El fútbol, el bendito fútbol, el divino fútbol volvió a la isla después de muchos años. No llovieron los goles que vaticinaban los agoreros y los pesimistas, tampoco cayó el diluvio del cielo que anunciaba el hombre del tiempo. Solo falló el resultado, pero ya he escrito mil veces que, puestos a elegir, me quedo con la esencia antes que con la contundencia, con el taconazo de Viera o el sombrero de Momo antes que con esos goles a trompicones con los que a veces ganamos los partidos. Lo de hoy era una fiesta, no un partido cualquiera. Durante todos estos años habíamos visto de lejos al gran Barça de Guardiola y ahora de Luis Enrique, con un cierto desconsuelo y con esa sensación de que todo lo importante sucede muy lejos. Hoy nos enfrentamos a ese equipo y estuvimos cerca de empatar o de ganar el partido, y sí, es cierto que perdimos, pero le jugamos de tú a tú al mejor equipo del planeta.
Cuando marcó Luis Suárez recordé sobre la marcha un gol de Neeskens a Carnevali, también al principio del partido, en los años setenta. Johan Cruyff sacó una falta en el centro del campo y el otro Johan remató en plancha a la escuadra. Entonces recuerdo que mi padre comentó que había sido un jarro de agua fría. Ese día descubrí lo que era un jarro de agua fría en el fútbol y en la vida. Luego ganamos dos a uno gracias al marcaje que Páez y Roque Díaz le hicieron a Cruyff, pero el Barça de ahora se parece a aquella Hidra de Lerna de la mitología griega a la que cuando le cortaban la cabeza le salían dos nuevas. Puedes parar a Messi como paramos a Cruyff en aquel encuentro, pero te aparecen Neymar, Luis Suárez o Iniesta. Ese es el nuevo fútbol que vino tras la Ley Bosman, pero aun así estuvimos a punto de lograr lo que parecía imposible.
La heroicidad no se mide solamente por la trascendencia en la historia. Ha habido millones de héroes anónimos que han hecho que el mundo sea un poco mejor que el que encontraron. También hay muchos héroes olvidados. Cualquiera de los muchos jugadores de la Unión Deportiva que jugaron en Primera y lograron que el equipo se mantuviera, o que llegara a conseguir gestas que hoy nos parecen casi imposibles, son héroes para cualquiera de nosotros. Por eso aplaudo el homenaje que se le tributó ayer a Guedes (el mito, el mariscal, la leyenda), a Oregui, a Gilberto I y a Guillermo Hernández, que fue el que salió en la foto como capitán en aquella final de Copa que fue el gran corolario del equipo de los setenta, el que gestaron Sinibaldi y Heriberto Herrera, y terminó entrenando el gran Miguel Muñoz. Los otros héroes de la Unión Deportiva son los miles de aficionados que acuden al estadio (dentro y fuera de casa), los que se sientan delante de la tele o los que van de un lado para otro escuchando en la radio lo que hace su equipo, cómo juega, cómo encara los partidos y cómo contribuye a que esa historia que ahora les toca escribir a los jugadores que están a las órdenes de Setién y Sarabia siga siendo grandiosa.
Ayer fue un gran día al margen del resultado, pero nuestra Liga, y no es un tópico, comienza la próxima semana en Ipurúa. Ahora tenemos que empujar todos hacia la salvación como mismo empujamos el pasado año para lograr el ascenso. Tenemos que volver a llenar el estadio en los partidos que nos quedan. Lo vivido ante el Barça no puede quedarse solo en un sueño de una extraña tarde carnavalera. La vida y el fútbol dan muchas vueltas, y en esas idas y venidas del destino espero que alguna vez volvamos a ser tan grandes como en los sesenta y los setenta. Ayer se desató la nostalgia de todo ese pasado. Que no volvamos a ser solo una estación de paso.
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