domingo, 22 de junio de 2014

Hasta que llegaron ellos

La suerte ya está escrita cuando nosotros ni siquiera imaginamos lo que vamos a encontrar unos pasos más adelante. Los días en que te juegas algo importante estás más atento a las premoniciones y a las casualidades. Hace unas horas, antes de que empezara el partido de la Unión Deportiva, volví a vivir uno de esos días en los que la infancia se presenta con la misma ilusión y las mismas ganas que cuando tenía ocho o diez años; pero eso fue hace un rato: después lo de menos fue el resultado.
No recuerdo un final de partido más triste y desolador que el de hoy. Ni el día del descenso ante el Bilbao, ni cuando perdimos la final de Copa, ni aquellos penaltis que nos eliminaron ante el Barça de Maradona. Lo de ayer no tiene comparación porque fuimos nosotros mismos los que perdimos la batalla. Y ahora lo que menos me apetece es escribir de fútbol. Ya dije al principio que juega la suerte, y que a veces no puedes hacer nada cuando te vienen mal dadas. La Unión Deportiva estaba en Primera hasta que aparecieron ellos; pero esas hordas de gamberros no nacen por generación espontánea. Llevan años campando a sus anchas sin que hagamos nada. Nos hemos cargado la educación y sin educación no hay futuro posible para ninguna sociedad. Hoy nos hemos visto ante nuestro propio espejo. Ya los habíamos visto cuando mataron a Iván Robaina; pero ni siquiera bastó aquella muerte para que reaccionáramos. No se les puede controlar porque durante años nadie les ha enseñado absolutamente nada.
Yo iba a contar que fui al estadio con mi padre y que ahora tengo más edad que la que tenía él cuando me llevaba de la mano. También nos acompañaba mi abuelo en los primeros años. Mi abuelo, en los años cincuenta, venía de Guía con una caja de palomas mensajeras que mandaba para el pueblo cuando no había carruseles deportivos. Anillaba las palomas con los hechos más relevantes y con los goles que se conseguían o que se encajaban. Mi padre las recibía en la azotea de la casa con medio pueblo aguardando expectante en la calle. Ayer, cuando Germán y Martín I soltaron las palomas mensajeras, me acordé de mi abuelo. Mi padre es ahora el abuelo de mi hija, y yo estaba deseando llevar a mi hija al estadio con Las Palmas en Primera y de la mano de su abuelo; pero ellos evitaron que se repitiera la historia. Da igual lo que pasara en el campo. Lo que importaba estaba sucediendo fuera del rectángulo de juego.
De niño veníamos de Guía en un Peugeot 404. Lo conducían René del Pino o Manuel Moreno. Se juntaban nuestros padres y los hijos íbamos en el asiento trasero deseando ver de cerca a Cruyff, a Kempes o a Netzer. No había vallas, pero a ninguno de nosotros se nos ocurría saltar al césped. Ganábamos muchas veces, y la salida por la bocana del Insular la recuerdo como uno de los momentos más inolvidables de mi infancia. Todo olía a césped y a unos metros de nosotros el amarillo brillaba como mismo lo hacía ayer por todas partes. Al principio del partido agité mi vieja bufanda y casi llegué a reconocer los lejanos acordes de la corneta de Fernando el Bandera. También me acordé de mi abuelo. Me abracé a mi padre cuando la Unión Deportiva marcó el primer gol del partido. Los últimos veinte minutos estuve al borde del infarto. Jamás he pasado tantos nervios viendo un partido de fútbol. Cuando yo era niño recuerdo que tranquilizaba a mi padre porque me daban miedo las camillas en las que sacaban en cada encuentro a los infartados. Ayer era él quien me decía que estuviera tranquilo porque subiríamos a Primera. Mi padre, que ahora tiene setenta y cinco años, no contaba con los energúmenos que matan sueños y alientan la violencia por donde quiera que pasan. Nunca había tenía miedo saliendo de un partido de Las Palmas en Gran Canaria. Ayer lo tuve. Por mi padre. Porque no podía correr y veía salvajes tatuados gritando y corriendo por todas partes. El día más triste, sin duda, de los muchos años que llevo viendo fútbol para no perder nunca el rastro más festivo de la infancia. Lo de menos fue el resultado. Los bárbaros, una vez más, aparecieron para pisotear todos nuestros sueños. Felicito al Córdoba por el ascenso. Como en la Lucha Canaria alzo el brazo del rival y reconozco su victoria. Lo de menos es que fueran mejores. Nosotros éramos los mejores hasta que llegaron ellos.

miércoles, 18 de junio de 2014

Lo que queda es sueño

La verdad es que si me dieran elegir siempre me decantaría por el Sporting de Gijón. Es como si a España le dieran a elegir un país contra el que enfrentarse y no optara sobre la marcha por Dinamarca. Ya sé que no se puede creer en metafísicas o en supersticiones cuando hablamos de fútbol, pero está claro que hay rivales con los que uno se siente más tranquilo de antemano. Ojalá España pudiera jugar el próximo partido con los de la patria de Simonsen y Laudrup antes que con los de la garra que estilan los compatriotas de Koke Contreras y de Iván Zamorano.
Después de un final de temporada nefasto, a la Unión Deportiva casi se le apareció la Virgen con el Sporting. Vale que era el rival con más empaque y con más solera; pero todos presentíamos que la suerte volvería a estar otra vez de nuestro lado. El fútbol tiene esas curas repentinas, y lo de Holanda se curó con la euforia del Molinón tras el gol de Asdrúbal y todo lo que eso supone ahora mismo para quienes llevamos más de una década de desencantos amarillos. En ese mismo estadio, cuando era niño, recuerdo una Semana Santa saltando por las calles de mi pueblo cuando Las Palmas se clasificó para la final de Copa ante el gran Sporting de Quini, Morán o Enzo Ferrero. Claro que nosotros entonces teníamos a Carnevali, Felipe, Brindisi o Morete. Gracias a aquellos tiempos, y a los anteriores de Silva y Mujica, o de Germán, Tonono y Guedes, hemos podido aguantar la intemperie futbolística de todos estos años.
Ahora nos quedan dos partidos para poder regresar a Primera. Creo que no nos podrá detener nadie. Tenemos a Valerón, y eso son palabras mayores cuando, además, se junta un grupo de jugadores experimentados a los que solo les faltaba confiar más en su talento y en su profesionalidad que en esos focos de la noche que tantas veces atontan y acaban con los que podían haber llegado a lo más alto. La afición amarilla decidirá más de media eliminatoria. El próximo domingo lo aguardamos como aquellos festivos que no nos dejaban dormir desde muchos días antes. Va por todos los que se fueron sin volver a reconocer a la Unión Deportiva en las clasificaciones donde juegan los grandes. Si todo va bien este año volveremos a estar donde los de mi generación nos acostumbramos a buscar a Las Palmas desde que nacimos hasta que casi cumplimos los dieciocho años. Por eso hemos aguantado pacientemente todo este tiempo. Nos nutríamos de la memoria y de la épica de antaño. Esa misma historia es la que debe empujar a los jugadores para que el ascenso no vuelva a pasar nuevamente de largo.
Ciento ochenta minutos, así sumados de un uno en uno como decía el poeta, casi parecen interminables; pero estamos deseando que lleguen cuanto antes. Llevábamos mucho esperando por ellos. Lo que queda es sueño. Y este sueño no podemos dejar que se nos vuelva a escapar de las manos.





sábado, 14 de junio de 2014

Cruzando los dedos

Mañana en El Molinón nos jugamos nuestro Mundial y casi todas nuestras esperanzas futboleras de los últimos años. Nunca hemos tenido tan cerca el ascenso como ahora. No nos queda otra que confiar en este equipo. No olviden que es el equipo en el que está jugando Juan Carlos Valerón. Los que están en el otro lado del campo lo saben. Nosotros nunca deberíamos olvidarlo. Y junto a Valerón hay una serie de jugadores con calidad y con una trayectoria que les ha llevado, en muchos casos, a jugar algunos años en Primera División. Están acostumbrados a jugar partidos como el de mañana o como la otra final que encontraremos si pasamos esta eliminatoria. Ahora solo queda cruzar los dedos y confiar en la suerte y en el trabajo. Tras la debacle de España, todos nos agarramos a lo más cercano para seguir creyendo en el fútbol como algo más que un juego en el que todos corren detrás de un balón que casi siempre termina haciendo lo que le da la gana.