Hace tres semanas llegué a Buenlugar, en Firgas, justo cuando iba a comenzar el partido de la Unión Deportiva contra el Córdoba, quizá el encuentro que dejó al equipo amarillo con una resaca peligrosa y paralizante de la que aún no se ha recuperado. Solo había un bar abierto en la carretera. Venía de recorrer esa maravilla de la naturaleza que es el barranco de Azuaje, por lo que llegaba relajado y feliz después de escuchar la bajada del agua y el canto de cientos de pájaros festivos. En el bar quería ver el comienzo del partido de Las Palmas en televisión, pero el que tenían sintonizado era el del Barcelona. Viendo los gestos reconcentrados y alguna que otra camiseta del Barça no se me ocurrió pedirles que cambiaran de canal, aunque me quedé con la rasquera de comprobar cómo ni siquiera en el interior de la isla los amarillos despiertan el interés de cuando yo era niño y no había bar, casa o patio de vecinos en donde no se escucharan las narraciones radiofónicas siempre que jugaba la Unión Deportiva. Y menos mal que no pedí que cambiaran el canal: a la media hora ya jugábamos con nueve jugadores y nos habían marcado un par de goles. No sé qué partido habrán seguido hoy en la tele de aquel bar de Buenlugar; pero desde luego que visto lo visto en el estadio de Gran Canaria no creo que nadie esté por la labor de jugarse la clientela de su bar poniendo un espectáculo tan aburrido y tedioso como fue el partido ante el Recreativo (y lo mismo podíamos decir del encuentro de la semana pasada ante el Huesca que vi en una terraza del Monopol ante el desinterés de casi todos los parroquianos).
No sé qué le ha pasado a la Unión Deportiva, pero esa indolencia nos puede costar cara, no solo porque nos podamos quedar fuera de la promoción sino porque estamos ahuyentando a todos los aficionados que este año se habían vuelto a ilusionar con el equipo de su tierra. Hacía tiempo que no veía a tantos niños con camisetas amarillas como en los últimos meses. Solo por ellos espero que los jugadores espabilen y no dejen pasar la oportunidad que casi estamos tocando con los dedos después de muchos años de decepciones. En la vida solo gana el que cree en sus propios sueños. Da lo mismo que a veces no se cumplan. Lo lamentable es comprobar que los jugadores de tu equipo ni siquiera sean capaces de correr tras el balón que da vida a todos esos sueños. No voy a pecar de derrotista; pero sería imperdonable que no nos termináramos jugando nada por no salir al terreno de juego con la alegría y la confianza de hace unos meses. Ya casi no hay tiempo para enmendar errores. O vamos o no vamos; y si no vamos, ni en Buenlugar ni en La Culata acabarán haciéndole caso a unos colores que cada día se alejan más de los niños que siguen creciendo sin tener memoria de un enfrentamiento contra el Real Madrid o el Fútbol Club Barcelona. El fútbol es épica y es memoria, por eso los aficionados más fieles mantenemos a salvo nuestra afición amarilla a pesar de los muchos bostezos de todos estos años. Nos salva la memoria sentimental de los días grandiosos. Pero si no cambian las cosas el futuro de la Unión Deportiva tendrá cada día menos afectos y menos querencias inquebrantables. Ahora mismo esa épica y esa renovación de afectos depende de Nauzet, Vitolo, Momo y compañía. Esto es un juego en el que se puede ganar o perder. Lo que no aceptamos es que sea la falta de entrega y de ilusión la que nos vuelva a dejar lejos del reparto de todos los premios.
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