Maestro en Canarias no solo es aquel que enseña. También es quien logra embellecer su propia sombra por donde pasa. Germán Dévora era El Maestro, con artículo determinado porque es imposible que haya otro igual. Cuando el balón pasaba a su lado se detenía el tiempo. Los jugadores que logran que se detenga el tiempo unos segundos entre sus botas son los inmortales. El Maestro, por tanto, es inmortal en el recuerdo de todos los que le vieron jugar alguna vez al fútbol.
Los germanistas aún te paran en medio de la calle para dibujar un escorzo, rememorar un regate o explicar una y mil veces los movimientos de un remate inapelable de Germán Dévora. Ha habido grandísimos jugadores que han vestido de amarillo, pero ninguno lo ha hecho durante tanto tiempo con esa impronta reconocible y añorada del Maestro.
Todo homenaje es más que merecido. Lo ingrato sería no reconocerle su grandeza dentro del campo. Volvamos a parar el tiempo. Cerremos los ojos. Incluso los que no lo vieron jugar nunca, pueden atisbar su imagen imborrable con el número 10 a la espalda. Olía a hierba recién regada cuando uno se adentraba en Fedora. Ya en el calentamiento no podías dejar de mirar cómo controlaba y cómo golpeaba el balón Germán Dévora. Hay un magnetismo que solo pertenece a los seres capaces de trascender mucho más allá del tiempo. Ese balón que golpeaba El Maestro llevaba siempre una estela de magia. Por eso es eterno.
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