Hay veces en que uno no puede ocultar el optimismo. En la vida cuesta mantener esa bandera ilusionante, aunque no por ello renunciamos a seguir persiguiendo el sueño de ser felices. No hay más filosofía de vida que la búsqueda de esa felicidad cotidiana que te permita desdramatizar lo que no vale la pena o dejar de lado lo que nunca fue tuyo. Solo concibo el fútbol como un atajo que conduce a esa felicidad.
Cuando pierde la Unión Deportiva trato de quitarle importancia al deporte. Solo así pudimos resistir en Segunda B o en esa larga sucesión de fracasos de los últimos años. Pero si gana, o se mantiene en lo más alto de la tabla clasificatoria, entonces sí es verdad que el fútbol vuelve a tener la importancia que tenía en la infancia. Los forofos futboleros no hacemos más que perpetuar nuestra propia infancia. No puedes dejar de ser seguidor del equipo que elegiste a los doce años sin saber la de disgustos y buenos ratos que te quedaban por delante. Unos elegían por las clasificaciones de aquellos años –por eso en mi generación hay tanto seguidor del Bilbao o de la Real Sociedad-, otros por el equipaje que le habían dejado los Reyes y la mayoría elegimos ser de la Unión Deportiva porque no nos quedó más remedio. Uno imita casi siempre al padre o al abuelo, y mi padre y mi abuelo eran amarillos a carta cabal. Y luego estaban los ídolos de aquellos años. Solo tengo que remitirme a la acogida de los argentinos hace unos días para que me entiendan. Yo soy uno de esos que con doce años veía como Brindisi, Morete y compañía ponían patas arriba el Insular. También soy de los mitos, de Silva, de Mujica, de Tonono, de Guedes o de Germán. Gracias a esa iconografía futbolística hemos podido resistir tantos años de decepciones amarillas. Ahora sería estúpido si no estuviera contento. Cada partido suma un punto más en nuestro ya de por sí inquebrantable optimismo. Esto va en serio. La goleada del pasado sábado al Huelva no es el segundo o el tercer partido de la temporada. Está a punto de terminar la primera vuelta y nos mantenemos líderes, y los lunes comienzan de otra manera cuando uno tiene el sueño de Primera casi al alcance de la mano.
Queda mucha Liga, pero ves a un equipo con empaque y con esa solvencia que no tenían los conjuntos de los últimos años. Hay técnica y táctica, ganas y talento. Perdonen que me vuelva niño y optimista. Por lo menos en el fútbol uno encuentra lo que te niega la actualidad con sus siniestros y con todas esas noticias sobre corruptelas e indecentes. La vida es más sencilla de lo que parece. Son las pequeñas alegrías las que logran que vivamos grandes momentos. Ya sé que el fútbol no da de comer ni hace que cambien los derroteros del planeta; pero para los seguidores de la Unión Deportiva Las Palmas el fútbol es ahora mismo un motivo de satisfacción mañanera. No tienen más que fijarse en las caras que se encuentran en Triana o en Las Canteras al día siguiente de ganar un partido. Y eso se acaba contagiando. O por lo menos es lo que uno espera que suceda cuando ganamos. Que llegue el optimismo, aunque sea a través de un balón y de unos cuantos virtuosos que consiguen buenos resultados.
lunes, 15 de diciembre de 2014
miércoles, 3 de diciembre de 2014
La estela del Maestro
Maestro en Canarias no solo es aquel que enseña. También es quien logra embellecer su propia sombra por donde pasa. Germán Dévora era El Maestro, con artículo determinado porque es imposible que haya otro igual. Cuando el balón pasaba a su lado se detenía el tiempo. Los jugadores que logran que se detenga el tiempo unos segundos entre sus botas son los inmortales. El Maestro, por tanto, es inmortal en el recuerdo de todos los que le vieron jugar alguna vez al fútbol.
Los germanistas aún te paran en medio de la calle para dibujar un escorzo, rememorar un regate o explicar una y mil veces los movimientos de un remate inapelable de Germán Dévora. Ha habido grandísimos jugadores que han vestido de amarillo, pero ninguno lo ha hecho durante tanto tiempo con esa impronta reconocible y añorada del Maestro.
Todo homenaje es más que merecido. Lo ingrato sería no reconocerle su grandeza dentro del campo. Volvamos a parar el tiempo. Cerremos los ojos. Incluso los que no lo vieron jugar nunca, pueden atisbar su imagen imborrable con el número 10 a la espalda. Olía a hierba recién regada cuando uno se adentraba en Fedora. Ya en el calentamiento no podías dejar de mirar cómo controlaba y cómo golpeaba el balón Germán Dévora. Hay un magnetismo que solo pertenece a los seres capaces de trascender mucho más allá del tiempo. Ese balón que golpeaba El Maestro llevaba siempre una estela de magia. Por eso es eterno.
Los germanistas aún te paran en medio de la calle para dibujar un escorzo, rememorar un regate o explicar una y mil veces los movimientos de un remate inapelable de Germán Dévora. Ha habido grandísimos jugadores que han vestido de amarillo, pero ninguno lo ha hecho durante tanto tiempo con esa impronta reconocible y añorada del Maestro.
Todo homenaje es más que merecido. Lo ingrato sería no reconocerle su grandeza dentro del campo. Volvamos a parar el tiempo. Cerremos los ojos. Incluso los que no lo vieron jugar nunca, pueden atisbar su imagen imborrable con el número 10 a la espalda. Olía a hierba recién regada cuando uno se adentraba en Fedora. Ya en el calentamiento no podías dejar de mirar cómo controlaba y cómo golpeaba el balón Germán Dévora. Hay un magnetismo que solo pertenece a los seres capaces de trascender mucho más allá del tiempo. Ese balón que golpeaba El Maestro llevaba siempre una estela de magia. Por eso es eterno.
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