domingo, 18 de diciembre de 2011

La apreciación de una caída

En el fútbol, como en la vida, no siempre gana quien lo merece. Hoy en el estadio de Gran Canaria pudieron perder o ganar la Unión Deportiva Las Palmas o el Deportivo de La Coruña. También pudieron haber empatado, y entonces sí estaríamos hablando de una cierta justicia futbolística. No hubo grandes diferencias entre ambos conjuntos, apenas tiraron a portería y se mostraron igual de temerosos ante el equipo contrario. Ese temor que demostró todo un Deportivo de La Coruña hacia la Unión Deportiva, debería servirle a los amarillos para dejar a un lado los complejos y las tácticas defensivas y salir a ganar los partidos sin tantas especulaciones y sin tantas renuncias a su propio talento.
En la primera parte brilló con luz propia Jonathan Viera; pero se veía venir su falta de fuelle en la segunda mitad: un jugador con sus características no debería salir desde su propio área. Solo Di Stéfano, Pelé, el Maradona del Mundial 86, Messi en estos momentos, y otro par de elegidos a lo largo de la historia, lograrían sortear a todo el que se les cruzara en su camino. El control magistral, o esos dos primeros regates de Viera, deberían acontecer de medio campo hacia delante. No solo se desperdicia su talento obligándolo a bajar tanto, sino que además se le funde físicamente en medio tiempo. Una lástima, porque todos nos habíamos encomendado a su inspiración y al buen momento mental y físico con el que salió a afrontar este encuentro.
También valía la pena ver el partido por tener delante a Juan Carlos Valerón. Junto a Germán, y a los dos Silva (a Alfonso por lo que me cuentan los mayores), el mejor jugador canario de todos los tiempos, alguien que en sus años de gloria en el Deportivo puso en pie a San Siro, Old Tratford, el Bernabéu, el Nou Camp o el Olímpico de Munich, un talento inigualable que encima tiene la virtud de ser una excelente persona (recuerdo a Xavi Hernández en una entrevista en El País, cuando era suplente de Valerón en la Eurocopa de Portugal, decir que verle entrenar y jugar era un aprendizaje diario para él). También pudimos ver unos minutos a Manuel Pablo, otro ejemplo de superación, pundonor y profesionalidad en el que pueden mirarse los canteranos canarios. Pero el destino, que a veces es cruel escribiendo la tragicomedia de la vida ( y por ende la del fútbol) –y si no que le pregunten a los griegos clásicos o a Zidane- quiso que Valerón protagonizara la jugada determinante del partido. No se tiró, pero creo que su caída tampoco fue penalti. Es entendible el error del árbitro porque en la rapidez de la jugada podía dar la impresión de que había intencionalidad en el derribo por parte de David García cuando porfiaba con el jugador de Arguineguín. Ese penalti en el primer minuto de la segunda parte, que en mi opinión fue totalmente inexistente, acabó decidiendo este partido matinal en el Gran Canaria.
Esta vez la moneda cayó por el lado equivocado para los amarillos. Nos mantenemos en mitad de la tabla. Para los que seguimos pensando que hay equipo para estar más arriba es una posición algo frustrante, en tanto que para los que consideran que la Unión Deportiva solo puede aspirar a mantenerse en Segunda es una posición privilegiada que hubieran firmado en el mes de agosto. Por eso el fútbol es tan incoherente y nos engancha tanto. Un mal paso, un resbalón, un error arbitral, un soplo de talento, un portero con el santo de cara, un despiste o cualquier detalle imprevisible puede decantar un resultado. Hoy el destino no se levantó con ganas de que ganara la Unión Deportiva. Poco más se puede contar de este partido.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Especulando lastimosamente con el fútbol

No voy a ser objetivo porque esto no es una crónica periodística ni una nota de agencia sobre el partido. Hace un momento me decían en Twitter que mis mensajes eran poco constructivos, y qué quieran que escriba, que el equipo juega de maravilla y que se ajusta a mi concepción del fútbol. No puedo. Ya he dicho otras veces que aquí escribo como aficionado, y así, en caliente, siento que la Unión Deportiva que jugó hoy en Cartagena no se ajusta a lo que yo aprendí viendo jugar a Germán o a Brindisi. Tampoco entiendo que un jugador como Vitolo estuviera los noventa minutos en el banquillo. Si jugara contra el Real Madrid o el Barcelona podría entender esa máxima olímpica de que lo importante es participar, pero es que yo vi muchas veces a la Unión Deportiva contra el Valencia de Kempes, el Barça de Maradona o el Real Madrid de Butragueño jugando a ganar con alineaciones plagadas de canteranos. Lo que no puedo defender nunca es que contra el colista de Segunda División se juegue a no perder y se meta un defensa faltando tres minutos. Y me da igual que tuviéramos un hombre menos. Ya habíamos jugado casi una hora once contra once y ese equipo colista había tenido el sesenta por ciento de posesión del balón. Si se juega a no perder, casi siempre se empata o se pierde (y hoy no perdimos porque Collantes, que falló un penalti y no sé ni cuántas ocasiones clarísimas, no tenía su día). Al final empatamos; pero si fuéramos el Alcoyano o el Huesca, con todos mis respetos para esos dos equipos, estaríamos contentos. La Unión Deportiva tiene potencial ofensivo (y defensivo, porque no se entendería este empate sin el partidazo de la defensa y el portero) como para salir a jugarle de tú a tú a cualquier equipo. Por eso fastidia tanto la renuncia al ataque. Si saliéramos a jugarle al Depor sin complejos podríamos ganarle sin problemas, pero como salgamos igual que hoy nos van a meter un saco. Qué pena que se juegue con las ilusiones de los aficionados amarillos de esta manera. Yo hablo por mí: me da igual perder o ganar; pero lo que no consiento es ver a jugadores vestidos de amarillo carentes de ambición. Para eso me pongo a ver partidos de críquet o de pelota vasca. Para un canario, el fútbol es algo sagrado que nunca se puede separar del divertimento. ¿He escrito sagrado? Sí, sagrado, porque así me lo hizo sentir mi abuelo cuando me llevaba al Insular para que supiera lo que era el fútbol y lo que era la Unión Deportiva. Ni mi abuelo, ni ninguno de aquellos seguidores de su quinta con ojos siempre luminosos, hubieran consentido que su equipo especulara como ahora mismo lo está haciendo la Unión Deportiva Las Palmas que entrena Juan Manuel Rodríguez.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Fútbol incoherente

Juan Manuel Rodríguez: dícese del entrenador que, teniendo todo a su favor, se empeña en complicarse a sí mismo. Perdiendo dos a cero, con dos penaltis en contra perdonados por el árbitro, jugando con el colista y sin haber tirado a portería ni haber dado dos pases seguidos, vemos cómo el árbitro expulsa al entrenador de la Unión Deportiva Las Palmas. Francamente, yo me quedé sin palabras. Ni Sinibaldi, ni Heriberto Herrera, ni Miguel Muñoz, ni Roque Olsen,ni Ruiz Caballero, ni ninguno de los entrenadores que, cuando yo era niño, veía en el banquillo de la Unión Deportiva, se comportaba así. Tampoco eran incoherentes en sus planteamientos. Te podían gustar más o menos, pero sabían a lo que jugaban. Yo no le voy a restar méritos a Juan Manuel porque nos salvó el año pasado y porque cuando comenzó esta temporada nos ilusionó con los resultados, pero desde hace unas semanas parece como si su carta astral se hubiera desnortado por completo. No entiendo a lo que juega ni cómo coloca al equipo en el campo. Y a los jugadores los veo como pollos sin cabeza sin saber por dónde moverse ni a quién pasar la pelota. Creo que no exagero si digo que el partido que ha jugado hoy la Unión Deportiva en El Alcoraz es uno de los peores que recuerdo en la historia del equipo amarillo. No se merece nuestra afición un espectáculo tan bochornoso como el que hemos visto esta tarde. Escribo como aficionado, que es como me invitaron a opinar en este blog. Sería injusto si no contara el ridículo vergonzante de hoy. Sólo me apena que a Raúl Lizoain le haya tocado ese partido en su debut. Para contar lo que está haciendo Juan Manuel Rodríguez ahora mismo serían necesarios cronistas de ciencia ficción.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Cerocerismo otoñal

Hace falta ser muy amarillo para no sonrojarse en el estadio de Gran Canaria. Una hora antes del partido estaba comiendo en Casa Brito, en Arucas. Todos me decían que cómo me podía levantar de la mesa para marcharme al estadio. La verdad es que mirando el condumio era casi un sacrilegio renunciar a los placeres gastronómicos, pero los que vimos jugar a Germán y a Brindisi seguimos soñando con lo imposible cada vez que juega la Unión Deportiva. Y qué les cuento. Más de lo mismo. Segunda División con todas sus consecuencias. Noventa minutos perdidos lastimosamente. Impotencia futbolera, nada que valiera la pena, miradas a un césped que no sale corriendo porque está plantado sobre la tierra, pistas de atletismo vacías de alicientes, lluvia, mucha lluvia para mojar las penas del juego. Sabemos que el fútbol no tiene nada que ver con lo que hemos visto esta tarde. Si fuera eso, no lo seguiría ni el más fanático del pueblo, qué cosa, por dios, patadones y rechaces, un equipo aplicando una defensa a ultranza y el otro preocupado de que no le marcaran un gol, y en medio más de diez mil personas, que se dice pronto, aguantando estoicamente alguna genialidad de Jonathan Viera. Hoy no inventó nada del otro jueves, pero si no estuviera en el campo yo creo que el estadio se hubiera vaciado de público desde el minuto veinticinco de la primera parte. Juraría que nos robaron un penalti, pero el destino es sabio y creo que no se pitó porque no merecimos ganar, porque no supimos, y no digo porque no quisimos porque faltaría a la verdad; pero así no se puede ganar ningún partido. No se jugó nada más que a no perder. Y jugando a no perder solo se empata o se pierde. Lo más interesante del partido estaba sucediendo en Twitter. Daba tiempo de tuitear sin problemas porque no te estabas perdiendo nada en el terreno de juego. Ni siquiera se escuchó un pío pío en todo el partido. Lo único poético de hoy fue la lluvia, una lluvia mansa que volvía aún más gélido un estadio que parece que fue construido para espantar a los sueños. Lo demás no importa. Quedamos cero a cero. No hubiera sucedido nada si no se hubiera jugado el encuentro. Cerocerismo otoñal, lastimosa tarde robada al hedonismo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El taxista y el mal de altura

Acabo de hablar por teléfono con el escritor José Luis Correa. Me preguntó que cómo había quedado finalmente la Unión Deportiva. Me tocó volver a dar la mala noticia. La verdad es que los del Atleti se quejan por Pupas, pero nosotros es que apenas podemos dar una alegría por teléfono a quienes nos llaman desde cualquier parte del mundo preguntando por los resultados. Qué vamos a hacer. El escritor canario me llamaba desde un taxi. El taxista medió sobre la marcha en nuestra conversación telefónica diciendo que había apagado la tele con el tres a uno, y que se había subido al coche para ver si por lo menos la tarde le deparaba un par de buenos viajes que compensaran los desastres amarillos. Pepe Correa siguió su camino y yo me estoy sentando delante del ordenador para intentar contar el descalabro en el Nuevo Colombino. Hoy, para variar el contenido de otras semanas, tiraré de imaginación y trataré de reseñar el partido como creo que lo contaría el taxista suponiendo que hubiera visto los noventa minutos:

“Sabe que lo digo, que los jugadores salieron dormidos al campo, oh, fíjese usted que en el primer balonazo nos marcaron el uno a cero. Lo metió uno de Gáldar que se hizo el dueño del partido; ese muchacho, que se llama Javi Álamo, le dio un baile a Corrales. Yo no sé a qué está esperando Las Palmas para ficharlo cuanto antes, y lo de Corrales fue de juzgado de guardia, un coladero por todas partes, que digo yo que debe ser porque ha estado lesionado, porque a mí ese muchacho me ha gustado en otros partidos. Uno del bar que estaba conmigo viendo ese disparate decía que Las Palmas parecía que tenía el jenlan, eso, el jetlag, que era como si se hubieran bajado sonámbulos del avión y los hubieran soltado a jugar al fútbol, qué cruz, el Huelva llegaba y metía gol solo con empujar la pelota, igual que aquellos partidos del año pasado, los de las goleadas, con la defensa como un flan haciendo aguas por todas partes. Y encima no me podía largar un par de lingotazos porque tenía que coger el taxi otra vez. El mismo que decía lo del jenlag ese, que es un poco enterao de la caja del agua, también iba diciendo que Las Palmas es que parece que siempre que está a punto de ir para arriba se achanta y empieza a perder partidos, eso lo decía él, no yo, y lo comparaba con no sé qué de Bolivia, donde los equipos se asfixian porque juegan a más altura que el Roque Nublo. La segunda parte ya fue otra cosa, pero por haber dormido tanto en la primera no logramos arreglar el partido. Por lo menos el equipillo se vino arriba y empezaron a jugar el Viera, que es un fenómeno, y el otro chiquillo, el virguero que yo no quitaría nunca del campo porque es el mejor que sabe mover al equipo, equilicuá, David González. Te quedas con la magua de no haber ganado a un equipo que no era nada del otro mundo, y ya son muchos partidos pasando por lo mismo, regalando el primer tiempo y con los jugadores medio despistaos y como fuera del partido; y para mí no es culpa del entrenador, las cosas como son, el míster hizo un par de cambios y consiguió que el bote empezara otra vez a remontar, pero ya digo que era tarde. Nada, seguiremos sufriendo, qué vamos a hacer, esto es lo que hay. A ver si con el Jerez la próxima semana jugamos con más jeito y no salimos tan apaguatados, iba a decir otra cosa, pero me la callo, usted sabe a lo que me refiero, que lo que no puede ser es que los jugadores entren a los partidos como si fueran a un Asalto musical de los de mi época en el Polonia o en el Marino, que esto es fútbol, carajo, y hay que salir enchufados desde el primer minuto, que aquí si te duermes te lleva la corriente para la mar fea y por más que quieras flotar te vas p’al fondo. Y conste que sigo diciendo que hay equipo de sobra para subir a Primera, aunque lo de hoy prefiero pensar que no lo he visto”.

sábado, 5 de noviembre de 2011

El mundo al revés

Ya uno no sabe si encomendarse a Antonio Machado, a Gabinete Galigari o a Javier Marías (reconocido seguidor del Numancia) para ganar en Soria. En esos campos de Castilla machadianos casi nunca tenemos suerte. Parece como si el frío nos tuviera congelados en la derrota, aunque esta tarde, la verdad, no ganamos porque no teníamos el santo de cara. Hubo ocasiones, nos pusimos por delante con un golazo de Jonathan Viera y perdimos de penalti casi en el último minuto. Claro que el Numancia también jugó de maravilla, combinando, buscando el área rival y con una verticalidad que lo dejó varias veces delante de un providencial Mariano Barbosa. Siempre duele perder, pero si lo haces como hoy sabes que esa derrota es pasajera, no más que un accidente en el camino seguro por el que transita un equipo cada vez más asentado y con mejores recursos. Volvió la estrategia de Juan Manuel dejando que el contrario se desgastara en la primera media hora y dando zarpazos puntuales que nos terminaron llevando al empate antes del descanso. Fue un encuentro impropio de Segunda División, o más parecido a un partido de la Premier por el ritmo trepidante de los dos equipos y por el poco tránsito del balón por el centro del campo. Lo imprevisto fue el guión de los últimos minutos. Ver a un jugador como Nagore entrando al área como si fuera Messi es algo que se puede observar pocas veces en la vida, y para mí que hasta los jugadores de Las Palmas se quedaron sorprendidos y casi no le entraron al verlo aparecer driblando y fintando como un fantasista. Esa jugada derivó en un remate que sacó Javi Guerrero bajo palos cuando acababa de entrar para intentar marcar el gol de Las Palmas en los últimos cinco minutos. Por eso digo que el mundo estaba hoy al revés: no marcamos nosotros, como viene siendo habitual, en las postrimerías del partido, Nagore jugó como Messi y Javi Guerrero terminó haciendo de portero. Ese surrealismo inesperado de quien escribía el guión de este partido nos ha dejado a todos amaguados y un poco cabizbajos. Pudo ganar cualquiera de los dos equipos, pero uno siempre quiere que gane el suyo. Los sorianos estarán libando Riberas del Duero con esa cara de satisfacción que se les queda a los que ganan en la vida. Nosotros hoy tenemos que conformarnos con desear que llegue cuanto antes el próximo partido para ver si la suerte juega ese día con nosotros. El talento – visto el partido de hoy, y lastimando todavía el trallazo al poste de Sergio Suárez- lo seguimos teniendo de nuestra parte.

sábado, 29 de octubre de 2011

Estrategias

La supervivencia es siempre una cuestión de estrategia. En la evolución de las especies no gana el más fuerte ni el más osado. Al final la gloria de perpetuarse sobre el planeta se la lleva el más inteligente y el que mejor sabe adaptarse al medio. Si lleváramos esas teorías darwinistas al deporte, podríamos decir que la Unión Deportiva es un equipo de fútbol que sabe moverse como nadie en ese medio complicado y hostil que es la Segunda División. Y además se mueve sacando partido a las jugadas de estrategia y creando ocasiones de gol clarísimas cuando parece que está siendo totalmente dominado por el equipo contrario. El gol de Jonathan Viera, tras el pase milimétrico de David González sacando inesperadamente una falta en la frontal del àrea, solo se entiende como el resultado final de una serie de operaciones casi matemáticas planteadas por Juan Manuel Rodríguez sobre el encerado metafórico del Estadio de Gran Canaria.

Seguimos siendo un equipo de fútbol. No he escrito ninguna boutade. Mantenemos una seguridad defensiva y tratamos de aprender en cada partido cuáles son los caminos más cortos para llegar al gol y a la victoria. Y lo mejor es que es un equipo que cada día mejora un poco más, con pasos cortos, pero con un ritmo andariego que nos está ilusionando porque también seguimos teniendo la suerte de nuestro lado. El Valladolid se ajustó a aquella definición que yo les escuchaba a los mayores cuando iba de niño al Estadio Insular: fue un señor equipo, bien plantado en el campo y buscando en todo momento la victoria; pero quizá les faltó la cabezonería de un entrenador obsesionado con cualquier detalle y pendiente todo el rato de corregir las posiciones de sus jugadores. De momento estamos arriba, y eso, digan lo que digan los pesimistas, es una noticia que nos alegra el fin de semana y nos permite mantener intactos todos los sueños que queramos plantear.

Lo que también te enseña la vida es que siempre hay segundas oportunidades para redimir fracasos o derrotas. Hace más o menos un año bajamos de la nube de Paco Jémez en un partido contra este mismo rival en el que, además de caer estrepitosamente derrotados, perdimos a Vitolo para toda la temporada. Casi un año después, la victoria ante el mismo rival nos sube adonde estábamos entonces; pero en este caso sabiendo que será mucho más difícil desembarcarnos de esas ilusiones por el empaque y por la solvencia defensiva de una Unión Deportiva plagada de canteranos. La noticia de hoy no es que hayamos ganado. Lo importante es que, aun en las peores circunstancias, el equipo ni se desmoronó, ni se vino abajo. Por tanto, los ilusos seguimos teniendo todos nuestros sueños intactos. La fiesta durará lo que quiera el balón, ese esférico que según las ganas que tenga de atravesar las porterías contrarias te puede encumbrar o dejarte aliquebrado todo el fin de semana. Hoy comentaba con un amigo más o menos de mi misma edad que nosotros fuimos niños felices porque casi todos los sábados veíamos ganar a la Unión Deportiva en aquellos partidos a las ocho y media en el Insular. Los niños que esta noche fueron al fútbol también tendrán la suerte de sumar alegrías a ese subconsciente freudiano que, mil veces derrotado, se vuelve luego complicado y poco llevadero en la edad adulta. Y claro, aquellos niños que saltábamos con los goles de Brindisi, Morete, Juani y compañía nos hemos visto esta noche retomando ese camino siempre placentero que cualquiera transita cuando regresa a casa bien pertrechado de euforias y de satisfacciones. Ahora solo confiamos en que la fiesta aguante tanto como nuestras ganas de revivir viejas glorias sabatinas.

martes, 25 de octubre de 2011

David Silva

Es verdad que al fútbol se juega con los pies, pero no habría milagro si en cada jugada no se cruzaran también los sueños de quien conduce el balón. David Silva sueña sus pases imposibles removiendo al mismo tiempo nuestras propias fantasías futboleras. Los ingleses se estarán preguntando que de dónde sale tanto talento y tanta imaginación en unas milésimas de segundo. Yo les llevaría a Arguineguín, les hablaría de la playa de Patalavaca y de lo que se aprende dominando la pelota entre las pequeñas dunas que se forman en la arena o les refrescaría la memoria con las actuaciones de Juan Carlos Valerón en los años dorados del Deportivo de La Coruña en la Liga de Campeones. Pero Silva viene también del sacrificio y del esfuerzo diario, de la lucha sin tregua en el barro de Ipurua, de aquel gol cantado que dejó de marcar para no acabar con ese fair play que tanto defienden los ingleses, de su aprendizaje en el Celta de Vigo de Fernando Vázquez o de un Valencia que le consagró y le dejó desarrollar todo su talento. Y por si no tuvieran ya bastantes pistas tiraría de vídeo y les enseñaría cuál era una de las claves de la España campeona de Europa con Luis Aragonés. ¿Y el Mundial? ¿Les hablaríamos del Mundial? Claro que habría que recordarles una suplencia injusta con la que muchos jugadores hubieran finiquitado su carrera por falta de confianza y por la impotencia de ver los huecos de los pases desde la frialdad del banquillo y del olvido. Lo que vimos en Old Trafford no fue más que el corolario de un futbolista genial que ha sabido entremezclar el talento y el esfuerzo, una memorable exhibición del que probablemente sea en estos momentos el futbolista más en forma de todo el mundo. Y no lo digo yo solo. La otra noche, entendidos del fútbol nacional e internacional como Gaby Ruiz o Guillermo Uzquiano, defendían esta teoría que también suscriben los aficionados citizen cuando repiten todo el rato que ellos tienen su Messi en David Silva. Nada surge nunca por generación espontánea. Vale que siempre hay que tener en cuenta los renglones que va escribiendo la suerte, pero cuando alguien juega al fútbol con la rapidez, el desparpajo y el talento del jugador grancanario solo cabe la contemplación asombrada y el disfrute. Podríamos decir que Silva está cumpliendo muchos de nuestros sueños futboleros. No lo haría si jugara solo con los pies. En sus botas se aparece la magia desde que controla el primer balón del partido. Todo lo que sucede a partir de ese control inicial ya solo se puede narrar teniendo en cuenta la grandeza y la épica de los elegidos.

domingo, 23 de octubre de 2011

El bendito fútbol

Cuando queremos jugar al fútbol no tenemos nada que envidiar a ningún equipo del mundo, pero cuando no queremos jugar dan ganas de apartar la vista ante la impotencia que da comprobar siempre cualquier despilfarro de talento. Hoy hemos visto las dos caras de la Unión Deportiva, la que quiere jugar y la que se queda esperando a que jueguen los otros. Una vez nos marcaron el gol, reapareció ese equipo en el que muchos confiamos con toda la ilógica del fútbol.
Se jugó al toque, se combinó, se improvisaron regates atrevidos y se fue a por el partido con convicción y con esa confianza que se requiere para emprender cualquier iniciativa vital o deportiva que merezca la pena. Había que escuchar los halagos de Xabier Azkargorta al juego amarillo en Canal Plus, prendado sobre todo de ese jugador cada día más grandioso y efectivo que es Vicente Gómez. Al final, o por lo menos de vez en cuando, el fútbol hace justicia a quien trata de no traicionarse y a quien sale a jugar como mejor sabe. Si no hubiera empatado Laguardia en el límite del descuento nos hubiéramos quedado con la magua de no haber encontrado un marcador justo. Lo de esta noche espero que sirva para desterrar definitivamente la estrategia del patadón del día del Elche y otros partidos aledaños. Si este equipo, como decía al principio, saliera a jugar y a mostrar su talento en el terreno de juego pocos lograrían pararlo. Esta noche uno se acuesta un poco más contento. No por el empate en las postrimerías del partido, sino por la sensación que nos ha dejado la Unión Deportiva Las Palmas. Si se lo creen y dejan atrás los miedos y los complejos, pueden conseguir cualquier objetivo que se planteen. Hay jugadores que no desentonarían lo más mínimo jugando en los grandes equipos del momento. Esa alegría dominguera para los grancanarios se completa con la soberbia actuación de David Silva en Old Trafford. Qué lujo comprobar que aquel fútbol que nos contaron nuestros abuelos, el de Mujica, Alfonso Silva, Germán y compañía, reaparece cada dos por tres en la carga genética de quienes se ven con un balón entre los pies. El canario, cuando juega al fútbol, no sabe más que divertirse e improvisar regates, pases o escorzos casi imposibles. Vicente Gómez, Viera, Vitolo, Juan Carlos Valerón o David Silva (uves de lujo) son parte de esa historia que luego se graba en la memoria de quienes tienen la suerte de asistir a esos milagros que logran mantener intacta nuestra fe en el bendito fútbol de todas las semanas.

sábado, 15 de octubre de 2011

Noventa minutos empatados con la mediocridad

Los empates tienen muchas veces un sabor casi tan amargo como las derrotas, sobre todo cuando se va ganando y se piensa en lo cercana que estuvo la victoria. No es lo mismo empatar o que te empaten. Quien ha ido por delante en el marcador ha liberado las endorfinas de la euforia y vive en un estado de alegría que se viene abajo cuando ve que el equipo contrario marca un gol celebrado la mayoría de las veces como si fuera el tanto de un ascenso. Filosofo un poco porque hoy, la verdad, hay poco sobre lo que escribir. Vimos un partido soso, que nunca despegó del pelotazo y del despropósito, y que muestra muy a las claras la Segunda División y sus mediocres circunstancias.
No hay mucho para escribir en estas crónicas si antes no han escrito casi nada sobre el césped los que están llamados a levantarnos o a hundirnos el ánimo cada fin de semana. Podíamos haber ganado como podíamos haber perdido, por eso considero que el empate es justo y que te quedas con cara de tonto, como si te hubieran robado noventa minutos lastimosamente. Si hubiéramos sabido que era eso lo que iba a acontecer nos hubiéramos quedado en casa; pero ya sabemos que el fútbol sorprende y nos regala satisfacciones y momentos inolvidables cuando menos lo esperamos. Por eso insistimos y seguiremos insistiendo. También porque confiamos en este equipo. Sigo pensando que hay jugadores para aspirar a lo que se quiera, y que todo dependerá de los vientos que mueven las rachas futboleras. Hoy tocó cruz en todos los sentidos. Incluso ganando hubiéramos salido insatisfechos del Gran Canaria. Nos estamos moviendo mejor fuera de casa porque estamos jugando al contraataque y a buscar los huecos en las jugadas rápidas; pero no me gustó la primera parte de hoy, con pelotazos de la defensa amarilla y con una renuncia injustificable al centro del campo. Menos mal que en la segunda parte Juan Manuel Rodríguez vio lo mismo que nosotros y trató de cambiar los rumbos con David González y con Sergio, pero duraron poco esas intenciones, casi lo justo para marcar el gol y volver al canguelo y a ver cómo el equipo contrario-tal como ya hicieron Córdoba o Murcia- atacaba sin que nadie fuera capaz de pararlo hasta que metiera su gol y volviera a la especulación futbolística en la que se está moviendo esta Segunda División tan enmarañada. Poco más se puede escribir de un partido que empezó empatado y que no varió su condición a pesar del paso del tiempo y del desespero de los más de diez mil aficionados amarillos que acudieron al estadio. No creo que se conserve en ninguna memoria los noventa minutos de esta tarde. Si acaso quedará la tranquilidad y la templanza de Vitolo en el momento de marcar el gol o algunos de los paradones providenciales de Barbosa. Casi todo lo demás es olvidable. No hubiera pasado nada si este partido no se hubiera jugado. Pasan cosas cuando juegan Alfonso Silva, Germán, Juan Carlos Valerón, David Silva o Jonathan Viera –volvió a dejar un par de detalles que invitan a seguir acudiendo al Gran Canaria-. Si el genio se da cita en el terreno de juego siempre nos queda un regate o un cambio de ritmo prodigioso para vencer a la mediocridad del tiempo. O para recordarnos que seguimos yendo al fútbol porque confiamos en encontrar ese fogonazo que haga que por unos momentos la vida parezca eterna. Da lo mismo que al final del partido sigamos siendo igual de mortales. Cuando salta la chispa no hay fuego comparable al de esos goles prodigiosos que todos guardamos como oro en paño en nuestra memoria más futbolera. El partido de hoy, sin embargo, empató con este mundo insulso y previsible que estamos habitando últimamente.

sábado, 8 de octubre de 2011

Que se busquen y que se sigan encontrando

De entrada ya les digo que escribir así de alegre es impagable. Después de varios partidos tratando de buscar palabras entre la magua y la decepción, hoy me pongo delante de la pantalla y este texto casi se escribe solo. Y mira que al final de la primera parte la Unión Deportiva parecía el equipo gallego del partido: no sabías si quería subir o bajar la escalera, como cuentan del galaico dubitativo, o lo que es lo mismo: no te quedaba claro si quería ganar o empatar el partido (aunque hubiéramos salido ganadores si el árbitro no le hubiera anulado un gol clarísimo a Vicente Gómez). Enfrente había un equipazo, un Celta que de medio campo hacia delante no tiene nada que envidiar a ningún equipo de Primera. Tampoco nosotros, y esa quizá ha sido la clave del partido. En algunos momentos parecía un encuentro de otra categoría superior, un déjá vú al revés que el de la semana pasada, en este caso rememorando los muchos enfrentamientos entre Las Palmas y el Celta en la máxima categoría. Y eso de equipo o partido de Primera no lo digo yo. En Twitter (¡cuánto nos estamos divirtiendo cada jornada siguiendo los comentarios en #DirectoUD: felicito a la periodista Carmen Zamora por haber acertado el resultado en la porra tuitera), acabo de leer un comentario del periodista canario afincado en Madrid, Nicolás Castellano, en el que decía que en la ETB vasca comentaban durante el partido que Vitolo y Viera son, a todas luces, jugadores de Primera División. ¿Y le quedaba a alguien alguna duda? ¿Que escoran el juego hacia su lado? ¿Y qué? ¿Que a veces se equivocan? Me da lo mismo: que lo sigan intentando y que el talento se junte dónde y cómo le dé la real gana: al final son los futbolistas geniales los que convierten el fútbol en algo más que una sucesión de patadas insulsas. También Cruyff buscaba todo el rato a Sotil, o Brindisi a Morete, o Míchel a Butragueño. Que se busquen, que se sigan buscando, y que en medio se encuentren con gente tan talentosa como Vicente Gómez, Roque Mesa (su debut habría que enmarcarlo; ha sido otra gran noticia en este partido), Artiles, David González, Sergio Suárez y compañía. Seguimos poco contundentes en defensa a la espera de David García, pero así y todo mantuvimos el tipo, sobre todo por la contención en el medio campo de Javi Castellano, otro jugador que se ha consolidado en su puesto. ¡Qué distintas son estas tardes de sábado victoriosas! ¡Qué maravilloso resulta acercarte a la clasificación y enfilar la mirada hacia arriba, hacia donde se cumplen los sueños! Tocó un grande y hemos dado la talla. Solo falta que los jugadores y que la afición se crean de una vez que hay equipo para aspirar a todo lo que queramos. Eso sí, que renueven cuanto antes a Jonathan Viera. Cuanto más lo vean, más ganas tendrán de llevárselo todos esos grandes que le siguen. No hay que entender mucho de fútbol para saber dónde anida el talento.

sábado, 1 de octubre de 2011

Déja vù

A veces el fútbol no es más que una sucesión de partidos repetidos. Si se gana y se juega bien, esa repetición se asemeja al éxtasis casi semanal; pero cuando se pierde y tu equipo se enreda en jugadas previsibles y se empeña en repetir los mismos errores, uno solo espera un milagro para salvarse del desastre, aun sabiendo que los milagros jamás acontecen cuando no se buscan con todas las ganas y cuando en la mente de los que juegan no están bien asentadas las palabras victoria, divertimento y confianza.
He titulado déja vù porque el partido de hoy fue prácticamente idéntico al del Córdoba –por tener tuvo hasta el mismo remate de Javi Guerrero al larguero que luego bota en la raya de la portería- y si me apuran también al del Alcoyano –en aquella ocasión tuvimos la suerte de cara en el último minuto-. Y lo que desespera es comprobar que no se sabe ganar a equipos muy inferiores a la Unión Deportiva. A ver si me entienden, cuando hablo de inferioridad no estoy desmereciendo a los rivales. Todo lo contrario, esos conjuntos han demostrado que tienen oficio y que saben defender y contraatacar de forma organizada y efectiva. Lo que les aleja de Las Palmas es el talento y las posibilidades creativas de sus jugadores. No se puede consentir que un conjunto con un potencial ofensivo que no tienen muchas plantillas de Primera División ande cada semana mirando la hora para ver si da tiempo de que haya un rechace o de que alguien sea capaz de pegar un puntú o de rematar con la nuca o con las costillas. Hoy por lo menos tuvimos opciones de ganar, que no oportunidades. Jugamos con diez jugadores medio partido y contra un rival tocado anímicamente tras el empate amarillo, pero nuestro equipo se está empeñando en borrarse de los partidos en un visto y no visto. Y lo más preocupante es que hoy disponíamos de todo nuestro potencial. Por tanto, creo que urge un cambio de mentalidad inmediata y una necesidad de recuperar la confianza en el talento perdido. Los próximos rivales no serán tan condescendientes y tan conformistas como los que nos han tocado en casa las últimas semanas. O espabilamos o terminaremos dilapidando el optimismo que teníamos todos a principios de temporada. Ya, ya sé que se nos advertía a los soñadores recalcitrantes que lo importante era la salvación y bla, bla, bla. No, lo importante es salir a ganar, a divertirte y a hacer gala de todas tus posibilidades. No nos podemos desmoronar a las primeras de cambio como lo hacemos. Si el Murcia hubiera sido más ambicioso, tras la expulsión de Juampe se hubiera llevado los tres puntos sin problemas. Ni siquiera podemos hablar de mala suerte en los remates como el día del Córdoba. Apenas rematamos, apenas jugamos y apenas nos quedan ganas de hablar de fútbol en todo el fin de semana. Mejor borramos lo de hoy como se borran siempre todas las pesadillas. Sólo deseo no tener que escribir otra semana recordando que pasa el tiempo y que apenas varía el argumento de otros noventa minutos perdidos lastimosamente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mareas

Cuando subí al estadio de Gran Canaria la marea en Arinaga estaba llena. Al regresar la he encontrado vacía y con todas las rocas al aire. Cuando subí al estadio también iba cargado de ilusiones, pensando que si ganábamos esta tarde nos podíamos colocar líderes de la clasificación. Al bajar hacia el Sur solo conservo el amargo sabor de la derrota y esa extraña sensación que se te queda cuando pierdes un partido incomprensiblemente, con numerosas ocasiones claras a favor y contra un equipo que no era nada del otro jueves. ¿Qué pasó entonces? ¿Cuál fue la causa de esta inesperada decepción sabatina? Podríamos referirnos a muchas circunstancias, pero yo prefiero agarrarme a los ciclos de las mareas que suben y bajan de forma inevitable una y otra vez, aunque a veces nos parezca mentira la caída o la subida inesperada.
En líneas generales, no me gustó ni el partido ni el equipo. Las Palmas jugó a rachas, sin que su juego brujuleara en el centro del campo, y en algunos tramos del partido, sobre todo en los últimos veinte minutos, renunció directamente al centro del campo, con Barbosa sacando una y otra vez en largo para ver si Quiroga pescaba algún balón y entre rebote y rebote generábamos peligro. Así fue, entre rebote y rebote, y entre arreón y arreón, generamos ocasiones clarísimas y, en algunos casos, incomprensiblemente falladas. Quizá la marea compensó el exceso de suerte contra el Alcoyano hace dos semanas. Entonces sacamos petróleo de una jugada de Jonathan Viera-cuánto se le echa de menos para romper los ritmos de un partido y para dar con el remate certero que se cuele entre los tres palos- y nos llevamos tres puntos en las postrimerías del encuentro. La Liga marca esa regularidad, y un día te da, otro te quita y otro, como hoy, te deja con cara de tonto mirando al marcador. Hubo detalles muy buenos. Destaco dos: me gustó mucho Portillo el tiempo que estuvo en el campo-le vi suelto, jugando con mucho sentido e inteligencia- y me encantó el desparpajo, la decisión y la habilidad de Artiles –dará mucho que hablar: hay veces en que solo viendo correr a un jugador ya sabes qué te vas a encontrar cuando el balón pase por sus pies. José Artiles es de los que convierten en magia todo lo intentan, un jugador diferente, especial, un lujo más que sumar a la vanguardia amarilla-. Por lo demás, busquemos las razones de hoy en ese flujo natural de las mareas que comentaba al principio. La suerte, como la mar, también se muestra a veces traicionera y esquiva, pero otros días nos regala momentos prodigiosos. Confiemos en que en Girona nos aguarden olas un poco más ventajosas.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Imprudentes y felices

La prudencia no deja que la felicidad asome la cabeza cuando le toca. Ya nos ha tocado ser prudentes muchas veces y, por tanto, no me importa ilusionarme de nuevo como si fuera la primera vez, o como me ilusioné con los primeros partidos de la pasada temporada. Hoy toca ser felices, no prudentes. Y toca ser felices porque presentimos muchas alegrías futuras, porque hemos ganado tres a uno en campo contrario y porque Las Palmas está donde está con un equipo que se nutre de canteranos talentosos. Ya sé que esto está empezando, pero si empezando bien no está uno contento ya me dirán cuándo tendría que estarlo. Queda mucha Liga, vale; los rivales no han sido de campanillas, vale también; pero ya sabemos que en Segunda sumar siete puntos en tres partidos no es moco de pavo, y eso es lo que ha logrado la Unión Deportiva. Me parece lógico que el entrenador, los directivos y los propios jugadores estén todo el rato con el guineo de la prudencia, los cincuenta puntos y la salvación; pero nosotros somos aficionados y, como tales, nos corresponde la euforia o la decepción, y ya sabemos que a veces el equipo camina hacia un lado o hacia otro dependiendo de nuestros estados de ánimo y de la ilusión que podamos contagiar desde las gradas. Toca alegrarnos y soñar. Dejemos para otros la mesura. A nosotros nos corresponde el lleno a reventar del Gran Canaria y los riquirracas que lleven al equipo en volandas. Cada partido tiene que presagiar una fiesta. Ya luego los jugadores serán los encargados de poner la música y el espectáculo. Y no sé ustedes, pero yo creo que tenemos un conjunto de artistas virgueros que están llamados a improvisar sobre el césped todos los sueños que les vayamos pidiendo.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La moral de la épica

El teatro de los sueños no está en Manchester. Donde quiera que haya un campo de césped, unos focos y la emoción de un partido más o menos crucial, el tiempo y la lógica dan paso a la épica y a una epopeya semanal que es más grandiosa cuanto más cercana. Jugar contra el Alcoyano no es lo mismo que hacerlo contra el Real Madrid o el Barcelona, pero cuando el balón rueda sobre la cancha les aseguro que la diferencia es mínima, sobre todo cuando te enfrentas con un rival al que se le presupone la moral y cuando vuelves a quedarte con diez jugadores antes de la media hora. Costó ganar esta tarde en el Gran Canaria, ese estadio que sin pistas de atletismo se acercaría aún más a ese teatro del que hablábamos al principio. No hay mucho que contar del partido. Si acaso tendríamos que destacar la entrega de los jugadores y la fidelidad de una afición que no escatima aplausos ni apoyos. Ya son dos encuentros remando contra corriente cuando aún estamos en los albores de la temporada. Y en ambos partidos se ha puntuado y se ha buscado la victoria a pesar de la adversidad. Espero que no suframos el mismo acoso arbitral de los primeros choques de la pasada temporada, pero no se entiende esa predisposición a mostrar tarjeta roja a las primeras de cambio. De nuevo hay que hablar del equipo y de las estrategias del entrenador. Creo que Juan Manuel Rodríguez, con tantos cambios en la alineación, lo que quiere es que todos los jugadores se sientan protagonistas: un día David González y otro Vicente Gómez (hoy en el banquillo), otro día Quiroga y al siguiente Javi Guerrero, y siempre, siempre Barbosa con sus intervenciones prodigiosas. También habría que hablar del importante papel que está jugando Corrales, del magnífico partido de un Juanpe que crece cada día más, de la versatilidad y el trabajo de Javi Castellano o del gol de Jonathan Viera. Todo el equipo se unió para que no se notara la ausencia del argentino Herner. Creo que Las Palmas mereció este triunfo que nos coloca en la parte alta de la clasificación. Me quedo tranquilo viendo que el equipo está cada día más trabajado y que el entrenador sigue apostando por el talento de Vitolo y de Viera. Da lo mismo que hoy no se encontraran como en otros partidos. Quizá a Vitolo se lo notó muy ansioso tras tantos meses de ausencia en el Gran Canaria. Uno tenía la impresión de que quería hacer cuatro o cinco jugadas al mismo tiempo cada vez que recibía el balón. Hoy no le salieron cosas, pero confío a carta cabal en la genialidad que atesora y estoy seguro de que cuando pasen un par de partidos nos pondrá a todos en pie como el pasado año. No hay mucho más que contar de este encuentro. Nos quedamos con la alegría de la victoria y con los cuatro puntos que ya suma la Unión Deportiva Las Palmas en dos partidos. Los sueños continúan totalmente intactos.

sábado, 27 de agosto de 2011

Equipo, trabajo y talento

El Guadalajara no es el Celta, el Coruña o el Elche, pero el partido de hoy lo tuvimos que jugar como si nos hubiéramos enfrentado con cualquiera de esos tres equipos. Todo se puso en contra de Las Palmas. Nos quedamos con diez jugadores antes de la primera media hora de partido y, cuando estaba a punto de terminar ese malhadado primer tiempo, nos metimos un gol en propia puerta. A todo ello habría que sumarle un campo pequeño, un calor insoportable y los desajustes inevitables de cualquier estreno. Ya casi nos veíamos escribiendo el mismo comentario que en muchos partidos de las últimas temporadas: balones al área, contraataques letales del contrario y errores defensivos que en cualquier momento nos podían haber dejado con dos o tres goles en contra. La Alcarria, que nada tiene que ver con la que recorrió Cela hace muchos años, estaba a punto de bajarnos a una realidad que los que creemos en este equipo habíamos desterrado hacía semanas. No contábamos con el factor diferencial del entrenador y del descanso.
En la segunda parte la Unión Deportiva jugó como queremos que juegue toda la temporada, esto es, buscando la portería contraria, combinando, anticipándose en defensa, presionando en campo contrario y con ese espíritu ganador que se precisa en los momentos difíciles. Juan Manuel Rodríguez ha sabido transmitir confianza a los jugadores y estos han respondido regalándonos un anticipo de las muchas alegrías que creo que nos esperan en los próximos meses. Quiero destacar, sobre todo, la palabra equipo, desde Barbosa hasta Vicente Gómez, desde Juanpe hasta Corrales, desde Javi Castellano a Jonathan Viera. Contando con esa unión no tenemos nada que temer de cara al futuro; pero es que además es un equipo capaz de sacrificarse y de luchar hasta hartazgo. Nunca pareció que jugaba con un jugador menos. Unos a otros se apoyaban subiendo, bajando y cubriendo las parcelas del campo que quedaban sin color amarillo. Y luego, claro, también está el talento, ese despliegue de verticalidad, regates y combinaciones eléctricas que han vuelto a escenificar Vitolo y Jonathan Viera. Viéndolos en el campo, ya está uno descontando los días que quedan para ver el próximo partido de la Unión Deportiva. Vitolo era el alma y el empuje que perdió este equipo el pasado año. Este año, tanto él como Viera, han vuelto por sus fueros, pero formando parte del conjunto, luchando cada balón y bajando permanentemente a defender o a buscar la pelota. Ya solo con talento eran letales; ahora con trabajo, disciplina y magia lograrán que lo imposible aparezca con naturalidad y que lo genial forme parte del juego habitual de la Unión Deportiva Las Palmas. Nos quedamos, aprovechando que estábamos en tierra mielera, con la miel en los labios y con la sensación de que pudimos haber ganado el partido, pero éste era solo el primer encuentro de la temporada, un prólogo magníficamente escrito por un grupo de jugadores que están llamados a sumar muchos capítulos prodigiosos en los próximos partidos.


lunes, 15 de agosto de 2011

Evidencias

Anoche, mientras veía en la televisión el enésimo partido entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona, me volví a dar cuenta de por qué soy de la Unión Deportiva Las Palmas. Aclaro que simpatizo con el Madrid, que fui durante años al Bernabéu y que he celebrado como el que más las grandes gestas del equipo blanco. Pero también quiero explicar que no he visto equipo que juegue mejor al fútbol que el Barça de Guardiola, y que disfruto como un enano cada vez que juega, y también cuando gana, sí, han leído bien, también cuando gana incluso al Real Madrid, sobre todo si el juego del equipo blanco es ramplón y cobarde como el de la temporada pasada o cuando, como ayer, solo apela a la velocidad, a la fuerza y al pase largo.

No me gustan los aspavientos ni las actitudes de Mourinho. Tampoco su forma de entender el fútbol ni sus planteamientos. Todavía no entiendo cómo pudo renunciar a David Silva o no ir en busca de Cesc, Alexis Sánchez o Cazorla para combatir al talento con talento, a la creatividad y al pase corto con la creatividad y el pase corto que conduce inevitablemente a la belleza. Lo de Ozil fue algo casual que se le apareció al portugués tras el Mundial de Sudáfrica, una isla en medio de los patadones y de las carreras alocadas y egoístas de sus compatriotas y de esos Pepes musculados y pendencieros que quiere en su equipo. Escribo esto y a lo mejor dentro de unos meses el entrenador del Madrid está celebrando la Champions, la Liga y, si le hiciéramos caso a Ruiz Mateos cuando presidía el Rayo, también la Copa Korac. De todas formas, después de ver a Alexis Sánchez, y sabiendo quién es Cesc Fábregas, tengo muy claro que se seguirá imponiendo esa manera bella, épica y alegre de interpretar el fútbol que preconiza Guardiola.

Pero me he ido alejando de la idea inicial de este comentario. Decía al principio que sobre todo soy de la Unión Deportiva porque esos equipos estratosféricos están cada vez más lejos de nuestros entornos cercanos y de nuestras memorias infantiles. También sé que soy de Las Palmas porque, incluso siendo entrenador Mourinho, no me consolaría nunca ante una derrota. Y todos sabemos que por aquí ha habido entrenadores más especuladores y con más protagonismo que el portugués y que, aun así, sufríamos cada fin de semana que se perdía y saltábamos de alegría si le ganábamos a cualquier equipo, así fuera el Santa Ana o el Tenerife B.

En este mundo de locos que vivimos, y en medio de tanta y tanta especulación (de la que tampoco se libra el fútbol), los referentes tenderán a ser cada vez más locales y más reconocibles. Y si encima nuestro equipo se presenta con jugadores de la tierra, criados casi a las puertas de nuestras casas, más arraigado estará a la afición que le sigue incondicionalmente. Da lo mismo que por la crisis, o porque nadie puede luchar contra cuatro jeques caprichosos o contra conjuntos con miles de socios o de ingresos publicitarios, nos quiten a los mejores jugadores al final de cada temporada. Seguirán saliendo canteranos, y los que vengan detrás se fijarán en los que están ahora mismo vistiendo de amarillo. Y además tenemos a Germán Dévora capitaneando la memoria necesaria del equipo. Leyendo ayer el magnífico reportaje del Maestro con Vitolo y Viera que firmaba Nacho Acedo en Canarias 7, más claro me queda que a medida que pase el tiempo seré cada vez más amarillo y menos galáctico. No me considero fanático por considerar que haremos algo grande esta temporada. Nos falta apuntalar un poco más la defensa, pero de medio campo hacia delante tenemos talento de sobra para disfrutar de lo lindo según empiece la Liga. Lo cercano, lo que nos ilusionó cuando niños y aún nos sigue emocionando durante noventa minutos cada semana, es lo único innegociable, lo que nos volverá a congregar en el Gran Canaria con todas las ilusiones intactas. Todo lo demás es marketing.

miércoles, 20 de julio de 2011

Germán Dévora, Presidente de Honor de la Unión Deportiva


De niño llevaba a todas partes un llavero cromado con la imagen de Germán, y por suerte le pude ver jugar muchas veces, aunque no en la época dorada de finales de los sesenta. Mi abuelo, recuerdo, decía siempre que era "germanista": por Germán, no por Alemania. No creo que haya otro jugador que represente mejor lo que es la Unión Deportiva. En Germán Dévora están representados todos los que han contribuido a que este equipo sea, para algunos de nosotros, uno de los pocos sentimientos innegociables. Me sumo encantado a la iniciativa que propone a Germán para la Presidencia de Honor de la Unión Deportiva Las Palmas.

jueves, 2 de junio de 2011

Un estadio que ahuyenta a las buenas almas futboleras

Las transiciones bien gestionadas son la antesala para que los éxitos, a veces tan azarosos e inesperados como los fracasos, no se conviertan en flor de un día. Hay que llegar y saber mantenerse. Para ello precisamos de un estadio que no nos aleje de nuestros propios sueños. Si un niño no alcanza a ver de cerca a los jugadores difícilmente calará en él algún sentimiento. Tan lejos, y con tanto frío ambiental, lo más probable es que se enganche sobre la marcha a lo que le propongan por la tele, y entre Messi, Cristiano Ronaldo o el Kun Agüero y los jugadores amarillos tendrán claro lo que querrán. La única manera de mantener viva la afición amarilla es la apuesta por una cantera que nos identifique y la cercanía a un césped que por más que nos empeñemos no hemos logrado oler todavía en el Gran Canaria. Llegar al Insular era oler la hierba y ver a dos metros a Germán o a Brindisi. Por eso soy de Las Palmas. Tenemos que regresar cuanto antes a esa esencia de las pequeñas sensaciones para no extraviarnos. Nos mantenemos más o menos a salvo porque había mucha memoria y mucho mito del Insular en nuestra genética amarilla. Cualquier otro equipo que no hubiera tenido la grandeza y el apoyo incondicional que tiene la Unión Deportiva Las Palmas hubiera desaparecido hace mucho tiempo ante tanta frialdad. El día que vuelva a oler el césped sabré que estoy nuevamente en mi casa. Lo de ahora es arquitectura del vacío, un escenario que sólo sirve para ahuyentar a las buenas almas futboleras. Si no fuera por la televisión y por las fotos de los periódicos ni siquiera conoceríamos las caras de nuestros propios jugadores.

domingo, 29 de mayo de 2011

El bendito tedio

Sin emoción y sin rivalidad el fútbol se convierte en un espectáculo insulso, aburrido e insoportable. Lo de hoy contra el Córdoba fue un trámite que había que pasar para cumplir con el calendario. De entrada, salimos con un equipo irreconocible que casi da la sorpresa con un par de ocasiones clarísimas. El Córdoba sí se jugaba media vida en este partido. Decir que se jugaba la vida entera sería exagerado porque ni los jugadores salieron con la tensión que se le presupone a un desesperado, ni el público abarrotó las gradas del estadio. Ganó quien tenía que ganar, el que más necesitaba los puntos. Pero qué quieren que les diga. Si el partido se convirtió en intrascendente fue por el magnífico final de temporada de los jugadores de la Unión Deportiva Las Palmas. Hace dos meses mirábamos el calendario y nos veíamos jugándonos la permanencia en Córdoba. Todos temíamos lo peor. Sin embargo, hemos llegado salvados, en gran parte gracias a las estrategias y a las acertadas decisiones de Juan Manuel Rodríguez. Por eso he titulado bendito tedio, porque hoy daba lo mismo lo que sucediera en el campo. Pasaron los noventa minutos, perdimos dos a cero y estamos a punto de concluir la temporada. La próxima semana tampoco nos jugamos nada en el último partido de Liga; pero ese encuentro cuenta con la rivalidad de la que hablaba al principio, y esa rivalidad volverá a engrandecer al fútbol y nos hará vivir el partido con la emoción que se precisa para disfrutar de este juego. Si se juega el sábado no podré estar en el estadio y muy probablemente tampoco lo pueda seguir por la televisión. Tenía un viaje de trabajo fijado hacía tiempo, pero así y todo logré garantizar la vuelta el domingo al mediodía pensando que el partido contra el Tenerife se jugaría ese día. El posible cambio también tiene mucho que ver con los objetivos cumplidos, en este caso por la Unión Deportiva. Lo del Tenerife no lo hubiera podido prever nadie a principios de temporada. No voy a valorar el ridículo del presidente tinerfeño cuando dijo que le haríamos el pasillo de honor a su equipo porque ya estaría ascendido a Primera División. Lo bueno del fútbol, como escribí hace unos días, es lo imprevisible de los destinos que aguardan a cualquier equipo. Todo es posible. Incluso lo que nos puede parecer más increíble. Toca disfrutar y seguir subiendo canteranos para la siguiente temporada. Para mí ha sido un honor (y escribo esto por si ésta es mi última crónica de la temporada) haber compartido con todos ustedes el acontecer de la Unión Deportiva. Creo que ha sido una temporada entretenida en la que nos hemos ilusionado con lo más grande y en la que también hemos estado a punto de encontrarnos con lo más temido. Al final nos quedamos en tierra de nadie, en ese espacio desde el que se puede empezar a retomar el camino de la gloria en cualquier momento. Creo que si se mantiene la base de la actual plantilla, ya con Juan Manuel Rodríguez confirmado, si se suben algunos de esos canteranos que espero que logren el ascenso a Segunda B, y si se ficha un par de jugadores con categoría contrastada, no tenemos por qué desechar ningún sueño de cara a la temporada que viene.

jueves, 26 de mayo de 2011

Lo imprevisible

Creo que el fútbol se sustenta en lo imprevisible y en lo azaroso. El Arucas de baloncesto podría jugar cien veces seguidas con Los Angeles Lakers y no ganar ni un partido. No sólo eso: es probable que en algunos de esos partidos a lo mejor no consigue meter ni una sola canasta. Por tanto ni usted ni yo pagaríamos un euro por ver un Arucas-Lakers, y si lo pagáramos sería para ver de cerca de Pau Gasol o a Kobe Bryant, o bien por decir que vimos un partido histórico, sobre todo si usted fuera de Arucas.

Pero si hablamos de fútbol y el partido lo jugara el Arucas contra el Real Madrid la cosa cambiaría. Estoy seguro, y creo que todos estaremos de acuerdo, que en cien partidos ganaría el Arucas por lo menos en uno de ellos. Por eso pagaríamos siempre por ese encuentro, porque el Alcorcón o el Arucas pueden eliminar al Real Madrid o al Barcelona en cualquier momento. A mí me gusta mucho el baloncesto, y he de decir que jugaba mejor tirando a canasta que intentando meter goles, pero creo que jamás podrá compararse un deporte con otro, por más que muchas veces hayan intentado que el baloncesto le ganara terreno al fútbol. Es casi imposible que cinco jugadores bajitos le ganen a cinco jugadores como Shaquille O´Neal. En cambio once desconocidos con fe en la victoria le pueden ganar en cualquier momento a once galácticos por muchos Casillas, Cristianos Ronaldos o Messis que les pongan delante.

sábado, 21 de mayo de 2011

Punto suspensivo

Lo peor del partido contra el Numancia ha sido la incertidumbre del resultado. Lo mejor, el empate a cero goles que nos salva matemáticamente y que nos mantiene un año más en la Liga Adelante. He utilizado el punto suspensivo en el título por todo lo que queda por escribir a partir del punto logrado esta noche en el Gran Canaria. Del partido se puede contar poco, y lo mejor es centrarnos en el logro de los jugadores y de Juan Manuel Rodríguez, un corolario que parecía casi imposible hace un par de meses. No vale aprovechar esta coyuntura para decir que se estaba seguro de la salvación y de las victorias que fueron consolidando esta pequeña gesta. Quien asegure eso miente bellacamente. Nos vimos al borde del abismo, como mismo nos creíamos a las puertas de Primera División en aquellos deslumbrantes encuentros protagonizados por Vitolo, Viera, David González y compañía. De este año me quedo con la cantera, con todos esos jugadores que ya están integrados en la Unión Deportiva y que nos darán muchas alegrías en el futuro. El equipo ha sabido ganarse nuevamente a una afición que por fin se reconoce en quienes visten la camiseta amarilla cada partido. Ahora nos queda disfrutar las dos próximas jornadas con la seguridad de que no corremos ningún peligro. La temporada ha sido larga y llena de altibajos, pero al final creo que estamos donde nos merecemos. Los que vivimos el devenir de la Unión Deportiva con una pasión que no entienden quienes no fueron niños en las gradas del Insular, nos sentimos un poco más felices esta noche. Hay tiempo para planificar y para seguir dando paso a esos canteranos que vienen pisando fuerte en las categorías inferiores. Para redondear la temporada, sólo falta que el filial amarillo regrese a Segunda B. Sería el escenario perfecto para continuar representando una obra que tiene toda la pinta de tener algún día el final que todos llevamos soñando hace años. De momento, disfrutemos de este entreacto de la historia de la Unión Deportiva que aún nos queda por seguir contando.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Primer minuto

Los partidos no empiezan cuando el árbitro da el pitido inicial. A veces llevan varios días o varias semanas celebrándose, y es seguro que el auténtico comienzo tiene lugar cuando uno llega el estadio y se deja llevar por el entorno de expectación que encuentra a su alrededor. Cuando íbamos al Insular, y casi siempre hablo del estadio de Ciudad Jardín porque allí vi el fútbol de niño, se vivían los calentamientos con la misma emoción que los partidos, sobre todo cuando venían los equipos grandes y te encontrabas a escasos de metros de donde estabas a todos los grandes jugadores del momento.

Pero ese comienzo del que hablo es metafórico y particular. El otro inicio, el que consta en acta, es el que ordena el árbitro, que en aquellos años vestía siempre de negro y utilizaba tarjetas blancas y rojas. De todos esos comienzos siempre recuerdo uno por la estética de la jugada. Saca de centro el Barcelona, recibe Cruyff, le hacen falta cuando va a controlar el balón justo en el círculo central. Coge el balón rápidamente con la mano, lo pone en el suelo y saca la falta golpeando con la precisión y la fuerza precisa para que la pelota quedara suspendida en el punto de penalti de la portería de la grada Naciente. En esa especie de conjura contra las leyes de la física aparece Neeskens tirándose en plancha y batiendo a Carnevalli. Tengo guardado en la memoria ese gol por la plasticidad del momento. Carnevalli se estira en un reflejo felino y Neeskens remata girando el cuello para enviar el balón a la misma escuadra. Se jugaba el primer minuto y entonces escuché a mi padre decir que aquello era un jarro de agua de fría. Yo estaba en esa edad en que lo preguntas todo, y con ese gol supe sobre la marcha lo que era un jarro de agua fría. Eso sí, la afición del Insular se puso en pie para aplaudir la belleza de un tanto que ha quedado para siempre en mi memoria, igual mucho más idealizado de la cuenta, pero les aseguro que aquél fue un momento sublime de gran belleza futbolística en donde también aprendí que al contrario hay que aplaudirle cuando se empeña en engrandecer el fútbol. Lo bueno de aquel encuentro es que al final la Unión Deportiva, que vivía entonces unos años gloriosos con los argentinos, terminó ganando dos a uno a aquel equipazo que comandaba Johan Cruyff y que terminó ganándonos la única final de Copa del Rey que hemos jugado hasta el momento.

domingo, 15 de mayo de 2011

Decisiones

Hace algunos años, un partido televisado de la Unión Deportiva Las Palmas era un acontecimiento. Había un solo canal, un solo partido a la semana, y la Segunda División era una especie de ente esotérico y sin imágenes en la que jugaban equipos que se llamaban Calvo Sotelo o Ensidesa. Entonces Las Palmas era un equipo de Primera, pero aun así la veíamos menos en la tele de lo que podemos ver hoy al Vecindario o al Universidad de Las Palmas. Hay más canales y más audiencia, pero al final el fútbol sigue siendo lo mismo, veintidós jugadores detrás de un balón tratando de lograr un sueño en nombre de todos nosotros. Nos hemos acostumbrado tanto a las retransmisiones televisivas que cuando no nos ponen el partido en directo parece como si volviéramos de inmediato al Paleolítico. Hoy no televisaban el partido de Las Palmas. Me fui a almorzar a Casa Brito, en Arucas, y llamé a Antonio Aguiar, el amigo y compañero bloguero, cuando el partido estaba todavía en la primera parte. Medio apesadumbrado, me dijo que nos acababan de marcar el tercer gol. Nos despedimos y puse algo de música camino de Agaete. Reconozco que daba el partido por perdido. Mucho más tarde, en la zona de la avenida de Los poetas, muy cerca de Las Salinas, un señor de unos setenta años iba con su transistor pegado a la oreja.
-Cómo va Las Palmas-le pregunté esperando lo inevitable.
-Vamos ganando tres a cinco y quedan cinco minutos- contestó con esa cara de satisfacción que se nos pone a los aficionados de Las Palmas cuando damos fe de noticias o de resultados como esos.
Compartí la alegría con aquel hombre con cara de haber vivido intensamente el domingo, y luego confirmé el resultado final en la edición digital de Canarias 7. No estamos salvados, pero los ocho puntos de ventaja de la zona de descenso a falta de tres jornadas nos dejan como si hubiéramos ganado la Liga de Campeones. Y es que cada uno se reconforta con sus pequeñas y necesarias victorias cotidianas, y ésta, qué duda cabe, nos alegra a todos el fin de semana y el fin de temporada. Para llegar aquí han hecho falta decisiones necesarias y comprometidas, la primera de ellas la apuesta por Juan Manuel Rodríguez. Yo creo que seríamos injustos si no valoráramos esas decisiones ahora que parece que el objetivo se ha conseguido. La cabeza fría y la determinación correcta de la directiva y de la comisión técnica han propiciado este salto dominguero de alegría. Sería injusto si no valorara ese camino acertado de quienes tienen que barajar las cartas de la Unión Deportiva. Ya luego son el destino y los jugadores los que la juegan. También la suerte. Hoy estamos todos muchos más contentos y relajados. Los horizontes se atisban más venturosos, y además sabemos que hay jugadores para encarar un futuro con otras miras más ambiciosas. El Barça B no es un equipo cualquiera. Hablamos de la antesala del mejor conjunto del mundo. Los nuestros, después de la gesta de esta tarde, están llamados a llevarnos a ese camino de la gloria que casi siempre, llegados a momentos como el de hoy, se tornaba gafado y perdido. Las matemáticas no nos garantizan la salvación, pero la próxima jornada contra el Numancia podríamos abrazar ese éxito que compensa la zozobra de una temporada ciclotímica en la que pudimos tocar el cielo o acabar en el más profundo de los infiernos. De momento nos mantenemos vivos, y eso, estando como está el fútbol y la Segunda División, es como para salir a la calle a cantar píopíos hasta quedarnos roncos de contento.

PD: Lo único que temo de esta victoria es que el Barça vaya definitivamente a por Jonathan Viera. No he visto el partido, pero es normal que con espacios y con un fútbol similar al de Primera marque tres goles. Es un jugador casi estratoférico, genial y sorprendente. A ver si tenemos suerte y lo vemos en Primera, pero vestido con la camiseta amarilla de la Unión Deportiva. Llegará todo lo lejos que se proponga.

sábado, 14 de mayo de 2011

David Silva

Hace veinte años un niño de rasgos achinados que no paraba de moverse regateaba desafiando a la marea en la playa de Patalavaca, en Arguineguín. Ese niño ya es campeón de la Eurocopa, campeón del Mundo y, desde hoy, campeón del título más antiguo y más señero del fútbol, la FA Cup, recién ganada en Wembley. Hoy hay calima y sigue el océano tratando de horadar la costa de Gran Canaria. Hay otros niños que continúan soñando títulos en la orilla. Silva comenzó la jugada del gol de Touré, una jugada que soñó hace muchos años, cuando el rugido del estadio se confundía con el rumor incesante de las olas moganeras de su infancia.

viernes, 13 de mayo de 2011

UFFF

Recuerdo que Chaplin, en Candilejas, decía que el tiempo es un gran autor que siempre da con el final perfecto. Hoy en el Gran Canaria ha dado con el final soñado por todos los seguidores de la Unión Deportiva Las Palmas. Después de creernos prácticamente salvados, nos encontrábamos de nuevo zozobrando y haciendo cábalas para no vernos en Segunda B, esa pesadilla que ya hemos vivido varias veces en los últimos años y que sabemos que descorazona y que aleja las ilusiones incluso de los aficionados más fieles y conspicuos. No estamos salvados. Después de la temporada que llevamos, con subidas y bajadas que nos han tenido todo el tiempo en vilo, ya uno no se atreve a afirmar absolutamente nada. Pero aun así título Ufff porque es lo primero que me vino a la cabeza cuando Adrián Pollo marcó el segundo gol, cuando Barbosa detuvo el penalti y cuando el árbitro pitó el final del partido. Ese Ufff creo que transmite la desazón y la angustia con la que hemos vivido este partido los amarillos.
No nos podemos quejar. Perdió el Nastic, empató el Salamanca en su casa y dejamos por debajo en la clasificación al Villarreal B y al Córdoba. El descenso está ya a cinco puntos (seis si contamos nuestro gol average particular con el Nastic) y eso, estando como estaban las cosas, es para ponernos a bailar La Rama donde quiera que estemos. Qué gran estratega es Juan Manuel Rodríguez y cómo sabe leer los partidos. Le debemos esta permanencia si finalmente la apuntalamos en las próximas jornadas. Y también nos la debemos todos los aficionados amarillos. A pesar de las pistas de atletismo, del antiestadio de fútbol y de ser partido entre semana congregamos a más de diez mil personas en el Gran Canaria. Pocos equipos lograrían algo parecido. Y además cada aficionado sabe que su papel y su aliento constante es vital para que el equipo no olvide el significado de la camiseta que representa, ni los sentimientos que congregan cada vez que ponen el balón en juego. Hoy nos acostamos todos un poco más contentos. Quedan cuatro partidos y seguimos asegurando nuestros encuentros de casa. Cualquiera de nosotros hubiera firmado este resultado y el de los equipos que vienen por detrás. Volvíamos a asomarnos al abismo. Y no es un tópico. Teníamos ese miedo a los campos desangelados y a los rellenos de los carruseles deportivos y de las páginas de los periódicos, a volver a estar en esas clasificaciones que sólo revisan los aficionados de los equipos implicados. Si todo va bien seguiremos en Segunda y contaremos con jugadores que este año han podido avanzar varios cursos de aprendizaje futbolístico. Hay mimbres para soñar en el futuro y para confiar en que Vitolo y compañía, y los otros Vitolos que están en el filial y en los juveniles, nos vuelvan a llevar allí donde debe jugar un equipo con una afición ante la que hay que quitarse el sombrero cada vez que se llega al Gran Canaria. Hoy, como cantaba Serrat, ha sido un gran día. Cuando pasen los años será uno de tantos, pero esta noche todos estamos mucho más contentos y confiamos un poco más en ese destino que esta vez sí se ha puesto de nuestra parte. Qué capacidad la de Juan Manuel para resucitar jugadores que ayuden a escribir los guiones de ese destino otras veces esquivo. Los dos pases de Quero anticiparon los goles: el primero con un remate impecable, de una belleza estética tremenda, de Quiroga, y el segundo queda como el gol de la voluntad, el tanto de alguien que ha seguido entrenando a pesar de los olvidos y de los ninguneos, el de un muchacho de Mogán que encuentra un balón en el área y lo mete en la portería contraria, alguien que estaba llamado a compensar todo el sacrificio protagonizando uno de los grandes momentos de gloria de esta temporada. Y lo de Barbosa en el penalti es para pararlo mañana en la calle y hacerle reverencias. Ganó un equipo y una afición que merece quedarse un año más en la antesala de la Primera División. Aún estamos en el camino, pero el paso de esta noche nos deja casi a las puertas de una meta que nos parecía imposible de conseguir hace un par de meses. Disfrutemos de este cruce de esperanzas en el que nos encontramos.

(Este comentario sale con un día de retraso por la imposibilidad de publicar en blogger durante muchas horas)

sábado, 23 de abril de 2011

Fuera de hora

No sé si fue la hora, el día o la colocación de algún planeta que aloca los biorritmos, pero el partido de la Unión Deportiva esta tarde en Vallecas ha sido como un fenómeno paranormal. Ni jugamos tan bien como veníamos jugando, sobre todo en defensa, ni tampoco jugamos tan mal como en las jornadas previas a la llegada de Juan Manuel Rodríguez. Perdimos por dos a cero. Eso es todo. Aquí debería poner el punto y final, pero se entiende que después de noventa y cinco minutos uno tiene que ser capaz de escribir por lo menos un folio. Había una vez un circo y lo emitían a esta hora cuando yo era niño. El gran protagonista de aquel espectáculo es quien da nombre a la calle del estadio en el que hoy jugaba la Unión Deportiva; pero realmente el único caricato que había en el terreno de juego era el árbitro. Podría buscar su nombre, pero si lo hiciera le estaría haciendo publicidad. No influyó en el resultado de milagro, o porque Barbosa paró un penalti que no vio nadie más que él. No les pregunto si ustedes tienen tarjeta amarilla. Uno tiene la sensación de haber sido amonestado varias veces durante el encuentro. Cualquier falta se convertía en tarjeta, y ya en el minuto dos de partido le sacó una amarilla a Vicente Gómez por golpear el balón con el hombro. A partir de ahí se pueden hacer una idea de lo que hizo un señor empeñado en ser más protagonista que los jugadores. Pero ya digo que no influyó en el resultado. Pudo ganar cualquiera de los equipos, aunque creo que el Rayo fue más incisivo y más constante en su ataque.

Uno esperaba más de Jonathan Viera como titular, pero voy a tener que darle la razón a Juan Manuel Rodríguez y coincidir en que funciona mejor como revulsivo que como jugador con noventa minutos para mostrar todo su talento. Esperemos que esa sensación sea pasajera y que lo veamos convertido en ese jugador determinante que todos esperamos. Hoy, tanto él como el resto del equipo, sólo corrió y defendió. No se le puede criticar el esfuerzo y la entrega a Las Palmas, pero cualquiera pondría esfuerzo y entrega. Lo que faltó es lo que atesoran casi todos los jugadores amarillos y no fueron capaces de demostrar: determinación, talento, dominio, control y creencia en sus propias posibilidades. Seguimos a ocho puntos del descenso, y eso se lo debemos a ellos y a Juan Manuel Rodríguez, por tanto no tengo nada que objetar. Sólo espero que retomemos cuanto antes la racha positiva. Esta Segunda División es realmente una categoría ilógica y peligrosa. Cualquiera podría estar en ascenso y cualquiera en descenso: todos los guiones que queramos escribir resultarían creíbles. Este Rayo no es nada del otro jueves y está casi ascendido a Primera División.

Realmente perdimos uno a cero. El segundo gol fue en el descuento, cuando Las Palmas quemaba sus naves. Fue algo parecido a lo que sucedió en aquella final de España contra Francia en la Eurocopa del 84, cuando nos remataron los franceses con el gol de Bellone. Aquel partido se pareció mucho al de esta tarde. Me imagino que por eso habrá venido a mi memoria. Se pareció en todo menos en la portería. En París falló estrepitosamente Arconada, el mejor portero que yo he visto en directo en mi vida; en cambio nosotros tuvimos bajo los palos a un Barbosa sublime que lo paró casi todo, incluido un penalti. Menos mal que nos ganó el Rayo Vallecano, un equipo que siempre me ha caído bien, a pesar de la rivalidad de los últimos años. No ha tenido suerte con sus mandamases y ahora mismo está en una situación ciertamente delicada. Felicito a sus jugadores porque están demostrando una profesionalidad por la que merecen ascender a Primera División.

Yo recuerdo al Rayo que llegó a Primera en los años setenta y lo que supuso aquella presencia en una élite en donde Las Palmas siempre formaba parte de los dieciocho elegidos. Estaban Felines, Tanco, Uceda, Landáburu y el uruguayo Morena, uno de los delanteros centros más talentosos que han pasado por la Liga Española. Nada que ver aquellos enfrentamientos de entonces entre la UD de los argentinos y el equipo madrileño con este de hoy, aburrido y en horario de siesta. En aquellos años el Rayo solía jugar por la mañana, y lo hacía mucho antes de que llegara Canal Plus. La hora de hoy contagiaba la modorra. Si alguien me pidiera que le contara el encuentro me quedaría en treinta y tres. He escrito casi tres páginas, pero divagando y tirando de recuerdos y de apreciaciones subjetivas. Creo que ha sido uno de los partidos más extraños de la temporada. Uno se queda preguntando qué es lo que ha pasado en los trozos del rectángulo de juego que nos iban sacando por la televisión. “¿Perdimos? ¿Y eso, cómo fue?” “Pues nada, lo de siempre, cosas del fútbol, un centro, un gol, un contraataque, otro gol, y esa sensación de impotencia que se te queda cuando sabes que tu equipo no tiene el día”. A veces, sobre todo cuando nos ponen los partidos a esta hora, parece que lo que hemos visto está más cerca de los sueños que de la realidad. Pero lamentablemente este partido fue tan real como la vida misma. Lo único que nos reconforta es la distancia de ocho puntos que nos separa del abismo. Casi todos creíamos que estábamos salvados tras la victoria de la semana pasada contra el Salamanca, pero aquí el que sabe de fútbol es el entrenador de Las Palmas. Por eso no ha parado de apelar a la prudencia. Jugamos otra final el próximo sábado en el Gran Canaria. Como en los últimos partidos, nuestro apoyo y nuestro empuje son tan necesarios como el talento de Jonathan Viera o la seguridad de Barbosa. Lo de hoy es mejor que lo dejemos en manos del olvido. Hay partidos que no merecen ni un solo segundo de recuerdo en nuestra memoria futbolera.

sábado, 16 de abril de 2011

Una visión de conjunto

A veces no sabe uno si la vida es una coartada o una estrategia. Si fuera una coartada estaríamos todo el tiempo esperando esos finales deseados que casi nunca llegan, y si fuera una estrategia quedaría fuera la magia y toda esa sinrazón que nos hace salir cada día a la calle con todas las ilusiones intactas. La Unión Deportiva tiene coartada, y la utiliza de maravilla para plantear los partidos y seguir las pistas (las buenas, no esas otras que afean y que alejan los goles y las alegrías) que conducen a la victoria. También tiene estrategias que conforman un equipo cohesionado que sabe jugar sin remiendos y sin descosidos irremediables; pero junto a todo ello tiene talento, tiene suerte y cuenta con una afición que sabe cuándo llega su momento en cada partido.

Yo hoy me llevé mi moleskine al estadio y estuve anotando detalles todo el partido, pero ahora no sé dónde diablos la solté. Escribo por tanto sin el apoyo de las referencias escritas, pero con las sensaciones intactas. Ganamos, y al día de hoy estamos a once puntos del descenso. Me quito el sombrero ante el trabajo realizado por Juan Manuel Rodríguez. No era fácil su empresa, y sin embargo ha sabido embridar todas las circunstancias y nos ha enseñado que el fútbol es un deporte de equipo. Ya sé que eso se dice siempre, y que casi suena a tópico volver a escribirlo de nuevo. No importa. Para entender lo que ha hecho el entrenador amarillo hay que tirar de ese esfuerzo colectivo, del trabajo y del orden táctico. En medio, claro, juega el talento, y si no ahí están los destellos de Jonathan Viera en los tres o cuatro balones que tocó en quince minutos, y sobre todo en el inicio de la jugada del segundo gol. Ya casi salvados y con menos presión, estoy seguro que despediremos la Liga como la empezamos, apostando por el espectáculo y arriesgando en cada jugada. Lo bueno es que ahora sabemos, y lo saben los jugadores, que hay murallas que no se desmoronan como castillos de arena a las primeras de cambio.

El gran milagro de Rodríguez es la recuperación de la confianza colectiva de Las Palmas. Al portero le ha hecho recuperar su condición de portero, y no la de recogepelotas de goles encajados a tutiplén; los defensas son defensas, y por donde ellos se mueven no hay lugar para los delanteros contrarios; los centrocampistas construyen y crean, suben y bajan, y apoyan atrás cuando hay que defender, y en la delantera, cuando llega su momento, está el talento y la verticalidad, el remate certero que hace ganar los partidos. No he querido dar nombres, precisamente porque creo que estamos ante un equipo que va a dar mucho de sí en el futuro y que está compuesto por jugadores intercambiables y motivados que asumen su rol con la naturalidad que se espera de su talento. El entrenador ha recuperado a jugadores como Sergio Suárez o Pedro Vega que parecían perdidos para el fútbol de élite, y ahora anda empeñado, y estoy seguro de que lo va a conseguir, en recuperar la autoestima y el fútbol de seda que lleva Jorge Larena en sus botas.

No se disfruta de buen fútbol en el Gran Canaria; no hay lugar para ello. Se trataba de ganar y de alejar fantasmas y pesadillas del pasado. Nos da lo mismo lo que les suceda a los otros. Nuestro equipo está demostrando que se merece nuestro apoyo y nuestra presencia en el estadio. Hay mimbres para armar un gran conjunto la próxima temporada. De lo que queda de ésta, prefiero no hablar de objetivos. Llevamos toda la temporada cambiando aprisa y corriendo los guiones de nuestros objetivos. Sí creo que estamos muy cerca de la salvación, y de ahí en adelante puede suceder cualquier cosa. Lo bueno es que haremos la pretemporada del próximo año en los últimos partidos de ésta, y que se planificará, se subirán canteranos al primer equipo y se trabajará aún más con ese conjunto de jugadores a los que agradecemos su esfuerzo, su talento y las alegrías que nos han dado en las últimas semanas. Ya no salimos del estadio tratando de ahuyentar las sombras de mal augurio. El cambio de hora y las victorias nos devuelven a casa con una sonrisa de oreja a oreja, y eso, en estos tiempos tan atrabiliarios y marrulleros que vivimos, es como para salir sobre la marcha a bailar la Rama aunque no estemos en agosto. Queda lo mejor. Aquellos nubarrones de febrero están cada vez más lejos. El viento favorable que mueve a este equipo ha sabido imponerse a la contrariedad y a las malos farios. Llegarán lejos.

miércoles, 13 de abril de 2011

Lo que queda

Suelo acudir al pasado porque del presente ya hay otros que escriben a diario. Es verdad que se canta lo que se pierde, pero en este caso no se ha perdido nada porque la Unión Deportiva sigue jugando al fútbol, unas veces cerca del séptimo cielo y otras rondando esos insondables fondos de la mediocridad en los que se pierde de vez en cuando. Si escribo mirando atrás es porque lo que no se cuenta no queda, no permanece, y desde que nos despistemos un poco desaparece para siempre.

La gente cada vez habla, escribe y lee menos, y así es normal que se nos pierdan todas esas historias que venían desde nuestros tatarabuelos alimentando mitos y leyendas. Ahora activamos el botón de la tele y nos dejamos llevar acomodando el cerebro a lo que aparezca en la pantalla. Y en la pantalla aparece poco la Unión Deportiva, de ahí que casi todos los niños se decanten a las primeras de cambio por el Real Madrid o el Barcelona, cuando no por el Manchester United o el Inter de Milán. Lo cercano nos está quedando cada vez más lejos.

Si tuviéramos imágenes de televisión de las grandes gestas amarillas del pasado escribiría menos de lo que escribo porque me bastaría con volver a ver a Brindisi lanzando una falta o a Germán dando un pase al hueco para que corriera León camino de la portería. No sé por qué diablos no se guardó casi nada de aquellos años en los archivos de televisión. Cada uno de nosotros recuerda un partido o a un par de jugadores, pero los que vivimos aquellas noches memorables, y no digamos los que vivieron las de los sesenta, debemos hablar o escribir lo que vimos para que no se pierda para siempre. Por eso me agarro tanto al pasado y a la épica amarilla de otros tiempos. Sólo conservando esa memoria podremos hacer grande el presente. Los niños de ahora tienen que sentir lo que sentíamos nosotros cuando íbamos al estadio. Idolatrábamos a los jugadores y sabíamos de la importancia de la camiseta que vestían. No eran sólo ellos los que jugaban. Nuestros padres y nuestros abuelos nos recordaban que esas mismas camisetas fueron llevadas por otros grandes jugadores que escribieron páginas grandiosas en el equipo amarillo. Yo puedo escribir lo que llegué a ver o a soñar, y no de todo porque a veces me falla la memoria o me confunde el tiempo; pero cada uno de los que han visto al equipo durante muchos años tiene el deber de recordar para no quedarnos sin pasado y sin esos asideros tan necesarios cada vez que hay que reinventarse y empezar de nuevo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Fuera de juego

Me ha pasado muchas veces a lo largo de la vida. Un buen día te ves en una ciudad extraña o en la sala de embarque de un aeropuerto y te preguntas qué estás haciendo y hacia dónde estás conduciendo tus pasos cada vez más apurados y estresantes. Pero también te pasa al lado de tu casa, o cuando la muerte te golpea de cerca, o en esas mañanas que amanecen tristes incluso antes de que tú despiertes y entres a formar parte de la comedia diaria. Te ves en fuera de fuego, como si no entendieras nada de lo que pasa y como si te hubieran dejado a la intemperie, solo y desangelado en mitad de un paisaje que no te pertenece.

A mí esa sensación de orfandad y de desarraigo me lleva directamente al primer partido que jugué con la camiseta del Guía. No sé qué edad tendría, pero no creo que pasara de los seis años. Entonces no había cadena de filiales, ni entrenamientos sistemáticos, ni mucho menos clases teóricas en las que nos enseñaran las claves y los intríngulis del fútbol. Aprendíamos a jugar en las calles, en las maretas vacías y en las canchas bacheadas. Lo de ir al campo de La Atalaya, que entonces era el oficial y el único más o menos decente que había en la ciudad, eran palabras mayores. Detrás de esos primeros equipos de fútbol de la Unión Deportiva Guía estaba siempre el bueno de Paquito Gordillo. Yo creo que hasta compraba las camisetas y las botas que nos daban en aquellos primeros encuentros federados. Por lo menos los bocadillos y las botellas de agua sí las pagaba de su bolsillo. Se movía por la pasión futbolera, y ejercía de directivo, entrenador, delegado de campo y padre putativo de todos nosotros.

Nos íbamos a La Atalaya o a Barrial y nos distribuíamos en el campo como buenamente podíamos o cabíamos. Recuerdo el primer partido más o menos serio. Jugábamos contra el Atalaya, y cuando Paquito me preguntó que de qué quería jugar yo le dije que de delantero centro. Sonaba bien lo de delantero centro del Guía, y además me hermanaba con Santillana, Quini o Carlos, un jugador del Bilbao que fue el goleador de la Liga aquel año. Entré en la segunda parte con una camiseta que me llegaba a las rodillas y me fui directamente a la zona del punto de penalti. No recuerdo nada más que los gritos de Paquito desde el banquillo para que me viniera al centro del campo. Yo le decía que no, que quería meter goles y que además allí estaba solo, sin ningún defensa alrededor que me marcara. Nadie me había explicado lo que era el fuera de juego. Sólo quería estar para meter goles,y las reglas del juego y las estrategias me importaban una higa. No sé cómo acabó aquella escena surrealista. Recuerdo que se me acercó el árbitro y que trató de explicarme la situación, pero no hubo manera de sacarme de las inmediaciones del área. A lo mejor salía un momento, pero desde que veía que el balón iba para delante ya estaba colocado nuevamente detrás de los defensas. Todos eran mucho mayores que yo y tenían claras las cuatro reglas básicas del fútbol. Me sentía fatal siendo un incomprendido, y no sé si me expulsó el árbitro o si el pobre Paquito me sacó del campo lo más rápido que pudo para evitar el ridículo. Aprendí lo que era el fuera de juego un poco más adelante y ya pude jugar partidos siguiendo las normas establecidas. Nosotros, cuando jugábamos por las calles o en los campos improvisados, jamás contábamos con el fuera de juego, y me imagino que por eso aquellos encuentros eran tan entretenidos y terminaban casi siempre con marcadores de más de dos dígitos. Las reglas encorsetan siempre las pasiones y los divertimentos.

Para mí el fuera de juego, por más que lo entienda y que sepa cómo se evita, siempre será aquella sensación de orfandad e incomprensión que tuve una mañana de sábado en el campo de La Atalaya. Salvando las distancias, es la misma que uno se encuentra muchas veces en la lucha diaria de la supervivencia. Cada vez son más las veces en que los acontecimientos que observo a mi alrededor me dejan igual de desconcertado y perdido. No entiendo muchas de las cosas que están pasando por cotidianas. Me niego a aceptar, por ejemplo, la manipulación, el abuso o la desigualdad. Yo veo que los demás juegan, y que encima te piden que te quites de en medio, o que te metas en su campo para ser como ellos. Y cuando no lo haces te ves como perdido y extraviado en medio de un mundo que no reconoces y no entiendes. Entonces era un juego, y resultaba hasta divertido y anecdótico. Ahora, en cambio, me descorazona cada vez más esa sensación de quedarte en fuera de juego en medio de una vorágine cotidiana que te sobrepasa y que trata de someterte a todas horas. Por eso me quedaré siempre con la libertad de los partidos sin árbitros que jugaba en la calle. No es que en la vida preconice la anarquía, pero cada día echo más de menos el poder disfrutar de la libertad como me plazca. Y si lo haces, lo más probable es que te acabe expulsando inmediatamente cualquiera de los árbitros moralistas que se te aparecen por todas partes. Jugamos, sí, pero casi siempre sin imaginación y sin alegría. No nos dejan hacer lo que queramos. Sólo pretendemos meter goles y ser felices. Tenemos que negarnos a la especulación y a la renuncia del divertimento y del espectáculo. Tanto en la vida como en el fútbol.

*Lo publicado en esta entrada está escrito hace algún tiempo. Estas últimas semanas tocaba ganar para no volver a los campos olvidados de Segunda B. En este caso la renuncia provisional al espectáculo de la Unión Deportiva era tan necesaria como vital. Estoy seguro que desde que estemos salvados volveremos a la senda de un divertimento para que el que esta plantilla está especialmente dotada. Confío en la salvación y en que el próximo año, con el aprendizaje de esta Liga, y con la solvencia de Juan Manuel Rodríguez, la UD apueste por el ascenso con un equipo plagado de canteranos talentosos que están llamados a darnos muchos tardes de gloria.

sábado, 26 de marzo de 2011

Se trataba de ganar

Uno no puede siempre hacer lo que quiere. Ya sé que no queda bien reconocer debilidades, pero en la vida, como en el fútbol, tenemos que saber cuándo es el momento del lucimiento y cuándo el de la supervivencia. Se puede sobrevivir entre metáforas sublimes, pero para eso hace falta ser un Baudelaire, y en el fútbol se puede resistir con rabonas y regates imposibles, pero en ese caso precisamos de un Garrincha o de un Maradona. Hoy se trataba de ganar, no había más ciencia ni más misterio. Ayer le sucedió algo parecido a la selección campeona del mundo. Ganó como ganó la Unión Deportiva esta noche a la Ponferradina, con coraje, con insistencia en el ataque y con esa suerte sin la que no se escribiría nunca ninguna gesta. España tuvo a Iniesta y nosotros tenemos a Jonathan Viera (España, en este caso desde la sub 21, empezará a descubrir las excelencias de un jugador genial e imprevisible que si aprende a embridar su talento puede llegar donde le dé la real gana) para desbaratar defensas. Del Bosque contaba con Villa y Juan Manuel con Quiroga: talento que desborda, regate inesperado, centro al área pequeña y gol. Lo demás se asemeja al éxtasis que sentimos al contemplar el abismo a cinco puntos de distancia y con el próximo partido en casa.

Ya digo que uno quisiera escribir siempre poemas como los que escribían Juan Ramón Jiménez o César Vallejo, y sin embargo muchas veces te ves escribiendo pies de fotos intrascendentes o textos que no merecerían hacer disminuir las reservas de tinta de la humanidad. En el fútbol sucede algo parecido. Hoy tocaba ganar sí o sí. No se va escribir nuestra épica ganando a la Ponferradina en casa. Y no fue fácil ganarles: hay que reconocerle al equipo leonés el mérito de estar donde está y su capacidad de lucha contra equipos que le triplican el presupuesto. Creo que Juan Manuel Rodríguez está siendo nuevamente una figura clave en ese camino de la salvación. Tres partidos, tres victorias y tres fines de semana sin encajar ningún gol. Pero es que además ha propiciado la recuperación de jugadores como Sergio Suárez (vuelve a ser el que fue, un tipo talentoso que encara con descaro y con confianza) o Pedro Vega, y ha consolidado a Vicente Gómez, un jugadorazo que creo que está llamado a ser un grande de la Unión Deportiva. No estamos salvados, claro que no, pero si hace tres semanas nos hubieran dicho que íbamos a estar como esta noche, a cinco puntos del descenso, lo más probable es que hubiéramos asumido que nuestros deseos tenían difícil acomodo en la realidad de un equipo que tenía todas las papeletas para volver a jugar con el Cacereño, el Santa Ana o el Fuenlabrada. No hubieran merecido ese destino los miles de aficionados amarillos que allá donde se encuentren viven pendientes del destino del equipo que aprendieron a amar sin condiciones desde niños. Cada vez que publico esta crónica y sigo las fuentes de tráfico del blog veo que hay fieles que se conectan cada sábado desde Estados Unidos, Argentina, Reino Unido, Alemania, Singapur, Emiratos Árabes Unidos, Rusia o Hungría. Va por ellos esta crónica y esta victoria. Ni ellos ni nosotros, ni aquellos abuelos que nos contaban las diabluras de Mujica o de Alfonso Silva, merecerían un nuevo descenso a los infiernos. La victoria de hoy, la cantera que se está consolidando y la desaparición antes de cuatro años de las pistas de atletismo me tienen, cuando menos, esperanzado. Queda mucho por hacer, pero el camino ya no es aquella Cuesta de Silva de hace unas jornadas. Ahora nos han trazado puentes que nos permiten seguir dando pasos hacia donde la brújula, además del norte, señala el camino de la gloria. Esta tarde tocaba ganar. Todo lo demás es inevitablemente secundario.

jueves, 24 de marzo de 2011

El minuto Seis

Propongo que la iniciativa que tuvo la Grada Naciente en el último partido disputado en el estadio de Gran Canaria se repita cada vez que lleguemos al minuto seis. Lo hacen otros equipos con sus jugadores legendarios, y creo que los aficionados de la Unión Deportiva deberíamos recordarnos y hacerles recordar a nuestros jugadores que hubo alguien que jamás se rindió, que amaba con vehemencia los colores de su equipo y que se marchó dejando lo mejor de sí vestido con ese azul y ese amarillo que nos lleva al cielo o al infierno dependiendo de la suerte del balón. No digo que vayamos a ganar cada vez que recordemos a Juan Guedes en el minuto que se identifica con su dorsal, pero yo me entregaría a esa memoria épica y necesaria más que a los sacerdotes y a las supersticiones.

Nos queda un largo camino, pero creo que el estadio de Gran Canaria puede ser clave para mantenernos en Segunda A y plantear el año próximo con jugadores que habrán aprendido que la Liga es una asignatura que sólo se aprueba con constancia, trabajo y sabiendo manejar los altibajos. Por lo menos los aficionados sí hemos aprendido este año de los devaneos de un deporte que te encumbra o te entierra en un visto y no visto. Ni volvemos a parecernos al Barça de Guardiola ni somos aquel equipo acabado que padecimos durante muchas jornadas. Estamos vivos y sabemos que la salvación depende de los jugadores y de quienes tenemos que recordarles que visten la misma camiseta que llevó en su día Juan Guedes. Mantengamos eternamente a salvo ese minuto seis de cada partido para no volver a extraviarnos nunca más.

sábado, 19 de marzo de 2011

Aprendiendo a ganar

Dice la canción que en la vida todo es ir. También en el fútbol. Hace dos semanas teníamos un horizonte con vistas a aquellos estadios de Segunda B en los que se escribieron algunas de las páginas más vergonzantes de nuestra historia. No es que ahora tengamos un ático que mira al Nou Camp o al Bernabéu, pero por lo menos parece que podremos mantenernos en Segunda A, lo que siempre es una puerta abierta a los sueños a poco que tengamos una buena racha o un equipo más experimentado como el que seguro que tendremos la próxima temporada con los Vitolo, Armiche, Aythami, Viera, Vicente Gómez y compañía tras este año de aprendizaje esencial en su futuro. No estamos salvados, pero estando como estábamos tenemos que reconocer que casi nos encontramos en la gloria. Ahora tenemos que llenar el Gran Canaria en los dos próximos partidos y sumar los seis puntos para no estar en vilo hasta la última jornada.

Juan Manuel Rodríguez ha logrado lo que pedíamos cuando se hizo cargo del equipo: garantizar una seguridad defensiva y devolver la confianza a un grupo de jugadores que estaba asumiendo peligrosamente su incapacidad para ganar. Ganamos con Jonathan Viera en el banquillo. No dependemos de un solo jugador, y por encima de todo está la institución y el equipo en el que depositamos todos nuestros sueños futboleros. No tengo ninguna duda de que Viera volverá cualquier día de éstos con genialidades renovadas y más maduro y solidario con el equipo. Está en un proceso de aprendizaje, como también lo está más de media plantilla de la Unión Deportiva. Valoremos lo conseguido en estas últimas dos semanas. Mucho de lo que se consigue en la vida depende de la confianza que uno tenga en sí mismo. Este equipo ha vuelto a recuperar esa confianza y la autoestima perdida. Nadie les negó nunca su profesionalidad y su trabajo, pero carecían de mentalidad ganadora. Vuelven a saber que le pueden ganar a cualquier rival, y ese es el mejor aval para disputar los partidos que nos quedan. No esperemos a promociones ansiosas de ascenso de Segunda B a Segunda A para llenar el Gran Canaria como el día del Linares. Hay que dar el paso ahora porque este equipo depende mucho del apoyo que reciba desde la grada. Hoy tenía familiares y amigos que se habían desplazado desde Madrid hasta el Carlos Belmonte para seguir en directo el partido. Son los mismos que habían asistido a la humillación del equipo en Alcorcón, en Salamanca o en Soria. Me alegro por ellos y por todos los aficionados que han ido apoyando a la Unión Deportiva en cada uno de los estadios peninsulares. Se merecían una victoria como la de hoy. No ha habido juego vistoso, ni combinaciones fascinantes, ni fútbol de toque de la escuela canaria. En estos momentos toca ganar. Ya tendremos tiempo para el lucimiento. Como decía Juan Manuel Rodríguez esta misma semana en una entrevista en Canarias 7, disfrutamos mucho con el juego que planteó Paco Jémez. Seríamos injustos si no valoráramos aquellos destellos impresionantes de los primeros partidos de la temporada, pero también con Jémez sabíamos que cualquier ataque del equipo contrario era medio gol. En Segunda sobrevives si mantienes tu portería a cero, y eso es lo que lleva consiguiendo Juan Manuel los dos últimos partidos de Liga. Si logras eso, la suerte sí te puede ser propicia. Hoy la hemos tenido de cara. También la buscamos con más cabeza. Seguimos estando en el camino, pero ahora la meta la tenemos casi a tiro de piedra. Esto del fútbol nos sirve a los escritores como cura de humildad: todo lo que imagines siempre estará por debajo de lo que pueden dar de sí un balón y veintidós jugadores. Los guiones, estando por medio ese balón, son tan incomprensibles y ciclotímicos como la dependencia emocional que tenemos de los resultados semanales de la Unión Deportiva. Si esto fuera algo racional o con una lógica entendible hace ya muchos años que habríamos desertado. Nos engancha la incertidumbre.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El robo de la Copa del Rey de 1978

Hace cuatro de años me pidieron que escribiera un relato de intriga para un libro titulado Rojo sobre Negro . Lo que hice fue adentrarme en la memoria y tratar de cambiar una historia que creo que fue clave para la gente de mi generación: la de la final de la Copa del Rey de 1978. Lo que aquí se cuenta es ficción, pero me gustaría compartirla con ustedes porque creo que se ajusta perfectamente al espíritu de este blog y a esas emociones amarillas que uno trata de mantener vivas:

El robo de la Copa del Rey de 1978

Me llamó directamente el presidente del Fútbol Club Barcelona. Él querría haber llamado a Pepe Carvalho, pero desde que murió Vázquez Montalbán no hay dios que sepa dónde diablos se ha metido. Querían a un culé que comprendiera la dimensión del problema y que supiera valorar la importancia del robo y sus posibles consecuencias en la masa social barcelonista. Yo no era culé, pero era el mejor. Desde que dejé la policía había ido ganándome una gran reputación en el cogollito del seny catalán gracias a los casos que fui resolviendo con discreción e inteligencia. Era caro, posiblemente el más caro de todo el país, pero quien pagaba sabía que estaba contando con el mejor. Al Barça lo del dinero le preocupaba poco. Por mucho que facturara nunca iba a llegar a lo que cobran sus estrellas cada mes. El presidente estaba muy nervioso, gesticulando y profiriendo tacos en catalán y en castellano indistintamente. Yo, en cambio, hablaba despacio, tranquilo, con la pachorra que les escuché siempre a mis abuelos en la isla. Desde un primer momento aprendí que quien quiere sacarle partido a la inteligencia tiene que ir con tiento y midiendo bien las palabras. Mis abuelos hablaban despacio y gracias a eso no dejaban nunca de encontrarle un humor socarrón a todo lo que les acontecía. Sólo perdían la paciencia y la saudade diaria cuando iban al Estadio Insular a ver jugar a la Unión Deportiva Las Palmas, pero aun así nunca llegaban a comportarse como todos esos energúmenos que van hoy al fútbol a despotricar contra todo bicho viviente. El presidente fue conciso y directo:

-Nos han robado la Copa del Rey de 1978 y estamos dispuestos a pagar lo que haga falta por recuperarla. No nos importaría, llegado el caso, negociar con los ladrones para que la devolvieran a cambio de dinero. Lo que queremos es saber dónde diablos está y quién ha sido el que se la ha llevado de la sala de trofeos del club.
No querían acudir a la policía porque sabían que sobre la marcha trascendería la noticia a los medios de comunicación. Lo primero que habían decidido, antes incluso de llamarme, era proceder al cierre por reformas de la parte del museo en la que se exhibían las Copas del Rey.

-Sabemos de su trayectoria profesional y no dudamos en que usted será capaz de encontrar la Copa. Lo que sí le pedimos es máxima discreción, y no tengo ni que decirle que puede disponer de todos los medios que le sean precisos para la investigación. Para mí esa Copa tiene un valor especial porque fue el primer título que le vi ganar al Barça en directo, y además en el estadio Santiago Bernabéu, y para el barcelonismo supone una referencia casi mítica en la historia del club porque fue el último trofeo que recogió Johan Cruyff antes de dejar el equipo. No quiero ni pensar la que se armaría si esto se llegara a saber.

Me llamo Gregorio Julián Nublo de la Sombra, soy hijo de canarios y durante mi infancia viví alternativamente entre Las Palmas de Gran Canaria y Barcelona. Mi madre no se terminaba de adaptar a la vida catalana y desde que podía se iba a vivir a la isla. Mi padre, que era funcionario de Correos, se quedaba solo durante muchos meses en Barcelona, y aunque nunca se lo llegué a decir lo eché muchas veces de menos en la isla, sobre todo cuando lloraba delante del mar. Siempre me han entrado ganas de llorar delante del mar. Puede que fuera por esa ausencia o porque el mar, si te coge con la guardia baja, puede dejarte aliquebrado y triste a poco que te dejes llevar por el ir y venir de las olas.

No me fue difícil resolver el caso. El ladrón había dejado pistas por todas partes, y se notaba que no era un profesional. Su único mérito fue haber logrado desconectar las alarmas del museo y haberse colocado una capucha desde que bajó de la furgoneta hasta que se volvió a subir con la Copa metida dentro de un saco. Los vigilantes no se enteraron de nada, entre otras cosas porque casi todos los vigilantes creen que todo está controlado por la informática y los rayos infrarrojos, y en lugar de vigilar se ponen a ver la televisión o se dedican a llamar a la radio de madrugada para contar sus traumas infantiles. Huelga decir que el robo se produjo de madrugada.
Poniendo en práctica los métodos deductivos que había aprendido de los grandes autores literarios del género negro me fue fácil saber que el ladrón había llegado hasta el puerto de Calafell con la Copa camuflada en los asientos reclinables de una furgoneta que había alquilado unos días antes en Cornellá de Llobregat. Yo de niño fui muchos veranos a Calafell, y aún recuerdo a aquel viejo loco y enjuto, con barba de chivo, que no paraba de gesticular mientras hablaba con otros escritores. Mi madre se quedaba alelada escuchando de lejos las conversaciones y diciéndome que los que estaban con aquel viejo flaco como un pírgano eran Vargas Llosa y García Márquez, y que el viejo loco se llamaba Carlos Barral. Pero eso era de niño, porque ya de grande descubrí que el ladrón había metido la Copa del Rey en un velero y había partido rumbo a Valencia. Desde la ciudad del Turia siguió luego para Málaga, y finalmente estuvo unos días en Cádiz haciendo acopio de alimentos y de combustible antes de partir hacia Gran Canaria.

No hacía más que imaginarme al ladrón con la Copa del Rey brillando en la cubierta de su velero cada vez que la luz de luna se reflejara majestuosa en el océano Atlántico. Me lo imaginaba mirando la Copa y recordando las grandes gestas deportivas del equipo amarillo. Con los ojos cerrados seguro que pudo rememorar los regates de Molowny, las faltas de Torres, los detalles técnicos de los inolvidables y geniales Silva y Mujica, el señorío de Tonono, la elegancia de Juanito Guedes, y por supuesto la grandeza de Germán Dévora, que para el ladrón como para la mayoría de los que le vieron jugar seguro que había sido el mejor jugador canario de todos los tiempos junto a Juan Carlos Valerón. Pero podría jurar que también se le aparecieron los que llevaron al equipo a la final de Copa del Rey de 1978 tras un encuentro de infarto en la semifinal contra el Sporting de Gijón. Por su mente volverían a aparecer Carnevalli, Felipe, Brindisi, Morete, Noly, Félix, Roque y todos los que quedaron para siempre en su recuerdo en aquel momento memorable en que saltaron al césped del Bernabéu con miles de canarios gritando, llorando o cantando a los acordes de la Banda de Agaete o de Los Gofiones. El ladrón me contó luego que había estado allí, viviendo el instante más emotivo de su vida antes de que la cara dura del árbitro, un tal Franco Martínez, y la calidad de Cruyff, Neeskens, Rexach y compañía echaran por tierra todas las ilusiones. Nunca aceptó la derrota. Él era de los que pensaba que aquella Copa tenía que haber ido a parar a Gran Canaria. Por eso la robó; por eso mismo se la había llevado a la isla.

Yo hacía más de diez años que no regresaba a Gran Canaria, y de niño también había vivido aquella memorable final, pero a través de la televisión. Estaba en Barcelona y por supuesto iba a favor de Las Palmas. Mis abuelos, los dos, tanto el padre de mi padre como el de mi madre, habían estado en el Bernabéu y luego se habían acercado a Barcelona para hacernos una visita. Llegaron apesadumbrados y mascullando la mala suerte y el mal fario de aquel partido fatal. Ellos nombraban todo el rato la palabra magua, y se decían que ya habría otra oportunidad más adelante, aunque los dos sabían que a sus años no tendrían muchas opciones de volver a estar tan cerca de la gloria. Los dos murieron unos años después, justo antes de que el equipo se perdiera por vez primera en el pozo insondable y lastimoso de la Segunda División B.
En aquellos años reconozco que me gustaba mucho el fútbol y que tenía en equipos de chapas o de cajas de fósforos los dieciocho clubes que integraban la Primera División. Ahora no, ahora el fútbol me parece un vil negocio que se confunde con el espectáculo de los deportes norteamericanos. Estoy con los que opinan que se ha perdido la esencia y la pasión, aun cuando de vez en cuando disfrute con algún partido que otro.

En Cádiz averigüé cómo se llamaba, dónde vivía y hasta el año en que se había sacado el título de patrón de barco. Como digo no era un caso difícil, y yo creo que hasta el mismísimo presidente lo hubiera resuelto por sí mismo a poco que se hubiera puesto. Volé en avión desde Sevilla hasta Gran Canaria. Ya no me gusta volar. Generalmente me chupo un tranquimazin o me tomo dos ginebras con tónica que me ayuden a envalentonarme y a evitar la ansiedad que me da desde que el aparato se separa del suelo. No es que me dé miedo caer en picado y desaparecer de un golpetazo contra el asfalto o hundido en la inmensidad de los fondos marinos. De hecho, si lo pienso, podría ser una de esas muertes rápidas que siempre he anhelado. A mí lo que me da pánico es verme encerrado en esa especie de tubo dentífrico del que sabes que no puedes escaparte por ninguna parte si te apetece salir corriendo o necesitas aire puro para respirar. Por eso me chupé aquella mañana un tranquimazin cuando ya estábamos a punto de facturar. Me entró sueño cuando íbamos saliendo de la Península a la altura del Puerto de Santa María y ya no desperté hasta que sobrevolábamos Lanzarote. A mi lado tenía una rubia sensual y escotada en la que casi no había reparado durante la maniobra de despegue. Parecía una de esas ninfas cachondas que a veces se aparecen en los sueños haciéndonos derramar el semen involuntariamente mientras dormimos. Los ojos se me iban a sus senos, no lo podía evitar, y de alguna manera notaba cómo a ella le ponía ver que me estaba poniendo en la penumbra incierta en la que se quedan las cabinas de los aviones cuando sobrevuelan los océanos. No le dije nada y me limité a cerrar los ojos y a imaginar que me iba con ella al baño trasero del avión a montarme una escenita de porno cutre con mucho morbo. Disimulé la erección con el periódico, aunque según anunciaron que íbamos a tomar tierra el miedo y la ansiedad acabaron con cualquier escarceo psicalíptico y la rubia se volvió otra vez invisible y del montón. Finalmente aterrizamos y cada cual siguió su camino. Ni siquiera averigüé su nacionalidad, aunque tenía toda la pinta de ser una de esas nórdicas tipo Ingrid Bergman, misteriosas y bellas, sugerentes, casi divinas, que siempre están a punto de desaparecer en un fundido en negro de película de los años cuarenta.

El ladrón vivía en la zona de Vegueta y se llamaba Francisco Brito Marrero. Era oculista y tenía su consulta en la calle Dolores de la Rocha, justo debajo de su casa. Acababa de cumplir sesenta y cinco años y era un Libra con ascendente Acuario. Llamé el mismo día de la llegada a su consulta y le pedí hora a su secretaria. Le dije que no veía bien, y que a veces los objetos que tenía delante empezaban a cambiar de colores alternativamente, casi siempre del rojo al negro, y del verde al amarillo. Me imagino que ella hubiera deseado haberme mandado al psiquiatra o haberme mandado directamente a freír espárragos, pero no están los trabajos como para que la gente se ande jugando despidos por decir lo que le pide el cuerpo en cada momento. Ella, por lo menos, supo controlarse, me imagino que pensando en los dos niños que tenía que mantener después de que el cafre de su marido se marchara con aquella farotona mulata que había llegado a la isla para bailar en El Floridita. Tomó nota de mi nombre y me dio hora para las siete y media de la tarde del día siguiente. Me dijo que le había costado mucho buscarme un hueco, y que era el último paciente del día

A Francisco Brito lo conocían sus más allegados como Paquito Brito. Cuando llegué a su consulta lo traté siempre de doctor o de señor Brito. Previamente le había dado las buenas tardes a la secretaria de la entrada y también le había vuelto a recordar mi nombre y la causa de mi visita. No se inmutó ni levantó la vista del teclado. Se notaba que había llorado hacía poco, y si yo no hubiera estado para lo que estaba me habría escapado a la floristería más cercana a comprarle un ramo de rosas amarillas. Pero ni siquiera le dediqué un gesto o una palabra de complicidad, y ella a mí tampoco. Sabía que se llamaba Nieves, Nieves García.

Uno con los años ha aprendido que los asesinos o los ladrones casi nunca tienen cara de asesinos o de ladrones, por lo menos los buenos asesinos y los buenos ladrones. Paquito era un ejemplo de esa teoría. Parecía un simplón y un cagapoquito. Para entrar en confianza me dejé observar por los extraños aparatos que enfocaban a mis ojos, pero tuve que cortar sus observaciones médicas cuando llegó con unas gotas verdosas que tenían toda la pinta de dejarte ciego. No me fue difícil abordar el tema que quería tratar con él. Justo encima de la mesa de su despacho tenía una gran foto del equipo de la Unión Deportiva que jugó la final de la Copa del Rey en el Bernabéu, y en la mesa había también una instantánea más pequeña en la que se veía a Paquito con su gorra, su bufanda y su bandera amarilla junto a un grupo de aficionados en la Plaza Mayor de Madrid. Según le nombré el partido se olvidó de las gotas y se puso a teorizar sobre las razones inmerecidas de aquella injusta derrota. Repetía una y otra vez que moralmente Las Palmas había sido el campeón. No dejaba de sacar todo el rato la palabra moralmente. Me estaba poniendo nervioso con su discurso cargado de frustración y de resquemores injustificados.

Siguió hablando y señalando la foto que tenía en la pared. Se notaba que era un tipo infantil, enmadrado e inmaduro, quizá un poco edípico y por supuesto tremendamente mitómano. También era un acojonado de cuidado. Según le pregunté que dónde había escondido la Copa del Rey se echó a llorar y empezó a berrear como un niño de teta. Escondió su cara entre las manos y si no lo agarro a tiempo se hubiera destrozado la cabeza contra la pared del despacho. Cantó como un pajarito mañanero en primavera:

-Sabía que me acabarían cogiendo, pero no pude evitarlo, se lo prometí a mi padre antes de morir, y se lo debía a todos los grancanarios que murieron con el resquemor y la pena de aquella derrota. Nosotros nos merecíamos la Copa, era nuestra, y no es justo que estuviera en aquel macro museo en el que nadie le da ninguna importancia al lado de las dos Copas de Europa, las Recopas o los trofeos de Liga. Me da igual que ahora me metan en la cárcel, de hecho me había parecido todo demasiado fácil, pero siempre estamos condenados de antemano, o en nuestra conciencia, como el personaje de Crimen y Castigo, y si le digo la verdad yo casi estaba deseando que llegara este momento para liberarme: por lo menos me quedo con la satisfacción de que la Copa ha estado unos días donde tenía que estar, lo confesaré todo, no tengo ningún problema, tampoco creo que a mi edad vaya a ir a la cárcel por eso, está arriba, en mi habitación, justo enfrente de donde me acuesto cada noche. Yo estuve allí, al lado mismo de donde estaba la Copa, y casi la miré más a ella que al partido. Mi padre acabó llorando, lo mismo que los miles de paisanos que se habían gastado un dineral para ir a Madrid a ver ganar al equipillo. La mayoría iba a la Península por primera vez, y no sabe usted qué momentos más intensos y más bonitos se vivieron las horas antes del partido, pero todo acaba, esto también, póngame las esposas si quiere, no me voy a resistir, hasta aquí he llegado.

Se murió de repente. El muy idiota se fue poniendo morado y se cayó al suelo delante mismo de donde estaba la Copa del Rey. Tenía la frente llena de heridas por los dos cabezazos que se había pegado contra la pared antes de que yo le agarrara. Yo aún no sabía si lo iba a matar o no. Me imagino que al final le hubiera metido un poco miedo y lo hubiera dejado vivir, entre otras cosas porque quedaría fatal en mi historial haber matado a un tipo tan nostálgico y tan cursi. Pero la cosa es que aquel individuo apocado y simplón se me había quedado muerto sobre la alfombra de su dormitorio. Lo primero que hice fue borrar todas mis huellas de la casa y del despacho. Luego cogí la Copa y la envolví en una manta. Pesaba un quintal y no sabía cómo diablos podía ir por Vegueta cargando con la Copa del Rey de 1978 sin llamar la atención. El coche que había alquilado en el aeropuerto lo tenía en la calle Reyes Católicos, a unos doscientos metros del despacho de Paquito Brito. Me esperé hasta las doce de la noche, aunque a veces se levantan más sospechas a esas horas solitarias que a plena luz del día, cuando cada uno va por la calle sin fijarse nunca en lo que hace el prójimo. La única que me podría complicar el trabajo era la tal Nieves García, la secretaria deprimida y despechada a la que nunca le compré flores. Me llevé su teléfono y la llamé cuando ya había logrado llegar al coche y poner la Copa en el asiento trasero sin que me viera nadie. No me costó mucho meterle el miedo en el cuerpo. Antes de ir al despacho había averiguado dónde vivía y dónde estudiaban sus hijos. Le dije que el tal Paquito Brito había muerto de un infarto fulminante y que lo único que le pedía es que se olvidara para siempre de mi cara. El nombre que le había dado en la consulta era el de un futbolista del Rayo Vallecano de los años ochenta y por tanto por ese lado no debía temer nada. Le dije que si alguien le preguntaba me describiera justo al contrario de cómo soy, es decir, rubio, bajito y con una voz muy aguda. Ella permanecía en silencio, pero escuché cómo empezó a respirar entrecortadamente cuando le nombré a sus hijos y le dije en qué colegio estudiaban y dónde cogían cada mañana el transporte escolar. Se echó a llorar y me pidió encarecidamente que no les hiciera nada a sus vástagos. Me recordó que era lo único que tenía en el mundo, y por supuesto me aseguró que si alguien preguntaba por el último paciente ella lo describiría tal cual le había dicho que lo hiciera hacía unos segundos. Por ese lado no me tendría que preocupar lo más mínimo.

Ya tenía la Copa en mi poder. Iba por la Avenida Marítima como seguro que hubieran ido los jugadores del equipo amarillo treinta años atrás si la suerte les hubiera sido propicia y hubieran ganado en el Bernabéu al Fútbol Club Barcelona. No quise telefonear a la gente del equipo culé. Decidí hacer tiempo y quedarme a dormir en el mismo coche antes de salir al día siguiente en el ferry para Tenerife, para desde allí coger luego el barco hasta Cádiz y seguir en el mismo vehículo por carretera hasta Barcelona. La agencia en la que había hecho la reserva del coche era una franquicia internacional que en ningún momento me había puesto ninguna pega por las idas y venidas de su vehículo siempre y cuando pagara la fianza acorde a esos traslados y al tiempo que pensaba tener el coche. Para dormir esa noche decidí que lo mejor era adentrarme en la zona de Mesa y López y buscar aparcamiento en medio de los cientos de coches estacionados en las calles cercanas al Corte Inglés.

Finalmente logré aparcar en la trasera del Mercado Central, justo enfrente de una churrería que desde las cinco de la mañana ya estaba siendo frecuentada por los borrachos recalcitrantes de la noche y por los trabajadores decentes y responsables que a esas horas salían a ganar el pan para los suyos. En el coche tenía frutos secos, agua sin gas y chocolatinas, y por tanto sólo tuve necesidad de salir un momento a echar una meada justo detrás del amplio maletero al que había pasado cuidadosamente la Copa del Rey antes de que abriera las puertas la churrería.
Dudé entre coger el ferry para Tenerife en Agaete o hacerlo directamente en el Puerto de Las Palmas. Finalmente no quise correr riesgos estúpidos en la carretera y saqué el pasaje para salir de Las Palmas de Gran Canaria a las nueve de la mañana. Me puse justo detrás de los transportes de mercancías que se dirigían a Tenerife y esperé pacientemente el turno de embarque. Tenía la Copa en mi poder, y en unos días estaría en el lugar en que había estado desde que Johan Cruyff la levantara en el Bernabéu en el mes de abril de 1978. Sabía también que con lo que me iban a pagar los dirigentes del equipo blaugrana tenía para tomarme cuatro o cinco años sabáticos o para comprar una casita en Mahón a la que le tenía echado el ojo desde hacía varios veranos.

Cuando entré al barco traté de buscar un aparcamiento que estuviera justo al lado de alguna de las salidas que conducían a cubierta. En principio pensaba camuflarme en el asiento trasero y hacer el viaje sabiendo que ningún caco de tres al cuarto me podía echar a perder el negocio cogiendo la Copa como si fuera un trofeo de squash y vendiéndola luego al primer perista vivales que encontrara en Tenerife. El barco tardaba en salir. Mientras escuchaba el eco asmático e intrigante de los motores no hacía más que pensar en lo que había supuesto esa Copa hacía casi treinta años. Con ella habían dado la vuelta de honor al Bernabéu Cruyff, Asensi, Neeskens, Rexach y todos los demás. La había tenido el Rey de España en las manos y seguro que todos los canarios que estaban en el estadio hubieran dado un par de años de sus vidas por haberla logrado. Mis abuelos, por ejemplo, hubieran llorado de emoción y habrían llegado luego a Barcelona eufóricos y contentos. Todos ellos pensaban que la Copa tenía que haber ido a parar en Gran Canaria. Ahora estaba en Gran Canaria. Todavía estaba en Gran Canaria. Pero el único que lo sabía era yo. Los camioneros, por ejemplo, habían aparcado con cara de asco justo al lado de ella, y los que tenían que revisar el barco para que no me diera por meter una metralleta o unos fardos de cocaína ni se molestaron en abrir el maletero. Si lo hubieran hecho me habrían complicado mucho la vida, aunque me imagino que hubiera recurrido a algún argumento convincente. Hace tiempo que sé que todos los argumentos que uno utiliza creyéndolos a pies juntillas son siempre convincentes, y también sé que en las aduanas de los puertos casi nunca miran los coches de los particulares. Como mucho le revisan la mercancía a algún camionero con pinta sospechosa. Ese día no creo que pararan a nadie. Te miraban con cara de malas pulgas, como haciéndote un examen psicológico mientras entrabas al barco, pero te daban paso y hasta te deseaban una buena travesía. Tuve suerte.

Prefería llamar a los dirigentes del Fútbol Club Barcelona una vez estuviera llegando a la Ciudad Condal, pero no sabía que un mal día lo puede tener cualquiera, incluso alguien tan frío y tan equilibrado como yo. Todos podemos ponernos sentimentales alguna vez, y a mí me tocó en aquel barco venido a menos. Me dio por llorar recordando a mis abuelos, sobre todo cuando los empecé a ver saltando como niños en el Estadio Insular cada vez que la Unión Deportiva metía un gol. También recordé las bromas y las burlas de mis compañeros catalanes en el colegio al día siguiente de la final de Copa. Me llamaban indio o se ponían a canturrear entre risas la canción del Canarito. Tuve un mal momento y cuando me quise dar cuenta estaba tirando la Copa del Rey al océano. Acabábamos de doblar la punta de La Isleta y navegábamos justo enfrente de la Playa de Las Canteras. Allí está la Copa del Rey de 1978, hundida en el mar a unos cientos de metros de La Barra, en el lugar en el que siempre tuvo que estar, donde mis abuelos y tantos otros canarios que ya están muertos habrían querido que estuviera. Nadie más lo sabe, pero soy de los que piensan que en la vida lo que importa son sólo los hechos y las evidencias, y en este caso, aunque la realidad desmienta lo que pone en las hemerotecas, la Copa del Rey de 1978 sí se acabó quedando finalmente en Gran Canaria.

No me atreví a preguntarle al presidente del Barça si se trataba de una réplica oficial o si era la auténtica Copa del Rey, aunque fuera una u otra estaba claro que era la que valía. La que ahora exhiben en el museo del Camp Nou es una burda copia que no tiene nada que ver con la que levantó Johan Cruyff en 1978. Cuando le comenté al presidente que me había sido imposible lograr la Copa casi se echa a llorar, pero finalmente se recompuso y me contó lo que él denominaba su Plan B. Al mismo tiempo que yo investigaba y me tomaba mi tiempo él había encargado una réplica a un artesano de Pakistán que no sabía ni lo que era un balón de fútbol. Lo había hecho a través de un intermediario que le debía unos cuantos favores, y de hecho sólo ese intermediario, el presidente y yo íbamos a estar al tanto de la falsificación. Por eso me pagó los gastos de la investigación y me liquidó como si le hubiera traído la Copa. De alguna manera estaba comprando mi silencio. Yo, claro, estaba encantado con el trato, aunque en todo momento me estuviera lamentando delante de él por lo complicada y baldía que había resultado la investigación. Mi reputación, además, quedaría salvada. Para los otros seguiría siendo el mejor, algo que resulta vital en esta profesión cada día más llena de advenedizos y chapuzas. Finalmente me compré la casa en Mahón, justo al lado de una en la que se encierra a componer Joan Manuel Serrat. Alguna vez hablo con él, sobre todo de las proezas del Barça, pero nunca se me ha ocurrido contarle lo de la Copa del Rey del 78, ni a él ni a nadie, por supuesto.