domingo, 26 de febrero de 2012

Un equipo del montón

Hay partidos que se pueden resumir en pocas palabras. No siempre genera el fútbol mucha literatura. La derrota de esta noche ante el Córdoba se produjo tras una especie de suicidio colectivo, un suicidio extraño en el que sabías que hiciera lo que hiciera Las Palmas no iba a meter el balón en la portería contraria. No me digan por qué, pero esas cosas se notan desde que ves a los jugadores en el calentamiento. Al Córdoba no es que lo viera como un equipo ambicioso y con vitola de ganador, pero uno intuía que más tarde o más temprano marcaría un gol y el partido terminaría uno a cero por esa ineficacia amarilla que se vislumbraba desde que conocimos la alineación. Fallamos un penalti que nos podía haber puesto por delante cuando quedaban solo veinte minutos, expulsaron a Jonathan Viera - y eso supone que nos quedaremos sin chispa y sin talento uno o varios partidos- y volvimos a regalar los primeros minutos del encuentro. Pero ya digo que fue un partido en el que no se pueden buscar culpables. Venían mal dadas y todo parecía orquestado para que nos hiciéramos el harakiri a las primeras de cambio. Seguimos en tierra de nadie en la clasificación, en el juego del equipo y en las ilusiones que despierta la Unión Deportiva entre sus aficionados. Yo creo que nos salvaremos sin problemas, pero si no vamos a ganar los partidos aprovechando el talento ofensivo que poseemos llegará un momento en que no vayan al estadio de Gran Canaria ni los aficionados más conspicuos y fieles de la parroquia amarilla. Ni fu ni fa. Nos parecemos al gallego del cuento que no sabes si quiere ir para arriba o para abajo. De vez en cuando aparece Viera y nos da una victoria en nuestro estadio. Fuera de casa parece que nos importan poco los puntos que se juegan. Nos movemos en la zona media, con el peligro que ese conformismo conlleva: casi sin que nos demos cuenta podemos convertirnos en un equipo mediocre, del montón.

sábado, 4 de febrero de 2012

Lo gris y lo épico

Mucho frío, poco fútbol y una victoria épica. Qué queda de todo eso: tres puntos y los saltos de alegría de algo más de nueve mil aficionados amarillos a los que habría que hacerles un homenaje por su lealtad y su presencia hoy en el Estadio de Gran Canaria. Siempre será gélido y distante ese jodido estadio que solo pudo ser concebido en la mente de un enemigo del fútbol, pero en tardes como la de hoy me gustaría sentar en las gradas a todos los que tuvieron algo que ver con su construcción. Las Palmas no jugó ni bien ni mal. Tampoco el Guadalajara. Sabíamos que era fútbol porque había un balón sobre el césped y veintidós jugadores que corrían de un lado para otro como persiguiendo a sus respectivas sombras. Nosotros mirábamos, silbábamos, aplaudíamos o tuiteábamos el partido. Marcó Las Palmas, luego empató el Guadalajara y más tarde se adelantó el equipo alcarreño. Llegamos así al último minuto del partido. A partir de ahí se sucedieron esas circunstancias que seguirán haciendo grande al fútbol. Empatamos de penalti y luego, en apenas cinco minutos, tuvimos más oportunidades que en todo el partido. Fuimos fallando ocasiones hasta que nos vimos con una falta a favor al borde del área. Apareció Viera –menos mal que estaba Viera y que no lo vimos vestido de rojiblanco este fin de semana-,miró al horizonte, cogió carrerilla y logró el tanto de la victoria después de que el balón chocara en el poste y en la espalda del portero. Fue uno de esos goles que casi entran más por el empuje de la grada que por la propia potencia del disparo. El final fue, salvando las distancias, como aquel partido entre el Bayern y el Manchester United de la Liga de Campeones jugado en el Nou Camp. Nos olvidaremos de la desidia, de los fallos en los pases y de la falta de ambición amarilla. Lo que quedará de este encuentro será el estruendo y el salto de casi diez mil espectadores celebrando el gol de la victoria. A veces el fútbol no es más que un minuto de gloria, un grito que espanta todas las tensiones de la semana, un gol que cuando resuena se confunde con todos los grandes goles que nos han levantado alguna vez de nuestros asientos. Tocaba ganar para alejarnos de los puestos de descenso. Ahora nos movemos en una bendita tierra de nadie desde la que podemos volver a mirar hacia arriba. Ni somos tan buenos como hace un par de meses, ni tan malos como la pasada semana en Alcorcón. Lo importante es siempre ser y seguir estando. Y si tenemos a Jonathan Viera la conjugación de ambos verbos se vuelve más relajada y victoriosa. Hacía frío y todo era gris, tanto el juego como el cielo; pero bastaron unos minutos alejados de las tácticas y las lógicas para que volviéramos a seguir creyendo en el fútbol y en la épica que lo engrandece y lo mantiene a salvo de las especulaciones y de los representantes.