domingo, 23 de septiembre de 2012
David González
A los que dudaban del talento y de la calidad de la Unión Deportiva les invito a recordar el partido contra el Villarreal. Es cierto que en defensa seguimos endebles e inseguros, pero de medio campo hacia delante contamos con jugadores que podrían mantenernos perfectamente en Primera División. Sin embargo ayer, no sé si porque estaba sentado más cerca del césped, me fascinó especialmente cada movimiento, cada regate y cada pase de David González. Yo iría donde quiera que jugara Las Palmas solo por ver al diez amarillo. Creo que esa fue la gran diferencia con respecto a otros partidos. David González convierte el fútbol en esa obra maestra que todos buscamos cuando vemos cientos de partidos insulsos. Su genialidad y su desparpajo, cuando tiene su día, es comparable a la de cualquier gran jugador actual. Muchos dicen que es una pena que no llegara más lejos, pero creo que cada cual llega dónde quiere o cómo quiere, y sobre todo los genios, que eligen mejor que nadie los lugares donde se sienten cómodos y donde quieren seguir mostrando su talento. Y si no ahí está Mágico González y sus maravillas gaditanas tan grandiosas como las que pudo crear el mismísimo Maradona.
David González es ese diez que todos soñamos de niño, el jugador que crea de la nada, que improvisa belleza en medio de un mar de piernas y que dibuja escorzos casi imposibles cuando regatea o amaga en una décima de segundo. Vale la pena seguir un partido pendiente de todos sus movimientos. No es Gatusso ni le podemos pedir que corra como Gilberto II o como Félix Marrero. Juega como juega, y hay que contar con los días en los que no le sale casi nada de lo que intenta. No siempre que Beethoven se sentaba a componer le salía la Novena Sinfonía; tampoco a Van Gogh le aparecían las mismas flores amarillas todas las mañanas. Ir al fútbol y saber que existe alguien como David González en el campo tranquiliza y justifica el desplazamiento y la ilusión que ponemos en cada partido. Cuando tiene su día nosotros también tocamos el séptimo cielo. Cualquiera de sus controles o de sus regates casi imposibles te reconcilia sobre la marcha con el sentido de un deporte que, gracias a esas genialidades inesperadas, siempre estará muy por encima de la mercadotecnia o de los muchos intereses chusqueros y vergonzantes que lo están matando.
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