Vale que ya este Rayo Vallecano no es aquel equipo obrero de los setenta del que escribía Francisco Umbral, el de Felines y los progres que acudían a Vallecas pensando que el fútbol podía tener algo de revolución o de utopía. Y claro que tiene utopías este deporte tan imprevisible; pero perduran hasta que empieza el partido y te enfrentas a esos presupuestos que convierten al Real Madrid o al Barcelona en equipos de otra galaxia que nada tiene que ver con la nuestra, tan terrenal y tan soñadora que asombra por su grandeza. Esta es nuestra Liga, la de esos partidos en los que nos jugamos la confianza, los puestos en la clasificación y hasta el prestigio para que sigan comprando nuestras camisetas. De cualquier manera recuerdo que en aquel Rayo posterior a Tanco, a Alvarito o a Felines apareció Fernando Morena, uno de los mejores delanteros que ha jugado en nuestra Liga y que se compró con un dineral alejado por completo de aquella vitola obrera que estilaba el equipo vallecano. Todo esto que escribo, claro, no es más que un rodeo para no enfrentarme al desastre que vimos en Vallecas.
A Paco Jémez lo conocíamos por estos lares. También intentó una propuesta de fútbol ofensivo en el que destacara el fantasista del que escribe Héctor Rivera Letelier en la novela del mismo título, cualquiera de esos jugadores irrepetibles que son capaces de ver un hueco donde no lo ve nadie o de regatear hasta a su propia sombra. De aquellos tiempos vienen Vitolo o Jonathan Viera, aunque luego creo que a Jémez le mató el no saber que el corazón y la cabeza están condenados a entenderse en un mismo cuerpo, y no digamos en una suma de egos o de jugadores que quieren ganar a toda costa. Cuando empezó la caída no escuchó más que su voz, y si no aparece Juan Manuel Rodríguez aquel año casi volvemos al pozo de la Segunda B. Setién, a diferencia de Jémez, viene con Elder Sarabia, que es como una buena conciencia que no ciega, y por tanto sabe escuchar y ser pragmático cuando lo requiere el guion. Hoy se vieron Setién y Jémez frente a frente en esa otra Liga de la que hablaba al principio, y de ese encuentro salió un partido de fútbol en el que el canarión accidental que entrena al Rayo le ganó merecidamente al santanderino. Fuimos un espejo roto que devolvía una imagen distorsionada que no tiene que ver con la propuesta de Setién: pases largos, presiones alocadas y un balón que parecía que quemaba en los pies de los jugadores amarillos. Una lástima, sobre todo por esa afición canariona que vive en Madrid y que despide esta temporada sin ver puntuar a su equipo en la capital de España.
Vallecas ya no es aquel barrio obrero que se extendía más allá del Retiro y de la estación del Mediodía. Ahora también forma parte de la urbe especulativa del Foro, y en esa urbe su equipo, como el nuestro, no es más que una suma de dígitos que intenta mantenerse a salvo con los mimbres que les deja el show business que manda en el fútbol y en la vida. Ganar o perder, escribía el polaco Milosz, da lo mismo, porque al final todo es olvido; pero eso lo decía de la vida y de la poesía. En el fútbol el que gana vive más plácidamente el domingo. Esta vez nos salvan los carnavales y esa careta que sirve para escondernos unas horas hasta que comience el próximo partido. Olvidemos lo que aconteció hoy en Vallecas. No digamos, como en la novela de Terenci Moix, que fue un sueño y aprendamos de los errores para no volver a repetirlos; pero dejemos que don Carnal nos haga olvidar cuanto antes este hiriente e inesperado tropiezo.
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