lunes, 28 de noviembre de 2016

La mitad del camino

Uno no sabe qué momentos serán cruciales en su vida. Cualquier mañana te levantas y puede cambiar todo tu destino. A veces intuimos esos días o sabemos que hay citas que pueden cambiar de arriba abajo esa suerte que nunca sabes de qué lado termina cayendo hasta que la moneda no llega al suelo. En el fútbol también sabemos que todo es tremendamente volátil e inesperado y que no hay equipo, por muy grandioso que haya sido, que no se haya jugado su destino en noventa minutos. No es que Las Palmas jugara un partido a vida o muerte contra el Athletic de Bilbao, pero todos intuíamos que de lo que sucediera en ese encuentro dependería el devenir de los próximos meses, la inercia que nos llevaría hacia arriba o hacia abajo en la tabla clasificatoria.
No era un lunes de noviembre por la noche el mejor día para jugarte ese salto al vacío o a las estrellas. Pero respondió la afición y, sobre todo, respondió el equipo. Y ahora sí podemos decirlo abiertamente: era muy importante el partido de esta noche. No dejamos que fuera solo la moneda la que determinara la suerte. La Unión Deportiva se empeñó en ganar con esfuerzo y talento, aun cuando todo se complicara de nuevo en los últimos minutos, justo después de que ese metrónomo llamado Roque Mesa tuviera que abandonar el campo y de que el árbitro se inventara el enésimo penalti contra el equipo amarillo. Fue entonces cuando apareció de nuevo esa estela de genialidad, picardía y sutileza que lleva consigo Jonathan Viera donde quiera que aparece. Marcó el tercer gol que cerró el partido y nos dejó en mitad de la tabla, ya mirando hacia arriba, y casi con la mitad de los puntos que necesitamos para salvarnos sin haber llegado a diciembre todavía.
No era el Bilbao el mejor equipo para reponernos del batacazo de Sevilla. Cuando yo era niño el equipo vasco me parecía siempre el conjunto más infranqueable de la Liga. Veías a Iribar y la portería parecía que se hacía pequeña cuando él estaba bajo palos. Podrán decir lo que quieran, pero sigo insistiendo en que todo buen equipo nace en la portería. Aquel Bilbao tenía al Txopo como referente, y todos los demás jugadores se mostraban igual de sobrios y seguros que el meta de Zarauz, aunque Germán siempre terminaba encontrando ese hueco casi imposible para batir al meta vasco. También fue el Athletic el que nos bajó del sueño de vivir en Primera para siempre. Aquel partido en el que descendimos y los vascos ganaron la Liga fue el peor momento que he vivido en un estadio de fútbol. Por eso casi necesitaba tocar madera antes de que comenzara el partido y precisaba que el olvido escondiera todos esos malos farios del pasado. Al fin y al cabo ya no estaba Iribar, ni jugaban Dani o Manu Sarabia en la delantera visitante.
Todo es un constante movimiento. Y en el fútbol esas corrientes son todavía más apreciables. El destino depende de un gol o de un golpe de suerte, aunque no hay milagro sin trabajo y sin una planificación previa. Tampoco sin estilo. Ese estilo no es fácil mantenerlo siempre. Hoy se volvió a dibujar en muchas fases del partido ese juego elegante y casi poético que planteó Setién desde el primer entrenamiento con la Unión Deportiva las Palmas. Poco a poco nos vamos haciendo un poco más grandes entre los grandes, y los objetivos iniciales están cada día más cerca. El fútbol convirtió el lunes en una extraña fiesta, como si fuera domingo y como si al final todo lo que soñábamos hace años se fuera haciendo realidad a medida que avanzan los partidos.



viernes, 18 de noviembre de 2016

El uno y el nueve

A veces un cambio de entrenador trae consigo una inexplicable transformación en las piernas y en la mente de los jugadores. De vez en cuando me imagino en uno de esos días en que todo sale torcido deteniendo a mi destino y pidiéndole que deje que sea otro el que marque las estrategias y los planes más o menos inmediatos. Pero no es posible, en la vida cada uno lleva a su propio entrenador de forma vitalicia, como si fuéramos aquellos equipos ingleses que cambiaban todo menos el entrenador que se sentaba cada año en el banquillo. Recuerdo a Bill Shankly, que estuvo media vida en el Liverpool, o al mismísimo Alex Ferguson, con más de veinte temporadas en Old Trafford. Aquí en España sí cambiamos a los entrenadores cada dos por tres. Nosotros fuimos beneficiados por ese cambio hace algo más de un año, y el Betis ha querido emularnos cambiando a Poyet por Víctor Sánchez del Amo. Todos temíamos ese cambio porque se generaba una incertidumbre y no sabíamos cómo iba a jugar el equipo verdiblanco o con qué intenciones saltaría al campo.
El Betis saltó al Villamarín dispuesto a ganar desde el primer minuto. Se presentó con ese traje nuevo de la intensidad y la confianza. Y hablo de confianza porque es justamente lo que le está faltando a Las Palmas en los últimos partidos. Nos marcaron dos goles idénticos, tras dos saques de esquina, en esas jugadas que casi siempre dependen de la decisión y de los movimientos de los porteros. Cuando quitas a un guardameta muchos partidos sin que medie lesión alguna le estás quitando también esa confianza necesaria para colocarse y para saber que esos balones que vuelan en el área pequeña tienen que encontrar sus puños inevitablemente. No sé qué hemos ganado jugando a cambiar porteros. Ahora mismo creo que tenemos un problema en la portería. Se ha cuestionado a los dos guardametas, y de ellos depende casi siempre el funcionamiento de todo el conjunto. Si uno mira hacia atrás sabiendo que está todo controlado, ya puede desplegar osadía y talento. Si hay inseguridad y miedo, todo eso se contagia en el subconsciente del resto de compañeros.
Hacía cuarenta años que no ganábamos al Betis en su casa. Lo hicimos con dos goles de Morete. Yo no sé cuántos goles metería hoy en día el delantero argentino si volviera a vestir la casaca amarilla; pero estoy seguro de que serían muchos, aunque ya no podría celebrarlos subiéndose a las vallas como cuando se transmutaba en aquel puma desbocado que nos levantaba a todos de nuestro asiento. Yo firmaría un cheque en blanco por un nueve como Morete. Araujo sigue sin estar y encima Livaja nos falla, aunque ya llevaba varios partidos más fuera que dentro de la cancha. Sin portero y sin delantero centro solo jugaremos a dar vueltas como el hámster que se marea dentro de la jaula. No quiero ser alarmista, pero ahora mismo urge una reacción por parte de todo el plantel amarillo. Lo del Éibar fue solo un espejismo en el último segundo del partido. Sigo confiando plenamente en el cuerpo técnico, pero hay que saber que Roque ya no es aquel jugador con espacios de cuando no nos conocían. Ahora saben hasta el número de pulsaciones de Jonathan Viera. Hay que tener otras opciones de salida, y ese camino se queda bastante tocado cuando dejas a Vicente Gómez en el banquillo. Vicente es el que viene a buscar el balón cuando a Roque le rodea medio ejército enemigo. Creo que al dejarlo en el banquillo nos cerramos nosotros mismos todas las puertas. Hoy vivimos otra noche de sombras para la Unión Deportiva. Son muchos números, pero todos sabemos que en el fútbol el uno y el nueve, además de impares, son casi siempre insustituibles si se quieren ganar partidos.






sábado, 5 de noviembre de 2016

Los relámpagos futboleros

Cada uno vive su tiempo. Y ese tiempo transita más rápido o más lento según las vivencias que vamos teniendo. Hay semanas que pasan veloces como un rayo y días que parecen meses en su lentitud casi paquidérmica. Con el fútbol sucede un poco lo mismo. Hay partidos que pasan volando y otros que parece que nunca terminan entre sopor, los balonazos y esa sensación de que ni los propios jugadores se creen el encuentro que están disputando. También hay temporadas que no dejan huella y otras de las que casi recordamos hasta los saques de esquina. Cuando pase el tiempo, de estos días que vivimos quedarán grandes recuerdos que, por suerte, también contarán con imágenes para que no nos parezcan mentira. Somos muchos los que desearíamos que hubiera referencias documentales de todos aquellos encuentros que marcaron nuestra infancia y que fueron determinantes en ese subconsciente amarillo que se nos aparece desde que escuchamos que alguien nombra a la Unión Deportiva Las Palmas.
La semana seguro que se hizo larga para Raúl Lizoain, Quique Setién y Javi Varas. Decidiera lo que decidiera el entrenador alguien iba a quedar descontento. Por eso nunca sería entrenador, porque no sé lo que saben ellos y porque a la hora de tomar esas decisiones hay que dominar esos códigos casi secretos de los vestuarios, las concentraciones y los egos que pelean cada semana por ser los protagonistas bajo los focos del estadio. Jugó Lizoain y no nos marcaron ningún gol. Y esa es siempre la gran noticia para el portero.
El partido fue extraño, con una primera parte de intenso dominio amarillo y una segunda mitad en la que fue el Éibar quien llevó el control del juego y quien dio más sensación de peligro. Durante buena parte del partido hubo tormenta en el cielo de la capital grancanaria, una extraña tormenta con muchos relámpagos y ningún trueno. Así fue el fútbol de Las Palmas, efectista y luminoso en la primera mitad, sobre todo con ese rayo incontrolable y sorprendente llamado Jonathan Viera, pero sin ruido, sin trueno, sin que pudiéramos cantar ningún gol. Pero ese estruendo nos estaba esperando al final del encuentro. Lo que habíamos sufrido otras veces, ese penalti dudoso en el descuento, hoy lo encontramos de nuestro lado. Ganamos el partido marcando un gol de penalti en el descuento. Ese es el guion que todos decimos que firmaríamos en cualquier momento. Y marcó quien puso el juego relampagueante en la primera mitad, ese mago de los destellos llamado Viera.
Ganar o perder, a pesar de lo que decía Coubertin, sí es a veces importante. El empate es tibio, como si no pasara nada, aun cuando empatas con un equipo de campanillas, o cuando ese empate era el punto que faltaba para ser campeones o salvarnos del descenso. No queda nada de los empates. Por eso se nos estaban haciendo tan largas las últimas semanas. Queríamos ganar cuanto antes, aunque todos nos calláramos y tiráramos del tópico para decir que seguíamos sumando, pero una victoria equivale a tres partidos empatados y a tres sueños que se nos quedaron a medias. Hoy ganamos al Éibar. Y todos respiramos un poco más hondo y podemos mirar de nuevo la clasificación viendo que, de repente, subimos varios puestos y que el buen juego y los puntos por fin se vuelven a poner de acuerdo.