Todos hemos vivido alguna vez ese momento final en el que, estando a punto de tirar la toalla, recuperamos de repente todas las fuerzas para llegar a una meta, para aprobar un examen, o simplemente para arribar a la cama como llega un superviviente de un largo y peligroso viaje. En el deporte no hay más que pasos que siguen a otros pasos interminablemente. Un día parece que está todo perdido, y al siguiente nos vemos disputando el partido del siglo o viviendo uno de esos momentos que jamás se borran de la memoria ni del palmarés de nuestro equipo.
La Unión Deportiva Las Palmas va a vivir una semana crucial para su historia. Y con esto no quiero decir que los jugadores se responsabilicen de tal manera que acaben bloqueados cuando salten al campo. Nunca estuvo tan cerca el ascenso. Ni siquiera el pasado año. No teníamos a Viera y a Araujo en punta, y creo que con esos jugadores en forma no hay quien detenga a este equipo. Sí espero que Paco Herrera cuente con Valerón como lo hizo en el partido de ida ante el Valladolid. También en los pocos minutos que jugó el pasado sábado demostró que su participación debe ser casi innegociable en partidos trascendentales. Pero ahí será el entrenador, que también se juega mucho en este envite, el que tenga la última palabra. Nosotros apoyaremos hasta donde podamos al equipo confiando en que el próximo domingo podamos celebrar lo que nos robaron hace casi un año.
Nos queda ese último paso que decía al principio, el esfuerzo sin medida aunque parezca que no podemos movernos de donde estamos, el gol en el último minuto, la confianza en la suerte, ese segundo inolvidable en el que el árbitro pite el final del partido con el equipo ascendido a Primera División después de tantos años y tantas decepciones repetidas. Ahora mismo no creo que anide el desánimo ni en el más pesimista de los aficionados. Estamos pendientes de ciento ochenta minutos. Y no me digan que es lo mismo que otros años. Todo parece que se repite, pero nada es lo mismo. Tenemos mejor plantilla que antes, el sabio aprendizaje de las derrotas y un estadio que aguarda, espero que ya sin pistas de atletismo, esa primavera del fútbol que es jugar con los grandes equipos que nuestros hijos solo han podido ver desde la asepsia de las pantallas o los videojuegos.
Nos volvemos a citar ante la historia. Cuarenta años después de que nos dejara Tonono, a la sombra de la imagen imborrable de Juan Guedes dando un paso al hueco, ante el escorzo inesperado de Germán o con los goles por la escuadra de Brindisi o de Contreras. Y también estarán las sombras de Silva y de Mujica. Y el alma de todos los amarillos que ya no están físicamente, pero que permanecen en nuestra memoria como si no hubieran abandonado nunca su sitio en el estadio, aquel asiento de cemento en el Insular o las butacas del Gran Canaria. Va por ellos. Por los que vieron a este equipo cuando era grande, por los que se fueron y no pudieron verlo regresar a Primera y por todos esos niños que no se creen que nosotros derrotábamos al Real Madrid o al Barcelona con esta misma ilusión y con estas mismas ganas con las que ahora queremos lograr el ascenso.
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