viernes, 16 de noviembre de 2018

El maquillaje

No nos engañan los goles, ni el coraje, ni las carreras de noventa metros. No nos engañan los aplausos del entrenador queriendo que su equipo juegue por soleares cuando no juega a nada y está cada día más desorientado. Se ve en las caras de los jugadores y se reconoce ese caos en sus movimientos. No saben si dar un patadón, si regatear o si salir corriendo por la carretera de Almatriche. Basta solo un dato para entendernos: en los primeros treinta y nueve minutos de partido, el Granada dispuso de cuatro saques de esquina y nosotros de ninguno. El primer gol fue un espejismo, un rebote al final de la primera parte, después de que el equipo nazarí nos diera un baño y nos hiciera olvidar que éramos los que jugábamos en casa.
Araujo se parte el alma, y hasta marcó un gol, pero lo que no es de recibo es que Araujo esté defendiendo en su campo como si fuera Camacho o Puyol y que luego pretenda llegar con el balón hasta el área contraria. La inteligencia de un jugador está en su capacidad de dosificarse y de sacar el máximo rendimiento a sus cualidades, y la de un entrenador en poner a ese jugador en el lugar del campo en el que pueda mostrar lo mejor de su repertorio futbolístico. Pero lo que sucede con Araujo está pasando con toda la plantilla de la Unión Deportiva. Los jugadores creen cada día menos en sí mismos y casi no saben por dónde pisan.
Ese primer gol de Las Palmas fue como esos espejismos que se atisban en los horizontes de los desiertos. Cuando comenzó la segunda parte volvió a mandar el Granada, que empató cuando quiso, que volvió a empatar cuando volvió a querer y que no ganó porque Raúl Fernández paró un penalti. No sé, a lo mejor, como hizo Cala esta semana, vuelven a decir que el juego de Setién o de Guardiola ni es efectivo ni gana partidos. A lo mejor nos toman por tontos. El equipo de Setién le marcó cuatro goles al Barça en el Nou Camp y el de Guardiola bailó al Manchester United de Mourinho con un David Silva jugando quizá los mejores minutos de su carrera deportiva. Juegan bonito, juegan bien, y ganan los partidos. Aquí creían que vistiendo de legionarios iban a hacernos olvidar la belleza.
Ayer mismo un amigo me envío el enlace de un vídeo con el gol que le marcó Trona al Barcelona en 1973: se lleva a cinco jugadores con un par de giros de cintura, sienta a Sadurní, el portero del Barça de Cruyff, con un regate casi imposible, y logra marcar un golazo que, como muchas veces, nos sirvió para ganar al Barça en el Insular. Enrique Bethencourt todavía recuerda la angustia al ver que lo que tardaba el remate de Trona en besar las mallas. Y cuento eso, para que no me vengan con milongas y con las negaciones del fútbol canario, del que no sabe de patadones y sí de virguerías y de arabescos. Ver jugar a esta Unión Deportiva es como una traición a lo que fuimos y a lo que muchos querríamos que siguiéramos siendo. Seguimos sumando empates, alejándonos cada vez más de los puestos de descenso y ahuyentando a los espectadores del Gran Canaria. Ni el maquillaje de una victoria, que hubiese sido inmerecida, hubiera podido ocultar el caos y el desatino que ya vemos todos desde que empiezan los partidos.
Todo eso que cuento terminó con el ciclo de Manolo Jiménez. Aún no habíamos terminado de escribir las crónicas del partido y ya habían cesado al entrenador sevillano. De aquellas bravuconadas de cuando le hicieron la vida imposible a Setién vienen todos estos cambios de rumbo y de entrenadores. El presidente decía entonces que habían sacado del paro al santanderino. Desde aquel momento, sí es cierto que no hacemos más que sacar entrenadores del paro o de proyectos fracasados. Ahora regresa Paco Herrera. El fútbol tiene esas cosas. Lo echaron de la noche a la mañana después de conseguir el ascenso a Primera tras muchos años de fracasos. Ojalá tenga la misma suerte de entonces. Conoce la isla, la afición y el fútbol que queremos. No es Paco Jémez, ni Paco Ayestarán. Ya esa es la mejor de las noticias. Su suerte será a partir de ahora nuestra suerte.



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