domingo, 28 de febrero de 2016

La paradoja

Había que ganar en Ipurúa. Lo podemos decir ahora. Todos sabíamos que una derrota en el feudo vasco nos dejaba a las puertas del abismo, casi sin salida, porque daba lo mismo que jugáramos bien al fútbol si no sumábamos puntos, sobre todo esos puntos con rivales que forman parte de nuestra propia Liga. Lo puedo escribir ahora porque hemos ganado y respiramos aliviados como esos condenados a muerte que se salvan en el último segundo. Y no es que nos hayamos salvado del descenso, pero sí que sabemos que la remontada es posible, que tenemos un equipo que defiende el escudo de su camiseta y que, aun en circunstancias adversas, es capaz de salir adelante y de remontar esos vuelos que siempre parecen imposibles cuando se tiene la sensación de haber perdido las alas y la confianza.
Veníamos de una semana complicada, y todos temíamos también que esos titulares alejados del terreno de juego y de la vida de los deportistas terminaran echando abajo el sueño de seguir en Primera. Parecía que el desastre encontraba aliados debajo de las piedras, en las discotecas, en las lesiones y hasta en esa mala suerte que nos ha hecho perder tantos partidos. Por si faltaba algo llegó la lluvia, un campo que casi parecía una piscina del Metropole y la dificultad de poder jugar como quiere el míster de los amarillos. Y encima un viernes por la noche, en un estadio pequeño, con esa sensación de que estás jugando en Segunda o en Tercera. Pero el fútbol, como la vida (porque el fútbol y la vida son como espejos que se van reflejando todo el rato), a veces nos devuelve lo que vamos buscando de forma imprevista, en un espacio o en un tiempo que se parecen poco a los que habíamos imaginado. Igual que la primera victoria en Liga de esta temporada fue ante el Sevilla, que a priori era un partido en el que cabía la derrota, el primer triunfo fuera de casa también ha tenido lugar en un terreno de juego en el que pocos hubieran apostado atendiendo a la razón o a los hechos objetivos. Pero lo bueno de estos imprevistos es que sirven como refuerzo para la autoestima y para esa confianza casi tan necesaria como el talento si queremos salir triunfantes en cualquier aventura del fútbol o de la vida. Queda muchísimo camino por delante, pero después de la victoria ante el Eibar todos intuimos que la salvación está más cerca y que contamos con un equipo capaz de sobreponerse a esos bandazos que tantas veces amenazan con dejarnos en un erial cuando íbamos en busca del paraíso. Siempre que suceden estas cosas recuerdo el partido entre las dos Alemanias en el Mundial 74. Ganó, sorpresivamente, la Alemania del Este, y lo hizo con un gol de Sparwasser que nació de un control fallido, de un error que no esperaban ni Vogts, ni Beckenbauer, y que dejó solo al delantero delante de Sepp Maier. Para nosotros el diluvio de Ipurúa y la semana complicada con las pendencias discotequeras no eran, ni mucho menos, buenos augurios. Pero justo cuando parecía más difícil, cuando había que cambiar el corazón por la cabeza y el juego de toque por el coraje y el esfuerzo, llegó esa primera victoria fuera de casa. Los caminos se recorren dando pequeños pasos y nos quedan muchas zancadas para salvarnos. El martes, otro día extraño para el fútbol, nos volvemos a jugar nuestro destino contra el Getafe. Y será así hasta el final de temporada, con subidas y bajadas, en ese tiovivo que es la clasificación cuando se mira queriendo estar siempre un poco más arriba.


sábado, 20 de febrero de 2016

El fútbol, el bendito fútbol

El fútbol, el bendito fútbol, el divino fútbol volvió a la isla después de muchos años. No llovieron los goles que vaticinaban los agoreros y los pesimistas, tampoco cayó el diluvio del cielo que anunciaba el hombre del tiempo. Solo falló el resultado, pero ya he escrito mil veces que, puestos a elegir, me quedo con la esencia antes que con la contundencia, con el taconazo de Viera o el sombrero de Momo antes que con esos goles a trompicones con los que a veces ganamos los partidos. Lo de hoy era una fiesta, no un partido cualquiera. Durante todos estos años habíamos visto de lejos al gran Barça de Guardiola y ahora de Luis Enrique, con un cierto desconsuelo y con esa sensación de que todo lo importante sucede muy lejos. Hoy nos enfrentamos a ese equipo y estuvimos cerca de empatar o de ganar el partido, y sí, es cierto que perdimos, pero le jugamos de tú a tú al mejor equipo del planeta.
Cuando marcó Luis Suárez recordé sobre la marcha un gol de Neeskens a Carnevali, también al principio del partido, en los años setenta. Johan Cruyff sacó una falta en el centro del campo y el otro Johan remató en plancha a la escuadra. Entonces recuerdo que mi padre comentó que había sido un jarro de agua fría. Ese día descubrí lo que era un jarro de agua fría en el fútbol y en la vida. Luego ganamos dos a uno gracias al marcaje que Páez y Roque Díaz le hicieron a Cruyff, pero el Barça de ahora se parece a aquella Hidra de Lerna de la mitología griega a la que cuando le cortaban la cabeza le salían dos nuevas. Puedes parar a Messi como paramos a Cruyff en aquel encuentro, pero te aparecen Neymar, Luis Suárez o Iniesta. Ese es el nuevo fútbol que vino tras la Ley Bosman, pero aun así estuvimos a punto de lograr lo que parecía imposible.
La heroicidad no se mide solamente por la trascendencia en la historia. Ha habido millones de héroes anónimos que han hecho que el mundo sea un poco mejor que el que encontraron. También hay muchos héroes olvidados. Cualquiera de los muchos jugadores de la Unión Deportiva que jugaron en Primera y lograron que el equipo se mantuviera, o que llegara a conseguir gestas que hoy nos parecen casi imposibles, son héroes para cualquiera de nosotros. Por eso aplaudo el homenaje que se le tributó ayer a Guedes (el mito, el mariscal, la leyenda), a Oregui, a Gilberto I y a Guillermo Hernández, que fue el que salió en la foto como capitán en aquella final de Copa que fue el gran corolario del equipo de los setenta, el que gestaron Sinibaldi y Heriberto Herrera, y terminó entrenando el gran Miguel Muñoz. Los otros héroes de la Unión Deportiva son los miles de aficionados que acuden al estadio (dentro y fuera de casa), los que se sientan delante de la tele o los que van de un lado para otro escuchando en la radio lo que hace su equipo, cómo juega, cómo encara los partidos y cómo contribuye a que esa historia que ahora les toca escribir a los jugadores que están a las órdenes de Setién y Sarabia siga siendo grandiosa.
Ayer fue un gran día al margen del resultado, pero nuestra Liga, y no es un tópico, comienza la próxima semana en Ipurúa. Ahora tenemos que empujar todos hacia la salvación como mismo empujamos el pasado año para lograr el ascenso. Tenemos que volver a llenar el estadio en los partidos que nos quedan. Lo vivido ante el Barça no puede quedarse solo en un sueño de una extraña tarde carnavalera. La vida y el fútbol dan muchas vueltas, y en esas idas y venidas del destino espero que alguna vez volvamos a ser tan grandes como en los sesenta y los setenta. Ayer se desató la nostalgia de todo ese pasado. Que no volvamos a ser solo una estación de paso.

domingo, 14 de febrero de 2016

Coherencia y cantera

No es fácil levantarse. Nunca lo ha sido. Los que se levantan, aun cuando parece que todo está en su contra, son los que realmente ganan. Y no hablo de resultados ni de totales matemáticos. Hablo de la moral, de la valentía por querer seguir adelante y de la carencia de miedos y de complejos. Después del varapalo de Vallecas, muchos esperaban, sobre todo los que aprovechan cualquier contingencia negativa para poner el grito en el cielo, un conjunto desdibujado, sin alma y sin confianza. No fue ese el equipo que saltó al campo en Nervión. En la primera parte nos plantamos valientes en el terreno de juego, dominamos y en ningún momento nos vinimos abajo. Ya luego, en la segunda parte, volvió a ganar el presupuesto, la suerte y esas decisiones arbitrales que muchas veces terminan condicionando los encuentros. Después del primer gol del Sevilla nos robaron un penalti que uno no comprende cómo se le puede escapar al colegiado, a dos jueces de línea y a un cuarto árbitro. Y sí, está claro que nosotros no logramos marcar un gol y que tocamos y tocamos baldíamente como casi siempre; pero no me vale esa queja dañina de quienes están esperando la caída para decir que no valemos para estar en Primera. Tenemos el equipo que tenemos, y encima sumamos algunos lesionados que eran clave en nuestro sistema de juego.
A uno le gustaría escribir que mañana es otro día, y que el próximo fin de semana la Liga comienza de nuevo; pero el sábado viene el Barça de Messi, Iniesta, Busquets, Luis Suárez o Neymar. Y ver al Barça en el Gran Canaria, como al Real Madrid dentro de unas semanas, nos parecía hace poco tiempo uno de esos cuentos fantasiosos que les narramos a los niños para que se duerman. Pero esta vez es verdad, la semana que viene viviremos la fiesta del fútbol en la isla. En esos partidos solo nos queda invitar a nuestros jugadores a que se conviertan en héroes por una tarde. Que repasen la historia y que comprueben las muchas veces que, con equipos eminentemente canteranos, le ganamos al Fútbol Club Barcelona en nuestro estadio. La vida, como la heroicidad, es siempre cíclica, y ya va siendo hora de que volvamos a tocar de nuevo el cielo de esa gloria futbolera. Nadie nos va a robar la alegría de competir contra uno de los equipos más grandes del planeta. Que se serenen las aguas. Ya más adelante veremos adónde nos conducen. No es fácil defender una propuesta cuando no acompañan los resultados, y está claro que nos seguimos asomando al abismo. Pero creo que hay que analizar fríamente la situación y decidir si queremos improvisaciones o si apostamos por un proyecto con todas sus consecuencias. Si elegimos esto último solo pido que haya una mirada a la cantera. Es lo único que le critico a este nuevo proyecto, la falta de osadía a la hora de subir al primer equipo a jugadores del filial o del juvenil. En Sevila fue Vitolo, uno de esos canteranos amarillos, el que desequilibró el partido, y me niego a creer que no haya más Vitolos entre todos los canteranos de la Unión Deportiva. Así y todo, y hasta que no se demuestre lo contrario, sigo creyendo en el fútbol que proponen Quique Setién y Elder Sarabia

sábado, 6 de febrero de 2016

Un espejo roto

Vale que ya este Rayo Vallecano no es aquel equipo obrero de los setenta del que escribía Francisco Umbral, el de Felines y los progres que acudían a Vallecas pensando que el fútbol podía tener algo de revolución o de utopía. Y claro que tiene utopías este deporte tan imprevisible; pero perduran hasta que empieza el partido y te enfrentas a esos presupuestos que convierten al Real Madrid o al Barcelona en equipos de otra galaxia que nada tiene que ver con la nuestra, tan terrenal y tan soñadora que asombra por su grandeza. Esta es nuestra Liga, la de esos partidos en los que nos jugamos la confianza, los puestos en la clasificación y hasta el prestigio para que sigan comprando nuestras camisetas. De cualquier manera recuerdo que en aquel Rayo posterior a Tanco, a Alvarito o a Felines apareció Fernando Morena, uno de los mejores delanteros que ha jugado en nuestra Liga y que se compró con un dineral alejado por completo de aquella vitola obrera que estilaba el equipo vallecano. Todo esto que escribo, claro, no es más que un rodeo para no enfrentarme al desastre que vimos en Vallecas.
A Paco Jémez lo conocíamos por estos lares. También intentó una propuesta de fútbol ofensivo en el que destacara el fantasista del que escribe Héctor Rivera Letelier en la novela del mismo título, cualquiera de esos jugadores irrepetibles que son capaces de ver un hueco donde no lo ve nadie o de regatear hasta a su propia sombra. De aquellos tiempos vienen Vitolo o Jonathan Viera, aunque luego creo que a Jémez le mató el no saber que el corazón y la cabeza están condenados a entenderse en un mismo cuerpo, y no digamos en una suma de egos o de jugadores que quieren ganar a toda costa. Cuando empezó la caída no escuchó más que su voz, y si no aparece Juan Manuel Rodríguez aquel año casi volvemos al pozo de la Segunda B. Setién, a diferencia de Jémez, viene con Elder Sarabia, que es como una buena conciencia que no ciega, y por tanto sabe escuchar y ser pragmático cuando lo requiere el guion. Hoy se vieron Setién y Jémez frente a frente en esa otra Liga de la que hablaba al principio, y de ese encuentro salió un partido de fútbol en el que el canarión accidental que entrena al Rayo le ganó merecidamente al santanderino. Fuimos un espejo roto que devolvía una imagen distorsionada que no tiene que ver con la propuesta de Setién: pases largos, presiones alocadas y un balón que parecía que quemaba en los pies de los jugadores amarillos. Una lástima, sobre todo por esa afición canariona que vive en Madrid y que despide esta temporada sin ver puntuar a su equipo en la capital de España.
Vallecas ya no es aquel barrio obrero que se extendía más allá del Retiro y de la estación del Mediodía. Ahora también forma parte de la urbe especulativa del Foro, y en esa urbe su equipo, como el nuestro, no es más que una suma de dígitos que intenta mantenerse a salvo con los mimbres que les deja el show business que manda en el fútbol y en la vida. Ganar o perder, escribía el polaco Milosz, da lo mismo, porque al final todo es olvido; pero eso lo decía de la vida y de la poesía. En el fútbol el que gana vive más plácidamente el domingo. Esta vez nos salvan los carnavales y esa careta que sirve para escondernos unas horas hasta que comience el próximo partido. Olvidemos lo que aconteció hoy en Vallecas. No digamos, como en la novela de Terenci Moix, que fue un sueño y aprendamos de los errores para no volver a repetirlos; pero dejemos que don Carnal nos haga olvidar cuanto antes este hiriente e inesperado tropiezo.