Cuando éramos niños, si uno rompía los juguetes se quedaba sin diversión. A veces es mejor no saber lo que hay dentro, ni cómo funcionan los mecanismos; pero si se rompían los juguetes se nos descorazonaban las ilusiones. La Unión Deportiva es hoy por hoy un juguete roto que nos descorazona con cada nuevo partido que juega. El pasado año estuvimos a punto de ganar en el Bernabéu. Entonces los partidos duraban noventa minutos. Este año, solo jugamos un rato en las primeras partes. En los segundos tiempos no existimos, nos borramos, nos diluimos, y si no fuera porque los partidos son televisados uno podría llegar a creer que los jugadores de Las Palmas ni siquiera existen después del minuto cuarenta y cinco.
Uno quisiera saber qué es lo que tiene dentro el juguete de la Unión Deportiva, por qué de repente el color amarillo no ve el balón, no presiona, no sabe cómo defender y parece no darse cuenta del peso de la historia de la camiseta que llevan puesta. Hay muchas ilusiones que se están viniendo abajo cada semana, en las segundas partes, en los prolegómenos y en las soberbias de quienes se empeñan en hacernos creer que vamos por el buen camino, que esto lo arregla el tiempo y que somos nosotros, los aficionados que hemos asistido atónitos al harakiri amarillo, los que estamos equivocados. Pocas veces vamos a encontrar a un Real Madrid tan apático, tan despistado y tan fuera de sitio, pero nuestras segundas partes, esas dejaciones inexplicables, las faltas de concentración, la decadencia física, son capaces de resucitar al más moribundo de los equipos.
Ayestarán (el que lo fichó y lo recomendó se cubrió de gloria, como quien decidió que la marcha de Setién no tendría ninguna consecuencia), Ayestarán, qué quieren que les diga, Ayestarán ha metido a la Unión Deportiva en la historia de la Liga, quitando a aquel Alcoyano que siempre había sido la burla de los futboleros. No era la historia que queríamos que dejara escrita Las Palmas. Hemos traído a un entrenador que ha batido, y con mucha distancia, el récord de derrotas seguidas en la Liga. Esa es la evidencia, la realidad, lo que tenemos ahora mismo. No sé si seguirá sumando dígitos y goles en contra, pero mucho me temo que venga quien venga este equipo seguirá echando por tierra una ilusión colectiva que nos encaramaba hace solo un año y que nos hacía más grata y más feliz la vida. El fútbol está para eso, para hacernos felices, no para que nos tomen el pelo ni para comulgar con ruedas de molino. Seguiré siendo un aficionado leal a la Unión Deportiva Las Palmas. Seguiré fiel al color amarillo y a la historia que atesora, a la memoria de mi abuelo y de todos aquellos seguidores que soñaron como sueño yo cada semana. Eso es innegociable. Ojalá los jugadores tuvieran ese sentimiento tan claro como nosotros. Si lo tienen nos sacarán del abismo. Si carecen de ese sentimiento, lo mejor es que asumamos el fracaso que nos viene. Quiero confiar en el tiempo. De momento, seguimos en Primera División, aunque no era este el escenario que habíamos previsto. Vale, es verdad que cada cual se trabaja su propio futuro, en el teatro, en la vida y, por supuesto, también en el fútbol. Los Ayestaranes no aparecen así como así si alguien no los llama o los busca en medio de los desatinos.
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