Vale que la vida es una improvisación constante, pero aunque queramos vivir siguiendo la dirección del viento que pasa o el vaivén de las mareas hay que tomar una serie de precauciones para no caer si caminamos o para no zozobrar si vamos navegando. Si uno camina sin asideros por el borde de un precipicio es muy probable que se termine cayendo al vacío, y si se navega sin motor, sin remos y sin velas, lo más lógico es que se naufrague con las primeras corrientes o con el primer jalío del océano. La Unión Deportiva Las Palmas se caía y naufragaba al mismo tiempo, y eso era algo que veíamos venir hacía tiempo, y no era culpa de Manolo Márquez, una apuesta a la desesperada cuando ya venían las olas demasiado grandes. Demasiada improvisación, demasiada carga de conciencia por dejar ir a Setién, demasiada presión después de haber tenido entre manos un proyecto que hubiera sido inolvidable. Llegar al Camp Nou improvisando no es lo más recomendable, ni siquiera el día en que todas las improvisaciones más grotescas se habían dado cita en Barcelona con un referéndum que rozaba la demencia, con los extremismos tocándose peligrosamente, pero con otros incapaces de negociar o de parar a tiempo lo que ya intuíamos que iba a suceder, cargas policiales cuando no se tuvo intención de acabar con un alud que dejaron que siguiera creciendo hasta el descontrol absoluto. A lo que no le vi ningún sentido fue a lo de la bandera española en la camiseta de la Unión Deportiva. No había necesidad, y sobre todo estando como estaban las cosas en Barcelona. Esa camiseta es para jugar al fútbol, y dentro del terreno de juego es sagrada para muchos de nosotros, y en ella no caben más colores que los del escudo y el azul y el amarillo que nos representa.
Ayestarán apenas tuvo tiempo para armar un equipo y salir a jugar contra el que posiblemente sea el conjunto más temible del planeta, y ante uno de los jugadores más grandes que se han paseado por la historia del fútbol, pero ya sabemos que el fútbol escribe páginas imposibles cuando menos lo esperamos. Ganar en Barcelona era una utopía aun con todo el trabajo bien hecho, pero justamente en el caos llegan a veces las grandes sorpresas. Se vio un equipo más ordenado y con más criterio, y además, salvo algunos despejes, sigue apostando por un juego de toque, saliendo desde atrás y apelando al talento. Eso tranquiliza de cara al futuro, pero del partido contra el Barcelona quedan los ecos de un estadio vacío en el que parecía que entrenaban dos equipos cualquier mañana durante un partidillo. En ese silencio escuchamos nítidamente el sonido del poste en el tiro de Calleri que pudo haber cambiado el destino del partido cuando íbamos cero a cero y Las Palmas controlaba la pelota y el ritmo del encuentro. Pero luego se impuso la lógica, y de haber ganado cero a tres si suspendían el partido nos vimos perdiendo tres a cero, y otra vez con Messi como único rey indiscutible.
Hay finales previsibles, y este era uno de ellos. El nuevo ciclo empieza ahora, la pretemporada comienza realmente esta semana, y esa es una pésima noticia para un equipo que aspira a estar en la élite y para unos aficionados que probamos el caviar futbolístico durante muchos partidos de los dos últimos años. Nos retiraron ese manjar pasajero, y aun así continuaremos yendo al estadio y siguiendo a nuestro equipo, pero sabemos que ya nada será lo mismo, que hay demasiadas espinas en la Unión Deportiva, demasiados jefes y muchas incongruencias. El resultado es el que cualquiera puede imaginar en esas circunstancias, un caos, un desastre, como el de ese referéndum que tenía lugar fuera del estadio. Pasara lo que pasara, perdíamos todos. En el estadio ganó el Barça. Digamos que era lo lógico y lo previsible, pero nosotros habíamos perdido desde mucho tiempo antes de saltar al campo, con una bandera que no venía a cuento ese día en la camiseta amarilla y con una afición que asiste estupefacta a toda esa sucesión de desatinos.
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