A veces un cambio de entrenador trae consigo una inexplicable transformación en las piernas y en la mente de los jugadores. De vez en cuando me imagino en uno de esos días en que todo sale torcido deteniendo a mi destino y pidiéndole que deje que sea otro el que marque las estrategias y los planes más o menos inmediatos. Pero no es posible, en la vida cada uno lleva a su propio entrenador de forma vitalicia, como si fuéramos aquellos equipos ingleses que cambiaban todo menos el entrenador que se sentaba cada año en el banquillo. Recuerdo a Bill Shankly, que estuvo media vida en el Liverpool, o al mismísimo Alex Ferguson, con más de veinte temporadas en Old Trafford. Aquí en España sí cambiamos a los entrenadores cada dos por tres. Nosotros fuimos beneficiados por ese cambio hace algo más de un año, y el Betis ha querido emularnos cambiando a Poyet por Víctor Sánchez del Amo. Todos temíamos ese cambio porque se generaba una incertidumbre y no sabíamos cómo iba a jugar el equipo verdiblanco o con qué intenciones saltaría al campo.
El Betis saltó al Villamarín dispuesto a ganar desde el primer minuto. Se presentó con ese traje nuevo de la intensidad y la confianza. Y hablo de confianza porque es justamente lo que le está faltando a Las Palmas en los últimos partidos. Nos marcaron dos goles idénticos, tras dos saques de esquina, en esas jugadas que casi siempre dependen de la decisión y de los movimientos de los porteros. Cuando quitas a un guardameta muchos partidos sin que medie lesión alguna le estás quitando también esa confianza necesaria para colocarse y para saber que esos balones que vuelan en el área pequeña tienen que encontrar sus puños inevitablemente. No sé qué hemos ganado jugando a cambiar porteros. Ahora mismo creo que tenemos un problema en la portería. Se ha cuestionado a los dos guardametas, y de ellos depende casi siempre el funcionamiento de todo el conjunto. Si uno mira hacia atrás sabiendo que está todo controlado, ya puede desplegar osadía y talento. Si hay inseguridad y miedo, todo eso se contagia en el subconsciente del resto de compañeros.
Hacía cuarenta años que no ganábamos al Betis en su casa. Lo hicimos con dos goles de Morete. Yo no sé cuántos goles metería hoy en día el delantero argentino si volviera a vestir la casaca amarilla; pero estoy seguro de que serían muchos, aunque ya no podría celebrarlos subiéndose a las vallas como cuando se transmutaba en aquel puma desbocado que nos levantaba a todos de nuestro asiento. Yo firmaría un cheque en blanco por un nueve como Morete. Araujo sigue sin estar y encima Livaja nos falla, aunque ya llevaba varios partidos más fuera que dentro de la cancha. Sin portero y sin delantero centro solo jugaremos a dar vueltas como el hámster que se marea dentro de la jaula. No quiero ser alarmista, pero ahora mismo urge una reacción por parte de todo el plantel amarillo. Lo del Éibar fue solo un espejismo en el último segundo del partido. Sigo confiando plenamente en el cuerpo técnico, pero hay que saber que Roque ya no es aquel jugador con espacios de cuando no nos conocían. Ahora saben hasta el número de pulsaciones de Jonathan Viera. Hay que tener otras opciones de salida, y ese camino se queda bastante tocado cuando dejas a Vicente Gómez en el banquillo. Vicente es el que viene a buscar el balón cuando a Roque le rodea medio ejército enemigo. Creo que al dejarlo en el banquillo nos cerramos nosotros mismos todas las puertas. Hoy vivimos otra noche de sombras para la Unión Deportiva. Son muchos números, pero todos sabemos que en el fútbol el uno y el nueve, además de impares, son casi siempre insustituibles si se quieren ganar partidos.
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