Cada uno vive su tiempo. Y ese tiempo transita más rápido o más lento según las vivencias que vamos teniendo. Hay semanas que pasan veloces como un rayo y días que parecen meses en su lentitud casi paquidérmica. Con el fútbol sucede un poco lo mismo. Hay partidos que pasan volando y otros que parece que nunca terminan entre sopor, los balonazos y esa sensación de que ni los propios jugadores se creen el encuentro que están disputando. También hay temporadas que no dejan huella y otras de las que casi recordamos hasta los saques de esquina. Cuando pase el tiempo, de estos días que vivimos quedarán grandes recuerdos que, por suerte, también contarán con imágenes para que no nos parezcan mentira. Somos muchos los que desearíamos que hubiera referencias documentales de todos aquellos encuentros que marcaron nuestra infancia y que fueron determinantes en ese subconsciente amarillo que se nos aparece desde que escuchamos que alguien nombra a la Unión Deportiva Las Palmas.
La semana seguro que se hizo larga para Raúl Lizoain, Quique Setién y Javi Varas. Decidiera lo que decidiera el entrenador alguien iba a quedar descontento. Por eso nunca sería entrenador, porque no sé lo que saben ellos y porque a la hora de tomar esas decisiones hay que dominar esos códigos casi secretos de los vestuarios, las concentraciones y los egos que pelean cada semana por ser los protagonistas bajo los focos del estadio. Jugó Lizoain y no nos marcaron ningún gol. Y esa es siempre la gran noticia para el portero.
El partido fue extraño, con una primera parte de intenso dominio amarillo y una segunda mitad en la que fue el Éibar quien llevó el control del juego y quien dio más sensación de peligro. Durante buena parte del partido hubo tormenta en el cielo de la capital grancanaria, una extraña tormenta con muchos relámpagos y ningún trueno. Así fue el fútbol de Las Palmas, efectista y luminoso en la primera mitad, sobre todo con ese rayo incontrolable y sorprendente llamado Jonathan Viera, pero sin ruido, sin trueno, sin que pudiéramos cantar ningún gol. Pero ese estruendo nos estaba esperando al final del encuentro. Lo que habíamos sufrido otras veces, ese penalti dudoso en el descuento, hoy lo encontramos de nuestro lado. Ganamos el partido marcando un gol de penalti en el descuento. Ese es el guion que todos decimos que firmaríamos en cualquier momento. Y marcó quien puso el juego relampagueante en la primera mitad, ese mago de los destellos llamado Viera.
Ganar o perder, a pesar de lo que decía Coubertin, sí es a veces importante. El empate es tibio, como si no pasara nada, aun cuando empatas con un equipo de campanillas, o cuando ese empate era el punto que faltaba para ser campeones o salvarnos del descenso. No queda nada de los empates. Por eso se nos estaban haciendo tan largas las últimas semanas. Queríamos ganar cuanto antes, aunque todos nos calláramos y tiráramos del tópico para decir que seguíamos sumando, pero una victoria equivale a tres partidos empatados y a tres sueños que se nos quedaron a medias. Hoy ganamos al Éibar. Y todos respiramos un poco más hondo y podemos mirar de nuevo la clasificación viendo que, de repente, subimos varios puestos y que el buen juego y los puntos por fin se vuelven a poner de acuerdo.
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