Está claro que el optimismo en el Bernabéu casi siempre ha de ser un estado de ánimo previo, una ilusión como la que se vive cuando se sella una quiniela o se cierran los ojos para pensar que estamos en una ciudad que jamás hemos visitado. Desde que comienza el partido se suelen venir abajo las gestas grandiosas, esa épica que imaginábamos amarilla ayer por la tarde y también el fin del mal fario en el Paseo de La Castellana. Bastaron quince minutos para bajar del séptimo cielo. Un fallo en la entrega, una presión asfixiante en la salida del balón o un grancanario genial llamado Jesé Rodríguez desarmaron cualquier atisbo de hazaña.
Pero esta derrota debe afectar poco al ánimo. Y yo me quedo con todo ese amarillo que se vio en las gradas, y solo deseo que alguna vez, en ese futuro que jamás sabemos a dónde nos terminará llevando, se produzca una conjunción de planetas que nos deje salir del Bernabéu por la puerta grande. Hoy el marcador quedó igual que en aquella inolvidable final de Copa contra el Barça en 1978, y la sensación fue la misma que entonces, un quiero y no puedo, un gol de Brindisi como hoy el de Hernán que apenas nos dio opciones, una afición entregada en la grada, y ese sabor agridulce de quien prefiere decir que el rival, como escribía al principio, no estaba a nuestro alcance; pero que en el fondo soñaba con honrar a Tonono, a Guedes, o al corazón amarillo que siempre conservaron Molowny o el gran Antonio Betancort.
No sufrimos la goleada de Getafe, ni nos marcaron los siete goles de la última y lejana visita a ese templo en el que se han escrito muchas de las más legendarias páginas de este deporte. En aquella final contra el Barcelona estuvo por medio Franco Martínez pitando un penalti muy riguroso que nos sacó del partido. Hoy no hubo mediaciones arbitrales, como aquella vez que el Real Madrid también remontó un cuatro a cero en la Copa. Sencillamente el fútbol ya no es lo que era. Todo parece robotizado a golpe de talonario. Imagino que a medio plazo equipos como el Real Madrid se medirán en una Liga europea similar a la NBA con otros conjuntos que tengan el mismo potencial presupuestario. Nosotros, y esta vez no es un tópico ni una disculpa, pertenecemos a otra Liga, a la de los terrenales, a la de andar por casa, a la que puede cambiar el guion en cualquier momento, la que nos medirá a la Real Sociedad el próximo fin de semana, a aquella Real Sociedad, que como la Unión Deportiva de los setenta, le ganó dos Ligas al Madrid con un equipo de cantera. Otros tiempos y otro fútbol, sin apuestas, sin derechos televisivos y sin jugadores que parece que están vendiendo gominas o desodorantes en cualquier primer plano. Los románticos de este deporte vamos a seguir soñando. Solo espero que el año que viene volvamos a tener otra nueva oportunidad en el Bernabéu. Y entonces nos volveremos a ilusionar como hace unas horas, y soñaremos, y creeremos que es posible cambiar la historia de una vez por todas. Así es la vida y así es el fútbol, una inquebrantable intención de ser felices. Esa ilusión que se vive casi siempre antes de los noventa minutos.
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