hora y no confiando ni en su criterio ni en su experiencia. Con esa decisión lo único que lograron fue llevar el caos tanto al primer equipo como al filial. Luego fichas, para tratar de arreglar la situación, a un entrenador destituido la pasada campaña que acumulaba la friolera de siete derrotas seguidas en Primera. Repito lo de Márquez, no se concibe mayor delirio ni mayor torpeza. Y ahora recibimos al Coruña en el próximo partido de Liga, y luego jugamos contra el Real Madrid en el Bernabéu. Del partido de Copa prefiero olvidarme. Lo que nos ocupa y nos preocupa ahora mismo a los aficionados amarillos es la Liga, ese precipicio que de repente se nos ha abierto como se le abrió a aquella lechera del cuento que vio cómo se hacían añicos todos sus sueños de grandeza. Los nuestros, la verdad, están ahora mismo donde ni los más pesimistas, ni los peores agoreros, podían imaginar antes de que empezara esa sucesión de incoherencias que nos ha dejado al borde del peor de los abismos.

lunes, 16 de octubre de 2017

Cuando el cemento sabe de fútbol

Me lo recordó mi amigo Jesús Fernández mientras veíamos el partido. Jesús y yo tenemos la misma edad y vimos mucho fútbol del bueno en el Estadio Insular, vimos a Germán y a Tonono, a Brindisi, a Morete, a Narciso, a Coke Contreras, a Alexis Trujilo, a Orlando o a Robayna. Pero vieron más otros aficionados que acuden al estadio de Gran Canaria, vieron a Silva y a Mujica, a Guedes, y mucho antes vieron a Pacuco Jorge o a Luis Molowny jugando con el Victoria y el Marino. Jesús me recordó lo que dijo Ángel Cappa cuando entrenaba a Las Palmas. El entrenador argentino, catador de la belleza futbolera y sabedor de los mitos de este deporte, dijo una frase sobre los aficionados de Las Palmas que quizá deberíamos recordársela a Ayestarán antes de que sea demasiado tarde. “Cuando el cemento sabe de fútbol”. Da lo mismo que el estadio sea nuevo, que sea frío, que juguemos un lunes o que esté medio vacío. Aquí se sabe de ese fútbol que he nombrado recordando a varios jugadores, pero también podría recordar al Luis Molowny entrenador, al gran Pierre Sinibaldi, que venía del Anderlecht y que fue precursor de la defensa adelantada, a Miguel Muñoz, a Roque Olsen, a Pacuco Rosales, a Paco Jémez antes de que desoyera la coherencia, o a Quique Setién, que supo conectar con la sapiencia, el mito y lo que buscaba ese cemento desde hacía muchos años. El Celta, que es un equipo de nuestra Liga, que siempre ha sido un rival cercano a los aconteceres de la Unión Deportiva, se puso cero a tres, y marcó luego dos goles más incluso con un jugador menos sobre el campo. Y el Celta no es un Leganés o un Éibar que venga a encerrarse en su campo, ni un Barça o un Madrid que te asuste con sus estrellas. Al Celta había que jugarle sin complejos y sin reservas en el banquillo, de tú a tú, buscando el balón y tratando de proponer esa belleza que propone Jonathan Viera antes de que el balón pase por sus piernas. Y no sé ustedes, pero ni yo, ni creo que ese cemento del que hablaba Cappa, entienda que la Unión Deportiva pueda dejar a tres jugadores internacionales (Vitolo, Rémy y Lemos) en el banquillo, eso me parece una boutade peligrosa, una incoherencia, una declaración de cobardía justo cuando te presentas ante tu afición jugando con un equipo que se entiende que propone tu mismo juego. Solo le faltó a Ayestarán dejar en el banquillo a Jonathan Viera para hacer un pleno al cinco de internacionales a la sombra. No lo entiendo, y entiendo todavía menos que, a no ser que mediara lesión, a Vicente Gómez se le deje en el banquillo todo el encuentro. Lo poco que sé de fútbol lo aprendí en ese cemento del Insular del que hablaba a Ángel Cappa, y en ese cemento, que un jugador tan determinante, inteligente y creativo como Vicente no tenga ningún minuto perdiendo dos a cinco contra el Celta me dice que Ayestarán sabe poco de lo que aquí saben nuestros viejos ( y recordemos que los goles de Las Palmas fueron anecdóticos, después del minuto noventa, con el cemento más cemento y más vacío que nunca, y con dos goleadores, Vitolo y Rémy, que salieron al campo con todo perdido). Siempre intento ser optimista cuando escribo de la Unión Deportiva, pero hoy traicionaría a la memoria de ese cemento que tanto sabe de fútbol si no escribiera esto.

domingo, 1 de octubre de 2017

El caos en todas partes

Vale que la vida es una improvisación constante, pero aunque queramos vivir siguiendo la dirección del viento que pasa o el vaivén de las mareas hay que tomar una serie de precauciones para no caer si caminamos o para no zozobrar si vamos navegando. Si uno camina sin asideros por el borde de un precipicio es muy probable que se termine cayendo al vacío, y si se navega sin motor, sin remos y sin velas, lo más lógico es que se naufrague con las primeras corrientes o con el primer jalío del océano. La Unión Deportiva Las Palmas se caía y naufragaba al mismo tiempo, y eso era algo que veíamos venir hacía tiempo, y no era culpa de Manolo Márquez, una apuesta a la desesperada cuando ya venían las olas demasiado grandes. Demasiada improvisación, demasiada carga de conciencia por dejar ir a Setién, demasiada presión después de haber tenido entre manos un proyecto que hubiera sido inolvidable. Llegar al Camp Nou improvisando no es lo más recomendable, ni siquiera el día en que todas las improvisaciones más grotescas se habían dado cita en Barcelona con un referéndum que rozaba la demencia, con los extremismos tocándose peligrosamente, pero con otros incapaces de negociar o de parar a tiempo lo que ya intuíamos que iba a suceder, cargas policiales cuando no se tuvo intención de acabar con un alud que dejaron que siguiera creciendo hasta el descontrol absoluto. A lo que no le vi ningún sentido fue a lo de la bandera española en la camiseta de la Unión Deportiva. No había necesidad, y sobre todo estando como estaban las cosas en Barcelona. Esa camiseta es para jugar al fútbol, y dentro del terreno de juego es sagrada para muchos de nosotros, y en ella no caben más colores que los del escudo y el azul y el amarillo que nos representa.
Ayestarán apenas tuvo tiempo para armar un equipo y salir a jugar contra el que posiblemente sea el conjunto más temible del planeta, y ante uno de los jugadores más grandes que se han paseado por la historia del fútbol, pero ya sabemos que el fútbol escribe páginas imposibles cuando menos lo esperamos. Ganar en Barcelona era una utopía aun con todo el trabajo bien hecho, pero justamente en el caos llegan a veces las grandes sorpresas. Se vio un equipo más ordenado y con más criterio, y además, salvo algunos despejes, sigue apostando por un juego de toque, saliendo desde atrás y apelando al talento. Eso tranquiliza de cara al futuro, pero del partido contra el Barcelona quedan los ecos de un estadio vacío en el que parecía que entrenaban dos equipos cualquier mañana durante un partidillo. En ese silencio escuchamos nítidamente el sonido del poste en el tiro de Calleri que pudo haber cambiado el destino del partido cuando íbamos cero a cero y Las Palmas controlaba la pelota y el ritmo del encuentro. Pero luego se impuso la lógica, y de haber ganado cero a tres si suspendían el partido nos vimos perdiendo tres a cero, y otra vez con Messi como único rey indiscutible.
Hay finales previsibles, y este era uno de ellos. El nuevo ciclo empieza ahora, la pretemporada comienza realmente esta semana, y esa es una pésima noticia para un equipo que aspira a estar en la élite y para unos aficionados que probamos el caviar futbolístico durante muchos partidos de los dos últimos años. Nos retiraron ese manjar pasajero, y aun así continuaremos yendo al estadio y siguiendo a nuestro equipo, pero sabemos que ya nada será lo mismo, que hay demasiadas espinas en la Unión Deportiva, demasiados jefes y muchas incongruencias. El resultado es el que cualquiera puede imaginar en esas circunstancias, un caos, un desastre, como el de ese referéndum que tenía lugar fuera del estadio. Pasara lo que pasara, perdíamos todos. En el estadio ganó el Barça. Digamos que era lo lógico y lo previsible, pero nosotros habíamos perdido desde mucho tiempo antes de saltar al campo, con una bandera que no venía a cuento ese día en la camiseta amarilla y con una afición que asiste estupefacta a toda esa sucesión de desatinos.